Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Quinto. La víspera de la rebelión Capítulo Séptimo. Infantilidad de funcionarios y peligro del gobiernoBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO SEXTO
EN ZAPADORES


Ya en Zapadores, una vez que se desensilló y encadenó la caballada en el patio principal del Cuartel, se dispuso que la tropa ocupara la cuadra más inmediata al cuerpo de guardia, como ya se ha dicho, tomándose las providencias del caso. Acompañado del Subayudante, personalmente pasé por el frente de las guardias del Palacio, no habiendo observado la menor nota de irregularidad.

A eso de la media noche estaba el que esto escribe parado frente del zaguán acompañado del joven Subayudante, el subteniente Agustín González Castrejón, cuando me sorprendió la presencia del Capitán primero, aquel que había sido procesado por rebelión en Morelos, pero quien, como todos, había quedado sujeto a un riguroso acuartelamiento. Lo recibí expresándole que me extrañaba que anduviera en México cuando había orden de estricto actuartelamiento. El Coronel me dió permiso para venir a ver a mi padre. Cambié rápidamente de conversación, y pude observar que aquel Capitán algo desconcertado me dijo: A usted le tocan muy seguido estos servicios, pues apenas acaba de llegar de los límites del Distrito Federal y ya lo nombran para vigilar México ... Usted, mi Mayor, debería de traer su catre para dormir, pues anteayer le tocó otro servicio en que se desveló toda la noche.

Mi respuesta fue seca y como sentía el prejuicio de que aquel Oficial no sería leal, le dije: Para eso estamos, Capitán.

Con el hábito y la experiencia de no dar informaciones francas a quienes no les incumbieran, a esta como a otras preguntas le contesté lo contrario de lo real, porque verdaderamente no les tenía la menor confianza ni a éste ni a los otros dos oficiales procesados y siempre dispuse, sin lastimarlos, que no se les nombraran sino servicios económicos en el interior del Cuartel.

Esa noche del 8 en la lista que designaba los oficiales que debían de acompañarme, incluía el Ayudante los nombres de los dos Capitanes mencionados y me hizo notar que esos no habían expedicionado y que ya el Coronel había dispuesto que se les nombrara todo servicio. Lo oí y sin responderle le dije que un escuadrón fuera a las órdenes de un Capitán 1° llevando su segundo y que el otro fuera a las órdenes de un Capitán 2° y no a las del primero que con tanta insistencia quería nombrar.

Pasados los acontecimientos me di cuenta del empeño del Ayudante para que fuera aquel Capitán y realizar así el plan de colocarlo precisamente a mi lado con fines aviesos, aunque dados mis propósitos y sospechas, jamás lo hubiera mandado con el Escuadrón que iba a quedar aislado en Santiago.

Mi resolución incambiable, aun en el momento en que daba parte y que el mismo Coronel me dijo que si necesitaba a aquel Capitán lo llevara, me libró de las acechanzas de quien seguramente hubiera intentado y no sé si conseguido, inutilizarme para realizar los propósitos de rebelión de que dió señales después, aunque con pasividad y con absoluta falta de carácter. Esa falta de cualidades militares de aquel Capitán y la terminante decisión de no llevarlo en los Escuadrones a mis órdenes, me salvaron de un serio compromiso.

Al Capitán rebelde le hice notar, y era rigurosamente cierto, que cuando desempeñaba algún servicio como aquel o similar, siempre permanecía vestido, con las armas a la mano y que aun para descansar conservaba el uniforme y no abandonaba las armas.

El General Villar y el que esto escribe supimos posteriormente a la semana de los acontecimientos, que aquel Capitán segundo, procesado como presunto responsable del delito de rebelión, y el Capitán 1° a quien he tenido la pena de referirme, tuvieron una audaz y peligrosa comisión: amarrar el Capitán 2° al Comandante Militar y el primero al que esto está relatando. Llevaban instrucciones de benevolencia para que sólo en el caso de que pudiera comprometerse su comisión, se nos quitara de enmedio por cualquier otro procedimiento. El primer oficial parece que no intentó siquiera cumplir su misión, pues el General Villar no recordaba haber visto por los alrededores de su casa a oficial alguno, aunque como no lo conocía, pudiera haber rondado vistiendo de civil. Hay hombres a los que es imposible atacar de frente y el General Villar era uno de ellos; dadas su actitud, carácter, respetabilidad y decisión, conceptúo que aquel oficial sólo aceptó la comisión con el deliberado propósito de no cumplirla.

En cuanto al segundo, se sospechó su propósito por el hecho de haber ido a buscarme, por la noticia que dieron a la señora mi esposa después del tiroteo de la plaza, de que estaba bien y sólo amarrado, misma que adquirió mi asistente y supo el dueño de la tienda de frente al Cuartel, señor Juan Cuesta, quien posteriormente, cuando volví a Tacubaya mandando el 9° Regimiento, me la ratificó con otra serie de detalles. Aquel Capitán, no encontró posibilidad de llenar su cometido; tal vez no llevaría el propósito de cumplirla y sólo se presentó al Cuartel para poder dar después cualquiera explicación que lo disculpara ante sus superiores rebeldes de no haber podido colaborar, aunque hubiera sido de ese modo poco digno.

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