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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO OCTAVO

PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA

LA NOVENA CONVENCIÓN DE LA CONFEDERACIÓN REGIONAL OBRERA MEXICANA
Crisis provocada por sus líderes. Injustificados y violentos ataques al presidente de la República. Declaraciones que hice a la prensa. Declaraciones que hizo el General Calles. Actos de solidaridad del ejército, de los gobernadores de los Estados y del Congreso.


El 4 de diciembre de 1928, tres días después de que me hice cargo de la Presidencia, se inauguró en el Teatro Hidalgo la IX Convención de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM).

Bien sabido es que la CROM llegó a adquirir su mayor poderío bajo la administración del presidente Calles. Su influencia -que, en el año de 1920, es decir, después del triunfo de la Revolución de Agua Prieta era bien escasa- se fue extendiendo a todo el país gracias al apoyo que el gobierno le prestó. Muy pocos fueron los Estados de la República que quedaron fuera de su control durante los años de 1924 y 1928 Y sus líderes se valieron de todos los recursos que tenían a su alcance para dominar voluntades. Fue así como esa organización obrera, cuyo instrumento político era el Partido Laborista Mexicano, se fue adueñando de todos los sectores políticos de la República. Entre las entidades federativas que nunca pudo controlar la CROM, ni política, ni socialmente, figuró mi Estado natal, Tamaulipas, que me tocó gobernar constitucionalmente durante los años de 1925 a 1928. Las controversias que se entablaron entre los trabajadores de Tampico, centro petrolero de gran importancia en aquel entonces, y las brigadas ambulantes que el secretario de Industria, Comercio y Trabajo, don Luis N. Morones, enviaba frecuentemente a aquella región, para adueñarse de la situación, llegaron a revestir caracteres de luchas sangrientas, en que siempre resultaron vencedores los sindicatos de la región petrolera.

Fracasadas las desmedidas ambiciones del líder y secretario que -usando de procedimientos arbitrarios- trató siempre de desbaratar las organizaciones de trabajadores de Tampico y convencido de que el más fuerte obstáculo para el logro de sus ambiciones era el Gobierno de Tamaulipas, que con toda entereza se opuso a la conquista que desde la capital de la República pretendían hacer los líderes de la CROM, el mencionado señor Morones se convirtió en mi más encarnizado enemigo y no desaprovechó, desde aquella época, cuanta oportunidad se le presentaba para hostilizarme en todas las formas.

Esta lucha, por lo demás, no tuvo de parte del señor Morones ninguna justificación. Las agrupaciones que controlaba la CROM en la región petrolera, eran una minoría insignificante, que nunca llegó a tener influencia ni siquiera para desconocer a la inmensa mayoría de trabajadores de la región Sur de Tamaulipas y Norte de Veracruz.

Era natural, pues, que al reunirse la IX Convención de la CROM, el señor Morones y sus acompañantes aprovechasen el momento político para lanzar ataques a mi administración, pretendiendo con ello conquistar una situación que habían perdido desde el día en que fuera asesinado el general Obregón, principalmente, porque la opinión pública señaló, desde aquel momento, a los líderes de la CROM como responsables de aquel crimen, no porque ellos hubiesen armado la mano del asesino -lo que no se llegó a comprobar- sino porque los directores de la organización obrera venían pregonando en todas partes, en la tribuna y en la prensa, desde hacía meses, que el general Obregón no llegaría a la Presidencia de la República.

A la sesión de inauguración asistió el señor general Calles, quien pronunció un discurso mesurado y discreto, en el cual recomendó a la asamblea serenidad, seguramente porque a él había llegado la noticia de que se me iba a atacar rudamente por el señor Morones. En efecto, en la tarde de ese día, a iniciativa del mencionado líder de la CROM, los convencionistas tomaron la determinación de dirigirse al presidente de la República y exigirle se dictaran órdenes terminantes para impedir la representación de una obra teatral que se anunciaba en el Teatro Lírico; en la que, según ellos, se hacían severas críticas a los directores de la CROM, al Partido Laborista y a la Revolución. La petición, que fue apoyada con discursos violentos, llevaba el carácter de ultimátum; pues se prevenía que, en caso de que las autoridades no aceptasen las exigencias de la asamblea, ésta se trasladaría en masa al teatro con el objeto de suspender la representación de la obra, que calificaban de antiobrerista y contrarrevolucionaria.

En dicha asamblea se lanzaron rudos e injustificados ataques a algunos gobernadores; entre ellos a mí, acusándome de que mi labor al frente del Gobierno de mi Estado, había sido antiobrerista y claudicante.

En la sesión que relato, se encontraba presente el entonces general de división Roberto Cruz, jefe de las Operaciones en el Estado de Michoacán, quien también pronunció un discurso en el que se solidarizaba con los líderes de la CROM y aun manifestó que su espada estaba a disposición de la organización obrera allí representada. Este fue uno de los motivos que ameritaron que fuese relevado del mando.

La conducta del señor Morones era tanto más inconsecuente cuanto que el 28 del mes de noviembre -es decir, tres días antes de hacerme cargo del Gobierno Provisional- a petición suya y con mediación del presidente Calles, habían celebrado conmigo en la casa del doctor Puig Casauranc, una entrevista los señores Ricardo Treviño, Reynaldo Cervantes Torres y Ezequiel Salcedo, representantes de la CROM; entrevista en la cual les hice patentes los propósitos que abrigaba de impulsar la organización obrera que ellos dirigían, sin perjuicio, naturalmente, de las otras organizaciones de trabajadores.

Al enterarme -por la prensa, al día siguiente de inaugurada la Convención- de las exigencias de los convencionistas, me dirigí a la asamblea en los siguientes términos:

Señores Presidente y Secretario de Acuerdos de la Convención Anual de la Confederación Regional Obrera Mexicana.
Teatro Hidalgo.
Ciudad.

La prensa de hoy me entera de que esa Convención acordó dirigirme un mensaje para que dicte las medidas encaminadas a impedir que se represente~ en el Teatro Lírico, una obra en la que, a juicio de algunos de ustedes, porque supongo que no la conocen, se enderezan ataques contra el movimiento obrero y contra la Revolución.

Aunque no tengo en mi poder todavía el telegrama anunciado, considero que lo fundamental no es el recibirlo, sino enterarse de él y paso inmediatamente a dar la respuesta:

Según declaraciones expresas que hice el día 30 de noviembre, no me propongo constreñir la libre expresión, verbal o escrita; y, aficialmente, no podré tomar ninguna determinación en el sentido de que ustedes salicitan. En lo particular, sí quiero hacer valer la poca a mucha influencia personal que llegue a tener, para impedir que se exterioricen ataques contra la Revolución o contra arganizaciones obreras, la CROM entre ellas, y, en el caso especial de que se trata, recibiré con gusto una comisión que ustedes nombren para que me informe sobre la obra de que se hace mérito y sobre los ataques a que se refieren, siempre naturalmente, sobre la base de que se trata de ataques contra la revolución o contra la respetabilidad de la CROM y no de ataques contra personas, ya que, desde el presidente de la República hasta el último de los ciudadanos, todos y cada uno de las mexicanos deberemos quedar sujetos a las sanciones de la apinión pública que, en muchas acasiones, servirán para moderar nuestras pasiones y aun para constreñirnos a seguir un camino de honradez pública y privada.

Como en alguna de las sesiones de esta Convención se enderezaran ataques contra el Gobierno de Tamaulipas (que a mí me tocó presidir) y como esos ataques incluyeron la declaración de que en Tamaulipas se hastiliza a las arganizaciones obreras, considero indispensable aprovechar esta ocasión para formular una declaración de cuya exactitud espero que no haya la menor duda.

No soy enemigo de la Confederación Regional Obrera Mexicana, ni quiero utilizar mi actual posición oficial para hostilizar a ninguna organización obrera.

Tengo un alto sentido de la responsabilidad de funcionario y no usaré nunca de la fuerza que me da el ejercicio de un poder, siempre transitario, para ayudar a impulsar organizaciones que me sean afines, en contra de arganizaciones obreras extrañas o aun hostiles.

... Siempre he considerado que la unificación abrera tendrá que ser resultado del buen entendimiento a que algún día lleguen las distintas arganizaciones obreras regionales o locales. Y mal podría atacar o haber atacado a la CROM cuando precisamente critico como defectuosa la táctica de lucha, a que recurrieran algunos líderes de la misma, al pretender entrar de manera artificial en regiones qUe controlaban otras arganizaciones, o destruir sindicatos que no les eran filiales, creando pequeños núcleos o nuevos sindicatos, convertidos más tarde en fuentes de contraversia y pugnas que habrían sido evitadas si se hubiera seguido el criterio de respetar, en toda caso, a las organizaciones que controlaban la mayoría de una región, o de una factoría, para conseguir, por caminos de persuasión, o despertando la conciencia de la clase proletaria, la única y verdadera unificación por la que vale la pena de luchar.

En el Estado de Tamaulipas -y esto me interesa puutualizarlo, parque deberá dar la norma de mi acción frente a los obreros organizados de la República- no puede citarse un solo caso en el que el Gobierno del Estado no haya cumplido estrictamente con el Artículo 123 Constitucional, que inmediatamente se reglamentó, ni puede citarse tampoco ningún caso de hostilidad en contra de las organizaciones obreras.

Más aún: tengo la intima satisfacción de consignar que las organizaciones obreras del puerto de Tampico han llegado a un grado envidiable de prosperidad económica; que tienen un alto sentido de lo que significan los derechos y las responsabilidades de los obreros en el actual estado de la civilización, que tienen verdadero sentido proletario de clase y que, gracias a su unificación y a la respetabilidad que han llegado a afianzar, tienen adquiridas ventajas que, en muchas organizaciones de otras regiones de la República y del mismo Distrito Federal, constituyen todavía verdaderas utopías. Y esto no es una declaración puramente retórica, sino un hecho perfectamente tangible, del cual puede convencerse esa Convención, si designa una comisión de 40 a 50 de sus miembros, que vaya a Tamaulipas, para estudiar el estado en que se encuentran los sindicatos del puerto, y para cambiar impresiones con los obreros del mismo.

Las anteriores declaraciones, espero que sirvan no sólo para restituir las cosas al verdadero sitio que les corresponde, sino también para evitar suspicacias indebidas, de parte de elementos trabajadores de la CROM. Las organizaciones obreras son para mí absolutamente respetables, como antes he declarado, y ninguno de los actos del Gobierno vendrá a destruir las organizaciones de la CROM, y ni siquiera a extemar sugestiones sobre su sistema de composición. Estas son cosas que a la misma organización le corresponde resolver, y al Gobierno, como representante del poder público, lo único que le toca es hacer profesión de fe claramente obrerista y consignar que el tiempo se encargará de testimoniar que no hay razón para imaginar siquiera que la suerte de cualquier organización obrera esté a la fecha amenazada.

Ojalá que las anteriores declaraciones sirvan, como con tanta razón expuso el señor general Calles en el discurso que pronunció en la misma Convención, para serenar los ánimos. Anunciar encarcelamientos y crímenes, en los que nadie ha pensado, puede dar resultados contrarios a los intereses de los obreros, que vivirán en un estado espiritual de desconfianza, tanto más injustificado cuanto que el Gobierno está resue1to a darles toda clase de garantías. En prueba de ello, ya se estudia, con la cooperación de obreros y patrones, la expedición de un código de trabajo que venga a poner término a la incertidumbre imperante y a definir con claridad las obligaciones y derechos de las clases obreras y del gremio patronal.

México, Diciembre 5 de 1928.
El Presidente de la República, E. Portes Gil.

Al mismo tiempo, di órdenes al Gobernador del Distrito y al Inspector de Policía para que inmediatamente apostaran en las inmediaciones del Teatro Lírico fuerza pública suficiente para evitar el atropello que el señor Morones pretendía cometer en contra de la libre expresión del pensamiento.

La obra teatral que originó la indignación de los líderes de la CROM y que se titulaba El desmoronamiento de Morones, hacía una severa crítica de los procedimientos gangsteriles que usaron los directores del movimiento obrero en aquel entonces, para imponer sus caprichos. Asimismo, exhibía todas las lacras de que en su vida pública hacían ostentación algunos de dichos líderes, especialmente el señor Morones, quien en una de las escenas, aparecía en su famosa Quinta de Tlalpan, presidiendo las grandes bacanales que noche a noche -y con asistencia de altos funcionarios del anterior gobierno- se celebraban.

Tan pronto como los convencionistas se enteraron de la actitud enérgica asumida por mí como jefe del Poder Ejecutivo, en defensa de la libre expresión del pensamiento, en la sesión que tuvo lugar el día 6, se pronunciaron candentes discursos haciendo al Gobierno las más injustificadas y violentas acusaciones. Ese mismo día los convencionistas tomaron los siguientes acuerdos, que significaban un completo distanciamiento con el gobierno de la República.

I. Que se retiren los delegados de la CROM de la Convención Obrero-Patronal.

II. Que los miembros de la CROM que ocupen puestos públicos renuncien a ellos, y;

III. Que, siendo el Teatro Hidalgo una dependencia del Gobierno, se retire de él la Convención, celebrando sus sesiones desde por la tarde en el Tívoli del Eliseo.

Como contestación a las resoluciones de la asamblea, la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, por acuerdo expreso del que esto escribe, hizo las siguientes declaraciones, que fueron publicadas en la prensa del día 8:

El señor presidente de la República, con motivo de la renovación casi total que nos veremos obligados a hacer en el Departamento de Trabajo de la Secretaría de Industria, por la renuncia ya anunciada -y que se aceptará- de los elementos de la CROM, ha querido dejarme la responsabilidad total, absoluta, del nombramiento de dicho personal, y, naturalmente del funcionamiento del referido organismo.

Para corresponder a la confianza del primer Magistrado, me propongo y prometo escoger personas sólo a base de afán de trabajo, de moralidad y de competencia técnica, exigiendo, como condiciones precisas adicionales, en cada caso, las siguientes:

PRIMERA.- Simpatía mental con los problemas obreros y en general de naturaleza social, con un alto sentimiento humano de comprensión y de justicia, y,

SEGUNDA.- Ausencia absoluta, actual y anterior, de rencores, despechos o querellas con ninguna organización obrera.

Como se ve, la política por mí iniciada apenas tres días después de que los líderes de la CROM emprendieran su hostilidad en contra de la administración que presidía, se podía sintetizar en la de un absoluto respeto a las organizaciones de los trabajadores y en una efectiva ayuda, de parte del Gobierno, para la conquista de sus derechos. Al mismo tiempo que el Ejecutivo rechazaba en tono enérgico imputaciones que hacían los líderes moronistas, en las Cámaras de Diputados y Senadores se celebraban sesiones tormentosas en que se puso de manifiesto la total solidaridad de los legisladores con el Gobierno de la República.

El diputado Aurelio Manrique lanzó duros ataques en contra del general Calles, acusándolo de que era solidario de los líderes de la CROM en contra del Gobierno.

En la sesión del 7 de diciembre, se acordó que los diputados y senadores en masa fueran a hacer patente al Ejecutivo su más franca y leal adhesión. Ese mismo día, al recibir a los representantes en el Salón de Embajadores y al contestar algunas alusiones que se hicieron en contra de la personalidad del general Calles, hice las siguientes declaraciones:

Señores Diputados:

Estoy profundamente conmovido ante la manifestación sincera que me hace la Cámara de Diputados y altamente agradecido porque significa que la Nación va calificando nuestra labor en los cuantos días que tenemos en el Gobierno. Ustedes pueden llevar a la conciencia pública la convicción de que nuestro proceder está de estricto apego a la ley y a la moral.

La linea recta es la más corta y fácil de seguir en la vida pública y privada de los funcionarios y, por ello, la he seguido siempre.

Tengo la convicción de que el general Calles no se solidarizará con la política de quienes de modo inmotivado atacaron la administración: la sinceridad, el deseo de conciliar, lleváronlo a la Convención creyendo que ahí se tratarían solamente asuntos sociales y de trabajo, y que no sería tribuna para hablar en la forma en que se habló.

Creo que la crisis es pasajera, confío en la unificación revolucionaria y, en cuanto a nuestros trabajos en el Gobierno, que el pueblo de la República los juzgue y la posteridad se encargue de calificarlos.

Quiero recomendar a ustedes la mayor serenidad y ponderación en los actuales momentos.

Las muestras de adhesión, que recibí de todas partes de la República, durante aquellos días, fueron la más cálida manifestación de que la inmensa mayoría de los mexicanos apoyaba con entusiasmo mi administración, los jefes de operaciones, jefes de corporaciones, escuelas militares, organizaciones campesinas, obreras y políticas (inclusive muchos sindicatos pertenecientes a la CROM), organizaciones sociales, la prensa de todos los matices y millares de gentes testimoniaron en mensajes entusiastas su inconformidad con la conducta grosera y poco comedida de los líderes moronistas. Sin duda, el testimonio más elocuente de cariño que recibí del pueblo de México, fue el aplauso unánime que se me tributó en la Plaza de Toros durante la tarde del domingo 6, en que más de veinticinco mil espectadores me aclamaron delirantemente, poniéndose en pie para hacerme patente su entusiasmo por aqueIla actitud mía.

Pasados los acontecimientos relacionados, que provocaron una gran agitación en todos los sectores sociales, especialmente entre los elementos políticos y, en previsión de mayores consecuencias que hubiesen determinado un rompimiento con el general Calles, que habría sido perjudicial para la Nación; consecuente con la conducta que me fijé desde el día en que me hice cargo de la presidencia provisional (conducta expuesta con toda amplitud en el mensaje que leí en el Estadio, en el sentido de que mi actuación se ceñiría en todo al propósito de ser un elemento de unificación entre los revolucionarios y no un factor de discordia, que provocara mayores divisiones de las que ya existían), el domingo 6 del mismo mes de diciembre, por la tarde, supliqué al señor ingeniero Luis L. León que pasara a mi domicilio. Ya en mi presencia, le manifesté más o menos lo siguiente:

El momento por el que atraviesa el Gobierno plantea una crisis profunda como consecuencia de la conducta de los líderes moronistas. De todas partes de la República estoy recibiendo mensajes de adhesión que revelan claramente el fuerte respaldo que tiene el gobierno provisional. Nada grave pasaría, si no se creyera como se cree -y aun por las gentes más allegadas a nosotros- que el general Calles ha autorizado a Morones para asumir tal actitud, cosa que yo he desmentido públicamente desde el instante en que me entrevistaron los miembros del Congreso de la Unión. Pero, como hasta ahora el general Calles ha permanecido callado, sin hacer ninguna declaración pública, nuestros amigos comienzan a alarmarse, creo que sin justificación. Como yo soy el primero en reconocer el patriotismo del general Calles, he creído pertinente lo veas de mi parte y le digas que es indispensable que defina cuál será la actitud que va a asumir en esta crisis; pues cada día que pasa crece el descontento público, que yo estoy obligado a calmar.

El señor ingeniero León se trasladó inmediatamente a la residencia del general Calles y, en la prensa del día 8, aparecieron las siguientes declaraciones:

En mi mensaje del primero de septiembre a las Cámaras Federales, creí cumplir con mi deber señalando los derroteros que me parecieron y siguen pareciéndome forzoso, para conseguir la paz inmediata y futura, para salvar las conquistas revolucionarias, y para llegar, por un desarrollo pacífico, evolutivo de México, a la situación de un verdadero país institucional.

Creo también haber puesto con toda honradez y sinceridad los medios para lograr el primer paso en el sendero indicado, por la transmisión pacífica del poder y, sintiéndome obligado y deseoso de seguir sirviendo a mi Patria, para la consecución de esos fines señalados, que merecieron la aprobación unánime en el interior y en el exterior de México, que a mí me parecieron siempre desinteresados y patrióticos, y que quizá hayan contribuido a lograrlo ya, no vacilé en iniciar, apenas concluido el mandato que me había conferido el pueblo, los trabajos necesarios para la organización del Partido Nacional Revolucionario, cuya misión debe ser unir a la familia revolucionaria del país, facilitando la vida institucional de México, por el ejercicio democrático de otros partidos antagónicos, también de doctrina.

Pero analizando la situación producida en los últimos días y tras un riguroso examen de ella, encuentro que tal vez no sea yo el indicado para cumplir esa obra, y que, para facilitarla y para acabar con toda suspicacia que pudiera existir con relación a los verdaderos móviles que han animado mi actitud, debo retirarme absoluta y definitivamente de la vida política y volver, como vuelvo hoy, a la condición del más obscuro ciudadano, que ya no intenta ser, ni lo será nunca, factor político de México.

Y hecha esta declaración, que no necesito decir, dados mis antecedentes, hasta qué punto significa una resolución irrevocable, voy a atreverme, por última vez, a insistir sobre algunos aspectos del mensaje presidencial a que he aludido, con la esperanza de que en esta ocasión, nadie, ni el más enconado enemigo, podrá suponer miras interesadas y bastardas a la expresión de mi pensamiento.

Insisto en que es absolutamente indispensable, si queremos paz y vida institucional en México, que llegue a lograrse la unificación revolucionaria, ya que sólo en la familia revolucionaria dividida o dispersada en la actualidad en México, hay fuerzas materiales y morales suficientes para controlar los destinos inmediatos del pais y recomiendo no desmayar en la formación del Partido Nacional Revolucionario. Sólo la falta de serenidad, de renunciación, de un generoso espíritu de sacrificio puede ser obstáculo a esa unificación revolucionaria, para la cual los hombres deben desaparecer si dificultan la realización del noble empeño.

Hemos conseguido ya una parte, y no quizá la más fácil, en el plan trazado. Cuenta México con un gobierno provisional constitucional que tiene la fuerza incontrastable de la legalidad, el apoyo sincero y entusiasta de todos los hombres que se preocupan por el bien de México y la garantía y fuerza que le presta el ejército nacional, que tiene que sentirse, hoy más todavía que durante los últimos gobiernos revolucionarios, con la obligación definitiva de hacer honor a su nombre y a su origen, respetando y apoyando la ley, más respetable y fuerte que hombre alguno.

En este último instante de mi vida política y aprovechando la solemnidad que da a mis palabras no el hombre que las dice, sino en último extremo, un egoísmo o un afán personal -si así quieren verlo mis enemigos- del hombre que desaparece voluntaria y definitivamente de la escena política de nuestro país; en este instante, quiero expresar nuevamente, y ahora más fundado que antes, por las experiencias acumuladas, quiero expresar mi fe perfecta en que todos los hermanos de armas, los soldados de la Revolución sabrán cumplir estrictamente sus compromisos de honor con el señor presidente de la República, que es el representante de la legalidad y de la Revolución misma.

Ni odios, ni dicterios, ni calumnias, ni ingratitudes, ni olvidos han hecho ni harán mella en mi espíritu.

No aminoran mi entusiasmo por los altos principios de la Revolución, ni obscurecen mi optimismo ante el porvenir de México.

Vuelvo, repito, a la más sencilla situación de cualquier ciudadano; y, así como antes afirmé que nunca aspiraría nuevamente a la presidencia de la República, declaro ahora que Plutarco Elías Calles no volverá a ser, ni intentará ser jamás factor político en México, y sólo en el desgraciado caso en que las instituciones del país se vean comprometidas, este ciudadano se pondrá a las órdenes del Gobierno legítimo, por si desea aceptar sus servicios en la forma en que se estimen necesarios, volviendo a ocupar la situación que hoy se fija a sí mismo, pasada la crisis.

México, D. F., diciembre 7 de 1928.
Gral. Plutarco Elías Calles.

Al mismo tiempo, el señor general Calles hizo a la prensa las siguientes declaraciones, que explican ampliamente los motivos de su presencia en la Convención de la CROM.

Quiero declarar para conocimiento de la opinión pública, las razones que me hicieron asistir a la Convención que está celebrando la CROM.

Fui a la Convención de la CROM obedeciendo la invitación que se me hizo y de acuerdo con mi costumbre de asistir a las Convenciones de esa organización obrera, todos los años; siguiendo la misma línea de conducta que mis convicciones revolucionarias me han trazado de asistir a todos los actos de carácter social, de obreros y campesinos, cualesquiera que sean las organizaciones a que pertenezcan, y en tratándose de la CROM con gran placer, por tratarse de una organización que ha contado con mi cariño, porque considero que es una de las cristalizaciones de los ideales revolucionarios. Mi presencia en la Convención fue erróneamente aprovechada, sin hacer ningún juicio sobre las intenciones, pues en lugar de desarrollarse temas sociales, se desarrollaron temas políticos, opiniones en las que no tengo ninguna participación y de cuya responsabilidad responderán sus expositores.

Ayer vino una comisión nombrada por la Convención citada, a enterarme de los acuerdos que habían tomado y yo les contesté, con mi franqueza habitual, que lamentaba profundamente la situación creada, que no estaba de acuerdo con mis consejos de serenidad, moderación y prudencia; que creía que eran infundados los temores sobre la actitud del actual Gobierno de la República y para el futuro, pues el actual Gobierno es revolucionario y tendrá que ser revolucionario, como creo firmemente que tendrán que serlo los gobiernos futuros en este país en que ya no es posible el establecimiento de un poder conservador.

Las declaraciones y el manifiesto preinsertos mostraron plenamente que los acontecimientos, que provocaron los líderes cromistas, trajeron consigo una grave crisis nacional. Si no hubiese sido por la serenidad y decoro con que procedí en aquellos momentos, el rompimiento con el ex-presidente Calles no se hubiera hecho esperar. Así dejo constancia de que mi conducta no defraudó en lo más mínimo mi dignidad, íntegra por todos conceptos, ya que, ni por un momento, creo haber comprometido la seriedad del Gobierno ante el hombre que, años más tarde, llegaría ser -por culpa de otros-, el jefe máximo, el hombre fuerte de México.

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