Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo CII

CÓMO VINIERON CARTAS A CORTÉS DE ESPAÑA DEL CARDENAL DE SIGÜENZA, DON GARCÍA DE LOAISA, QUE ERA PRESIDENTE DE INDIAS, QUE LUEGO FUE ARZOBISPO DE SEVILLA, Y DE OTROS CABALLEROS, PARA QUE EN TODO CASO SE FUESE LUEGO A CASTILLA, Y LE TRAJERON NUEVAS QUE ERA MUERTO SU PADRE, MARTÍN CORTÉS, Y EL PESAR QUE DE ELLO TUVO, Y OTRAS COSAS

Ya he dicho en el capítulo pasado lo acaecido entre Cortés y el tesorero y el factor y veedor, y por qué causa lo desterró de México, y cómo vino dos veces el obispo de Tlaxcala a entender en amistades, y Cortés nunca quiso responder a cartas ni a cosa ninguna, y se apercibió para ir a Castilla. Y en aquel instante le vinieron cartas del presidente de Indias, don García de Loaisa, y del duque de Béjar, y de otros caballeros, en que le decían que, como estaba ausente, daban quejas de él ante Su Majestad, y decían en las quejas muchos males y muertes que habían hecho dar a los que Su Majestad enviaba, y que fuese en todo caso a volver por su honra, y le trajeron nuevas que su padre, Martín Cortés, era fallecido. Y de que vió las cartas, le pesó mucho, así de la muerte de su padre como de las cosas que de él decían que había hecho, no siendo así, y se puso luto, puesto que lo traía en aquel tiempo por la muerte de su mujer, doña Catalina Juárez, la Marcaida; e hizo gran sentimiento por su padre y las honras lo mejor que pudo; y si mucho deseo tenía antes de ir a Castilla, desde allí adelante se dió mayor prisa, porque luego mandó a un su mayordomo, que se decía Pedro Ruiz de Esquivel, natural de Sevilla, que fuese a la Veracruz y de dos navíos que habían llegado, que tenían fama que eran nuevos veleros, que los comprase, y estaba apercibiendo bizcocho y cecina y tocinos y lo perteneciente para el matalotaje muy cumplidamente, como para un gran señor rico que Cortés era, y cuantas cosas se pudieron haber en la Nueva España que eran buenas para la mar y conservas que de Castilla vinieron, y fueron tantas y de tanto género, que para dos años se pudieran mantener otros dos navíos, y aunque tuvieran mucha más gente, con lo que en Castilla les sobró.

Y luego Cortés, acompañado de Gonzalo de Sandoval y de Andrés de Tapia y otros caballeros, se fue a la Veracruz, y después que se hubo confesado y comulgado se embarcó; y quiso Nuestro Señor Dios darle tal viaje, que en cuarenta y dos días llegó a Castilla, sin parar en la Habana ni en isla ninguna, y fue a desembarcar cerca de la villa de Palos, junto a Nuestra Señora de la Rábida. Y de que se vieron en salvamento en aquella tierra hincan las rodillas en el suelo y alzan las manos al cielo dando muchas gracias a Dios por las mercedes que siempre le hacía; y llegaron a Castilla en el mes de diciembre de mil quinientos veintisiete años.

Pareció ser que Gonzalo de Sandoval iba muy doliente, y a grandes alegrías hubo tristezas, que fue Dios servido que de ahí a pocos días de llevarle de esta vida en la villa de Palos.

Y de que hubo ordenado su ánima y hecho testamento, dió el ánima a Nuestro Señor Dios que la crió; y por su muerte se hizo gran sentimiento, y con toda la pompa que pudieron le enterraron en el monasterio de Nuestra Señora de la Rábida, y Cortés con todos los caballeros que iban en su compañía se pusieron luto. Pedón de Dios. Amén.

Y luego Cortés envió correo a Su Majestad, y al cardenal de Sigüenza, y al duque de Béjar, y al conde de Aguilar, y a otros caballeros, e hizo saber había llegado (a) aquel puerto y de cómo Gonzalo de Sandoval había fallecido, e hizo relación de la calidad de su persona y de los grandes servicios que había hecho a Su Majestad, y que fue capitán de mucha estima, así para mandar ejércitos como para pelear por su persona. Y después que aquellas cartas llegaron ante Su Majestad, recibió alegría de la venida de Cortés, puesto que le pesó de la muerte de Sandoval, porque ya tenía gran noticia de su generosa persona, y asimismo el cardenal don García de Loaisa y el Real Consejo de Indias; pues el duque de Béjar y el conde de Aguilar y otros caballeros se holgaron en gran manera, puesto a todos les pesó de la muerte de Sandoval; y luego fue el duque de Béjar, juntamente con el conde de Aguilar, a dar más relación a Su Majestad.

Y dijo el duque de Béjar al mismo Cortés, como por pasatiempo, desde que hubo llegado a la Corte, que habían oído decir a Su Majestad, de que supo que era venido a Castilla, que tenía deseo de ver y conocer su persona de que tantos buenos servicios le ha hecho y de quien tantos males le han informado que hacía con mañas y astucias. Pues llegado Cortés a la Corte, Su Majestad le mandó señalar posada. Pues por parte del duque de Béjar y del conde de Aguilar y otros grandes señores sus deudos le salieron a recibir y se le hizo mucha honra, y otro día, con licencia de Su Majestad, fue a besarle sus reales pies, llevando en su compañía por intercesores, por más honrarle, al almirante de Castilla y al duque de Béjar, y al comendador mayor de León; y Cortés, después de demandar licencia para hablar, se arrodilló en el suelo, y Su Majestad le mandó levantar, y luego representé sus muchos servicios y todo lo acaecido en las conquistas e ida de Honduras, y las tramas que hubo en México del factor y veedor; y recontó todo lo que llevaba en la memoria, y porque era muy larga relación y por no embarazar más a Su Majestad en otras pláticas, dijo: Ya Vuestra Majestad está cansado de oírme, y para un tan gran emperador y monarca de todo el mundo como Vuestra Majestad es, no es justo que un vasallo como yo tenga tanto atrevimiento, y mi lengua no está acostumbrada hablar con Vuestra Majestad, podría ser que mi sentido no diga con aquel tan debido acato que debo todas las cosas acaecidas; aquí tengo este memorial, por donde Vuestra Majestad podrá ver, si fuere servido, todas las cosas por muy extenso cómo pasaron. Y entonces se hincó de rodillas para besarle los pies por las mercedes que fue servido hacerle en haberle oído. Y el emperador nuestro señor le mandó levantar, y el almirante y el duque de Béjar dijeron a Su Majestad que era digno de grandes mercedes; y luego le hizo marqués del Valle y le mandó dar ciertos pueblos, y aun le mandaba dar el hábito de Santiago; y como no se lo señalaron con renta, se calló por entonces, que esto yo no lo sé bien de qué manera fue, y le hizo capitán general de la Nueva España y Mar del Sur. Y Cortés se tornó a humillar para besarle sus reales pies, y Su Majestad le tornó a mandar levantar.

Y después de hechas estas grandes mercedes, desde ahí a pocos días que había llegado a Toledo adoleció Cortés, que llegó a estar tan al cabo que creyeron que se muriera, y el duque de Béjar y el comendador mayor, don Francisco de los Cobas, suplicaron a Su Majestad, que pues que Cortés tan grandes servicios le ha hecho, que le fuese a visitar antes de su muerte a su posada; y Su Majestad fue acompañado de duques, marqueses y condes y de don Francisco de los Cobas, y le visitó, que fue muy gran favor, y por tal se tuvo en la Corte. Y después que estuvo Cortés bueno, como se tenía por tan privado de Su Majestad, y el conde de Nasao le favorecía, y el duque de Béjar y el almirante, un domingo, yendo a misa, ya Su Majestad estaba en la iglesia mayor, acompañado de duques, marqueses y condes, y estaban asentados en sus asientos, conforme al estilo y calidad que entre ellos se tenía por costumbre de sentarse, vino Cortés algo tarde a misa, sobre cosa pensada, y pasó delante de algunos de aquellos ilustrísimos señores, con su falda de luto alzada, y se fue a sentar cerca del conde de Nasao, que estaba su asiento más cercano al emperador; y de que así lo vieron pasar delante aquellos grandes señores de salva, murmuraron de su gran presunción y osadía y tuviéronle por desacato y que no se había de atribuir a la policía de lo que de él decían; y entre aquellos duques y marqueses estaba el duque de Béjar y el almirante de Castilla y el conde de Aguilar, y respondieron que aquello no se le había de tener a Cortés a mal miramiento, porque Su Majestad, por honrarle, le había mandado que se fuese a sentar cerca del conde Nasao, porque, además de aquello que Su Majestad mandó, que mirasen y tuviesen noticia que Cortés, con sus compañeros, había ganado tantas tierras que toda la cristiandad le era en cargo, y que ellos los estados que tenían que los habían heredado de sus antepasados, por servicios que habían hecho, y que por estar desposado Cortés con su sobrina, Su Majestad le mandaba honrar.

Volvamos a Cortés, y diré que viéndose tan sublimado en privanza con el emperador nuestro señor y con el duque de Béjar y conde Nasao, y aun del almirante, y ya con título de marqués, comenzó a tenerse en tanta estima, que no tenía cuenta como era razón con quien le había favorecido y ayudado para que Su Majestad le diese el marquesado, que ni al cardenal fray García de Loaisa, ni a Cobos, ni a la señora doña María de Mendoza, ni a los del Real Consejo de Indias, que todos se le pasaba por alto, y todos sus cumplimientos eran con el duque de Béjar y conde de Nasao y el almirante, creyendo que tenía muy entablado su juego con tener privanza con tan grandes señores, y comenzó a suplicar con mucha instancia a Su Majestad que le hiciese merced de la gobernación de la Nueva España, y para ello representó otra vez sus servicios, y que siendo gobernador entendía en descubrir por la Mar del Sur islas y tierras muy ricas, y se ofreció con otros muchos cumplimientos, y aun les echó otra vez por intercesores al conde Nasao y al duque de Béjar y al almirante; y Su Majestad le respondió que se contentase, que le había dado el marquesado de más renta, y que también había de dar a los que le ayudaron a ganar la tierra, que eran merecedores de ello, que pues que lo conquistaron que lo gocen. Y de allí adelante comenzó a decaer de la gran privanza que tenía, porque, según dijeron muchas personas, el cardenal, que era presidente del Real Consejo de Indias, y los más señores de él habían entrado en consulta con Su Majestad sobre las cosas y mercedes de Cortés, y les pareció que no fuese gobernador. Otros dijeron que el comendador mayor y la señora doña María de Mendoza le fueron algo contrarios, pues que no hacia cuenta de ellos. Ora sea por uno o lo otro, el emperador nuestro señor no le quiso más oír, por más que le importunaba sobre la gobernación. Y en este instante se fue Su Majestad a embarcar en Barcelona para pasar a Flandes, y fueron acompañándole muchos duques y marqueses y condes y grandes señores, y asimismo, fue Cortés hasta Barcelona, ya con título de marqués, y siempre echaba por intercesores (a) aquellos duques y marqueses para suplicar a Su Majestad que le diese la gobernación; y Su Majestad respondió al conde Nasao que no le hablasen más en aquel caso, porque ya le había dado un marquesado que tenía más renta de él que el conde Nasao tenía con todo su estado.

Dejemos esto y digo que de ahí a pocos días, después que fue marqués, envió a Roma a besar los santos pies de nuestro Santo Padre el Papa Clemente, porque Adriano, que hacía por nosotros, ya había fallecido tres o cuatro años había, y envió por su embajador a un hidalgo que se decía Juan de Herrada, y con él envió un rico presente de piedras ricas y joyas de oro, y dos indios maestros jugar el palo con los pies, y le dió toda relación por un memorial de las tierras cómo son muy grandes y la manera que en ellas hay, y todos los indios eran idólatras y que se han vuelto cristianos, y otras muchas cosas que se convenían decir a nuestro Santo Padre.

Volvamos a decir lo que le aconteció en Roma a Juan de Herrada. Que después que fue a besar los santos pies de Su Santidad y presentó los dones que Cortés le envió y los indios que traían el palo con los pies, Su Santidad lo tuvo en mucho y dijo que daba gracias a Dios que en su tiempo tan grandes tierras se hubiesen descubierto y tantos números de gentes se hubiesen vuelto a nuestra santa fe, y mandó hacer procesiones y que todos diesen loores y gracias por ello a Dios, y dijo que Cortés y todos sus soldados habíamos hecho grandes servicios a Dios primeramente y al emperador don Carlos nuestro señor y a toda la cristiandad, y que éramos dignos de grandes mercedes, y entonces nos envió bula para salvarnos a culpa y a pena de todos nuestros pecados, y otras indulgencias para los hospitales e iglesias, con grandes perdones, y dió por muy bueno todo lo que Cortés había hecho en la Nueva España, según y conforme a lo que había hecho su antecesor el Papa Adriano, y escribió a Cortés en respuesta de su carta.

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