Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO IX - El breve periodo presidencial del Sr. Ingeniero Pascual Ortíz Rubio - Periodo presidencial del Sr. Ing. Pascual Ortíz Rubio (Primera parte)CAPÍTULO IX - El breve periodo presidencial del Sr. Ingeniero Pascual Ortíz Rubio - La liga de NacionesBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO NOVENO

EL BREVE PERIODO PRESIDENCIAL DEL SR. INGENIERO PASCUAL ORTÍZ RUBIO

PERIODO PRESIDENCIAL DEL SR. ING. PASCUAL ORTÍZ RUBIO
(SEGUNDA PARTE)


En el mes de diciembre de 1931, estando el autor en París, dirigió al señor general Calles la siguiente misiva:

Señor General de División Plutarco Elías Calles.
México, D. F.

Distinguido general y fino amigo:

Acabo de recibir un telegrama cifrado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en que se me comunica que el gobierno se ha visto en el caso de estudiar, detenidamente, el desarrollo de la propaganda clerical, que ha sido particularmente violenta en los últimos días.

De acuerdo con dicho telegrama, el Consejo de Ministros tomó en consideración hasta la posibilidad de un nuevo levantamento fanático, y resolvió, por lo pronto, prestar todo su apoyo a las medidas legislativas que dicten las Cámaras, en lo que toca a la reglamentación del culto en el Distrito y Territorios Federales.

Creo no violar la línea de conducta de absoluta reserva que voluntariamente me impuse, desde que, por razones que sería ocioso recordar, dejé de colaborar de un modo activo con la actual administración, escribiendo para usted una carta estrictamente confidencial en la que trataré de expresarle, con toda claridad, lo que opino sobre la situación que acaba de crearse.

Para puntualizar los hechos lógica y cronológicamente, comenzaré por referirme a la negligencia con que se ha permitido que el clero y los clericales se ensoberbezcan y recuperen la audacia que se les había hecho perder, cuando, después de una campaña final, que costó la cabeza de los jefes más destacados del movimiento cristero, se les llevó a la aceptación pura y simple de las bases de arreglo propuestas por el gobierno provisional.

Tales hechos son:

I. Permiso para que volvieran al país el Obispo Orozco y Jiménez, que había tomado parte activa en la resistencia armada en contra del gobierno.

II. Asistencia de los familiares de altos funcionarios a diferentes ceremonias religiosas de carácter público.

III. Propaganda continua en órganos periodísticos que, por la categoría de las personas que los controlan y dirigen, no pueden ser considerados más que como semi-oficiales.

Con cierta dosis de malicia, o con el deseo de sacar de los hechos el reproche y la lección que encierran, se podrá inclusive decir que el gobierno da muestras de una candidez total, sorprendiéndose, ya en los finales del Mes Guadalupano de un éxito clerical, que en parte fue posible por la liberalidad con que se permitió que se anunciaran las fiestas y que se transmitieran conciertos en el magnífico órgano traído de Milán, y que se reunieran fieles al amparo de las generosas reducciones de pasajes.

Pero no se trata, a mi juicio, de una simple manifestación de la insolencia con que el clero ha correspondido a la benignidad de nuestras autoridades. La actual sedición, armada o mental, tiene finalidades más hondas; y, para analizarlas, principiaré por decir a usted las diferencias profundas que existen, según mi modo de ver, entre los móviles que guiaron al clero en 1926 y los que lo guían en estos momentos.

En 1926, el clero mexicano veía con alarma creciente la consolidación del régimen revolucionario. Se nos había acusado de que no servíamos más que para destruir y las construcciones de caminos, de obras de irrigación y de escuelas rurales; así como las fundaciones de los Bancos de Crédito Agrícola y Ejidales, demostraban de un modo palpable que la Revolución tenía un programa constructivo, y que sin abandonar los postulados sociales que habían vivificado (subrayo esta frase porque más tarde habré de volver sobre ella) podía traer al país la prosperidad económica y una confianza interior y exterior en el nuevo régimen.

Consideradas así las cosas, el clero, al fomentar la revuelta, se propuso sustancialmente (y lo consiguió nos damos cuenta con sólo comparar el saldo de la gestión de usted en 1925, con los saldos de 1927 y 1928) impedir la continuación de la política de gobierno que habría seguido la administración de usted, si no hubiera tenido preocupaciones de otra índole.

Pero hoy no estamos en el mismo caso. El clero no se propone distraer el gobierno. Y como, en el terreno ideológico, la actual administración es claramente moderada, y una reorganización cualquiera, es lógico suponer que sería para inclinarla a la izquierda, se llega a la conclusión de que, si el clero obra, es a fondo; es decir, que cree llegado el momento de medrar en las divisiones que frecuentemente han sacudido al grupo revolucionario en los últimos tiempos (de ellas son testimonio los casi incontables cambios de funcionarios de todas categorías), bien para dislocar de un modo permanente al grupo, bien para arrancarle el poder, si las condiciones lo permiten.

Ante las eventualidades de una nueva lucha, no puede ocultársenos que jamás el grupo revolucionario se ha encontrado más indeciso y más débil que hoy. Indeciso, en el sentido de que no sabemos, bien a bien, lo que queremos. Débil en cuanto a que reveses -que la crisis general ha complicado- le han ido presentando problemas que cada día ha sido menos capaz de resolver.

Desde 1920 hasta 1929, en efecto, habíamos aceptado como artículo de fe revolucionaria la realización de la reforma agraria y el afianzamiento de las conquistas logradas por las clases obreras. Con ese programa se combatió a la imposición bonillista; con ese programa se aniquiló al delahuertismo; con ese programa se volvió al obregonismo, después de un balance en el que, de un modo consciente renunciamos al ideal democrático de la no reelección, para mejor consolidar el ano helo social de asegurar, en favor de nuestros campesinos y de nuestros obreros, ventajas que no tienen nada de excesivas.

Pero, desde 1930, nos hemos dado a proclamar que, para recuperar nuestro crédito interior y exterior y para obtener el florecimiento económico del país, debemos liquidar la política radical que se siguió por diez años; renunciar al reparto de ejidos, redactar un Código de Trabajo que dé garantías al capital y pagar nuestras deudas, cueste lo que cueste, lo mismo si descubriéramos que nuestros presupuestos se desploman de déficit en déficit, que si nos enteráramos de que la situación del mundo ha llegado al extremo de que los mismos acreedores se rehusen a cobrar.

La idea ha sido mala y, lo que es peor: inoportuna. Proponer la prosperidad y la recuperación del crédito en momentos de crisis general, en que nadie tiene confianza, ni cree en el crédito ni otorga crédito, tenía que conducirnos al fracaso. A un fracaso que le ha granjeado al gobierno la desconfianza de campesinos y obreros, sin darle siquiera una posición económica ya no digamos como la que usted, sin preocuparse por la confianza, mantuvo durante cuatro años, a pesar de la rebelión fanática; sino ni siquiera semejante a la que yo, igualmente desdeñoso de la decantada confianza, y lastrado por lo perentorio de mi gestión, entregué en 1930.

Ahora bien, el clericalismo, o el fanatismo, no son un mal aislado; el siglo XIX fue jacobino y pudo limitar su visión hasta declarar a la iglesia como única culpable. Nosotros, so pena de ser considerados como retrógrados, no podemos ocultarnos que el clericalismo no es más que uno de los aspectos de la reacción, y que ésta, según las circunstancias, muestra la cara del latifundismo, la del industrialismo esclavista, o la del simple clericalismo.

Analizando las cosas a fondo, debemos convenir por lo mismo, en que, si queremos realmente combatir al clericalismo, sin exponernos a que se dude de nuestra sinceridad, debemos atacarlo en todos los sectores, porque casi no valdría la pena de limitar los recursos de la iglesia, si por otro lado dejamos inviolados los latifundios o permitimos que reduzcan salarios los industriales que sostienen económicamente al mismo clero.

Y, llegando hasta la eventualidad del conflicto, porque sería pecar de imprevisión el no analizar las últimas consecuencias posibles de la línea de conducta que se adopte, no puede pasar inadvertido que, en caso de ruptura, la reacción presentaria un frente único compacto y que nosotros, en caso de ruptura, para combatirla, deberemos hacer otro tanto.

Hacer otro tanto, para nosotros, significa dar la lucha con el respaldo entusiasta de las masas campesinas, y obreras, dirigidas a través de un gobierno unificado y compacto. Una y otra cosa requerirían cambios de importancia en la política qne se sigue, y en la composición de la administración.

No se podrá contar con el apoyo entusiasta de las clases humildes cuando, persiguiendo quiméricos planes económicos, se han presentado a las Cámaras proyectos de leyes agrarias y obreras en que se daba un franco paso atrás y que, si no se aprobaron en su primitiva redacción, fue sólo por intervenciones personales diversas (en materia de trabajo, la de usted mismo) y en condiciones tales, que siempre pareció que se trataba de concesiones arrancadas al gobierno en contra de su voluntad, y de las cuales, por la misma razón, el Gobierno no sacó la más ligera ventaja moral.

Algunos actos aislados, de radicalismo declamatorio, no han podido servir más que para engañar a quienes los realizaron. Así, por ejemplo, la inauguración de Bancos que funcionaban con años de anticipación a la entrega de títulos de parcelas ejidales amparadas por resoluciones presidenciales anteriores no han podido dar en el campo la impresión de que se sigue el reparto agrario, ni menos, el borrar la certeza de mercantilismo sin precedentes que, en materia agraria, se introdujo, al cual, después de que hasta senadores insospechables de indisciplina hicieron alusión, se le encontró el remedio de castigar a segundas figuras que no eran más que cómplices y comparsas.

Aún en el caso de que el peligro común sirviera para unir a las clases populares alrededor de la lucha en contra del clero, no se le oculta a usted que tal lucha no puede ser afrontada más que por un gobierno uniforme, cuyos componentes no desdoblen su personalidad a través de periódicos a los que El Nacional ataca, porque sostienen doctrinas contrarias a las del gobierno, pero que al gobierno respalda manteniendo dentro de la administración a las altas personalidades que los controlan.

Después de dos años de política reconstructora me parece que ya llegó el momento de hacer su balance y de pronunciar su liquidación. Ese balance y esa liquidación, yo le aseguro a usted que no pueden ser más que éstos.

En horas de grave crisis económica y de intransigencia nacionalista; es decir, cuando los países de economía más sólida están al borde de la bancarrota, y se encastillan dentro de sus fronteras para no comprar nada de otros pueblos, no hay más desarrollo económico posible, que el que se emprende con los recursos propios y para la satisfacción de las necesidades interiores.

Los países con capital se dedicarán, por lo mismo, exclusivamente a impulsar las industrias de su propio suelo; y, cuando quieran ofrecer garantías a sus capitales, no se conformarán con aquellos que les brinde el Ministerio de Hacienda de una nación independiente, sino preferirán las que ellos mismos puedan otorgarse en colonias que han conquistado a costa de grandes sacrificios y que sería imprudente no desarrollar.

Los países como México, entre tanto, deberán resignarse a no desarrollarse más que para la satisfacción de sus propias necesidades. Para impulsar su industria, no deberán pensar en las ventas que puedan realizar en el extranjero, sino en las que puedan colocar dentro de sus propias fronteras. De ahí la necesidad de tener una masa de consumidores prósperos, y de ahí, también, la necesidad de no sacrificar la mano de obra nacional a la distante posibilidad de ir a disputar mercados a países industrializados en grande y desde hace muchos años, sino de procurar un nivel de prosperídad que se reflejará, más tarde, en su progreso que será obra de nosotros mismos, y no del auxilio generoso de los demás.

A riesgo de no haber explicado suficientemente mis ideas sobre la política económica que nos conviene, pero deseoso de no alargar más esta carta, y de no dejar sin tratar el punto que a usted en lo personal se refiere, voy a cambiar de tema.

En los sucesos de los últimos tiempos, a pesar que los deseos originales de usted, la intervención que usted ha tomado se ha ido haciendo más y más directa. A medida que la administración se ha ido sintiendo más incapaz de hacer frente sola, a la situación, la participación por desgracia, no ha sido siempre solicitada en una forma que contribuyera a conservar el prestigio revolucionario que tan legítimamente conquistó usted.

Su nombre se ha invocado para patrocinar la nueva política económíca, para autorizar reajustes en los ferrocarriles, para poner cortapisas a la aplicación de las leyes agrarias, para legislar en materia de trabajo ... No parece sino que sus amigos de hoy, se empeñan en hacerlo representar a usted el poco airoso papel de negar toda su vida pasada.

Yo creo, que ya es tiempo de que usted recapacite sobre ello y de que ponga un hasta aquí. Si condiciones imprevisibles, han impedido que usted realice su noble propósito de retirarse de la política activa, dejando los cimientos de una vida constitucional; si, después de pronunciarse contra el caudillismo, ha tenido usted que resignarse a que se le erija un caudillo único; si, ante la quiebra inminente de la actual situación, se ha encontrado usted de la noche a la mañana como síndico de la liquidación; que ello no signifique que usted haga frente al pasivo girando contra el saldo de simpatías que el país le reconoce, precisamente como realizador de una política que, diabólicamente, se quiere hacer que usted mismo destruya.

Que el toque de alarma de este brote clerical sirva para despertarnos a todos, y para hacernos seguir como un solo hombre, la única línea de conducta que puede asegurarnos la confianza del país, y la realización del México mejor con que todos soñamos.

Resumiendo los puntos de mi carta, diré a usted:

1° La insolencia del clero ha sido provocada, en parte, por la complacencia que el mismo gobierno o instituciones que dependen de él, o publicaciones que pertenecen a funcionarios de alta categoría, han venido teniendo para la propaganda religiosa.

2° El resurgimiento del clericalismo, es, además, consecuencia de la política de moderación, que ha tratado de implantarse en los últimos tiempos, y que ha provocado un doble movimiento de audacia en las clases acomodadas y de recelo en las clases proletarias.

3° Para combatir el clericalismo con el respaldo de las masas no hay camino más eficaz que el de ofrecer el combate en todos los sectores, y muy principalmente, en el económico, usando como instrumento un gobierno radical unido.

4° Después de dos años, de ofrecer que vamos a pagar nuestras deudas y a liquidar nuestra política radical, los resultados han sido bastante ilustrativos para demostrar que no es ése el camino por el que se recobra la confianza dentro ni fuera del pais. Tiempo es ya de abandonar esa línea de conducta ineficaz y de seguir el progreso revolucionario, dentro del cual, siquiera, como consecuentes con nosotros mismos.

5° Usted no debe consentir que se siga usando de su personalidad para escudarse en ella toda una política que es negación de la gestión de toda su vida y que, en el mejor de los casos, no servirá más que para colgarle un arrepentimiento extemporáneo y tardío.

6° La confianza en la política revolucionaria recta y prudentemente seguida, asegurará no sólo la estabilidad de la administración sino aún el resurgimiento del país que apuntaba sólidamente durante la gestión de usted.

He terminado y no quiero firmar sin reiterarle a usted los sentimientos de verdadera amistad que para usted he tenido siempre, ni menos decirle que esta carta pretende ser una nueva y verdadera demostración de confianza y amistad. Escrita sin rebuscamientos de estilo y sin complicaciones sociológicas ni citas eruditas, aspira, sin embargo, a ser convincente, por el simple hecho de que dice sólo lo que en ella quise decir.

E. Portes Gil.


SIGUE LA CRISIS EN EL GOBIERNO DEL SR. ORTIZ RUBIO

Estos acontecimientos y los que motivaron la renuncia de Alberto Vázquez del Mercado provocaron una seria crisis ministerial, la más grave de las muchas que se habían suscitado durante el gobierno del presidente Ortiz Rubio, procediendo a reorganizar su gabinete y nombrando a los generales Lázaro Cárdenas, secretario de Gobernación; Abelardo Rodríguez, secretario de Guerra y Marina; Saturnino Cedillo, secretario de Agricultura y Fomento. Todo hacía prever que la fortaleza con que había entrado al gobierno el presidente Ortiz Rubio se venía desvaneciendo de día en día, lo que dio por resultado final la renuncia que se vio obligado a presentar como presidente de la República, el día 2 de septiembre de 1932.

Por ser datos que interesan a la historia, voy a referir una entrevista que tuve en mi casa de la calle de Aguascalientes con el señor general Benito García Contreras, jefe de Estado Mayor del general Eulogio Ortiz, jefe de las Operaciones del Valle de México, y hombre de la confianza absoluta del presidente, a fines del mes de julio de 1932.

No dejó de sorprenderme que Ortiz, viejo amigo mío, me pidiera por conducto de su jefe de Estado Mayor, que lo recibiera en mi domicilio.

El general Benito García Contreras me manifestó que el general Ortiz no había podido venir a verme porque estaba sumamente enfermo de una fuerte bronconeumonía, pero que de parte de él me manifestaba que había sido comisionado por el presidente Ortiz Rubio para invitarme a colaborar con él en la Secretaría de Gobernación.

Ante aquel ofrecimiento que me hacía el presidente por conducto de Ortiz, le manifesté:

¿Cómo es posible que el ingeniero Ortiz Rubio desee mi colaboración en su gobierno, si él fue el principal cómplice del general Calles para desplazarme de la política?

- Las cosas -me dijo el enviado de Ortiz- van a cambiar totalmente. El señor presidente se ha convencido de que el principal causante del fracaso de su administración, es el general Calles, quien, desde que se inició el actual gobierno no ha dejado gobernar, y ante tal situación, el general Amaro, el general Cárdenas, el general Almazán, el general Mora, algunos ministros y mi general Ortiz han pulsado la opinión de muchos jefes del ejército, y convencido al presidente que lo llame a usted a fin de sacudirse la influencia del callismo, ya que se trata de sostener al gobierno legítimo de la República.

Es decir, expresé al enviado del general Ortiz, el presidente quiere que yo sea quien afronte la responsabilidad del gobierno y me enfrente a Calles. No, diga usted a Ortiz Rubio, que ya es tarde para hacer eso, y realmente no me merece ninguna confianza el presidente para dar una pelea contra don Plutarco. Si el presidente no vacilara en una lucha así, yo aceptaría su invitación y ganaríamos la pelea; pero, repito, ya es tarde y el ingeniero Ortiz Rubio nos dejaría a todos colgados. Diga usted al general Ortiz, para que a su vez se lo comunique al presidente, que no acepto nada y exprésele que desde que inició su gobierno, yo le hice ver que necesitaba revestirse de energía para no ser víctima, como lo está siendo en estos momentos.

En plática que tuve después con el general Ortiz, me ratificó lo enunciado y me invitó para que yo hablara con el presidente y con el general Amaro, a lo cual me negué terminantemente.

Otro hecho importante fue la entrevista que tuvo conmigo Carlos Riva Palacio, en mi despacho de la avenida Cinco de Mayo N° 10, Y después en una cena que nos dieron su señora y él en su casa a mi esposa y a mí. Esto sucedió a mediados del mes de agosto. Riva Palacio, a quien siempre tuve en gran estima, a pesar de las diferencias de criterio que tuvimos, me dijo en esas dos ocasiones:

He venido a verte para decirte que muy pronto tendrá que presentar su renuncia el ingeniero Ortiz Rubio, que en cierta forma se resiste a hacerlo. Tenemos ya controlada la Secretaría de Guerra, y en los cuarteles las fuerzas son leales. Los únicos que no están de acuerdo son el general Amaro y el general Cárdenas. De todos modos, está resuelto que deje la presidencia Ortiz Rubio.

Acabo de regresar de Morelia, a donde fui a ver al general Cárdenas, gobernador de Michoacán, y no hemos podido convencerlo de que esté de acuerdo con nuestra actitud. Me manifestó el general Cárdenas que platicara contigo y que te pusiera al tanto de lo que pensamos hacer y que si tú estabas de acuerdo con eso, él desde luego aceptaría.

Al contestar a Riva Palacio le expresé:

El general Cárdenas no se ha comunicado conmigo desde hace mucho tiempo, ni me ha pedido ninguna opinión; si me la pidiera, le diría que ustedes van a dar un golpe de Estado que puede costar sangre a la Nación, y tal sería un malísimo precedente que nos haría volver a 1913.

No niego -agregué- que yo vería con agrado la caída de Ortiz Rubio, que ha sido el instrumento del general Calles para desplazarme de la política; pero de eso a que yo contribuya a dar un golpe de Estado, hay una distancia inmensa.

Deseo permanecer totalmente al margen de toda esta prostitución política, sintiendo que por ambiciones, los hombres que debieran dar ejemplo de civismo estén corrompiendo al país.

Así terminó mi plática con Riva Palacio.

El señor general Cárdenas vive aún, y podrá decir si en efecto autorizó a Riva Palacio para tener la entrevista a que me he referido.

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