Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - La campaña presidencialCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - El sacrificio en TlaxcalantongoBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO QUINTO

LA REVOLUCIÓN CONSTITUCIONALISTA

EL GOBERNADOR DE SONORA, DON ADOLFO DE LA HUERTA, DESCONOCE AL PRESIDENTE CARRANZA
El presidente Carranza abandona la capital y se dirige a Veracruz. El Plan de Aguaprieta. Levantamientos en varios Estados.


EL 31 de marzo de 1920, don Adolfo de la Huerta, gobernador de Sonora, comunicó al señor Carranza que la prensa norteamericana anunciaba la sustitución del gobierno constitucional del Estado por uno militar que impondría y apoyaría el Ejecutivo Federal, noticia que aunada al envío de tropas a la entidad bajo el mando del general Manuel M. Diéguez, había creado intranquilidad y alarma, por lo cual le rogaba reconsiderar y suspender la orden de movilización.

El presidente Carranza calificó de inexactas las noticias y contestó al señor De la Huerta que el envío de las tropas del general Diéguez al Estado de Sonora no implicaba, en manera alguna, que el gobierno federal atentara contra la soberanía de su Entidad, ya que la medida obedecía a necesidades de campaña y a situaciones que a juicio del gobierno lo requerían.

Como la prensa de la capital, influenciada por la administración carrancista, reprobara la actitud del gobernador de Sonora considerándola de franca rebeldía y encubridora de un movimiento bolchevique y de paso acusara a De la Huerta y al general Calles de fomentar el desarrollo de ideas disolventes en los trabajadores sonorenses, el mandatario de la entidad se dirigió de nueva cuenta al señor Carranza insistiendo en la suspensión de la orden de movilización de las tropas del general Diéguez al Estado de Sonora.

Carranza reiteró las órdenes objetadas y contestó al señor De la Huerta que debía respetarlas, advirtiéndole que su negativa constituía un desacato a una medida legal y lo colocaba en abierta situación de rebeldía al gobierno federal.

Inconforme con la decisión del señor Carranza, don Adolfo de la Huerta declaró que defendería la soberanía del Estado y, para tal efecto, solicitó al Congreso local que le otorgara facultades extraordinarias en los ramos de Hacienda y Guerra. Ya con plenas facultades, designó jefe de las fuerzas armadas de su estado, al general Plutarco Elías Calles, quien se había radicado en el mismo después de que presentó su renuncia como secretario de Industria, Comercio y Trabajo para cumplir el compromiso de ayudar al general Obregón en su campaña presidencial, según lo había manifestado al señor Carranza cuando le entregó su dimisión.

En realidad, lo que se pretendía con la presencia del general Diéguez y sus fuerzas en el Estado de Sonora, era controlarlo, pues el gobierno carrancista sabía que en dicho Estado el general Obregón gozaba de gran popularidad como civil y como militar.

En represalia por la actitud del gobierno sonorense, el presidente Carranza ordenó la clausura de las aduanas de Guaymas, Agua Prieta, Naco y Nogales, prohibiendo el despacho de mercancías por esos lugares bajo penas muy severas; ordenó también que la Tesorería General de la Nación suspendiera el pago de las dietas a los diputados obregonistas que hubiesen aprobado la rebeldía de las autoridades sonorenses.

Por su parte, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del Estado de Sonora, publicaron un manifiesto el 13 de abril en que relataban los atropellos y violaciones del Ejecutivo Federal a la soberanía de otros Estados imponiendo gobernadores en Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nuevo León y Tamaulipas y sancionando el cuartelazo para deponer al gobernador de Nayarit. Concluía el manifiesto prometiendo a los habitantes del Estado, sin distinción de nacionalidad, todas las garantías que les concedieran las leyes, las que se harían extensivas a la industria y al comercio, para lo cual se oirían y remediarían las quejas justas de los particulares.

También los militares con mando de fuerza en el Estado de Sonora suscribieron una proclama declarando que desde ese momento se oponían y repelerían cualquier intervención del gobierno de Carranza en el territorio de la entidad. Dicha proclama publicada en Hermosillo el día 15 de abril, la firmaron los generales Plutarco Elías Calles, Angel Flores, Lino Morales, Roberto Cruz, Francisco R. Serrano, Francisco Manzo, Miguel Piña, Carlos Plank, Alejandro Mange, Miguel Samaniego, Enrique Mori, Luis Espinosa, Luis Matos y los demás jefes de batallones y regimientos.

En Sinaloa, las fuerzas comandadas por los generales Macario Gaxiola, Juan Celis, Fructuoso Méndez y Francisco Urbalejo, secundaron la actitud de los jefes militares de Sonora.


EL PLAN DE AGUA PRIETA

El 23 del mismo mes se firmó en Agua Prieta el plan de ese nombre formulado por el Ing. Luis L. León y por el licenciado Gilberto Valenzuela, por el que se desconocía al señor Carranza como Jefe del Poder Ejecutivo Federal.

En dicho plan se expresaba lo siguiente:

Considerando:

I. Que la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo; que todo el poder público emana del pueblo y se instituye para su beneficio; y que la potestad de los mandatarios públicos es únicamente una delegación parcial de la soberanía popular, hecha por el mismo pueblo.

II. Que el actual presidente de la República, C. Venustiano Carranza, se ha constituido jefe de un partido político, y persiguiendo el triunfo de ese partido, ha burlado de una manera sistemática el voto popular; ha suspendido, de hecho, las garantías individuales, ha atentado repetidas veces contra la soberanía de los Estados y ha desvirtuado radicalmente la organización política de la Repúblíca.

III. Que los actos y procedimientos someramente expuestos, constituyen, al mismo tiempo, flagrantes violaciones a nuestra ley suprema, delitos graves del orden común y traición absoluta a las aspiraciones fundamentales de la revolución constitucionalista.

IV. Que habiéndose agotado todos los medios pacíficos para encauzar los procedimientos del repetido primer mandatario de la federación, por las vías constitucionales, sin haberse logrado tal finalidad, ha llegado el momento de que el pueblo mexicano asuma toda su soberanía, revocando al mandatario infiel el poder que le había concedido y reivindicando el imperio absoluto de sus instituciones y de sus leyes.

En tal virtud, los suscritos, ciudadanos mexicanos, en pleno ejercicio de nuestros derechos políticos, hemos adoptado en todas sus partes y protestamos sostener con entereza, el siguiente

PLAN ORGANICO DEL MOVIMIENTO REIVINDICADOR DE LA DEMOCRACIA Y DE LA LEY

Artículo 1° Cesa en el ejercicio del poder ejecutivo de la federación, el C. Venustiano Carranza.

Artículo 2° Se desconoce a los funcionarios públicos cuya investidura tenga origen en las últimas elecciones de poderes locales verificadas en los Estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nuevo León y Tamaulipas.

Artículo 3° Se desconoce, asimismo, el carácter de concejales del ayuntamiento en la ciudad de México, a los ciudadanos declarados electos con motivo de los últimos comicios celebrados en dicha capital.

Artículo 4° Se reconoce como gobernador constitucional del Estado de Nayarit, al C. José Santos Godínez.

Artículo 5° Se reconoce también a todas las demás autoridades legítimas de la Federación y de los Estados. El Ejército Liberal Constitucionalista sostendrá a dichas autoridades, siempre que no combatan ni hostilicen al presente movimiento.

Artículo 6° Se reconoce expresamente como ley fundamental de la República, a la Constitución Política de 5 de Febrero de 1917.

Artículo 7° Todos los generales, jefes, oficiales y soldados que secunden este plan, constituirán el Ejército Liberal Constitucionalista. El actual gobernador constitucional de Sonora, C. Adolfo de la Huerta, tendrá interinamente el carácter de jefe supremo del ejército, con todas las facultades necesarias para la organización militar, política y administrativa de este movimiento.

Artículo 8° Los gobernadores constitucionales de los Estados que reconozcan y se adhieran a este movimiento en el término de treinta días, a contar de la fecha de promulgación de este plan, nombrarán, cada uno de ellos, un representante debidamente autorizado, con objeto de que dichos delegados reunidos a los sesenta días de la fecha del presente, en el sitio que designe el jefe supremo interino, procedan a nombrar, en definitiva, por mayoría de votos, al jefe supremo del Ejército liberal constitucionalista.

Artículo 9° Si en virtud de las circunstancias originadas por la campaña, la junta de delegados de los goberandores constitucionales a que se refiere el artículo anterior, no reúne mayoría en la fecha indicada, quedará definitivamente como jefe supremo del ejército constitucionalista, el actual gobernador constitucional del Estado de Sonora, C. Adolfo de la Huerta.

Artículo 10° Tan luego como el presente Plan sea adoptado por la mayoría de la nación y ocupada la ciudad de México por el Ejército liberal constitucionalista, se procederá a designar un presidente provisional de la República, en la forma prevista por los artículos siguientes:

Artículo 11° Si el movimiento quedare consumado antes de que termine el actual período del Congreso Federal, el jefe supremo del ejército liberal constitucionalista convocará al Congreso de la Unión a sesiones extraordinarias, en el lugar donde pueda reunirse, y los miembros de ambas Cámaras elegirán al presidente provisional de conformidad con la Constitución vigente.

Articulo 12° Si el caso previsto por el artículo anterior llegare a presentarse con posterioridad a la terminación del período constitucional de las Cámaras actuales, el jefe supremo del Ejército liberal constitucionalista asumirá la presidencia provisional de la República.

Articulo 13° El presidente provisional convocará a elecciones de poderes ejecutivo y legislativo de la federación, inmediatamente que tome posesión de su cargo.

Articulo 14° El jefe supremo del Ejército liberal Constitucionalista nombrará gobernadores provisionales de los Estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nuevo León y Tamaulipas; de los que no tengan gobernador constitucional y de todas las demás entidades federativas cuyos primeros mandatarios combatan o desconozcan este movimiento.

Articulo 15° Consolidado el triunfo de este plan, el presidente provisional autorizará a los gobernadores provisionales para que convoquen inmediatamente a elecciones de poderes locales, de conformidad con las leyes respectivas.

Artículo 16° El Ejército liberal constitucionalista se regirá por la ordenanza general y leyes militares actualmente en vigor en la República.

Artículo 17° El jefe supremo del Ejército liberal constitucionalista y todas las autoridades civiles y militares que secunden este plan, darán garantías a nacionales y extranjeros y protegerán, muy especialmente, el desarrollo de la industria, del comercio y de todos los negocios.

Así quedó definitivamente consumado el rompimiento entre don Venustiano Carranza y el triunvirato Calles-Obregón y De la Huerta, iniciándose nuevamente la lucha fratricida.

En Zacatecas y Michoacán se adhirieron al Plan de Agua Prieta el general Enrique Estrada y el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, gobernadores de esas Entidades.

En otros Estados secundaron el movimiento las autoridades civiles y militares.

En Chihuahua se levantaron en armas los generales Eugenio Martínez, Joaquín Amaro, José Amarillas, Rueda Quijano, Abundio Gómez e Ignacio Enríquez, este último gobernador del Estado.

En la huasteca veracruzana los generales Arnulfo R. Gómez y Paulino Navarro, secundados por el rebelde Manuel Peláez, se adueñaron de toda la región y el entonces teniente coronel Lucas González con escasas fuerzas y en un hábil y valiente golpe militar, se apoderó del puerto de Tampico.

Porfirio González y el coronel Gallegos se incorporaron en el Estado de Nuevo León al movimiento rebelde.

En Oaxaca el coronel Rivera también desconoció al gobierno carrancista, haciendo lo mismo Carlos Vidal en Chiapas, Greene y Elizondo en Tabasco y Paz Faz Risa en el Istmo.

Pablo González apoyado por los generales Jacinto B. Treviño, Artigas y Cepeda, movilizó sus tropas el día 4 de mayo con destino a la capital de la República. En el trayecto se le unieron los generales Manuel W. González y Cidronio Méndez.

Ante aquella situación, el íntegro general Juan José Ríos, a la sazón jefe de las operaciones en el Estado de Sonora, se presentó al señor De la Huerta reiterando su lealtad y adhesión al señor Carranza y por su actitud gallarda y viril fue autorizado para salir del Estado y regresar por territorio americano a la ciudad de México para ponerse a las órdenes del presidente Carranza.

Aquel movimiento fue, como atinadamente lo calificó don Luis Cabrera, una huelga de generales. Pero no fue un vulgar cuartelazo, sino un movimiento general en defensa de los principios de la Constitución de 1917 y de sus leyes reglamentarias.

La imposición, en contra de la voluntad nacional, de la candidatura del ingeniero Bonillas a la Presidencia de la República y la imposición de gobernadores en varios Estados, también contra la voluntad ciudadana, dio origen a que el ejército se levantara no para deponer a un gobierno legítimo, sino para que no se frustraran los anhelos del pueblo de México de que se cumpliera el programa de la revolución constitucionalista.


GOBERNADOR PROVISIONAL DE TAMAULIPAS

Después del recibimiento que hiciera el pueblo de Tampico al general Obregón, y en que la Policía Militar, de que era jefe el ex-federal Carlos S. Orozco, nos hiciera víctimas de múltiples atentados, mi situación en el puerto era ya insoportable.

Teniendo conocimiento de una junta que celebraron los generales Ricardo González B., Gregorio Osuna, el coronel Carlos S. Orozco, el odioso policía Villavicencio y el presidente Municipal de Tampico, el distinguido médico don Carlos Canseco, de quien estaba yo distanciado hacía algún tiempo, y en cuya junta el coronel Orozco manifestó: Es muy fácil acabar con la agitación que existe en Tampico. Yo tengo el remedio en mis' manos. ¿Y cuál es ese remedio?, le preguntó el Dr. Canseco. Que me autoricen ustedes a hacer desaparecer a Portes Gil. Canseco, ante aquella proposición que fue apoyada por el general Ricardo González B., les manifestó en forma enérgica: Eso yo no lo puedo permitir por ningún motivo, y si esto llega a suceder, renunciaré a la Presidencia Municipal y diré por qué lo hago. El general Osuna apoyó lo dicho por Canseco.

Por esta causa, me vi obligado a salir de mi casa en los momentos en que una turba de policías militares se introdujo en forma atrabiliaria. Mi madre, que protestó enérgicamente por aquel acto arbitrario, ocurrió al señor Francisco Carbajal, para suplicarle que me dejara salir por su casa, ya que la que yo habitaba y la de él, que eran de un mismo propietario, tenían una comunicación por la barda que las separaba. Este hombre, íntegro, que era Inspector de la Contraloría de la Nación, accedió a los ruegos de mi madre y pude salir furtivamente y escapar.

Es de mencionarse también que aquellos agentes procedieron a catear mi despacho, dejando en el suelo tirados los expedientes de los litigios que yo patrocinaba.

Al señor Francisco Carbajal no lo volví a ver sino hasta el año de 1947, en que accidentalmente nos encontramos. Cuando me saludó no sabía quién era, hasta que él me recordó aquel acto tan noble que realizó, con peligro de perder su empleo. Siendo alto empleado de la Ford, falleció hace algunos años.

Para eludir la persecución que la policía me hacía, estuve en los sótanos de la casa de un gran amigo mío, el señor Epigmenio Narváez, saliendo furtivamente a refugiarme a Pánuco, en donde mi querido amigo el ingeniero José Domingo Lavín, me brindó su hospitalidad. Pero como la policía se dio cuenta de mi estancia en Pánuco, salí por la laguna del Chairel en una canoa de remos que me proporcionó uno de los pescadores de Tampico, habiéndome acompañado mi madre en dicho viaje.

En Tamós tomé el tren a San Luis, dirigiéndome hacia los Estados Unidos.

La cola de políticos que huían era muy grande. Allí vi al general Salvador Alvarado y a otros revolucionarios que huían de la persecución del régimen y que esperaban pacientemente el momento de que las oficinas de Migración de los Estados Unidos permitieran su internación al país.

Afortunadamente para mí -que no llevaba pasaporte-, el coronel Jorge Bórquez, Jefe del Resguardo de Nuevo Laredo, fue por mí al hotel donde me hospedaba y logró de las autoridades de migración americanas que cruzara la frontera sin ese requisito.

De Nuevo Laredo me dirigí a San Antonio, donde saludé a los generales Villarreal, Alvarado, al licenciado Vasconcelos, y a otros grandes de la Revolución, dirigiéndome después a Nogales y Hermosillo para ponerme a las órdenes de don Adolfo de la Huerta y del general Calles, que acaudillaban la Revolución de Agua Prieta.

A Hermosillo llegué el día 20 de abril. Inmediatamente entrevisté al señor De la Huerta, quien con fecha 28 del mismo mes me expidió nombramiento de gobernador provisional de Tamaulipas.

El nombramiento del señor De la Huerta, que conservo, me autorizaba para intervenir en todos los asuntos federales y del Estado, a fin de incorporar al nuevo régimen a los revolucionarios que andaban levantados en armas en contra del gobierno del señor Carranza.

Cuando llegué a Laredo, Texas, de regreso de Sonora, fuerzas del resguardo al mando del coronel Jorge Bórquez y del licenciado Pedro González, que desde hacía algunos años estaban levantados en armas en contra del gobierno, tomaron la ciudad de Nuevo Laredo, defendida por el general de Brigada Reynaldo Garza, quien fue obligado a salir, no sin antes haber hecho una heroica defensa de la ciudad.

Inmediatamente el coronel Bórquez y el licenciado Pedro González se pusieron a mis órdenes y procedimos de inmediato a organizar la defensa de Nuevo Laredo, que se veía expuesta a ser atacada por fuerzas del general Ricardo González V. y del general Carlos Osuna. Afortunadamente, en esos días la ciudad de Monterrey fue ocupada por fuerzas de los generales Porfirio González y Antonio I. Villarreal.

Al tener conocimiento de ese hecho me dirigí a dicha ciudad, habiendo conferenciado ampliamente con dichos generales. A continuación me trasladé a Ciudad Victoria, donde se encontraba el general Marcelo Caraveo, que había tomado la ciudad después de que el gobernador Rafael Cárdenas se había visto obligado a salir rumbo al norte.

En el tren en que viajaba iba el general Carlos Osuna, valiente y dignísimo militar cuya actitud no estaba totalmente definida, a pesar de que ya había tenido una amplia entrevista con el general Villarreal, a quien profesaba gran respeto y cariño. Osuna me invitó a platicar en la plataforma del carro de primera, habiéndome pedido le explicara la situación que prevalecía en el Estado y en la República. Informé largamente al general Osuna sobre las causas de la rebelión de Sonora y el desconocimiento del presidente Carranza por la inmensa mayoría del ejército. A esto me dijo el general Osuna:

¿Pero no cree ustd que esto es una traición al presidente Carranza ...? Depende de cómo se juzgue la actitud de los militares, le contesté. Los jefes militares, a pesar del deber que tienen de apoyar al gobierno legítimamente constituido, y ante la disyuntiva de ser instrumentos para la violación de los principios revolucionarios, y principalmente del sufragio efectivo que se pretende burlar, no han vacilado en seguir el camino de lealtad a esos principios, aún teniendo que desconocer al presidente de la República, que ha tratado de violarlos.

¿Y cuál cree usted que debe ser mi actitud? -me preguntó. Yo le contesté:

Yo he sido nombrado gobernador provisional de Tamaulipas, con amplias facultades para organizar las fuerzas del Estado. Usted ha sido siempre un militar valiente y pundonoroso, y si ya ofreció usted al general Villarreal su adhesión al movimiento revolucionario, creo que éste es su deber.

Después el general Osuna me dijo:

Yo me quedo en Santa Engracia, donde tengo 800 hombres armados.

Y en efecto, así lo hizo. Seguimos platicando el general Osuna y yo hasta llegar a la Estación de Santa Engracia, donde tenía sus fuerzas acampadas.

La actitud de Osuna no me inspiraba confianza y como era violento y atrabiliario, temí que me tendiera una celada. Pero afortunadamente, se despidió de mí con un abrazo, quedándose en la Estación de Santa Engracia.

Pocos días después el general Osuna se sublevó en Santa Engracia, atacando intempestivamente al general Arnulfo R. Gómez, quien se encontraba en su carro dictando órdenes, pero completamente desprevenido. Por fortuna, el general Gómez, con el valor que lo caracterizó toda su vida, rápidamente pudo repeler aquella agresión y poner en fuga al general Osuna.

En el mismo tren viajaba el viejo revolucionario Francisco González y González, quien con el grado de coronel de las fuerzas del general Flores se había incorporado al movimiento. El general González y González iba comisionado por el señor De la Huerta para amnistiar a los generales pelaecistas que andaban en la Huasteca Veracruzana. El general González y González se retiró del ejército en el año de 1920 sin hacer ninguna gestión para que se le reconocieran sus grados.

Al arribar a Ciudad Victoria me hice cargo del gobierno, habiendo designado al general Marcelo Caraveo, Jefe de la Plaza. En esos días el general Lucas González se posesionó del Puerto de Tampico, habiendo entrado a la ciudad los generales Gómez y Peláez.

En Ciudad Victoria recibí un telefonema del Colector de Rentas de Villagrán en que me comunicaba que el general Juan Andrew Almazán se había posesionado de la población y ocurría a él en demanda de elementos pecuniarios para liquidar los haberes de sus fuerzas. Ordené al Colector de Rentas que le facilitara los elementos necesarios, mientras recibía yo instrucciones del presidente don Adolfo de la Huerta, quien al saber aquello, me ordenó decir al general Almazán que se ponía desde luego un tren especial a su disposición para que con sus fuerzas se trasladara a la ciudad de México. Al mismo tiempo el general Francisco S. Carrera Torres, que venía combatiendo al gobierno del presidente Carranza desde el año de 1914, concentraba sus fuerzas en las ciudades de Tula, Jaumave, Miquihuana y Palmillas, recibiendo instrucciones por mi conducto, del general Calles, entonces ministro de la Guerra, para trasladarse a la ciudad de México.

Otros grupos de rebeldes encabezados por los generales Mucio Pérez, Francisco Medrano y algunos otros se pusieron a mis órdenes, facilitándoles los medios para trasladarse a México.

En Tampico, a cuyo puerto me trasladé en esos días, tuve una amplia conferencia con el general Arnulfo R. Gómez a quien di instrucciones para controlar todos los elementos militares del Estado y proceder desde luego a auxiliar a las autoridades civiles para el mejor cumplimiento de su cometido.

Recibí instrucciones del señor De la Huerta para poner a las órdenes del general Manuel Peláez un tren especial a fin de que con algunos elementos a sus órdenes, se trasladara también a la ciudad de México.

El Estado de Tamaulipas quedó totalmente tranquilo, habiendo huído vergonzosamente de Tampico el general Ricardo González B. y el coronel huertista Carlos S. Orozco, que tantos atropellos y crímenes había cometido en la región.

También huyeron los esbirros Villavicencio y Mascorro, sin haber sido molestados en lo más mínimo. De Orozco sé que todavía vive en alguna ciudad cercana a México, enfermo y viejo (castigado por el recuerdo de su ignominiosa conducta).

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