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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO SEXTO

INICIACIÓN DE LA OBRA CONSTRUCTIVA DE LA REVOLUCIÓN

MANIFIESTO DE DON ADOLFO DE LA HUERTA
Más de 60 000 hombres del ejército, encabezados por los Generales Enrique Estrada, Fortunato Matcotte, Guadalupe Sánchez, Manuel M. Diéguez, Salvador Alvarado, Manuel García Vigil y otros se pronuncian contra el presidente Obregón, poniéndose a las órdenes del señor De la Huerta. Asesinato proditorio del lider socialista y gobernador de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto.


En Veracruz, don Adolfo de la Huerta expidió un manifiesto desconociendo al gobierno del presidente Obregón, en el que expresaba:

CONSIDERANDO, que al iniciarse la campaña electoral para la designación del presidente de la República se ha manifestado claramente el propósito del actual encargado del Poder Ejecutivo Federal de imponer la candidatura del general Plutarco Elías Calles, echando mano de todos los recursos del Erario, de todos los empleados de la administración pública y principalmente del ejército, como instrumento decisivo y de fuerza; queriendo corromper así su preclaro origen revolucionario y el noble espíritu de la institución.

CONSIDERANDO, que con anterioridad a esto, en las elecciones del Poder Legislativo efectuadas en 1922 se consumó de la manera más descarada la violación del principio de la efectividad del sufragio eminente en toda democracia, y por el que tanto se ha luchado en nuestra Patria con sacrificios incalculables; y que de este hecho son responsables directos el actual presidente de la República y su entonces secretario de Gobernación general Plutarco Elías Calles, quienes preparaban de esta manera la sucesión presidencial hallando auxiliares efectivos de su intento en el procedimiento de la previa censura de credenciales, puesto en práctica por las Comisiones Instaladoras de las Cámaras de la Unión, y en el arbitrario sistema de los dictámenes globales.

CONSIDERANDO, que los actuales magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fueron designados por un Congreso espúreo, y que en dicha designación se apeló a toda clase de expedientes ilegales e inmorales.

CONSIDERANDO, que todos los anteriores casos jurídicos constitucionales fueron precedidos y acompañados de innumerables hechos violatorios de todo orden de principios morales y legales; como amenazas, cohechos, intimidaciones, asaltos, secuestros, ejecuciones sumarias sin previa formación de causa y asesinatos como el del general Francisco Villa y el frustrado en las personas del general Manuel García Vigil, gobernador del Estado de Oaxaca; y del despilfarro de los fondos públicos puestos al servicio de diversos fines políticos de lo más reprobables.

CONSIDERANDO, que el espíritu de las reformas sociales de carácter obrero y agrario ha sido prostituido por el actual presidente de la República, quien abusando de sus postulados empleándolos solamente como armas políticas para asegurar la dictadura y preparar la sucesión presidencial; lo que hace que la reivindicación de los derechos de los proletarios de los campos y de las ciudades sea ilusoria y prácticamente sólo haya servido para enriquecer y encumbrar a unos cuantos vividores, a sueldo del Ejecutivo.

CONSIDERANDO, que por todo esto la Revolución nacida hace más de diez años en el corazón del pueblo mexicano, como la expresión viva de un ansia justificadísima de libertades y de mejoramiento social y económico, ha fracasado una vez más a manos del actual presidente de la República y de su corte de favoritos; y a fin de restaurar el imperio de la libertad y de la justicia tan vilmente burlada por los que se dijeron, apenas ayer, sus más celosos defensores, se decreta el siguiente:

PLAN REVOLUCIONARIO

I. Se desconoce al general Alvaro Obregón en su carácter de presidente de la República.

II. Se desconoce a los actuales Senadores y Diputados al Congreso de la Unión, como miembros del Poder Legislativo.

III. Se desconoce a los actuales magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como miembros del Poder Judicial.

IV. Para los fines de ejecución material de este plan se reconoce a los ciudadanos generales de división Guadalupe Sánchez, Enrique Estrada y Fortunato Maycotte, respectivamente, como jefes militares de las regiones de Oriente y Sureste; del Occidente y Noroeste; y del Sur y Centro del país.

V. Al ocuparse la ciudad de México y logrado que sea el derrocamiento del actual gobierno, los tres generales de división mencionados designarán por mayoría absoluta de votos un presidente provisional de la República, quien convocará inmediatamente a elecciones de Poderes Federales que se efectuarán a más tardar a los tres meses de hecha la designación del presidente provisional.

El presidente Constitucional de la República, cualquiera que sea la fecha en que el pueblo lo elija, durará en su encargo hasta el día último de noviembre del año de 1928. Los senadores al Congreso de la Unión que sean electos de acuerdo con la convocatoria que al efecto expida el presidente provisional, funcionarán, los de número impar hasta el treinta y uno de agosto de mil novecientos veintiocho, y los de número par hasta el treinta y uno de agosto de mil novecientos veintiséis.

Los diputados al Congreso de la Unión que sean electos de acuerdo con la convocatoria mencionada, durarán en su encargo hasta el treinta y uno de agosto de mil novecientos veintiséis.

Y lo curioso es que en el artículo V del plan del señor De la Huerta, se dice que al ocuparse la ciudad de México logrado que sea el derrocamiento del actual gobierno, los tres generales de división mencionados designarán, por mayoría absoluta de votos, un presidente provisional de la República, quien convocará inmediatamente a elecciones de Poderes Federales que se efectuarán, a más tardar, a los tres meses de hecha la designación del presidente provisional.

Esta es una novedad, si no me equivoco, que no había figurado en ninguno de los planes de los cientos de cuartelazos que a través de toda nuestra historia se han expedido: poner en manos de tres generales el destino de la República y el nombramiento de un presidente provisional; es decir, el grito del cuartel como factor supremo para resolver los problemas nacionales.

Como se ve del contenido del manifiesto, los cargos hechos por el señor De la Huerta al presidente de la República, son de los que siempre han visto la luz pública a través de nuestras turbulentas luchas políticas.

Comentando esta actitud de don Adolfo de la Huerta, dice el escritor Alonso Capetillo, uno de los más entusiastas de sus partidarios. Lo siguiente:

¿Y, cómo es posible -se preguntará el lector escéptico-- que el señor De la Huerta haya ignorado lo que hasta los más humildes reporteros sabían? ¿Cómo es creíble que los señores jefes de ese movimiento hayan resuelto iniciar la revolución sin el consentimiento siquiera del que habría de ser su cabeza visible?

Pues es que, como el señor De la Huerta en vez de ser el director y encauzador de sus trabajos políticos, primero, y de los movimientos rebeldes, después, era el sistemático, constante y peligroso obstaculizador de aquellos actos. Los líderes delahuertistas resolvieron obrar por cuenta propia y no tomar para nada el parecer del señor De la Huerta, a quien le comunicaban las cosas cuando ya estaban hechas, cuando ya no podía evitar que se hicieran.

Lo cual demuestra, lamentablemente, que el señor De la Huerta no tiene carácter, carece de energía y respetabilidad indispensables en un jefe de partido; no pudo imponer ni su criterio ni su voluntad.

Y, ¿era posible la victoria de una facción tan indisciplinada, heterogénea, ambiciosa y arbitraria? Incuestionablemente que no.

Ab-initio, pues, la revolución no tuvo cabeza. O, en otras palabras: tuvo demasiadas cabezas.

No fue unitaria ni dúctil en sus procedimientos.

Por un motivo: porque nunca tuvo jefe.

Esta es, la fundamental razón psicológica de su desastre.

Según el propio Capetillo, el señor De la Huerta se enteró por El Dictamen de que era el jefe de la rebelión, y al abandonar el lecho a hora temprana, y al revisar la prensa local, leyó en El Dictamen la noticia de la actitud asumida por la División de Oriente, por la flotilla de la armada y por varios elementos políticos en contra del gobierno Federal señalándole como jefe Supremo de la Revolución.

Gran sorpresa y desagrado experimentó el señor De la Huerta al enterarse de cosas tan importantes y desconocidas para él.

Platicando con algunos de los antiguos delahuertistas, me decían que don Adolfo cuando se trasladó a Veracruz, lo hizo con el objeto de presidir un gran mitin que se celebraba en su honor, pero que en realidad, los elementos que lo invitaron ya estaban confabulados con los jefes militares para desconocer al gobierno.

En Veracruz secundó la rebelión delahuertista el general Guadalupe Sánchez, que se apoderó de Jalapa, avanzando rumbo a Oriental y Esperanza. Puebla había sido ya ocupada por las fuerzas rebeldes.

En Jalisco, el general Enrique Estrada, quien semanas antes había sido huésped del general Obregón en Ocotlán, se pronunció también contra el gobierno.

El general Fortunato Maycotte, Jefe de las Operaciones en Oaxaca, y el general García Vigil, gobernador de ese Estado, también lanzaron el grito de rebelión, secundando aquella revuelta, el gobernador de Tamaulipas general César López de Lara, que salió de Ciudad Victoria seguido por algunos de sus partidarios.

El día 13 de diciembre de 1923, en Oaxaca, sucedían también acontecimientos importantes. El gobernador García Vigil promulgó un decreto de la Comisión Permanente de la XXIX Legislatura del Estado, convocando a un período extraordinario de sesiones para revisar y aprobar los presupuestos municipales y el del gobierno local, agregando que también debía considerarse la actitud que asumiría la propia legislatura con motivo del movimiento armado iniciado en Veracruz y Jalisco y secundado en otras entidades federativas contra los poderes de la Unión.

El día 24 del mismo mes la legislatura expidió un decreto en que se desconocía al general Obregón como presidente de la República, a los senadores y diputados al Congreso de la Unión, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, reconociéndose a los ciudadanos generales de división Guadalupe Sánchez, Enrique Estrada y Fortunato Maycotte, respectivamente, como jefes militares de las regiones del oriente y sureste, del occidente y noroeste y sur y centro del país.

De este plan, que fue promulgado por el general Manuel García Vigil, se desprende, dice el señor Capetillo:

Que los generales Maycotte y García Vigil para nada tomaron en consideración al señor De la Huerta, ni como jefe del movimiento, ni como bandera política. Con énfasis se declara en la fracción IV del plan oaxaqueño, que se reconocen como jefes del movimiento a Sánchez en Veracruz; a Estrada en el occidente, y a Maycotte, en el sur. Y para mejor comprender la discrepancia que existía entre los rebeldes de Oaxaca y el señor De la Huerta, debemos recordar que cuando Vigil y Maycotte firmaron su plan, ya el señor De la Huerta se ostentaba como jefe supremo de la Revolución, y para confirmar lo que hemos dicho acerca del general Guadalupe Sánchez, en el sentido de que junto con Hipólito Villa eran los únicos jefes delahuertistas, y de que nunca mostró ambiciones políticas, apuntaremos la circunstancia de que, tan luego como recibió el plan de Oaxaca, donde se le nombraba jefe de la rebelión en las regiones oriente y sureste del país, declinó el puesto que se le confería, contestando que ya anteriormente había reconocido como jefe del movimiento al señor De la Huerta.

En tal virtud, cuando los generales Maycotte y García Vigil se levantaron en armas, no sólo no reconocieron como jefe al señor De la Huerta, sino que tácitamente lo desconocieron, puesto que dicho señor ostentaba el carácter de jefe supremo y el plan oaxaqueño nombraba jefes a los generales Sánchez, Estrada y Maycotte, sin siquiera mencionar al caudillo de la asonada, en Veracruz.

A su vez, el señor general don Cándido Aguilar, uno de los más ameritados y honestos revolucionarios, expresaba en un manifiesto que se publica en el mismo libro, lo siguiente:

Al surgir divisiones entre el obregonismo y comenzar la pugna entre las ramas del mismo grupo, por la herencia del poder, permanecía ajeno a las cuestiones de sucesión presidencial. No podía yo tomar partido por un grupo ni por otro siendo ambos procedentes del mismo grupo que derrocó al señor Carranza.

Habiendo estallado el pronunciamiento delahuertista, con caracteres de lucha personal, por cuestiones de índole electoral, permanecí alejado y me mantuve tan solo como espectador. Pero al ver que el general Obregpon acudía a los Estados Unidos en demanda de auxilio y recibía ayuda material en armas, municiones, aeroplanos y otros pertrechos de guerra para sofocar la guerra civil, a cambio de tratados que lesionan la soberanía nacional; y al ver que con esos elementos de guerra se derramaba sangre mexicana, no pude permanecer indiferente y resolví salir a la defensa de la soberanía nacional que consideré ultrajada.

No fue sino hasta entonces cuando me dirigí al señor De la Huerta proponiéndole adherirme a su movimiento, expresándole los motivos que me impulsaban a hacerlo, pero dejando claramente estipulado que mi adhesión no significaba un RECONOCIMIENTO al Manifiesto expedido en Veracruz el 7 de diciembre, y el cual, en mi concepto, tenía un carácter personalista.

El señor De la Huerta aceptó sobre esas bases la colaboración del general Aguilar, según se desprende de la siguiente declaración:

Cuando hube recibido satisfactorias seguridades de que mi adhesión sería aceptada en esos términos, me trasladé a Veracruz poniéndome a las órdenes del jefe Supremo, señor De la Huerta, habiendo sido nombrado general en jefe del Ejército de Oriente, mando que se me retiraba a las veinticuatro horas.

En Jalisco el general Estrada secundó la rebelión, sin plan ninguno y sólo alegando que se trataba de burlar el sufragio del pueblo, cuando apenas se iniciaba la campaña presidencial.

En la ciudad de México el general Arnulfo R. Gómez actuaba incansablemente con 500 hombres que habían quedado a sus órdenes, ya que la mayor parte de las fuerzas que permanecían leales las había mandado el general Obregón a Ocotlán y a Puebla.

Cuando fuimos a despedir al general Obregón la noche que salió para Celaya, le dijo al general Gómez:

usted me responde de la ciudad de México. Esté en contacto constante con el diputado Portes Gil, que preside la Comisión Permanente, y en caso de que tenga usted que evacuar la plaza, hágalo dando a los diputados que integran esa Comisión, todas las facilidades para que salgan con usted.

Arnulfo R. Gómez hábilmente hacía desfilar los 500 hombres que habían quedado a sus órdenes por distintos rumbos de la ciudad, aparentando que por las vías del Mexicano, del Interoceánico y de los Nacionales de México estaban llegando fuertes contingentes de tropas.

En Puebla, el general Almazán, ante la imposibilidad de defender la ciudad por los escasos elementos que poseía, recibió orden del general Obregón para dejar la ciudad al enemigo.

El error de don Adolfo de la Huerta, que sí tenía grandes simpatías, no sólo entre el elemento revolucionario, sino también en otros sectores importantes de la Nación, fue haberse confiado en los jefes militares que desconocieron al gobierno. Si don Adolfo de la Huerta hubiera recorrido el país, como lo hizo el señor Madero, como lo hizo el general Obregón, como lo hicieron Vasconcelos y Almazán, y como lo hicieron en épocas recientes Padilla y Enríquez Guzmán, dando a conocer al pueblo lo que después, en el manifiesto atribuye al gobierno, posiblemente don Adolfo de la Huerta se hubiera constituído en el problema electoral más serio para el gobierno.

La prisa con que procedió (y no hay que olvidar que la prisa es la sombra del diablo), confabulando a políticos de todos los sectores reaccionarios, liberales, constitucionalistas y demás, y a jefes militares de prestigio, Estrada, Alvarado, Maycotte, Diéguez, García Vigil, Guadalupe Sánchez y otros muchos, tenía que conducirlos al fracaso más lamentable.

Sus mismos partidários, en libros y publicaciones posteriores, han acusado a don Adolfo de la Huerta de falta de carácter y de entereza para dirigir el ovirniento.

En gran número de los Estados se iniciaron levantamientos encabezados por los generales Manuel M. Diéguez, Salvador Alvarado, Manuel M. Chao, Marcial Cavazos, Rentería Luviano, Cesáreo Castro, Antonio I. Villarreal, que unidos con grupos felicistas que se encontraban levantados, se posesionaron de gran parte de la República, quedando leales al gobierno del general Obregón 35,000 miembros del instituto armado.

Uno de los acontecimientos que más influyeron en el desprestigio de la rebelión delahuertista, fue el asesinato cometido en Yucatán por el coronel Juan Ricárdez Broca, gobernador y comandante militar nombrado por el señor De la Huerta, quien mandó fusilar el día 2 de enero de 1924, en la penitenciaría Juárez de Mérida, a Felipe Carrillo Puerto, inmaculado y sincero líder socialista, fundador del Partido Socialista del Sureste, y bajo cuyo gobierno se habían hecho hondas transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas, no sólo en el Estado de Yucatán, sino en los demás Estados del Sureste. Con Felipe Carrillo Puerto fueron fusilados también sus hermanos Benjamín, Edesio y Wilfrido, el licenciado Manuel Berzunza, Fernando Montes, Pedro Ruiz, Rafael Urquía, Julián Ramírez y Mariano Barrientos. Este crimen contribuyó poderosamente al hundimiento del delahuertismo. Felipe Carrillo Puerto y los que con él murieron tenían gran prestigio nacional e internacional. Venían realizando con éxito fecundo el primer ensayo de socialismo en Yucatán. Sobre Felipe Carrillo Puerto habían escrito páginas brillantes en los periódicos de la América del Súr, José Enrique Rodó, don Alfredo Palacios y otros grandes escritores de Argentina, de Chile, de Uruguay y de otros países.

Ese crimen nefando quedará como una eterna ignominia sobre el delahuertismo, que llevó a 60,000 hombres del ejército nacional a una rebelión injustificada y sin programa.

Cuando a Carrillo Puerto lo exhortaron para que denunciara a sus cómplices, contestó que no tenía ninguno; que él era el único responsable de lo que había ocurrido en Yucatán; cuando le preguntaron que si no deseaba un confesor, dijo que no tenía ninguna religión, y cuando le ofrecieron un notario para que hiciera su testamento, contestó que no necesitaba notario, puesto que no poseía ningunos bienes. Así murió el gran apóstol del socialismo mexicano en Yucatán, llamado por algún sociólogo el Lincoln de la raza maya.

En el lugar donde fue fusilado Felipe Carrillo Puerto, existe una lápida de mármol en que están grabadas las palabras del gran sociólogo argentino José Ingenieros, que escribiera cuando supo de aquel crimen.

En estas palabras, Ingenieros expresa:

Cuando la gratitud del pueblo levante un monumento en el mismo lugar donde Felipe Carrillo Puerto se desplomó para siempre, yo colocaré una lápida sincera, como lo fue él, que diga:

A Felipe Carrillo Puerto. Su amigo.

De todo lo anterior se desprende la anarquía que reinó en la rebelión delahuertista, que dejó como saldo:

1° La vergüenza de que 60,000 hombres del ejército se levantaran en armas.

2° La pérdida de muy cerca de 20,000 vidas, entre quienes se contaron los generales Salvador Alvarado, Manuel M. Diéguez, Fortunato Maycotte, Manuel García Vigil, Carlos Green, Crisóforo Ocampo, Samuel Alba, Francisco Santiago, Fructuoso Méndez, Isaías Castro, Petronilo Flores, Isaías Zamarripa, Nicolás Fernández, Fermín Carpio, Marcial Cavazos, Rafael Buelna, Rafael Pimienta, Antonio de P. Magaña y Valentín Reyes; así como los diputados Rubén Basáñez, Francisco Olivier, y otros varios miles de ciudadanos. Entre los jefes y oficiales gobiernistas que sucumbieron durante la lucha podemos citar los siguientes: generales Máximo Rojas, Cecilio García, Víctor Montero, Manuel N. López, Gabriel Mariaca, Luis Soriano, César Felipe Moya, Heriberto Casas, Jesús Talamantes, amén de un numerosísimo grupo de jefes y oficiales.

3° Como sucede en todas las revueltas, la consiguiente destrucción de vías férreas, voladuras de puentes, saqueos y robos en las poblaciones.

La rebelión fue liquidada exactamente en tres meses, y casi me atrevo a asegurar que fue el primer cuartelazo que a través de nuestra historia no pudo derribar al gobierno legítimamente constituido. Los motivos para que no lograra el triunfo, fueron sin duda, en primer término, el genio militar de que estaba dotado el general Obregón, que con 35,000 hombres, más las defensas campesinas, logró liquidar esa revuelta.

En segundo término, la fuerza popular en que se cimentaba el gobierno de Obregón, por haber sido el primer presidente de la Revolución que, sin claudicación alguna, procedió a realizar la Reforma Agraria, y a expedir las primeras leyes en beneficio de los trabajadores.

Pero la consecuencia más perjudicial que produjo la división entre De la Huerta, Obregón y Calles, fue el haber cambiado el rumbo de la historia de México. Si aquellos tres grandes hombres no se hubieran dividido, la Revolución hubiera seguido por los derroteros que le habían marcado sus iniciadores.

Obregón, Calles y De la Huerta fueron los mejores intérpretes del programa de la Revolución. Se complementaban los tres en una finalidad: el implantamiento de un programa social, económico y político de acuerdo con la Constitución de 1917.

El distanciamiento de esos hombres trajo consecuencias lamentables en la marcha del movimiento social y, repito, cambió en muchos aspectos la historia de México.

Si aquellos tres grandes sonorenses hubieran permanecido unidos, la Revolución habría seguido incólume, majestuosa, sin claudicaciones y sin incurrir sus hombres en los graves errores que después han cometido. Los tres hombres entendían el programa revolucionario: Obregón era el genio catalizador, Calles, el estadista frío y resuelto. De la Huerta el conciliador, pero éste prefirió el camino de la violencia y del asalto al poder para lograr un triunfo que no alcanzó, sufriendo la derrota más lamentable.

Pero es indiscutible que el gran bien que recibió la nación después del cuartelazo que encabezó don Adolfo de la Huerta, fue la eliminación de los caudillos del ejército, con la muerte de diez divisionarios y de muchos generales de brigada y brigadieres que habían luchado desde el año de 1910. El instituto armado se convirtió en una institución de apoyo a los gobiernos de la República.

En 1927 y en 1929, cuando estallaron los cuartelazos de esos años, continuó la eliminación de los caudillos del ejército, y a eso se debió sin duda, que la actual institución armada esté plenamente al servicio del pueblo y de las instituciones.

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