Indice de Ricardo Flores Magón, el apóstol de la Revolución Mexicana de Diego Abad de Santillán CAPÍTULO CUARTOBiblioteca Virtual Antorcha

RICARDO FLORES MAGÓN,
el apóstol de la Revolución Mexicana

Diego Abad de Santillán

CAPÍTULO QUINTO

En Leavenworth. - Sindicalismo y anarquismo. - La muerte del apóstol. - Trece años en la cárcel.



En Leavenworth.

Después de quince meses de permanencia en la isla de McNeil, Ricardo Flores Magón fue trasladado a Leavenworth, Kansas, a solicitud propia, pensando que en este establecimiento podría atender mejor su salud. Librado Rivera consiguió también el traslado, nueve meses más tarde.

La vida en Leavenworth es una continua tragedia; no sólo no mejoró la salud, sino que fue empeorando, y a su malestar se añadió poco después una afección visual que le iba privando de la vista. La ceguera era un estado que le causaba terror, y si por algo imploraba a sus amigos de afuera que hicieran algo en favor de su liberación, fue con el objeto de atender su salud y de salvarse de quedar ciego.

El gobierno mexicano votó una pensión para el prisionero de Leavenworth, que naturalmente fue rechazada por el beneficiado, que no querfa deber nada a ningún gobierno.

En carta dirigida a Nicolás T. Bernal el 20 de diciembre de 1920, dice Magón en parte lo siguiente:

... Después de escrito lo anterior, llegó a mis manos tu carta del 1° del actual, en la que transcribiste la carta que el compañero ... te escribió refiriéndose a la pensión que la Cámara de Diputados generosamente acordó para Librado y para mí. No puedo escribir directamente a México por razones que te expliqué en mi última carta. Así pues, dile a ... que yo no sé lo que Librado piense acerca de esta pensión, y hablo solamente en mi nombre. Soy anarquista, y no podría, sin remordimiento y vergüenza, recibir el dinero arrebatado al pueblo por el gobierno. Agradezco los sentimientos generosos que impulsaron a la Cámara de Diputados a señalar dicha pensión. Ellos tienen razón, porque creen en el Estado, y consideran honesto imponer contribuciones al pueblo para el sostenimiento del Estado; pero mi punto de vista es diferente. Yo no creo en el Estado; sostengo la abolición de las fronteras; lucho por la fraternidad universal del hombre; considero al Estado como una institución creada por el capitalismo para garantizar la explotación y subyugación de las masas. Por consiguiente, todo dinero derivado del Estado es el sudor, la angustia y el sacrificio de los trabajadores. Si el dinero viniera directamente de los trabajadores, gustosamente y hasta con orgullo lo aceptada, porque son mis hermanos. Pero viniendo por intervención del Estado, después de haber sido exigido -según mi convicción- del pueblo, es un dinero que quemaría mis manos, y llenaría de remordimiento mi corazón. Repito mi agradecimiento a Antonio Diaz Soto y Gama (actual diputado socialista) en particular, y a los generosos diputados en general. Ellos pueden estar seguros que con todo mi corazón aprecio sus buenos deseos; pero yo no puedo aceptar el dinero.

Sindicalismo y anarquismo.

La razón de ser de las organizaciones obreras revolucionarias que después comprendió Ricardo Flores Magón, se ve por las cartas que siguen escritas a la camarada Elena White, de Nueva York:

Septiembre 5 de 1921.

Deseas mi opinión sobre la actitud que debemos adoptar los libertarios ante el movimiento sindicalista. Hay una cosa que creo firmemente que no debemos hacer. estar en contra de ese movimiento. De todas las formas de organización del trabajo, el sindicalismo se encuentra en el terreno más avanzado, y es nuestro deber ayudarlo, y si no podemos llevar todo el movimiento al plano más elevado de nuestros ideales y aspiraciones, al menos debemos esforzamos por impedir que retroceda a tácticas y fines más conservadores.

Sin embargo, no creo que jamás el sindicalismo, por sí solo, llegue a romper las cadenas del sistema capitalista; eso se conseguirá por la labor de una conglomeración caótica de tendencias; eso será la labor creada por las masas llevadas a la acción por la desesperación y el sufrimiento; pero entonces el sindicalismo puede ser el núcleo del nuevo sistema de producción y distribución, y en esta parte el sindicalismo será de gran importancia, porque su acción no sólo evitará la prolongación de una condición caótica favorable a la entronización de un nuevo despotismo, sino que librará a las masas de la necesidad y las privaciones, haciendo así difícil, si no imposible, su retraso al estado de cosas ya desaparecido.

¿He sido bastante claro, mi querida Elena?

Pero tú sabes todo esto tan bien como yo, y temo que estos garabatos míos sobre cuestión tan obvia te envíe a dormir.

Sin embargo, me pediste mi opinión y no puedo evadir la respuesta. Como ves, considero que el sindicalismo servirá mucho para evitar la prolongación del caos inevitable, porque existirá una tendencia organizada ya firmemente establecida, al mismo tiempo que muchas otras tendencias andarán tentaleando aquí y allá en la obscuridad del momento, sin poder encontrar una dirección definida.

Ahora, en vista del papel lógico a que está destinado el sindicalismo en la gran crisis que se nos enfrenta a los seres hunanos, nosotros, los libertarios, no debemos permanecer inactivos: debemos sistemática y persistentemente empapar el movimiento sindicalista con nuestras doctrinas hasta el punto de saturación, para que cuando llegue el momento, la producción y la distribución se lleven a cabo bajo bases libertarias.

Ya muchos sindicalistas han aceptado nuestros ideales, influenciemos al resto por medio de más intensa propaganda.

Es tiempo ya de tener una asamblea nuestra en cualquier parte del mundo para estudiar los medios de hacer frente al porvenir. Por supuesto que la asamblea debe ser de carácter internacional. Creo que esta reunión daría gran impulso a nuestra labor.

Ricardo Flores Magón

Septiembre 19 de 1921.

No me cansas en lo más mínimo con tus preguntas, mi buena Elena; pero lo que te diré sobre el tema que tocas es tan elemental que temo cansarte, mi habilidosa camarada. CUando hablé del sindicalismo, quise decir el sindicalismo revolucionario, es decir, la unión de trabajadores que en la actualidad tienen por objeto derrocar el sistema capitalista por la acción directa. Este sindicalismo es el que debemos ayudar para hacerla fuerte. Respecto a las uniones de la Federación Americana del Trabajo, debemos persistentemente demostrar a sus miembros la necesidad de adoptar los nuevos ideales y las nuevas tácticas que demandan las condiciones presentes. No debemos dejarlos solos; debemos propagar entre ellos nuestros ideales, si no queremos correr el riesgo de verlos unidos al enemigo en un momento de crisis. Esto es lo más que podemos hacer con las uniones obreras del tipo de la Federación Americana del TrabajoEs cierto, y muy cierto, que el sindicalismo que tenemos aquí en este país ha degenerado; pero es el único que tenemos y con el cual estamos obligados a tratar con realidades, con lo que es y no con lo que pudiese ser. Si pudiéramos transformar de la noche a la mañana las uniones obreras en uniones de conciencia revolucionaria, pondríamos todas nuestras energías en esa obra, pero no lo podemos hacer; necesitaríamos años, y años y años para llevar a cabo la tremenda obra, y los acontecimientos y los fenómenos de la vida social no detendrán su vertiginosa lucha para darnos tiempo a perfeccionar y aceitar la maquinaria que intentemos usar en un futuro que tal vez está de nosotros más cerca de lo que soñamos.

Por lo tanto, bajo estas circunstancias no debemos poner obstáculos a la minoría sindicalista; no debemos dejar sola a esa minoría para dedicar todo nuestro tiempo a catequizar a las uniones obreras, a fin de que la crisis que se aproxima no nos sorprenda enseñando el A,B,C, de los derechos sociales a la aristocracia del trabajo.

Por supuesto, debemos enseñarles el A,B,C, pero sin descuidar la tarea principal: la de hacer del sindicalismo la organización obrera más revolucionaria.

Tuviéramos veinte, treinta o cuarenta años ante nosotros para trabajar en la asombrosa transformación de las uniones obreras en sindicalistas revolucionadas conscientes de clase, podíamos intentarlo y saldríamos triunfantes; pero cuando no hay tiempo que perder, cuando la crisis puede comenzar en cualquier momento, el mes entrante o el año próximo o a lo sumo dentro de los próximos cinco años, debemos trabajar con el mejor instrumento o el menos dañado que tengamos a la mano para hacer frente a los acontecimientos que vengan, y en nuestro caso, el instrumento menos dañado es la sombra del sindicalismo que vegeta en el olvido a nuestro alrededor.

Vigoricemos esta sombra; no tenemos tiempo para construir nuevas armas.

Ricardo Flores Magón

Octubre 3 de 1921.

Es cierto que la unión sindicalista que tenemos en este país ha perdido el espíritu que la animó durante su juventud. Sé bien que ha repudiado sus mejores tácticas; pero ¿es irrevocable este repudio? No podemos obligar a este rebaño a adoptar otra vez tácticas revolucionarias y echar al mar a su ccmité ejecutivo con sólo desplegar toda nuestra energía entre sus miembros.

Si abrigo la opinión que los libertarios se unan a la unión sindicalista con preferencia a otras, es porque sus mienmbros son, al menos, conscientes de su clase, lo cual es ya una gran ventaja sobre las uniones obreras, a cuyos miembros tendríamos que enseñarles los principios más rudimentarios de la guerra de clases para hacerles asumir una actitud revolucionaria.

Esta sería la tarea de muchísimos años, con el resultado que la inevitable catástrofe nos sorprendería en nuestra enseñanza en la escuela de párvulos, enseñando el A,B,C, a bebés barbudos, y cuando levantáramos la frente sería para ver a los marxistas ya en el poder.

Debemos tener presente que no estamos bajo condiciones normales para poder trabajar cómodamente en la preparación de un futuro distante. El momento es anormal; si no nos damos cuenta de la rapidez de la corriente, es porque estamos en ella, corriendo con ella, y la anormalidad requiere medidas de urgente necesidad. Esta es la razón porque estoy en favor de tener, como nuestra arma, la mellada y enmohecida unión sindicalista. En el tiempo que se necesitaría para ponerla en buen orden de trabajo no pOdríamos hacer una nueva. Por supuesto que no debemos'descuidar la escuela de párvulos si nos queda tiempo, y debemos ver que no quede tiempo para la enseñanza de los bebés de las uniones obreras. En efecto, debe estimularse ese movimiento de que hablas, el de los comités pro-talleres, y, en general, cada quien, dondequiera que se encuentre, debe trabajar por el ideal; pero si es posible llevar a cabo una acción concertada, creo que lo mejor que hay que hacer es concentrar nuestra atención en las uniones sindicalistas para que muera la aborrecida centralización y se restauren las buenas tácticas, hoy muertas.

Ricardo Flores Magón

Poco antes de morir escribía a un amigo:

La máquina del gobierno nunca pondrá atención a mis sufrimientos. Los intereses humanos nada tienen que hacer con los oficiales del gobierno; ellos forman parte de una tremenda máquina sin corazón, sin nervios, ni conciencia. ¿Que voy a quedar ciego? La máquina dirá con una encogida de hombros: Tanto peor para él. ¿Que tengo que morir aquí? Bien, dirá la máquina, habrá espacio bastante en el cementerio de la prisión para un cadáver más.

Si tuviera yo un amigo con influencia en la política, se me pOdría poner libre aun en el caso de que pisoteara uno o todos los diez mandamientos. Pero no iengo ninguno, y por cuestión de conveniencia debo pudrirme, y morir encerrado, como bestia feroz, en una jaula de hierro.

Mi crimen es uno de aquellos que no tienen expiación.

¿Asesinato? No, no fue asesinato. La vida humana es cosa barata a los ojos de la máquina; por esta causa el asesino consigue fácilmente su libertad, o si ha matado al por mayor nunca será alojado en una jaula de fierro, sino que, en vez de eso, se le cargará con cruces y medallas honorlficas.

¿Estafa? ¡No! Si éste fuera el caso, yo habría sido nom-brado presidente de cualquier corporación.

Soy un soñador; éste es mi crimen. Sin embargo, mi sueño de lo bello y mis acariciadas visiones de una humanidad viviendo en la paz, el amor y la libertad, sueños y visiones que la máquina aborrece, no morirán con uno mientras exista sobre la Tierra un corazón adolorido o un ojo lleno de lágrimas, mis sueños y mis visiones tendrán que vivir.

Flores Magón, el combatiente rudo de antes, endulzó su sensibilidad en la última de sus prislones (1); en lugar de arengas fogosas, de llamados vibrantes al combate, las cartas que nos quedan de ese periodo de 1918-1922 revelan una dulzura y una magnanimidad sorprendentes; en todas sus cartas aconseja a sus amigos, los alienta para una resistencia espiritual a la autoridad y a la injusticia; se ve en esas misivas privadas al hombre que ha pasado los años mosos y que mira al porvenir con gran optimismo, pero sin los arrebatos de la juventud.

Flores Magón ha sido sostenido en sus últimos años por su fe en la anarquía, por su amor a la libertad. Los sufrimientos de la prisión torturaban su cuerpo y lo reducían más y más a un desecho humano; pero su espíritu irradiaba con nuevos fulgores y emanaba luz meridiana a medida que su cuerpo era minado por la enfermedad y que sus ojos se cerraban a la luz del sol.

Una vez los amigos de afuera lograron que las autoridades volvieran a examinar el caso de los prisioneros de Leavenworth; pero fue una mera fórmula: se negaron luego a libertarlos, con el pretexto de que no estaban arrepentidos. ¡Como si Flores Magón hubiese sido capaz de comprar su libertad con un arrepentimiento cobarde, cuando cada día amaba más sus ideas libertarias y estaba más convencido de su razón de ser y de su triunfo inevitable!

Ei 6 de diciembre de 1920 escribió Ricardo Flores Magón a N. T. Bernal:

La camarada Erinma Barsky, de Nueva York, me escribió la semana pasada. Me dice que el licenciado Harry Weinberger fue a Washington la semana antepasada a urgir una decisión en mi asunto, pues sabes que muchos amigos y eminentes influencias han pedido al gobierno mi libertad por razón de ir quedándome ciego rápidamente.

En el Departamento de Justicia se dijo al señor Weinberger que nada puede hacerse en mi favor si no hago una solicitud de perdón ...

Estp sella mi destino; cegaré, me pudriré y moriré dentro de estas horrendas paredes que me separan del resto del mundo, porque no voy a pedir perdón. ¡No lo haré! En mis veintinueve años de lucha por la libertad lo he perdido todo, y toda oportunidad para hacerme rico y famoso; he consumido muchos años de mi vida en las prisiones; he experimentado el sendero del vagabundo y del paria; me he visto desfallecido de hambre; mi vida ha estado en peligro muchas veces; he perdido mi salud; en fin he perdido todo, menos una cosa, una sola cosa que fomento, mimo y conservo casi con celo fanático, y esa cosa es mi honra como luchador. Pedir perdón significaría que estoy arrepentido de haberme atrevido a derrocar al capitalismo para poner en su lugar un sistema basado en la libre asociación de los trabajadores para producir y consumir, y no estoy arrepentido de ello; más bien me siento orgulloso de ello. Pedir perdón significaría que abdico de mis ideales anarquistas; y no me retracto, afirmo, afirmo que si la especie humana llega alguna vez a gozar de verdadera fraternidad y libertad, y justicia social, deberá ser por medio del anarquismo. Así pues, mi querido Nicolás, estoy condenado a cegar y morir en la prisión; mas prefiero esto que volver la espalda a los trabajadores, y tener las puertas de la prisión abiertas a precio de mi vergÜenza.

No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizás inscriban en mi tumDa: Aqul yace un soñador, y mis enemigos: Aqul yace un loco. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: Aquí yace un cobarde y traidor a sus ideas.

Con fecha 10 de septiembre de 1922 volvió a escribir Flores Magón a N. T. Bernal, por insistir el Procurador General norteamericano que manifestara arrepentimiento:

Mucho me ha dado en qué pensar la proposición que el compañero De la Rosa me hace de simular arrepentimiento con la mira de obtener mi libertad. La cuestión parece ser sencilllsima y, sin embargo, cuán difícil es. Si no amase yo mi ideal de amor y libertad, no tendría yo el menor inconveniente en declarar mi arrepentimiento por haber osado interponerme entre el fuerte y el débil. Mi arrepentimiento, aunque fuera simulado, significaría que es una virtud el aprovecharse de la ignorancia y de la miseria para explotar y oprimir al ser humano. Que los trabajadores no muevan un dedo para forzar mi liberación, eso no me faculta para firmar mi arrepentimiento. Si los trabajadores no mueven un dedo en mi favor, esto sólo significa que no merezco su ayuda; pero prefiero que me den la espalda por mi insignificancia y mi inutilidad, a que me escupan el rostro como un cobarde y traidor a sus intereses, lo que tendrían el derecho de hacer si por escapar de una muerte cierta dentro de mi calabozo mis labios se manchasen con estas palabras; ¡Me arrepiento! Me arrepiento de haber socavado el trono de Porfirio Diaz; me arrepiento de haber dado la mano a los esclavos del Valle Nacional y Quintana Roo; me arrepiento de haber tratado de romper las cadenas que atormentan a los peones de las hacindas; me arrepiento de haber dicho al trabajador de la mina y de la fábrica, del muelle y del taller, del ferrocarril y del barco: ¡únete y seréis fuerte!; me arrepiento de haber hecho entrever al humilde una vida más racional, más justa y más sana para el cuerpo y para la mente; me arrepiento de haber aconsejado la rebeldia contra el despotismo y la explotación.

Agradezco al querido compañero De la Rosa su deseo de verme libre, pero no puedo aceptar su sugestión. La indiferencia con que los trabajadores ven mis sufrimientos, no me autoriza a envilecerme. Ellos tienen en su poder la llave que puede abrir estas puertas, y si no la usan, es porque no me consideran digno de tanto sacrificio por su parte. Ellos tienen el derecho de dejarme en las garras de sus enemigos; pero eso no me da a mi el derecho de enlodar mis ideales, que no otra cosa sería balbucir mi arrepentimiento, cuando mi corazón y mi conciencia me gritan que he obrado bien; que he cumplido con mi deber como miembro de la familia humana.

Querido Nicolás. Con la proximidad del invierno mis males comienzan a recrudecerse. Cambio de clima y de régimen de vida es lo que me convendria; pero estas buenas cosas tienen un precio que yo no puedo pagar: la desvergüenza. De ello soy un indigente, y es la única moneda que pudiera salvarme.

Sin embargo, estoy contento con mi miseria porque ella me evita el hacer traición a mis ideales, que es lo único que tengo, que es lo que me d8 fuerza y ánimo. mis queridos ideales, que un dia no lejano reinarán sobre la Tierra. Yo no gozaré de su triunfo; pero considero como un gran don el sentirlos en mi mente, y mi corazón se llena de satisfacción al ver que el esclavo los acoge con cariño y los hace su bandera. Esta actividad del esclavo es garantia de triunfo, y mi conturbado espiritu se rogocija con la visión de un porvenir en que no habrá un solo hombre que diga: Tengo hambre, en que no haya quien diga: No sé leer, en que sobre la Tierra no se oiga más el chirrido de cadenas y cerrojos.

Es también interesante la parte de una extensa carta que sigue, escrita por Ricardo Flores Magón el 9 de mayo de 1921 al licenciado Harry Wienberger, porque revela claramente el carácter del rebelde:

Después de leer esta exposición de hechos, extremadamente larga y espantosamente tediosa, ¿cómo puede cualquier persona creer que yo he sido legalmente encausado y de ninguna manera perseguido? En cada caso, y en flagrante contravención a la ley, mis fianzas han sido fijadas en sumas exhorbitantes para así impedirme hacer uso de ese privilegio.

En cuanto a la veracidad de mis aserciones hechas en estas líneas, está mi honor de viejo luchador por la justicia.

El señor Daugherty dice que soy un hombre peligroso a causa de las doctrinas que sostengo y practico. Ahora bien, las doctrinas que sostengo y practico son las doctrinas anarquistas, y desafío a todos los hombres y mujeres honrados de todo el mundo a que me prueben que las doctrinas anarquistas son perjudiciales a la raza humana.

El anarquismo tiende al establecimiento de un orden social basado en la fraternidad y el amor, al contrario de la presente forma de sociedad, fundada en la violencia, el odio y la rivalidad de una clase contra otra y entre los miembros de una misma clase. El anarquismo aspira a establecer la paz para siempre entre todas las razas de la Tierra, por medio de la supresión de esta fuente de todo mal: el derecho de propiedad privada. Si éste no es un ideal hermoso, ¿qué cosa es?

Nadie cree que los pueblos del mundo civilizado están viviendo en condiciones ideales. Toda persona de conciencia se siente horrorizada a la vista de esta continua lucha de hombres contra hombres, de este interminable engaño de unos a otros. El objetivo que atrae a hombres y mujeres en el mundo es el éxito material; y para alcanzarlo ninguna vileza es bastante vil, ni bajeza lo bastante baja para desanimar a sus adoradores de codiciarlo.

Los resultados de esta locura universal son espantosos: la virtud es pisoteada por el crimen, y la astucia toma el lugar de la honradez; la sinceridad no es más que una palabra, o a lo sumo una máscara tras de la cual sonríe el fraude. No hay valor para sostener las propias convicciones. La franqueza ha desaparecido y el engaño forma la pendiente resbaladiza sobre la cual el hombre encuentra al hombre en sus tratos sociales y pOlíticos.

Todo por el éxito, es el lema, y la noble faz de la Tierra es profanada con la sangre de las bestias contendientes ...

Tales son las condiciones bajo las cuales vivimos nosotros, los hombres civilizados; condiciones que engendran toda clase de torturas morales y materiales ¡ay!, y todas las formas de degradación moral y material.

Las doctrinas anarquistas tienden a corregir todas esas influencias malsanas; y un hombre que profesa estas doctrinas de fraternidad y amor, nunca puede ser llamado peligroso par persona alguna razonable y honesta.

El señor Daugherty reconoce que estoy enfermo pero cree que mi enfermedad puede ser atendida en la prisión de la misma manera que serlo allá fuera.

íodas las circunstancias y cosas que rodean y que afectan a un enfermo, son de suma importancia para el tratamiento de las enfermedades, y nadie puede imaginarse que una prisión sea el lugar ideal para una persona enferma, y mucho menos cuando la estancia de esa persona en la prisión se debe a que haya sido fiel a la verdad y a la justicia.

Los dignatarios del gobierno han dicho siempre que no hay en los Estados Unidos personas que sean retenidas en cautiverio a causa de sus creencias; pero el señor Daugherty dice en la carta que escribe usted: De ninguna manera da él señales de arrepentimiento, sino que, por el contrario, más bien se enorgullece de su desprecio a la ley ... Por consiguiente, mi opinión es que hasta que él muestre una actitud diferente a la expresada en su carta a la señora Branstetter, debe él, al menos, estar preso ... hasta agosto 15 de 1925.

Los párrafos citados y la parte de la carta del señor Daugherty, en la que dice que se me considera peligroso a causa de mis doctrinas, son la mejor evidencia de que hay personas que están retenidas en prisión a causa de sus creencias sociales y políticas. Si yo creyese que no es persecución, sino proceso legal el que ha sido ejercido en contra mia, si yo creyese que la ley bajo la cual se me ha dado un término de prisión por vida es una buena ley, sería yo puesto en libertad, según el criterio del señor Daugherty.

Esa es y fue indudablemente una buena ley, pero para unas cuantas personas, para aquellas que tenían algo que ganar por medio de su promulgación. Mas, para las masas, tal ley fue mala, porque debido a ella miles de jóvenes norteamericanos perdieron sus vidas en Europa, muchos miles más fueron mutilados o de algún modo inutilizados para ganarse la vida, y debido a ella la colosal carnicería europea, en la que decenas de millones de hombres resultaron muertos o mutilados por vida, recibió un enorme impulso y engendró la tremenda crisis financiera que está amenazando sepultar al mundo en el caos. Sin embargo, como lo he hecho constar anteriormente, yo no violé la ley con la publicación del manifiesto de marzo 16 de 1918.

En lo que respecta a lo del arrepentimiento, al cual el señor Daugherty da tanta importancia, sinceramente declaro que mi conciencia no me reprocha de haber hecho algo malo, y por lo tanto, arrepentirme de lo que estoy convencido ser justo, sería un crimen de mi parte; un crimen que mi conciencia jamás me perdonaría.

El que comete un acto antisocial puede arrepentirse, y es deseable que se arrepienta; pero no es honrado exigir promesas de arrepentimiento a quien no desea otra cosa que procurar libertad, justicia y bienestar para todos sus semejantes, sin distinción de razas o credos.

Si algún día alguien me convenciese de que es justo que los niños mueran de hambre y de que las jóvenes mujeres tengan que escoger alguno de estos dos infiernos: prostituirse o morir de hambre; si hay alguna persona que pudiese arrancar de mi cerebro la idea de que no es honrado matar en nosotros mismos ese instinto elemental de simpatía que empuja a cada animal sociable a auxiliar a los demás individuos de su propia especie, y la de que es monstruoso que el hombre, el más inteligente de las bestias, tenga que recurrir a las viles armas del fraude y del engaño si quiere alcanzar éxito; si la idea de que el hombre debe ser el lobo del hombre entra en mi cerebro, entonces me arrepentiré. Pero como esto nunca sucederá, mi suerte está decretada: tengo que morir en presidio, marcado como un criminal.

La' obscuridad va envolviéndome ya, como si estuviese ansiosa de anticipar para mí las sombras eternas dentro de las cuales se hunden los muertos. Acepto mi suerte con una resignación viril, convencido de que tal vez algún día, cuando el señor Daugherty y yo hayamos lanzado el último suspiro, y de lo que hemos sido quede solamente su nombre grabado exquisitamente sobre una lápida de mármol en un cementerio elegante, y del mío solamente un número, 14596, tóscamente cincelado en alguna piedra plebeya en el cementerio de la prisión, entonces se me hará justicia.

Dando a usted muchas gracias por la actividad que ha desplegado en mi favor, quedo sinceramente suyo.

Ricardo Flores Magón

La muerte del apóstol.

La salud de Flores Magón era delicada ya; un hombre de su estatura y de su constitución no debía pesar menos de 200 libras -225 libras pesaba en 1906-, y en cambio sólo pesaba en noviembre de 1922 unas 155. El 20 de noviembre de ese año formó como todos los presos en las filas del rancho y cruzó algunas palabras con su compañero Librado Rivera, de cuya celda había sido alejado unos días antes. Nada de anormal. Unas horas más tarde apareció muerto en su calabozo. ¿Un asesinato? Sí, un asesinato. El responsable es el gobierno de los Estados Unidos.

Trece años en la cárcel.

Flores Magón tenía poco más de cuarenta y ocho años de edad y había pasado más de trece en las diferentes prisiones de México y Estados Unidos.

La noticia de la muerte de ese rebelde corrió como un relámpago por la prensa obrera de todos los países. El proletariado de México, el amigo y el enemigo, lloran la desaparición del hombre que más había hecho y sufrido por emancipar al pueblo mexicano del yugo del capital y la autoridad.

El 22 de noviembre, ia Cámara de Diputados de México rindió su tributo al luchador caído; enlutó la tribuna y la bandera mexicana estuvo a media asta en el país; se pronunciaron discursos; Díaz Soto y Gama terminó así:

En lugar de pedir a ustedes algo de luto, algo de tristeza, algo de crespones negros, yo pido un aplauso estruendoso, que los revolucionarios mexicanos, los hermanos de Flores Magón dedican al hermano muerto, al gran rebelde, al inmenso inquieto, al enorme hombre de carácter jamás manchado, sin una mancha, sin una vacilación, que se llamó Ricardo Flores Magón.

Un grupo de diputados propuso lo siguiente:

Los diputados que suscriben, animados por el propósito de rendir un homenaje póstumo al gran revolucionario mexicano Ricardo Flores Magón, mártir y apóstol de las ideas libertarias, que acaba de fallecer, pobre y ciego, en la fría celda de una prisión yanqui, proponemos a esta Honorable Asamblea tome el siguiente acuerdo:

Unico: Tráiganse a descansar al suelo de la patria, por cuenta del gobierno mexicano, los restos mortales de Ricardo Flores Magón.

Ni una sola voz se opuso. Efectivamente, los restos mortales ya no constituían un peligro para los señores diputados ni para sus mandatarios, los grandes terratenientes de México. Los amigos de Flores Magón rechazaron los honores oficiales, y la Confederación de Sociedades Ferrocarrileras transportó por su cuenta, el cadáver, que fue recibido en triunfo por los proletarios al paso del fúnebre trofeo.

Berlín, 2-10 de octubre de 1924.



Notas

(1) En conversaciones confidenciales que solla tener Ricardo conmigo, me hablaba de sus planes para hacer pasar sus cartas a la vista de los mismos esbirros que fungían como censores en la prisión. Las cartas en la forma en que las escribió no le podían ser devueltas por esa misma dulce sensibilidad y ternura de que se valió para poder animar a sus amigos de afuera. Sus cartas produjeron cierta atmósfera de simpatía hasta en esos censores, nombrados generalmente de entre los presos de más confianza del jefe de la prisión; pero siempre eso fue motivo para que el jefe de la prisión nos pusiera más tarde nuevas reglas y condiciones bajo las cuales deberíamos escribir nuestras cartas. (Cita del profesor Librado Rivera).
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