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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO QUINTO

LA REVOLUCIÓN CONSTITUCIONALISTA

CÓMO SE INICIÓ EL DISTANCIAMIENTO ENTRE EL PRIMER JEFE DEL EJÉRCITO CONSTITUCIONALISTA Y LA DIVISIÓN DEL NORTE.


Propiamente, desde que el señor Carranza se encontraba en el Estado de Sonora en el mes de septiembre de 1913 y tomó el acuerdo de que el general Obregón tuviera el carácter de jefe de las Operaciones Militares en los Estados de Sonora y Chihuahua, se inició el distanciamiento entre el señor Carranza y el general Villa, jefe de la División del Norte.

Cierto es que tal acuerdo fue anulado poco después; pero de hecho, desde aquel momento Villa quedó profundamente disgustado.

Después, durante la estancia del primer Jefe en la Ciudad de Chihuahua, en el mes de mayo de 1914, las dificultades con Villa se ahondaron con motivo de que éste ordenó el fusilamiento del general Manuel M. Chao, y al saberlo el señor Carranza, por un recado que le enviara con el coronel Alfredo Breceda, del lugar en que se encontraba, dio la orden terminante a Villa para que suspendiera la ejecución:

Yo no puedo permitir -dijo el señor Carranza-, que en mi presencia se cometan crímenes.

Asesinó usted a Benton, poniendo en peligro a la Revolución, y todavía quiere seguir cometiendo sus fechorías; no ve usted que el mundo tiene sus ojos fijos sobre nosotros.

Dé usted la orden de libertar a Chao.

Inmediatamente Villa ordenó la libertad del general Chao. Había también la circunstancia de que días antes, el primer Jefe había llamado la atención al jefe de la División del Norte con motivo de unas declaraciones inadecuadas que había hecho en Ciudad Juárez, con motivo del desembarco de los marinos americanos en Veracruz.

Otro hecho que causó profundo disgusto al general Villa, fue la orden que le dio el señor Carranza, el día 10 de junio, para que reforzara con 5,000 hombres al general Natera, que había iniciado el ataque a Zacatecas. Villa contestó al primer Jefe que no eran bastantes 5,000 hombres para tener éxito, y que creía que toda la División del Norte debería movilizarse para tomar la plaza. Al insistir el señor Carranza en que se cumpliera la orden, Villa, airadamente renunció a la jefatura a su cargo, y al aceptarle Carranza la renuncia le ordenó que se hiciera cargo del gobierno de Chihuahua, disponiendo a la vez, que se reunieran los jefes de las fuerzas a fin de nombrar substituto de Villa.

Reunidos los jefes de las fuerzas elevaron una protesta ante el señor Carranza y tomaron el acuerdo de que Villa continuara como jefe de la División del Norte.

Entre tanto, algunos jefes del Cuerpo de Ejército del Noroeste, entre quienes se encontraban los generales Antonio I. Villarreal, Cesáreo Castro y Luis Caballero, se reunieron a fin de evitar el distanciamiento; pero ya cuando los jefes de que se trata llegaron a Torreón, Villa había movilizado sus fuerzas sobre Zacatecas, lo que equivalía a desconocer la autoridad de la primera Jefatura.

Posteriormente, el 30 de junio, se reunieron en Torreón, representando al Cuerpo de Ejército del Noreste, los generales Cesáreo Castro, Luis G. Caballero y Antonio I. Villarreal, y a la División del Norte el doctor Miguel Silva, el ingeniero Manuel Bonilla y el general José Isabel Robles, fungiendo como secretarios los señores coroneles Roque González Garza y Ernesto Meade y Fierro.

El resultado de esas pláticas fue la aprobación de un documento, en el cual se hizo constar el reconocimiento del señor Carranza como primer Jefe de la Revolución, en la inteligencia de que al tomarse la capital de la República, se convocaría a una convención a la que asistirían todos los generales con mando de fuerza y gobernadores de los Estados, debiendo dicha convención fijar la fecha de las elecciones federales a fin de que el país entrara al orden constitucional.

De los jefes constitucionalistas que más se esforzaron para evitar la división entre Carranza y Villa, fue el general Obregón, que aun exponiendo su vida, como puede verse en el apartado Vida Militar del General Obregón, trató inútilmente de conjurar el rompimiento entre los dos hombres de la Revolución.

La exigencia de Villa para que el país volviera al orden constitucional, era sugerida seguramente por el grupo de intelectuales que lo rodeaban. De ellos, el que más entendía de política y de la necesidad para implantar un programa revolucionario, era el licenciado Francisco Escudero. Los demás, encabezados por el licenciado Miguel Díaz Lombardo, entre quienes figuraba el doctor Silva, hombre de gran limpieza, pero sin visión, trataron a toda costa de infundir a Villa sentimientos de animadversión hacia el primer Jefe, de quien habían recibido desaires y hasta los había rechazado del grupo de sus colaboradores.

Por supuesto que tales desaires habían sido motivados por la conducta indebida que algunos de ellos habían seguido, tratando de transigir con los elementos conservadores.

Si a esto agregamos que en la División del Norte se estaban dando de alta algunos generales del antiguo ejército federal, quienes también, dolidos de su derrota, se pusieron a las órdenes del general Villa, no podía ya dudarse de cuál sería el resultado de aquella situación.

Por su parte, Carranza tenía razón en no aceptar las exigencias de Villa, que eran francamente antirrevolucionarias, en virtud de que de haber vuelto el país al orden constitucional, no podrían haberse expedido la serie de leyes que modificaron el orden social, económico, político y cultural del país.

El rompimiento, con la nueva guerra que se desató, a pesar de los grandes sacrificios que costó en vidas y recursos nacionales, fue necesario, indispensable, ya que sin esa lucha, que era un nuevo parto doloroso y sangriento, no hubiera podido expedirse por el Congreso Constituyente, del cual formaron parte intelectuales de ideología revolucionaria pero de diferentes tendencias, la Constitución de 1917, en la cual se plasmó el pensamiento social, económico, político y cultural de México.

Las tendencias moderadas, representadas por Luis Manuel Rojas, Macías, Palavicini y los antiguos miembros del Grupo Renovador, fueron contrarrestadas con la elocuencia indocta, pero sincera, y francamente revolucionaria y radical de Jara, de Múgica, de Monzón y de otros constituyentes, elocuencia apoyada por los diputados que con las mismas ideas habían salido de las facultades: Pastor Roaux, Martínez de Escobar, Bojórquez, Alonso Romero, Manjarrez y otros muchos.

Carranza, con todos sus defectos de hombre chapado a la antigua, supo rodearse de hombres que sí conocían lo que México exigía a costa de la sangre de sus hijos. Carranza aprovechó todos esos hombres, que en el fondo se odiaban, pero que deseaban secundar al primer Jefe de la Revolución para la implantación del nuevo orden de cosas que reclamaba el país, con lo cual quedó derogada la Constitución de 57, que había cumplido gloriosamente su misión histórica, pero que ya no estaba en concordancia con las nuevas modalidades que exigía el pueblo, de acuerdo con casi cien años de adelanto, de evolución, que había realizado.

La Constitución de 17 se logró, indudablemente, gracias a la testarudez, a la tesonería, a la visión intuitiva de Carranza, que no cejó un momento ni admitió componenda alguna para volver al orden constitucional, y sí exigió que hubiera un período pre-constitucional, a fin de que se implantaran, arbitrariamente si se quiere, anticonstitucionalmente, las reformas que ahora son la base del México nuevo.

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