Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloPrólogo de Bernal Diaz del CastilloSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo I

COMIENZA LA RELACIÓN DE LA HISTORIA

Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor de la muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores y conquistadores de la Nueva España y sus provincias, y Cabo de Honduras e Higueras, que en esta tierra así se nombra; natural de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue de ella, que por otro nombre le llamaban el Galán, y de María Díez Rejón, su legítima mujer. que hayan santa gloria. Por lo que a mí toca y a todos los verdaderos conquistadores, mis compañeros, que hemos servido a su majestad así en descubrir v conquistar y pacificar y poblar todas las provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a nuestra costa, sin ser sabidor de ello Su Majestad, y hablando aquí en respuesta de lo que han dicho y escrito personas que no lo alcanzaron a saber, ni lo vieron, ni tener noticia verdadera de lo que sobre esta materia propusieron, salvo hablar a sabor de su paladar, por oscurecer si pudiesen nuestros muchos y notables servicios, porque no haya fama de ellos ni sean tenidos en tanta estima como son dignos de tener; y aun como la malicia humana es de tal calidad, no querrían los malos detractores que fuésemos antepuestos y recompensados como Su Majestad lo ha mandado a sus virreyes, presidentes y gobernadores; y dejando estas razones aparte, y porque cosas tan heroicas como adelante diré no se olviden, ni más las aniquilen, y claramente se conozcan ser verdaderas, y porque se reprueben y den por ninguno los libros que sobre esta materia han escrito, porque van muy viciosos y oscuros de la verdad; y porque haya fama memorable de nuestras conquistas, pues hay historias de hechos hazañosos que ha habido en el mundo, justa cosa es que estas nuestras tan ilustres se pongan entre las muy nombradas que han acaecido. Pues a tan excesivos riesgos de muerte y heridas, y mil cuentos de miseria, pusimos y aventuramos nuestras vidas, así por la mar descubriendo tierras que jamás se había tenido noticia de ellas, y de día y de noche batallando con multitud de belicosos guerreros; y tan apartados de Castilla, sin tener socorro ni ayuda ninguna, salvo la gran misericordia de Dios nuestro Señor, que es el socorro verdadero, que fue servído que ganásemos la Nueva España y la muy nombrada y gran ciudad de Tenuztitlán México, que así se nombra, y otras muchas ciudades y provincias, que por ser tantas aquí no declaro sus nombres; y después que las tuvimos pacificadas y pobladas de españoles, como muy buenos y leales vasallos (y) servidores de Su Majestad somos obligados a nuestro rey y señor natural, con mucho acato se las enviamos a dar y entregar con nuestros embajadores a Castilla, y desde allí a Flandes, donde Su MajestadSu Majestad, y han ido y van cotidianamente, así de los quintos reales y lo que llevan otras muchas personas de todas suertes; digo que haré esta relación, quién fue el primero descubridor de la provincia de Yucatán y cómo fuimos descubriendo la Nueva España, y quiénes fueron los capitanes y soldados Que lo conquistamos y poblamos, y otras muchas cosas que sobre las tales conquistas pasamos, que son dignas de saber y no poner en olvido, lo cual diré lo más breve que pueda y sobre todo con muy cierta verdad, como testigo de vista.

Y si hubiese de decir y traer a la memoria, parte por parte. los heroicos hechos que en las conquistas hicimos cada uno de los valerosos capitanes y fuertes soldados que desde el principio en ellas nos hallamos, fuera menester hacer un gran libro para declararlo como conviene, y un muy afamado coronista que tuviera otra más clara elocuencia y retórica en el decir, que estas mis palabras tan mal propuestas para poderlo intimar tan altamente como merece, según adelante verán en lo que está escrito; mas en lo que yo me hallé y vi Y entendí y me acordare, puesto que no vaya con aquel ornato tan encumbrado y estilo delicado que se requiere, yo lo escribiré con ayuda de Dios con recta verdad, allegándome al parecer de los sabios varones, que dicen que la buena retórica y pulidez en lo que escribieren es decir verdad, y no sublimar y decir lisonjas a unos capitanes y abajar a otros, en especial en una relación como ésta que siempre ha de haber memoria de ella. Y porque yo no soy latino, ni sé del arte de marear ni de sus grados y alturas, no trataré de ello; porque como digo, no lo sé, salvo en las guerras y batallas y pacificaciones como en ellas me hallé, porque yo soy el que vine desde la isla de Cuba de los primeros, en compañía de un capitán que se decía Francisco Hernández de Córdoba; trajimos de aquel viaje ciento y diez soldados; descubrimos lo de Yucatán y nos mataron, en la primera tierra que saltamos, que se dice la Punta de Cotoche, y en un pueblo más adelante que se llamaba Champotón, más de la mitad de nuestros compañeros; y el capitán salió con diez flechazos y todos los más soldados a dos y a tres heridas. Y viéndonos de aquel arte, hubimos de volver con mucho trabajo a la isla de Cuba, a donde habíamos salido con el armada. Y el capitán murió luego en llegando a tierra, por manera que de los ciento y diez soldados que veníamos quedaron muertos los cincuenta y siete.

Después de estas guerras volví segunda vez, desde la misma isla de Cuba, con otro capitán que se decía Juan de Grijalva; y tuvimos otros grandes rencuentros de guerra con los mismos indios del pueblo de Champotón, y en estas segundas batallas nos mataron muchos soldados; y desde aquel pueblo fuimos descubriendo la costa adelante hasta llegar a la Nueva España, y pasamos hasta la provincia de Pánuco. Y otra vez hubimos de volver a la isla de Cuba muy destrozados y trabajosos, así de hambre como de sed, y por otras causas que adelante diré en el capítulo que de ello se tratare. Y volviendo a mi cuento, vine la tercera vez con el venturoso y esforzado capitán don Hernando Cortés, que después, el tiempo andando, fue marqués del Valle y tuvo otros dictados. Digo que ningún capitán ni soldado pasó a esta Nueva España tres veces arreo, una tras otra, como yo; por manera que soy el más antiguo descubridor y conquistador que ha habido ni hay en la Nueva España, puesto que muchos soldados pasaron dos veces a descubrir, la una con Juan de Grijalva, ya por mí memorado, y otra con el valeroso Hernando Cortés; mas no todas tres veces arreo, porque si vino al principio con Francisco Hernández de Córdoba, no vino la segunda con Grijalva, ni la tercera con el esforzado Cortés.

Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, así en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas; y doy a Dios muchas gracias y loores por ello, para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinte y cuatro años, y en la isla de Cuba el gobernador de ella, que se decía Diego Velázquez, deudo mío, me prometió que me daría indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen; siempre tuve celo de buen soldado, que era obligado a tener, así para servir a Dios y a nuestro rey y señor, y procurar de ganar honra, como los nobles varones deben buscar la vida, e ir de bien en mejor. No se me puso por delante la muerte de los compañeros que en aquellos tiempos nos mataron, ni las heridas que me dieron, ni fatigas ni trabajos que pasé y pasan los que van a descubrir tierras nuevas, como nosotros nos aventuramos, siendo tan pocos compañeros, entrar en tan grandes poblaciones llenas de multitud de belicosos guerreros. Siempre fui adelante y no me quedé rezagado en los muchos vicios que había en la isla de Cuba, según más claro verán en esta relación, desde el año de quinientos catorce que vine de Castilla y comencé a militar en lo de Tierra Firme y a descubrir lo de Yucatán y Nueva España. Y como mis antepasados y mi padre y un mi hermano siempre fueron servidores de la Corona Real y de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, de muy gloriosa memoria, quise parecer en algo a ellos: y en aquel tiempo, que fue año de mil quinientos catorce, como declarado tengo, vino por gobernador de Tierra Firme un caballero que se decía Pedrarias Dávila, acordé de venirme con él a su gobernación y conquista. Y por acortar palabras no diré lo acaecido en el viaje, sino que unas veces con buen tiempo y otras con contrario, llegamos a el Nombre de Dios, porque así se llama.

Desde a tres o cuatro meses que estábamos poblados, dió pestilencia, de la cual se murieron muchos soldados, y demás de esto todos los más adolecíamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas. Y también había diferencias entre el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia, el cual se decia Vasco Núñez de Balboa, hombre rico. con quien Pedrarias Dávila casó una su hija, que se decía dona fulana Arias de Peñalosa, y después que la hubo desposado, según pareció y sobre sospechas que tuvo del yerno se le quería alzar con copia de soldados, para irse por la Mar del Sur, y por sentencia le mandó degollar, y hacer justicia de ciertos soldados. Y desde que vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre sus capitanes, y alcanzamos a saber que era nuevamente poblada y ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decía Diego Velázquez, natural de Cuéllar, ya otra vez por mí memorado, acordamos ciertos caballeros y personas de calidad, de los que habíamos venido con Pedrarias Dávila, de demandarle licencia para irnos a la isla' de Cuba, y él nos la dió de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que trajo de Castilla, para hacer guerra, porque no había qué conquistar, que todo estaba de paz, que Vasco Núñez de Balboa, su yerno de Pedrarias, lo había conquistado y la tierra de suyo es muy corta. Pues desde que tuvimos la licencia nos embarcamos en un buen navío y con buen tiempo llegamos a la isla de Cuba, y fuimos a hacer acato al gobernador, y él se holgó con nosotros y nos prometió que nos daría indios, en vacando.

Y como se habían ya pasado tres años así, en lo que estuvimos en Tierra Firme e isla de Cuba, y no habíamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de juntarnos ciento y diez compañeros de los que habíamos venido a Tierra Firme y de los que en la isla de Cuba no tenían indios, y concertamos con un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que ya le he nombrado otra vez y era hombre rico y tenía pueblo de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitán porque era suficiente para ello, para ir a nuestra ventura a buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas emplear nuestras personas. Y para aquel efecto compramos tres navíos, los dos de buen porte y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velázquez, fiado, con condición que primero que nos lo diese nos habíamos de obligar que habíamos de ir con aquellos tres navíos a unas isletas que estaban entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanaxes, y que habíamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas, para pagar con indios el barco, para servirse de ellos por esclavos. Y desde que vimos los soldados que aquello que nos pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos que lo que decía no lo manda Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos. Y desde que supo nuestro intento, dijo que era mejor que no el suyo, en ir a descubrir tierras nuevas, que no lo que él decía, y entonces nos ayudó con cosas para la armada. Hanme preguntado ciertos caballeros curiosos que para qué escribo estas palabras que dijo Diego Velázquez sobre vendernos su navío, porque parecen feas y no habían de ir en esta historia. Digo que las pongo porque así conviene por los pleitos que nos puso Diego Velázquez y el obispo de Burgos, arzobispo de Rosario, que se decía don Juan Rodríguez de Fonseca.

Y volviendo a nuestra materia, y desde que nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raíces, y compramos puercos, que costaban a tres pesos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba vacas ni carneros, porque entonces se comenzaba a poblar, y con otros mantenimientos de aceite, y compramos cuentas y cosas de rescate de poca valía, y buscamos tres pilotos, que el más principal y el que regía nuestra armada se decía Antón de Alaminos, natural de Palos, y el otro se decía Camacho de Triana, y el otro piloto se llamaba Juan Alvarez el Manquillo, natural de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que habíamos menester y el mejor aparejo que pudimos haber, así de cables y maromas y guindalezas y andas, y pipas para llevar agua, y todas otras maneras de cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y esto todo a nuestra costa y mención. Y después que nos hubimos recogido todos nuestros soldados, fuimos a un puerto que se dice y nombra en lengua de indios Axaruco, en la banda del norte, y estaba ocho leguas de una villa que entonces tenían poblada que se decía San Cristóbal, que desde ha dos años la pasaron adonde ahora está poblada la Habana.

Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de haber un clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decía Alonso González, el cual se fue con nosotros: y además de esto, elegimos proveedor a un soldado que se decía Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios nos encaminase a tierras ricas y gente que tuviese oro o plata, o perlas, u otras cualesquier riquezas, hubiese entre nosotros persona que guardase el real quinto. Y después de todo esto concertado y oído misa, encomendándonos a Dios Nuestro Señor y a la Virgen Santa María Nuestra Señora, su bendita Madre, comenzamos nuestro viaje de la manera que diré.

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