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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO OCTAVO

PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA

RELACIONES INTERNACIONALES
Posición de los países latinoamericanos en sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica. La doctrina Carranza.


Es sin género de duda, en el aspecto internacional, en el que la Revolución logra para México el más trascendente y más grande de sus éxitos.

Fue Carranza quien concibió la idea de forjar una Constitución que estableciera, antes que la de ningún otro país, el más trascendente y más grande concepto que modificara el régimen absoluto de la propiedad privada, dándole el carácter de una verdadera función social y reconociéndole a la Nación el derecho de imponer a la misma todas las modalidades que dicte el interés público; así como también la propia Constitución declaró propiedad del Estado el subsuelo, y todo lo que en él se encontrara: petróleo, minerales y demás productos naturales. Y cuando poderosas naciones imperialistas trataron de exigir la abrogación de tales preceptos, Carranza, Obregón y Calles, se enfrentaron con decisión a las pretensiones de esos países, sosteniendo la soberanía de México para dictar las leyes que más convinieran a sus necesidades.

Antes de 1910, la política internacional de México no se había definido. Se nos consideraba, por los grandes países, como una Nación sin personalidad. Los asuntos que las Cancillerías europeas trataban a nuestro Gobierno, lo hacían generalmente a través del Departamento de Estado Norteamericano, considerándonos dentro de la zona de influencia de los Estados Unidos.

Fue el presidente Carranza quien hizo ver al mundo entero que México es un país responsable y soberano y que, en consecuencia, no reconocería ninguna gestión diplomática, que no se hiciera directamente con nuestra Cancillería. Al igual que Carranza, todos los presidentes revolucionarios que se han sucedido en el Poder, han sustentado como principio internacional la inviolabilidad de nuestra soberanía y, esto, se lo debemos a la Revolución; como también a la Revolución le debemos haber logrado que nuestros más distinguidos hombres desempeñaran las más altas funciones internacionales: Castillo Nájera, presidiendo la Sociedad de las Naciones; Padilla Nervo, presidiendo la O.N.U.; Torres Bodet, la Unesco; Quintanilla, la Unión Panamericana; Amalia Castillo Ledón, la Unión Panamericana de Mujeres, y Rafael de la Colina, que se ha distinguido por su capacidad y dignidad de gran mexicano, en la O.N.U.

Durante los años de 1910 a 1930 la Revolución Mexicana se vio combatida por todas las fuerzas reaccionarias que se oponen al cumplimiento de su programa. Esas fuerzas son:

1° El imperialismo que representaban las grandes potencias que incondicionalmente estaban al servicio de los latifundistas, de las empresas industriales, mineras y de las compañías petroleras; y

2° La reacción mexicana, que unida al clero, pugnaba y sigue pugnando por eludir el cumplimiento de las leyes agrarias, obreras y del petróleo.

Cualquier reforma a la Legislación, cualquier acto tendiente a imponer la soberanía de México, provocaba las más violentas discusiones con la Cancillería Norteamericana.

Es durante esos años, que se cruzan con el Gobierno de Washington las más enérgicas notas diplomáticas, y los grandes acorazados del poderoso vecino del Norte estaban constantemente en aguas de Tampico y Veracruz, vigilando los actos de nuestro gobierno. En 1927, con motivo de la promulgaci6n de la Ley del Petróleo, estuvimos a punto de ser invadidos por las fuerzas de la Marina de los Estados Unidos.

Pero a pesar de todo, los Gobiernos Revolucionarios continúan, sin vacilación alguna, fieles a la confianza que el pueblo había depositado en ellos, rechazando con toda entereza y patriotismo las amenazas del Imperialismo.

Los cuartelazos de 1913, 1923, 1927 y 1929 y la rebelión cristera, que los Gobiernos, con la ayuda de los campesinos pudieron sofocar, no fueron sino revelación de la inconformidad de las fuerzas retardatarias de México, que se oponían al cumplimiento del programa revolucionario.

Es durante esos tres períodos de Gobierno, cuando se define la ideología de la Revolución Mexicana, no con declaraciones oratorias, sino con la formidable actuación en el seno del pueblo, de 1915 a 1919 de Venustiano Carranza, de 1921 a 1924 de Alvaro Obregón y de 1925 a 1928 de Plutarco Elías Calles.

Obregón expide el primer Reglamento Agrario, y es entonces cuando se inicia vigorosamente el reparto de las tierras. Los latifundistas y las compañías petroleras tienen a su servicio las llamadas guardias blancas, que asesinan campesinos, y éstos en su mayoría peones de las haciendas, no entienden que su salvación está en solicitar la dotación o la restitución de las tierras de que fueron despojados durante 400 años de feudalismo. Se hace necesaria una labor constante de convencimiento para formar núcleos de solicitantes de tierras. Además, el Gobierno carece de técnicos y la miseria de los presupuestos no permite dispendios exagerados; pero no obstante, se trabaja intensamente con los pocos agrónomos de que se disponía y es en esa época, de 1920 a 1935, cuando los ejidos se administran mejor, cuando menos abusos se cometen por los Comisariados y cuando los líderes del campo, maestros y agrónomos. entienden mejor su papel de conductores de la Comunidad.

Es en esos años cuando nace la escuela rural, creación de la Revolución Mexicana con el maestro apóstol que imparte sus enseñanzas con desinterés y patriotismo. Los esfuerzos de Obregón y de Calles para dar cumplimiento a las Leyes Agrarias son meritorios bajo todos conceptos. y si las estadísticas acusan cifras muy modestas en restitución y dotación de tierras, tal se debe a las causas enunciadas; pero no a claudicación de aquellos dos grandes valores de la Revolución. Afortunadamente, en el año de 1927 el Gobierno Norteamericano da una conversión hacia el ángulo de la justicia y después de una agria disputa con el Gobierno de México, inicia relaciones amistosas basadas en la comprensión de nuestros problemas. Posteriormente, la llegada del presidente Roosevelt y la segunda Guerra Mundial contribuyeron mucho para hacer que nuestro poderoso vecino del Norte se humanizara y se convenciera de que México es un pueblo soberano, con pleno derecho a darse las leyes que mejor le acomoden a su condición de pueblo libre.

Con Roosevelt, se inicia por primera vez en América la política del buen vecino, que ha contribuido a fomentar las buenas relaciones entre los Estados Unidos de Norteamérica y la América Hispana.

Tal doctrina, para que sea efectiva, necesita fundarse en la comprensión mutua. No ser una simple fórmula literaria para halagar a los pueblos, sino una tesis viviente, de fuertes vinculaciones, que siembre en el corazón de todos los pueblos americanos la fe y la confianza de que, en el futuro, los Estados Unidos desarrollarán una política de igualdad y de confraternidad para todos nosotros.

La actitud de los países de Latinoamérica en relación con los Estados Unidos debe ser siempre digna y, digo esto, porque frecuentemente algunos de nuestros hombres públicos dan más de lo que se les pide y tal manera de obrar es lo que constituye el entreguismo.

El presidente Obregón decía que frente a los norteamericanos, nos convenía más tenerlos de enemigos que de amigos, porque lo primero nos prevenía y nos hacía desconfiados, y lo segundo, es siempre peligroso porque sin darnos cuenta se va cediendo más de lo que el decoro aconseja.

Para la época en que gobernó el General Obregón el consejo no era malo, ya que entonces los Gobiernos de Norteamérica eran inhumanos, imperialistas y crueles con nuestros países. En la actualidad la cosa ha cambiado, y la buena amistad y la confianza son preferibles a la enemistad y al recelo.

Lo que deben hacer los estadistas de Latinoamérica, que tienen en sus manos la política internacional, es hablar claro, decir siempre la verdad, defender con celo el decoro de nuestros pueblos, y despojarse de ese complejo de inferioridad y de timidez que suelen tener algunos de nuestros hombres públicos cuando tratan con los representantes del país más poderoso de la tierra.

Creemos conocer la idiosincrasia del hombre de negocios de los Estados Unidos. Sabemos que el norteamericano es hombre de una pieza, que su ética es virtud que debemos admirar y que cuando al estadounidense se le habla con sinceridad y se le presentan las cartas sobre la mesa, defendiendo lo que es justo y procedente, responde con integridad y reconoce la justicia.

Hablar siempre en un plano de altura y de justificación, traerá para nuestros pueblos positivos beneficios y si no se remedian situaciones de injusticia, cuando menos que quede la satisfacción de haber defendido con decoro y entereza las buenas causas. En cambio, cuando no se alega y no se hace saber al fuerte el error que comete, el perjuicio es irreparable y las generaciones futuras serán las que paguen a alto precio la debilidad de sus antecesores, que no hablaron bien ni a tiempo.

Tales son, sintéticamente, las realizaciones que para bien de México ha implantado la Revolución en su proyección internacional, pudiendo decir, con orgullo, que México que fue calumniado por toda la prensa del mundo, durante más de 40 años, considerándonos como un pueblo ingobernable e incapaz de formar parte -como se decía entonces- del concierto de las naciones civilizadas, ha demostrado al mundo, que sus luchas fratricidas sirvieron para realizar evoluciones indestructibles que han admirado los demás países de América y Europa. México, igualmente, ha demostrado cómo se forma una nacionalidad sin ayuda de nadie y cómo se derrama sangre fecunda en beneficio de los ideales humanos. Nuestro programa social, nacionalista, es muy mexicano y tiene todos los matices y la ductilidad necesaria para adaptarse en el futuro, a todas las transformaciones sociales que hagan la felicidad del pueblo, sin necesidad de recurrir a sistemas que otros países han adoptado, de acuerdo o no con sus necesidades. México, debemos proclamarlo con orgullo, está dando al mundo altos ejemplos y en su lucha por la libertad ha sido generoso, defendiendo a los débiles, combatiendo el bárbaro derecho de conquista, el anacrónico coloniaje y el abuso de los fuertes que se empeñan en someter a los débiles. Con esto, la República Mexicana puede enorgullecerse de haber encontrado el camino de la paz interior, que los grandes países imperialistas se empeñan inútilmente en obstruir. Pero es que México, el México de la Revolución Mexicana, defiende siempre la justicia social, la igualdad y el respeto a la soberanía de todos los pueblos.

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