Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Carta cuarta. Apartado novenoCarta cuarta. Apartado undécimoBiblioteca Virtual Antorcha

La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA CUARTA
APARTADO DÉCIMO



MUERTE DEL DIPUTADO LIC. D. MANUEL DE ALDERETE Y SORIA

El gusto de haber publicado el Congreso la constitución se le aguó por dos desgracias ocurridas en otros tantos diputados; la primera fue la muerte del Lic. D. Manuel de Alderete y Soria, que falleció en 2 de diciembre de 1814 en Chimilpa. Esta persona merece un recuerdo de que lo han hecho digno sus virtudes. Yo tengo su pérdida en el mismo punto que los angloamericanos tuvieron la del Dr. Warren, muerto en la batalla de Breed, pues era mozo de grandes esperanzas.

Este joven diputado fue sin duda de los más sabios del Congreso, y si hubiera sobrevivido por diez años habría llenado de admiración a su patria: fue de los que trabajaron con mayor esmero en la constitución, y por tan apreciable dedicación, no menos que por otras cualidades, su pérdida fue también llorada.

Desde que se dio la voz en Dolores, Alderete se puso a la cabeza del partido liberal de México; pero con tanta prudencia y circunspección que el oidor Bataller, cuya auditoría despachaba, y con quien trataba diariamente, jamás le conoció la inclinación, siendo este magistrado demasiado suspicaz, y echándola de conocedor de los hombres. Por tanto, cuando se le echó de menos en México, y se pasó a registrar su casa, se encontró sobre la mesa de su estudio una carta rotulada a dicho oidor. ¡Cuánta fue su sorpresa al leer lo que en ella le decía! Dábale gracias por el aprecio y confianza con que le había recibido, y le decía que no pudiendo resistir a los impulsos de su corazón y de su honor, no podía menos que volar al campo para sostener en él con su espada los derechos de su patria, ajada y esclavizada, y que por si por un cambiamiento de fortuna él se ponía en estado de corresponder a su cariño, jamás lo olvidaría, y su gratitud sería eterna a su persona y familia.

Esto fue lo mismo que ofrecer su protección y herir altamente el orgullo del más vano de los hombres, y que más que ninguno despreciaba a los americanos insurgentes; sin embargo no pudo dejar de hacer justicia a aquel joven, y confesar que había tenido el mejor arte para engañarlo, pues jamás le había mostrado la menor inclinación al partido americano, ni dejado de poner las providencias según los puntos que le había dado.

La muerte de Alderete y Soria fue marcada con uno de aquellos caracteres con que se distinguen los hombres aun en los últimos momentos de expirar. Bajóse de su lecho y se acostó en el suelo desnudo para ofrecer su humildad a Jesucristo, y entrar adornado con esta virtud a gozar de la inmortalidad en la patria de los justos. ¡Dichoso joven a quien fue dado servir a su nación en los momentos en que más necesitó de sus luces, y dejarnos un ejemplo tan relevante de penitencia que imitar!

Yo no veré -me acuerdo que me decía Soria- la libertad de mi patria, me contentaré con saber que los españoles han encontrado un día entre nosotros como el de Saratoga ... Expresión harto conceptuosa, y con la que daba a entender que entonces haría crisis nuestra revolución, así como en la batalla de Saratoga la hizo en los Estados Unidos. En conclusión, Soria era un viejo a los veinticinco años, pues el juicio se le había anticipado a la edad; era bien agestado, circunspecto, meditador profundo, y al mismo tiempo muy amable; sus razonamientos sin ser pedantescos, sino muy sencillos, eran marcados, y dejaban en el que los oía una impresión profunda; era valiente cuando debía serlo, y sereno en los peligros. Con razón, pues, hemos llorado su pérdida.
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