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¿Qué queréis, bandidos?

Los cónsules, perros de presa de la tiranía, han seguido en sus esfuerzos por localizarnos. Viles esclavos de De la Barra y Madero, como ayer lo fueron Díaz, no descanzan en su repulsiva labor y, como siempre, ocurren al alquiler de los tipos más bajos y degenerados de la especie para conseguir su objetivo.

Al principio destacaron toda una legión de esbirros, unos de estrella, y otros, con ropajes desgarrados; después, unos cuantos pares de traidores, renegados de la lucha que en otros tiempos sostuvieran en pro de la bandera roja en terrenos de México, ex-hombres que renunciaron a su altiva condición de luchadores proletarios para bajar a la degradante de eunucos y recibe-salivas de los altos instrumentos del despotismo, y ahora, una partida de blancos ex-compañeros de acción y al igual que los otros, asiduos visitantes de los Consulados, en pos de hueso que roer, y guías de los Pinkertons y Burns, en sus cacerías de hombres y plagios de rebeldes.

No habéis citado a una conferencia en la calle de South Spring en Los Angeles; no habéis ofrecido vuestra ayuda (!!!) para el fomento del movimiento libertario y en ambas ocasiones me escribísteis en español. Más ahora ocurrís al lenguaje de Shakespeare y por medio de altas combinaciones, trabajo del más refinado detective, pensáis en llegar a entrevistarme.

¿Para qué insertáis avisos con mi firma en los grandes diarios burgueses de California, llamando a individuos que en sus casas son bien conocidos? ¿Para qué invitáis en mi nombre a personas extrañas a que vayan a Los Angeles a dar testimonio en las Cortes? ¿Con qué objeto queréis sostener correspondencia conmigo?

Si queréis hombres que aprehender, luchadores que plagiar o liberales que presentar a vuestros corruptos amos, no seais tan cobardes, atacad frente a frente, pelead cuerpo a cuerpo, no ocurráis a los dirty trisks.

Si queréis sangre en los campos de México la tendréis. Ahí, la horca o el fusilamiento darán al traste con vuestras existencias miserables.

¡Qué queréis, bandidos?

Antonio de P Araujo

(De Regeneración, del 30 de septiembre de 1911, N° 57)

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