Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Décimo. La primera columna rebelde Capítulo Duodécimo. Por qué fracaso el general RuizBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO UNDÉCIMO
SITUACIÓN DE LAS TROPAS


Las tropas leales continuaban en la siguiente formación: tropa del 1er. Regimiento -leal al Gobierno-, frente a la Colmena, con el frente al Norte lista para el combate pie a tierra; tropa del 24° Batallón -leal al Gobierno-, pecho y rodilla en tierra con el frente al Occidente entre las puertas de honor y principal; dos ametralladoras en la puerta principal -uno y otro lado-, (una descompuesta) y prolongación de la línea pecho y rodilla en tierra de la infantería leal -soldados del 20 Batallón- hasta la Esquina Norte de Palacio. La tropa rebelada hasta ese momento del 1er. Regimiento, en columna de viaje y en la diagonal ya descrita en el párrafo anterior.

Pocos minutos después apareció de nuevo el General Villar colocándose, como antes estuvo, a la orilla de la banqueta y en el lado Sur de la puerta.

Años después, el General Villar, allá en Veracruz, me mostró unos apuntes y al referirse al episodio de la prisión del General Ruíz tenía anotado lo siQuiente: De la formación de columna a que se ha aludido -que traía la tropa sublevada- se desprendió el General de Brigada Gregorio Ruíz y atravesando la calle se dirigió hacia mí; poco antes que llegara, avancé a tres metros Dara encontrarlo; después de saludarlo, él a caballo, me invitó a secundar el movimiento defeccionando a mi Gobierno. Me manifestó que contaba con muchos elementos de hombres, armas y artillería y además de las fuerzas que él traía, que eran mucho mayores que las mías, venía ya sobre la plaza con fuerzas de las tres armas el General de División Bernardo Reyes, con los Generales Manuel Mondragón, Félix Díaz y otros; concluída la proposición del General Ruiz, le contesté que por ningún motivo defeccionaría ni traicionaría al Ejército y al Gobierno General del Presidente Madero y que a los militares no nos correspondía ni criticar, ni murmurar, ni entrometernos en asuntos políticos, que por lo tanto mi deber era defender y sostener al Gobierno constituído por las leyes, hasta perder la vida y que nadie me haría faltar a mis deberes, y tomándole violentamente la riendas y freno del caballo le ordené se diera por preso y se desmontara; el General se oponía y por dos veces llevó la mano derecha a tomar una de las pistolas que llevaba sobre la cantina o arnés del albardón. Viendo que no se bajaba y el grueso del enemigo podía presentarse, decidí desmontarlo con ayuda de los tres ayudantes y en seguida, del brazo derecho, lo conduje a la puerta del centro entregándolo rigurosamente preso y bajo su estrecha responsabilidad al General Eduardo Cauz, poniendo a su disposición diez hombres, para el cuidado del prisionero. Terminado este incidente volví a tomar mi puesto.

Hasta aquí la relación del General Villar que, con palabras más o menos y con diferente expresión, me ratificó el General Méndez.

En la fotografía que se inserta están bien marcadas la situación de las tropas y el grupo que rodea al General Ruíz para desmontarlo (No nos ha sido posible colocar la foto que se menciona porque tanto las malas condiciones de la edición en papel que poseemos de esta obra, y que nos ha servido de base para la elaboración de la presente edición virtual, asi como la pésima calidad de la impresión de la susodicha fotografía, simple y sencillamente no nos permite su digitalización. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Se presta a un estudio muy serio la actitud descuidada y poco decidida de los militares rebelados, que venían a derrumbar por la fuerza a un Gobierno que necesariamente habría de oponerle la fuerza. Para reprimir o suprimir trayendo soldados y armas, no hay otro medio conocido para obtener el éxito, que usarlas oportuna, conveniente y enérgicamente.

¿Por qué aquel descuido y aquella vacilación de los que mandaban? ... No cabía la suposición de que para venir a tomar parte en una función de armas, a enfrentarse con un General valiente y apto, que se había distinguido como Jefe de columna, a la cabeza de sus soldados, y no como General en Jefe a distancia y con debidas precauciones, se presentaran los rebeldes ante su adversario a pedirle de palabra que se rindiera, sin haberse previamente estáblecido en posición adecuada para combatir, no olvidando la actividad de energía personal que debe caracterizar al que va a imponerse a otro, que de antemano sabe que reúne cualidades grandes de valor y decisión.

A las tropas leales que ya están citadas, debe agregarse una escolta de un Subteniente y dieciseis individuos de tropa del 16° Regimiento a las órdenes del Teniente Vicente Ortíz que quedaron al frente de la puerta del centró y el Mayor Francisco Malagamba agregado como ayudante dei General Comandante Militar.

El General Villar, cuando me platicaba el incidente de hacer demostrar al General Ruíz. y ante mi asombro, repetía que para lograr el fin que se propuso sólo había tenido que usar de una frase enérgica ordenándole que echara pie a tierra.

Me llamó poderosamente la atención este incidente, muy digno de estudio, porque conocía los antecedentes del General Ruiz, tenía la idea como lo comprobó ampliamente. de que era un militar muy valiente, y cuando lo ví al frente de rebeldes recordé el episodio aquel de su vida militar, cuando en 1876 desde la hacienda de Guadalupe y siendo sólo Capitán, se llevó dos Escuadrones del 10° Regimiento, burlando habilidosamente a sus superiores, para irse a unir a las tropas Constitucionalistas, rebeldes al Gobierno del Presidente Lerdo de Tejada, que pronto llegaría a su fin con el resultado de la acción de armas en Tecoac.

Era de pensarse, y creo que no erróneamente, que aquel militar que había sorteado innúmeros peligros en actuaciones parecidas -muy propias del medio en que había vivido- vendría con su ánimo bien dispuesto, acompañado de todas las resoluciones.

Nada hicieron ni él, ni aquella tropa que le acompañaba y que debería haberlo defendido y haber hechado pie a tierra antes de entrar a la plaza, y sólo el Jefe de ella. el Coronel del Regimiento la movió para alejarse del General Villar quien trató de conseguir con el Coronel rebelde, el mismo procedimiento que con el General Ruíz; pero más sagaz que éste, pronto se puso en cobro y la tropa que los escoltaba quedó abandonada al mando de tres Capitanes que fQrmaban parte de aquellas diversas fracciones, que integraron la vanguardia de la rebelión armada.

Traer armas y soldados para querer atraerse a todos los militares por medio de corteses invitaciones, sencillamente era un procedimiento de una infantilidad muy digna de estudio. ¿Por qué ese descuido y por qué esa vacilación? El General Ruíz había sabido revolucionar con éxito, y para unirse a la facción que habría de triunfar, se rebeló para lanzarse a la revuelta burlando a sus superiores en el 10° Regimiento, allí el citado año de 1876. ¿Los años restan aptitud?

No podía, no debía de haber supuesto que para venir a Una función de armas, a enfrentarse con un Jefe de reconocidas dotes guerreras, que se había distinguido como Jefe de columna, mandando él a la cabeza a sus soldados, tal como lo hizo el 9 de Febrero y no como General en Jefe a distancia, podría hacerlo con la pistola enfundada y las armas a la granadera. Para el caso y en previsión, su fuerza debía haber tomado algún dispositivo de combate, con sus armas cargadas y personalmente o por medio de algún otro u otros inferiores, para no exponer el mando usar de alguna actitud enérgica, que debe caracterizar en todos sus actos preliminares el que va a imponerse sobre otro, que sabe de antemano que no lo ha de obedecer y que antes por el contrario, está bien preparado para repeler la agresión. La línea de tiradores con soldados pecho y rodilla en tierra, no podía significar que se les iba a hacer honores a los rebelados contra el Gobierno; claramente indicaba que el Comandante Militar, y en esto han convenido hasta sus adversarios y atacantes, estaba dispuesto a defender la residencia del Ejecutivo y emplear, como estaba empleando, todos los medios y todos los recursos, para dominar la rebelión armada emprendida por una buena parte de las tropas de la guarnición.

El General Ruíz olvidó que ya había pasado treinta años dentro de la disciplina del militar profesional, olvidó que ya llevaba bien puesto el freno con que se gobierna a los hombres armados y para nada, ni él ni sus superiores en la rebelión, supieron usar de los procedimientos revolucionarios, únicos que conducen al éxito en esos casos de golpe de mano, a que no estaban ya acostumbrados los militares en el medio en que se les ha educado equivocadamente.

Por medio del entusiasmo se consiguen ventajas algunas veces, pero esas ventajas son efímeras y no debe olvidarse con qué rapidez se apagan aquí los entusiasmos y a qué desastres han conducido esas llamaradas de un día cuando las forman ídolos de armas sin prestigio.

El General Ruiz ya estaba muy acostumbrado a obedecer a sus superiores; ya tenía fuertes raigambres de disciplina y de sujeción a la obediencia. y se improvisaba rebelde sin saber si otra vez podría serlo, cuando esa disciplina inevitable lo había de conducir a obedecer a su superior y a la voz del Gobierno bien representado por el Comandante Militar. El General Ruíz olvidó la historia nuestra, no dió oído a sus enseñanzas que en tantos casos muestra los fracasos de los militares que quieren transformarse en revolucionarios y de los mismos revolucionarios cuando se han convertido en militares; el éxito podría ocasionar como lo ocasionó la debilidad del Gobierno buscada por sus mismos componentes directivos y olvidó una premisa importante para no conseguirlo, que en el caso eran los Jefes de la rebelión los que habían fracasado ya ruidosamente, y uno de ellos aureolado de mérito y popular General en época pretérita, pero ya destronado del solio del caudillaje.

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