Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Tercero. Exploración a la Magdalena Capítulo Quinto. La víspera de la rebeliónBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO CUARTO
EN LA CEREMONIA DEL 5 DE FEBRERO


Tomada la formación que se ordenó y habiendo pasado los Jefes a colocarse al frente de la masa, nos dimos perfecta cuenta del desarrollo del programa. El Coronel recibió una amonestación del Jefe de la Brigada por haber llegado retardado y presenciamos la ceremonia que no ofreció incidente alguno. Después supe por el mismo Comandante Militar General Villar, y así me lo ratificó en Veracruz, que él posteriormente tuvo conocimiento de que se había resuelto que allí, frente al hemiciclo, tuviera lugar la rebelión de las tropas, aprehender al Presidente de la República y a su gabinete y por un golpe de mano apoderarse del Gobierno; pero que sin conocer razones de otro orden, suspendieron el atentado contra las autoridades constituídas. Supo el General Villar, como se me dijo por algún otro conducto posteriormente, que resolvieron suspender la rebelión en virtud de que el Colegio Militar era parte integrante de aquella Brigada y tuvieron resquemor de mezclarlo en el bochornoso atentado.

Es de suponerse, y con fundamento, que el iniciador de la rebelión, en el caso de que se hubiera llevado a cabo habría contado con element9s muy reducidos para cometer aquel acto de deslealtad y juzgo que además de lo expuesto de aquel atentado, se habrían verificado combates personales y de mezcla tremendos entre los diversos elementos, sin poderse entonces, como ahora, predecir cuál hubiera sido el resultado, pudiéndose asegurar que la mayoría de la oficialidad habría cumplido con su deber militar. Para ese caso, claro que habría hecho mucha falta la pistola a los Jefes y Oficiales; pero los militares por vocación, estaban, como deben estar muy lejos de suponer que las tropas que concurren a un acto cívico vayan a emplearse como atentatorios elementos contra las autoridades principales del Gobierno.

No fue un acierto por supuesto. que quienes reformaron el reglamento de uniformes en aquella época, olvidaran el artículo de la Ordenanza que prevenía que los Oficiales debían concurrir armados a toda función del servicio, dando lugar, por ese olvido, a que se recurriera al procedimiento de llevar revólvers de bolsillo, no apropíados para reprimir desórdenes; aunque se sabía de antemano que para esos casos estaba indicado apoderarse de una carabina.

Al darse fin a la ceremonia, el señor Presidente de la República, una vez que se terminaron los honores respectivos, dirigiéndose al Secretario de Guerra, General García Peña, en voz alta le dijo que siendo el pueblo muy afecto a los desfiles militares, ordenara que la Brigada recorriera las principales calles. Organizada en columna por pelotones, emprendió la marcha por evoluciones sucesivas para seguir por las calles entonces de San Francisco y Plateros (Avenida Madero). Cuando el Coronel enfrentaba al Palacio de los Leones, un coche se interpuso entre la cabeza de columna después de la banda y por el movimiento que con la espada hizo el Jefe del Regimiento, me pude dar cuenta de que recibía órdenes de algún superior.

El mismo coche que se había detenido a un lado de la calle se acercó al Jefe de instrucción y hablándole por su apellido, el General Villar se expresó en los siguientes términos: Ya le dije a su Coronel. que usted se desprenda a la altura de la Cámara de Diputados con dos Escuadrones para establecerse en servicio de vigilancia en Santiago Tlaltelolco, durante la tarde y noche de hoy -5 de Febrero-; a las cuatro de la mañana me dará parte de las novedades, o antes en el caso de que haya algo extraordinario. Mucha vigilancia, mucha vigilancia, mucha vigilancia. Y el General Villar se despidió.

En el Cuartel de Santiago. anexo a la prisión Militar, desde meses atrás se había establecido un destacamento con fuerza del 1er. Regimiento de Caballería, compuesto de sesenta hombres a las órdenes de un Capitán Segundo. Alguna vez me permití proponer que se mandara una unidad constituída para desterrar aquel indebido sistema rutinario que se empleaba para dotar con personal arbitrario a las guardias y destacamentos, así como que se relevara periódicamente, para evitar el mal que se sigue a la disciplina y a la instrucción con la separación de la matriz por largas temporadas, de oficiales y de soldados.

Relevando frecuentemente los servicios, los oficiales y tropa no olvidan el espíritu de cuerpo, ni se perjudica de una manera absoluta la instrucción de oficiales y la de conjunto del personal. El Coronel aprobó mi proposición, ofreció que así se haria: pero nunca llegó a gestionar la orden del relevo. A mi juicio, entre muchos descuidos, la superioridad tuvo éste muy importante, ya que debió haber dispuesto que aquel destacamento se relevara como los demás que dependían de la Comandancia.

Incorporados los Escuadrones al Cuartel de Santiago, fue mi primera providencia nombrar otro Capitán de Cuartel, así como designar oficial de guardia a alguno en quien creía tener confianza y que el personal de tropa se tomara de la de aquellos dos Escuadrones, siguiendo mi propósito de que no quedara en servicio ningún individuo de los que formaban parte del destacamento.

La noche se pasó sin que hubiera ocurrido novedad alguna; varias veces vigilamos las azoteas y principalmente aquellas que dominaban los patios del cuartel; se mandaron patrullar a los alrededores de la prisión con grupos formados por un oficial y tres de tropa, recomendándose que llevaran sus carabinas bajo los capotes, para no llamar la atención de la gente pacífica. y por varias veces personalmente me di cuenta de que el servicio se desempeñaba tal como se había dispuesto. No se notó durante la noche movimiento alguno en el viejo caserón convertido en Prisión Militar, la que guardaba a uno de los rebeldes contra el Gobierno Constitucional. el General Bernardo Reyes. Sólo interrumpían el silencio de la noche, los alertas de los centinelas que con periodicidad constante se oían de la tropa de servicio en Santiago, o de la que ocupaba el cuartel anexo y que pertenecía al 1er. Regimiento de Caballería.

A las cuatro de la mañana, después de haberme comunicado por teléfono con el General Comandante Militar y habiendo rendido parte sin novedad, dispuse que los Escuadrones ensillasen para desfilar después del toque de diana e incorporados a la matriz en Tacubaya.

LOS ERRORES DEL MANDO

En la primera sublevación del General Félix Díaz, un destacamento del 11° Regimiento de Caballería que mandaba el Coronel Fortino Dávila y que guarnecía el Estado de Morelos, dió señales de seguida y con ese motivo fueron procesados un Capitán 1° un Capitán 2° y un Subteniente. Dichos Oficiales procesados como presuntos responsables del delito de rebelión, fueron traídos a México, pasaron a la corporación de sueltos y no llegué a saber si a indicación del Coronel, lo cual creí seguro al tratarse del Capitán 1° porque tenía íntima amistad con su padre, o por decisión del Comandante Militar, pero es el caso que un día se reincorporaron al Regimiento para que fueran utilizados en los servicios interiores.

Mi contrariedad ante esa errónea determinación fue manifiesta y con toda franqueza así se lo hice saber al Coronel, quien conocía la ineptitud del Capitán 1° y el antecedente por que fue procesado, aunándose la circunstancia imperdonable de estar acusado, y con fundamento, del delito de rebelión, circunstancia que consideraba de suma inconveniencia para que hubiera contacto de compañerismo con los de su grado y de superioridad para con el resto de la oficialidad del 1er. Regimiento.

Al General Comandante Militar, a quien exclusivamente fuí a ver con ese objeto, le hice la misma respetuosa observación dentro de una plática al respecto y por respuesta, dándome la razón el General Comandante Militar, me dijo que se les ocupara para que no estuvieran de flojos y que se les nombraran servicios frecuentes.

Además dijo el General Comqndante Militar que había recomendado al Coronel y lo mismo me recomendaba, que se les apretara a esos oficiales y se tuviera especial vigilancia con ellos. Está bien, mi General; pero la mala lección objetiva está dada por esos oficiales y en sus conversaciones quizás la patenticen ante los jóvenes oficiales del Regimiento; pues es natural que sostengan pláticas con ellos y quién sabe si encuentren disculpable su conducta que bien saben fue de deslealtad al Gobierno. Terminada mi visita pedí permiso para retirarme y cuando viajaba en el tranvía pensaba seriamente en que la parte moral de la oficialidad se lesionaba al recibir como superior a un Capitán 1°, presunto responsable de un delito que hablaba muy poco en favor de su actuación como militar honrado.

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Tercero. Exploración a la Magdalena Capítulo Quinto. La víspera de la rebeliónBiblioteca Virtual Antorcha