Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Decimocuarto. En la azotea de Palacio Capítulo Decimosexto. Otra vez en zapadoresBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO DECIMOQUINTO
EL SECRETARO DE REDACCIÓN DE LA NUEVA ERA


Testigo de los acontecimientos.
Relato del Sr. José González M.

Era yo en febrero de 1913. Secretario de Redacción de Nueva Era. La víspera de que estallara el Cuartelazo de la Ciudadela, se efectuó en el Teatro principal una lucha greco~romana, entre dos atletas, uno de ellos francés. Enrique Ugartechea. cronista Deportivo del periódico. me invitó a que fuera a la función, Concurrí, y al terminar nos despedimos retirándome yo para cenar con algunos amigos, todos periodistas. en el restaurante del Principal. Allí en alegre charla, pasamos el resto de la noche y como a las dos de la madrugada nos despedimos todos dirigiéndose cada uno a su domicilio.

Durante la cena, algún amigo mío, militar que conocí como Oficial del Escuadrón de Gendarmes del Ejército, cuando estuvo al mando del Mayor Pradillo, viéndome en una de las mesas del Restaurante, se acercó a mí preguntándome si no había visto a algún otro militar que también fue de gendarmes y que entonces se encontraba comisionado en la Escuela Militar de Aspirantes en Tlalpan.

¿No has visto a Fulano ...?

No, no ha venido por aquí, Gonzalitos; tenemos bola ¿vienes con nosotros?

Yo creí que se trataba de alguna correría de aventuras nocturnas. Le contesté que no, que estaba cansado y pronto me retiraría. Se fué el militar. Yo no dí importancia a sus palabras. No pasó mucho tiempo y llegó el oficial por quien se preguntara ... La misma consulta.

¿No has visto a Zutano?

Sí. acaba de estar aquí, pero se retiró luego. Tenemos bola, me dijo en tono parecido al confidencial. ¿Vienes con nosotros? Va a estar buena ...

Volví a negarme. Mi trabajo nocturno en el periódico me tenía agobiado, y no estaba dispuesto a una desmañanada para volver al día siguiente para auxiliar al Jefe de información en el reparto del trabajo.

Poco rato después, la misma escena, aunque con distinto actor. Otro Oficial, también de Gendarmes cuando lo conocí y entonces en la Escuela de Tlalpan, y semejantes insinuaciones.

Ya me interesó aquello. ¿Qué sería la bola?

Al periódico los reporteros habían llevado muchas versiones de que se preparaba un movimiento armado antigobiernista. Entre los reporteros, los de policía, los hermanos García Conde, principalmente Melesio, nos había informado que tenía versiones que consideraba fidedignas, de que la guarnición, aunque no precisaba qué Cuerpos, preparaba la insurrección contra el régimen del señor Madero.

Vinieron a mi memoria estas especies y por no sé que asociación de ideas, pensé en la insinuante invitación para ir a la bola.

Vivía yo en esos días, con una familia de origen francés, en el nú.mero 54 de la Avenida San Francisco. Al encaminarme a mi casa, por la acera del Salón Rojo, encontré a un Jefe de Policía. Le dije lo que acababa de escuchar. y me contestó despectivamente.

- No haga usted caso ... Son rumores de los alarmistas. Los miedosos son quienes propalan esas especies. No hay nada ...

Aquella opinión, en labios de un funcionario que podía saber y aún debería conocer lo que hubiera, si no me dejó satisfecho, por lo menos me tranquilizó un poco.

Serían las siete de la mañana del día nueve, cuando se presentó en mi cuarto un amigo mío, hombre tranquilo, inofensivo, de excelente carácter y ajeno completamente a cuestiones partidaristas en política.

Entró en mi pieza, laterando el ambiente, hablando atrabancadamente, y me hizo una relación que yo entre sueños no pude entender completamente. Me habló de los Aspirantes, de Tlaltelolco, de la Penitenciaría, del Presidente Madero, de sublévación ... de mil cosas que no pude hilar para comprender desde luego.

Levántate ... Es preciso que te ocultes .. Ocupas un puesto de importancia en el periódico adicto al Gobierno y puedes correr serio peligro.

En eso estábamos, cuando escuchamos disparos cerca de la casa.

¿Oyes? ... ya empezó el tiroteo. Levántate, hombre ...

Me incorporé sobre el lecho, y levantando una hoja del calendario que tenía sobre el buró, ví el santo del día. No me pareció que justificara alguna alborada con cohetes. Entonces entré en tranquilidad. Mi amigo, molesto porque no le atendiera, se había retirado.

A poco, el ir y venir de la familia, cerrando puertas y ventanas con estrepito. En ropas menores, cubierto apenas por una pelerina, fuí al despacho de una sastrería (la de Martín) que ocupaba un departamento en el entre-suelo de la misma casa. Me recibió mi amigo Martín con la cara pálida, tembloroso, demostrando a la simple vista su temor. Abrí violentamente uno de los balcones.

No salga, González. Estamos en Revolución. Están combatiendo en la esquina. Corre usted gravísimo peligro ...

No hice caso. Asomé con precaución la cabeza y ví que desde la torre de la Profesa, los sublevados cazaban (esta es la palabra) uno a uno a los hombres que desembocaban a San Francisco por la Avenida Isabel la Católica, precisamente guardándose con la esquina en que se encontraba la joyería El Kohinoor.

Volví a la pieza, me vestí violentamente y salía a la calle, aún con la oposición de la familia Lodoyen y de mi amigo Martín. Me dirigí a la plaza de la Constitución. Mi profesión me llevaba al lugar donde había acontecimientos que presenciar. Serían como las siete y media de la mañana. La plaza estaba animadísima; pero con una animación trágica.

Atravesando la calle del Empedradillo fuí al atrio de la Catedral. No pude atravesar la plaza para encaminarme a Palacio. Busqué luego un lugar apropiado para mi observación y entonces fuí a la Cruz de Mañosa, que se encuentra en el ángulo sureste del mismo atrio. Desde allí, por entre la arboleda del jardín de Catedral, podría sin peligro observar lo que ocurriera en Palacio y en la Plaza.

La multitud de creyentes empezaba a salir de la misa que terminaba a esa hora en el templo: El toque de clarines a corta distancia me preparó para presenciar algo interesante. Por la calle del Monte de Piedad primero, luego por el Seminario, quizás también por frente al Portal de la Diputación o por donde estuvo la Droguería Cosmopolita, se acercaron fuerzas. Ví llegar las que cerraron la calle dei Seminario, porque en esos momentos traté de salir del atrio por esé rumbo. No lo conseguí, porque quién sabe cómo fueron cerradas todas las salidas del enrejado. Ya en la calle de la Moneda, entre el Palacio y la Cantina El Nivel se había extendido otro cordón de tropas. Tomé rumbo a la salida por donde existió el mercado de flores, y tampoco pude franquear la salida. Cogiendo los perfiles de la construcción de Catedral, volví a pretender salir por la puerta principal del atrio, y obtuve el mismo estorbo. Volví entonces a mi sitio primitivo, la Cruz de Mañosa. No había llegado al lugar que pretendía alcanzar, cuando soldados apostados en la azotea de la Secretaría de Hacienda, dispararon sobre la torre de Catedral, del lado Norte. Sin mucha espera, contestaron el fuego desde la torre sobre el Palacio.

Hubo un pequeño intervalo, que intenté aprovechar para salir de mi encierro. Ahora supongo que quienes cerraron las puertas del atrio, fueron los que subieron a las torres.

Cuando hube al fin alcanzado el jardín de Catedral, fuí a una de las fuentes que estaban en el mismo ángulo que la Cruz. Desde allí me tocó presenciar la muerte del General Reyes.

Primero escuché unos disparos por la puerta de honor del Palacio. Ví cuando salía un Oficial por la Puerta Central y tras él a cuatro o cinco soldados armados. Aquí cabe una aclaración a la versión que tanto se ha propalado, de que al salir un Capitán para conferenciar con quien mandaba la fuerza que se acercaba a Palacio por el frente, mandó emplazar dos ametralladoras; si se montaron frente frente a la puerta central, fue después de la llegada o al mismo tiempo de llegar el General Reyes al frente de los insurrectos.

Cuando los soldados que llevaba a su mando el Jefe del Primer Regimiento de Caballería, se internaron por los prados del jardín de la plaza y tomaron la formación de lo que los militares llaman línea desplegada el citado Jefe estaba guardándose con una de las pequeñas estatuas de plomo que adornaban el jardín. Al escucharse el tiroteo por la Droguería Cosmopolita (frente a la Colmena) los de Palacio prepararon sus armas, empezaron el tiroteo los que estaban en los prados del jardín de la plaza y les fue contestado el fuego, entablándose la lucha. Fue en ese momento cuando el General Reyes, se encontraba frente a la puerta central del Palacio.

La confusión, en esos instantes fue indescriptible. La gente seguía saliendo de sus escondites en los prados del jardín, otros trataban de tomar los portales; otros más intentaron salir por las calles que convergen al zócalo pero todos sus intentos fueron inútiles. Centenares de personas como es ya sabido, fueron alcanzados por las balas y murieron víctimas de un movimiento en el que no tomaron parte alguna.

Por fin, logré llegar a la esquina que forman las calles del Empedradillo y San Francisco (El Paje). Serían probablemente las nueve y media de la mañana. La calma se había impuesto relativamente. Ya se sabía que el señor Madero, había salido de Chapultepec, se dirigía a Palacio, lugar que, dijo, era el que correspondía oficialmente al Presidente de la República.

Efectivamente. por San Francisco avanzaban ya los cadetes del Colegio Militar, en que el Capitán Jiménez, según recuerdo, acompañaba al Jefe de la Institución.

Allí, al tratar de atravesar al portal de Mercaderes, me marcaron el paso atrás, Alguien que iba cerca del Teniente Coronel Hernández Covarrubias me recordó y me permitió alcanzara el portal, que estaba materialmente lleno de gente.

Al dar vuelta por la Avenida del 16 de Septiembre, en la esquina con la calle de la Palma, encontré al Capitán José Ruvalcaba que mandaba un piquete de Gendarmes Montados.

Inquirí con él de lo que se trataba y no obtuve informe satisfactorio completo. Volví nuevamente a la Plaza, y allí encontré al fotógrafo de mi periódico, Jerónimo Hernández, que tomó la célebre e histórica fotografía del señor Madero, doblando la esquina del jardín por la calle frente a Catedral, para entrar a la del frente de Palacio. En esa foto se ve a un papelerillo cerca del Presidente, a éste tremolando una pequeña bandera nacional y al fondo se lee distintamente el rótulo de la cantina El Nivel.

Acompañaban al señor Madero, el General García Peña. a quien ví con la cara manchada por incrustaciones de pólvora y aún me pareció que sangraba del lado derecho de la boca, el Director del Colegio Militar y un piquete de cadetes a pie, siguiéndole numeroso grupo de gente del pueblo.

También encontré en la Plaza, al repórter Eduardo Soriano, de Nueva Era, a quien dí instrucciones para que sin excusa ni pretexto, penetrara al Palacio y permaneciera allí para obtener toda la información relativa a los acontecimientos del interior. Soriano cumplió a satisfacción el encargo, y fue Nueva Era el único periódico que dió los mejores detalles del caso.

Teniendo ya quien representara al periódico en el lugar de los sucesos, me retiré para ir a la Redacción a confeccionar las ediciones extraordinarias que el periódico lanzó a poco, dando cuenta de los sucesos desarrollados en las primeras horas del primer día de la bochornosa Decena Trágica.

Otros pormenores del mismo periódico, hasta el llamado triunfo de la Ciudadela y el atentado contra el periódico Nueva Era, no son de este capitulo, ni estarían apropiados aquí. Son además, por otra parte, extensos y no caben en estos ligerísimos apuntes.

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