Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Octavo. Lo que pasaba en tacubaya Capítulo Décimo. La primera columna rebeldeBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO NOVENO
A LA MADRUGADA DEL 9 DE FEBRERO


Volvamos ahora a lo que acontecía en el propio Cuartel de Zapadores. A eso de las cuatro de la mañana, el oficial que estaba de guard1a me habló diciéndome que Se anunciaba el General Mayor de Ordenes de la Plaza. Violentamente salí al garitón y una vez que lo reconocí y hubo el cambio de seña de rigor, ordené se le abriera la puerta, le hice pasar y en medio del patio sostuvimos una breve conversación. El General Villarreal hábilmente se escapó de Palacio sabiendo que allí ya no contaba con las guardias y habiendo hablado ya con el General Villar pensó en ir a Zapadores para decirme en las condiciones en que me encontraba rodeado todo el recinto de tropas rebeldes. El General Villarreal me dijo: Las guardias de Palacio se han sublevado.

¿Y de qué Batallón son, mi General?

Del 2°, me contestó, y en este momento me voy nuevamente en busca del General Comandante Militar que se dirigiÓ a los Cuarteles de Teresitas y San Pedro y San Pablo y usted, en tanto volvemos a ponernos en comunicación, tome las precauciones que juzgue necesarias y oportunas para que no lo vayan a sorprender. Hasta el momento, ignoramos qué tropas son leales y cuáles rebeldes.

El General Villarreal salió precipitadamente, cerré la puerta, dí la llave a un Capitán, al en que confiaba, y le ordené que a nadie se le abriera, así fueran autoridades superiores, sin que antes personalmente me cerciorara de quiénes eran y si debía o no abrir. Acompañado de los oficiales, con prontitud y deseperación me dirigí a la cuadra donde descansaba la tropa, en unos cuantos segundos la hice levantar, lo cual fue muy fácil de conseguir porque descansaban en acantonamiento de alarma, es decir, uniformada, con sus botas puestas y con las armas a su lado.

La guardia recibió orden de cargar sus armas para repeler desde luego cualquiera intentona que se pretendiera efectuar, mandé a los balcones clases que vigilaran, así como desde luego se estableció una sección en la azotea del cuartel, parapetados los soldados tras de las almenas y en un pretil alto de otra por donde había una escalera que daba acceso al departamento ocupado hasta época reciente por la Estadística Nacional.

Como la azotea del viejo caserón, intermediario entre Palacio y el Cuartel de Zapadores, dominaba la que ocupaba con mi fuerza, destinada a impedir el acceso de los sublevados por aquel lado, se previó y a cada tirador se le dieron instrucciones de que debería estar a cubierto de los probables fuegos dominantes, pues entonces el Cuartel de Zapadores sólo tenía dos pisos y la diferencia de alturas entrambas azoteas no era mayor de cuatro metros. La sección de la azotea quedó a las órdenes del Capitán segundo Angel M. Morales; se recogió la llave del zaguán y la tropa mantenía sus armas cargadas, lista para combatir, pero con orden terminante de no hacer fuego sino precisamente a la voz de sus oficiales. La sección continuaba extendida en tiradores en toda la azotea del cuartel, hasta la inmediata vuelta al Museo Nacional.

La escalera para subir a la azotea era tan angosta, que con dificultad podían ascender dos personas, y ofrecía la enorme y grandísima desventaja de estar dominada de una manera absoluta por la azotea del viejo caserón contiguo, donde ya se encontraba un grupo de sublevados en actitud amenazadora y espectante.

No obstante esta circunstancia, el que escribe y el Capitán segundo ascendimos al paso veloz seguidos por la sección de tropa y, como antes se ha dicho, pronto pudimos dar la colocación que se ha anotado sin haber sido atacados por aquellos que de momento habíamos vacilado en suponer si eran tropas sublevadas o de las leales al Gobierno que se me había anunciado entrarian por la puerta del antiguo Correo, junto a la Secretaría de Guerra.

Una vez instalada aquella defensa, cuyo personal quedó a las órdenes directas dd Capitán segundo, decidí bajar para que se activara el acto de ensillar que ya efectuaban de prisa las otras dos secciones incompletas. Desde el cenfro del patio, a cubierto con mi tropa de las acechanzas de quienes por su instalación nos dominaban, pude estar en comunicación con el Capitán segundo que quedó en la azotea. No sabiendo la actitud que asumirían los integrantes de aquel grupo, le dí órdenes para que los vigilara en sus menores movimientos y así, en su caso, tomar la actitud decidida que estaba prevista: las mismas instrucciones recibieron los que se ocultaban en los balcones, para repeler oportunamente cualquier ataque que por la calle se intentara.

Cuando a mi juicio satisfacían los servicios de vigilancia y de resistencia establecidos en los balcones, garitones, azoteas y la tropa restante estuvo lista para montar, me dirigí a la sala de banderas para intentar comunicación telefónica, aunque tenía el convencimiento de no lograrla, pues suponía que lo primero que debían haber hecho los sublevados, era apoderarse por primeras manos de la oficina telefónica, que todos los oficiales de la guarnición sabían en qué Departamento se hallaba establecida.

Me sorprendí cuando a mi petición respondió el Castillo de Chapultepec en donde informé de la situación de Palacio y pregunté qué tropas vendrían a colaborar con las leales para recuperarlo. Igual recomendación trasmití para que hicieran llegar las noticias al Inspector de Policía, informándole sobre los datos obtenidos por conducto del General Mayor de Ordenes de la Plaza con respecto a las guardias sublevadas. Quise comunicarme con el General Comandante Militar y no lo logré, no obstante que la Oficina Central me dijo que estaba comunicado pero que no respondían. Por supuesto que al hablar por teléfono nada más comunicábamos lo que ya sabían los sublevados, e iba a insistir cuando el Oficial de guardia, que se mantenía en el garitón oriente, me dió aviso de que se acercaba una fuerza, la que observé venía en formación de hilera india -de a uno- y bien pegada a la pared. Se dieron órdenes para que el centinela marcara el alto y para que el jefe de ella avanzara hasta el garitón. Oí instrucciones especiales al Comandante de la guardia y a los oficiales comandantes de las fracciones, que permanecían al pie de sus caballos, para que hicieran fuego si algo anormal se observaba y abrí para que entrara el Comandante de la fuerza que era jefe del 2° Batallón, Coronel Juan G. Morelos. Aquella Fuerza debe haber tenido un efectivo de alrededor de sesenta hombres.

Una vez que el Coronel Morelos me comunicó las instrucciones que traía del Comandante Militar de entrar por el jardín, salimos a la banqueta y bajo un trueno estuvimos hablando y yo dándole datos de cómo podía cumplimentar la orden del Comandante Militar, pues el Coronel Morelos me aseguraba que desconocía las entradas al palacio no obstante haber sido Capitán Ayudante de Zapadores. Durante esta conversación nos dimos cuenta de que con los fusiles nos apuntaban algunos de los que estaban en la azotea de Palacio, nos acercamos a la puerta y le reiteré mis sospechas de que aquel grupo era de sublevados; me estuvo haciendo algunas preguntas sobre cómo estaban comunicados los patios, qué entradas había, etc., etc., todo lo cual me era bien conocido porque fuí Ayudante del ameritado General Pedro Troncoso cuando fue Mayor de Ordenes de la Plaza.

No llegué a saber por el propio Coronel Morelos la orden que había recibido del General Comandante Militar, pero parte de ella era que entrara por Zapadores, se rompiera la puerta al jardín y recuperara las guardias sorprendiéndolas por retaguardia. Una vez que se enteró del trayecto que debería de recorrer, opinó que era temerario entrar por ahí y optó por retirarse para abordarlas por la puerta del Correo y patio principal de Palacio.

El Coronel Morelos con la tropa a sus órdenes entró por la puerta de la Secretaría de Guerra y bajaba por la escalera monumental de Palacio cuando ya el General Villar ordenaba la salida de la fuerza del 24° para tomar posiciones frente al Palacio Nacional y había sometido las Guardias sublevadas y las relevaba con personal del mismo 24°, cuyo piquete de unos sesenta hombres iba al mando de! Mayor Casto Argüelles. El General Villar se impuso por su actividad, su presencia de ánimo y su notable energía militar, haciendo señales de fuerza con una pequeña pistola que en las manos de otro nada hubiera significado. El mismo General, para entrar al patio del jardín, se apoyaba en mi brazo porque estaba imposibilitado por un fuerte ataque de gota.

A poco de haberse retirado de Zapadores la tropa del Coronel Morelos y cuando meditaba qué oficial convendría mandar en busca del General Comandante Militar para infcrmarle de todo lo que había pasado, el oficial de guardia volvió a acercarse para decirme que el General Villar bajaba de un coche de sitio. Dispuse que se abriera la puerta una vez que lo hube reconocido y en un lugar del patio, lejos de la guardia, le informé de quiénes habían ido, de las precauciones que se habían tomado, que la tropa estaba lista para combatir y que el personal podía desde luego montar en caso necesario, pues ya se habían ensillado todos los caballos. A pocos momentos se presentó la fuerza del 24°, a las órdenes del Mayor Argüelles y el General Comandante Militar, apoyado en mi brazo, se dirigió a la puerta de comunicación con el jardín de Palacio donde se había establecido un retén del 1er. Regimiento.

Cuando la tropa que ocupaba la azotea de Palacio, que en esos momentos ya teníamos la seguridad de que eran aspirantes, nos apuntaoan nuevamente, no hicimos caso de tal cosa y seguimos hacia la puerta comunicación a que he hecho referencia.

El General Villar realizó un acto que pudo comprometerlo porque llegó al cuartel sin saber si ya había cambiado la situación del Palacio, ya que al pasar por la esquina rumbo a la plaza y en un coche de sitio, pudo dar3e cuenta de que algunas tropas se movían por el frente del viejo edificio.

El expresó su contento ya en el interior del cuartel cuando me dijo, lo mismo que repitio por escrito: que me había encontrado leal al Gobierno y listo para el combate. A su indicación se buscaron herramientas y no habiendo instrumento alguno que pudiera servir para forzar la puerta, con pedazos de hierro y riel que fueron encontrados se procedió a tratar de romperla y al fin se consiguió forzarla al empuje de un grupo de soldados; fue entonces cuando el Mayor Argüelles, con la fuerza del 24° y con el Comandante Militar a la cabeza, el General Villar con una presteza admirable, con decisión determinativa y con un arrojo muy digno de la fama que había justamente conquistado de soldado valiente y atrabancado, se impuso a la guardia establecida en la puerta de honor, ordenó que entregara sus armas, dejó un puesto de relevo y sucesivamente se impuso a las otras, quedando prisioneros los aspirantes y la tropa que había estado establecida hasta el momento en que por medio de sucesión y arrojo, restableció su dominio definitivamente sobre los sublevados de las guardias del Palacio Nacional.

El Comandante Militar había logrado la vuelta a la disciplina de aquellos elementos con un efectivo menor que el que se había apoderado de Palacio y de una calidad que no admitía comparación por su inferioridad moral: aspirantes bien instruidos y de valeroso comportamiento fueron dominados por un grupo de reclutas, pero a mi juicio, para mejor decir, lo fueron por la actitud resuelta del Comandante Militar y por la disciplina bien aprendida y de la que es difícil despojar al hombre cuando se presentan a su frente jefes bien acreditados, Al relevarse la guardia de honor, se dieron órdenes al Mayor Torrea para que con la fuerza a sus órdenes desfilara para colocarse frente al Palacio Nacional, lo que pudo efectuarse prontamente dejando sólo un reducido retén en el Cuartel de Zapadores con instrucciones de tener la puerta cerrada. Como por esa calle, la de la Corregidora, tenía temores el Comandante Militar de que se presentaran tropas sublevadas, procuré al establecerme en la banqueta frente al cajón de ropa La Colmena, hoy Droguería Cosmopolita, no perder de vista la calle a que aludo, así como el frente que me fue confiado para vigilar.

Se pretendió dejar la caballada en el cuartel y llevar la tropa para combatir a pie, con lo que se hubiera evitado que muchos soldados soltaran, como lo hicieron, sus caballos; pero las instrucciones fueron terminantes en el sentido de que el Escuadrón saliera a la Plaza con el personal precisamente montado.

Formé el escuadrón en batalla, apoyando su izquierda en la puerta central y prolongándose al Norte, en los momentos en que el Comandante Militar arengaba a los aspirantes en el Patio central de Palacio, estando el General Villar, el General García Peña, quien amagado por un grupo de aspirantes, según oí decir, presentaba todavía señal sangrienta en un carrillo, producida por un pedazo de cristal que lo tocó cuando le hicieron un disparo a quema ropa.

Recibimos órdenes para que se despejara el frente del Palacio Nacional que estaba ocupado por copiosa multitud de curiosos; varias parejas lanzadas al efecto, pudieron hacer que aquella masa se retirara hasta muy cerca de los jardines del antiguo zócalo.

Recibí nueva orden del Comandante Militar para formar en batalla frente a La Colmena, a la orilla de la banqueta, y nueva insinuación mía para retirar la caballada y colocarla en otra calle. Esto no se pudo verificar porque apenas se había dado la orden de echar pie a tierra, se presentaron grupos de sublevados por el Norte de la Plaza, doblando la antigua calle de la Moneda.

No sólo debería batir el Norte en caso necesario, sino que debería hacerlo sobre la calle de la Acequia, por donde según nuevas informaciones adquiridas vendría una fuerza sublevada procedente de la Penitenciaría.

Se pudo notar que la gente se movía por el lado Norte del Palacio, oleada de precipitación que parecía que intentaba descubrir algo extraordinario que pasaría por la calle de Moneda. Habiendo mandado echar pie a tierra, no se pudo sacar la caballada, mi preocupación para quedar expedito, tanto por la enorme cantidad de gente que cerraba la calle, cuanto porque en esos instantes se presentaba una columna de Caballeria doblando por la citada calle de la Moneda hacia el frente del Palacio Nacional. Rápidamente formaron en fila los dragones a mis órdenes con las armas descansadas y con los caballos de mano. Uno de mis objetivos, la calle de la Acequia, no presentaba hasta esos momentos nada anormal, como no fuera también una numerosa reunión de curiosos que invadía todos los lugares hasta donde comenzaban las dos filas de jinetes, rápidamente pasando a formar una sola.

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