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William Stanley

El gran proletario, el modesto soldado que desde el principio del movimiento liberal en Baja California unió sus destinos con los de los trabajadores mexicanos, acaba de bajar a la tumba y su cadáver duerme en el cementerio de Mexicali en tierra mexicana. Cayó como caen los buenos, los héroes que pelean por principios. Una granada de los porfiristas le fracturó el cráneo, cuando con rodilla en tierra hacía vomitar de su winchester una lluvia de balas que dejaron por tierra más de quince soldados del famoso Octavo Batallón de Infantería.

Aunque gravemente herido, quería seguir combatiendo y llegó hasta estimular a los compañeros a que continuaran el combate sin interrupción, pero sus deseos no se cumplieron.

La batalla en que cayo Stanley fue un hecho de armas que es dificil encontrarle un paralelo al hojear las páginas de la historia. Ochenta y siete hombres armados con rifles inferiores contra cuatrocientos soldados disciplinados del mejor batallón de infantería con que Díaz cuenta y contra cuatro ametralladoras manejadas por científicos artilleros de la ciudad de México y que han hecho prácticas en Francia y en Alemania, es difícil encontrarlos frente a frente. Sin embargo, Stanley, acompañado de ochenta y seis liberales más, dió la memorable batalla de La Mesa, cerca de Mexicali, a todo el batallón del llamado Coronel Mayor y a los artilleros operadores de cuatro ametralladoras, derrotándolos completamente, pues las pérdidas de soldados federales muertos se elevó a sesenta y ocho, y la de los liberales a dos únicas: Stanley, muerto, y Timoteo, herido.

La batalla de La Mesa se inmortalizará en lienzo y granito. El día 8 de abril de 1911 será recordado por todos los mexicanos amantes de la libertad y de la justicia.

Ese hecho heróico ha conmovido al mundo proletario ya. Telegramas fueron enviados a Europa y demás continentes para que el proletariado universal celebre una victoria que le pertenece. La prensa de los Estados Unidos y Canadá, aún la capitalista, ha hecho justicia al valor y audacia de William Stanley, esa misma prensa, que días antes lo trataba de bandido, tan sólo porque de un rancho tomó un número de mulas para mover sus carros de transporte. Los trabajadores americanos y canadienses también se unen a la alegría del proletariado mexicano por ese triunfo, aunque todos deploran la pérdida de ese astro que se llamó Stanley.

Y se habla de heroismo. Sí, Stanley fue un héroe en toda la extensión de la palabra. No de la talla de Teodor Roosevelt que se escudó con una compañía de negros en San Juan Hill para ganar terreno a unos cuantos españoles, no de la talla de Porfirio Díaz, que con gran número de tropas asaltó el 2 de abril de 1867, una plaza condenada por el hambre y la desmoralización de los sitiados, no; Stanley es un héroe por su falta de ambición, por su audacia, decisión, gran valor y recto camino porque guió durante más de dos meses a los soldados liberales hasta exhalar el último suspiro después del gloriosísimo triunfo de La Mesa.

No sólo la historia de México honrará a Stanley por su sacrificio. Stanley pertenece a la humanidad. Es un héroe universal, porque al combatir con la bandera roja en las llanuras de Mexicali la batalla del proletariado mexicano, también peleó por la causa del proletariado universal. La bandera roja no conoce fronteras y al morir abrazado a ella en Baja California, Stanley, el gigante trabajador industrial, inmortalizó su nombre, nombre que será una inspiración a todo hombre y mujer trabajadores sin diferencia de raza o nacionalidad en sus luchas contra el vampiro Capital.

La lucha armada que hoy libran en los campos de México los trabajadores emancipados, es la lucha que mañana será combatida en los Estados Unidos y pasado, en todos los pueblos de Europa y resto del mundo hasta conseguir la completa eliminación del capitalista, el déspota y el fraile. He ahí porque Stanley en la lucha definitiva de las clases a través del globo, será la inspiración del ejército de los trabajadores.

Compañeros: en mi última estancia en Baja California tuve oportunidad de conocer y tratar a Stanley. Cuando me estrechó la mano, me llamó amigo y compañero, me dijo que él no era más que un americano, e hizo suyas las sublimes palabras de Tomas Payne, el mundo es mi país, hacer el bien mi religión. El fue un liberal y murió como mueren los liberales, altivos, soberbios, indomables.

El Partido Liberal Mexicano no podrá pasar sin descubrirse ante la figura de Guillermo Stanley. Su valor temerario era la admiración de todos los liberales que combatían bajo su mando. Sus ideales, enteramente radicales, sus esperanzas en el final triunfo de la causa liberal, lo hacían simpático a cuantos tuvimos la honra de tratarlo. Sin temor de equivocarme puedo decir que durante las guerras que han azotado a México desde la independencia, no hay un hecho de armas que iguale a la batalla que con ochenta y siete hombres novicios en el arte de la guerra, dió Stanley a todo un conjunto de artilleros e infantes, la flor y nata del ejército de Díaz.

No olvidéis a Stanley, compañeros, hombres y mujeres, enseñad a vuestros niños a seguir su ejemplo. Colocadlo entre los grandes héroes del mundo, como lo son todos los hombres que en épocas pasadas han sacrificado sus vidas por el avance y bienestar de la humanidad.

Antonio de P. Araujo

(De Regeneración, del 15 de abril de 1911, N° 33)

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