Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Presentación de Chantal López Omar CortésCarta primera. Apartado segundoBiblioteca Virtual Antorcha

La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA PRIMERA
APARTADO PRIMERO



Muy señor mío:

Hemos llegado a la tercera época de la revolución mexicana, que debe comenzar con la historia de las desdichas del Sr. Morelos y terminar con la muerte del general Mina. Antes de comenzar a escribirla, he ofrecido franca y sinceramente mi pluma a muchos ilustrados mexicanos a quienes he dicho que yo no estaba en estado de escribirla por dos razones: primera, por la natural repugnancia que tengo a presentarles un libro en cuyas hojas no se registran sino, como en el de Ezequiel, duelos, lamentaciones y desgracias; la segunda, porque en esta sazón ya yo me hallaba desviado del centro de la revolución, e incapaz de observar reflexivamente lo que pasaba en ella, terminando al fin en el año de 1817 en una prisión del castillo de San Juan de Ulúa, rodeado de centinelas e imposibilitado de hablar hasta con mi mujer. En la soledad de mi pabellón no se oían más que las voces de los que nos maldecían o las salvas de artillería y repiques dé Veracruz, por las frecuentes derrotas que sufrían nuestros ejércitos. Acuérdome todavía del solemne repique que oí por la prisión del general Mina, y ciertamente que no sé cómo pude sobrevivir a tamaña pesadumbre, siendo este joven bizarro el único clavo de donde pendía nuestra esperanza, y después la fuga y dispersión de las fuerzas del general Victoria. Con tales obstáculos es visto que yo no puedo desempeñar, ni aun del modo imperfecto que las anteriores épocas, la tercera que pretendo escribir. ¿Cómo, pues, me preguntará usted, osas acometer tan difícil empresa? La respuesta es sencilla, pero vergonzosa ... porque ningún americano se encarga de ella, y entre los extremos de carecer absolutamente de esta obrilla, a tenerla, aunque imperfecta, será mejor que hagamos lo segundo, contando con la indulgencia de mis censores.

Siendo esto así, comencemos; pero sea asegurando por principio de cuentas que la razón abandonó a todos nuestros generales y jefes, y que cada uno a su vez parece que se propuso cometer desatinos y dar el triunfo a sus enemigos. ¡Valiente presupuesto! Las desgracias de Morelos las supe en Chilpancingo, donde me hallaba cuando ocurrieron en Valladolid, y desde cuyo punto vi con ojos claros la tempestad que teníamos sobre nuestras cabezas, escribiéndole varias cartas muy difusas, que recibió en Chupío, para que volviese sobre sus pasos; mas todo fue inútil.

El Sr. Morelos dio parte al Congreso de lo ocurrido en Valladolid, desfigurando los hechos; mas al través de sus frases estudiadas, vimos claramente en ellas, como en un espejo, todo nuestro infortunio. Frecuentemente llegaban correos y personas veraces, testigos presenciales de lo pasado, y nos contaban hasta la última circunstancia sin embozo; algo más, querían recabar del Congreso medidas urgentes de salvación, que era imposible dictar. Aquel monstruoso cuerpo no tenía brazos, y los que había tenido en otro tiempo estaban fracturados: era un cetáceo monstruoso en la política. Nuestra situación semejaba a la de un náufrago puesto a la orilla del mar en una playa desierta, en la que ve acumulados los restos de la hermosa nave en que pocos días antes navegaba desafiando a los vientos. No teníamos brújula ni gobernalle, pues el que había hecho de piloto estaba soporizado y casi falto de razón; nuestro bajel necesitaba volver al arsenal, no sólo para carenarse, sino para comenzar su construcción desde la quilla. A proporción de nuestro desaliento era el brío e insolencia de nuestros enemigos, de estos hombres tan abyectos y bajos en la adversidad, como vanos e insufribles en la prosperidad. La fortuna halagaba mucho sus esperanzas, y parecía que se esmeraba en satisfacerIes por la esqiVez con que hasta entonces los había tratado. Hacía suyo el triunfo aquel enjambre de malos americanos que se habían mostrado adictos a su partido: los que vacilaron en un tiempo, se aceleraban a borrar la impresión que hubiera contraria a ellos, y he aquí como todos nos decían Anatema.

Calleja, que había previsto la proximidad y probabilidad de su ruina, había organizado a gran prisa nuevos cuerpos de tropa que tenía intactos, pues su triunfo inesperado y superior a su esperanza lo había adquirido con los de tierra adentro, sin atacar a los del Sur; llegó por tanto el momento de desarrollarlos, de acogotarnos y de consumar nuestra ruina ... haec est hora vestra. El Congreso miserable de Chilpancingo era el punto en blanco hacia donde se asestaban los tiros ... ¡Buen Dios! Tú sabes la pena que ocupa mi espíritu al recordar esos angustiados momentos, a par que la gratitud para decirte en nombre de este pueblo, cuyas desgracias refiero a las remotas generaciones: ¡Bendito seas, porque blandiste sobre nuestras cabezas la asta de tu furor! ¡Bendito, porque nos afligiste! ¡Bendito, porque nos consolaste! ¡Bendito, porque nos hundiste en el mar de la amargura! ¡Y bendito, porque cuando estábamos a punto de perecer nos salvaste, y mostraste al mundo cuánta es la generosidad de tu corazón y la fuerza de tu brazo protector! ... Escapado hemos de las garras de nuestros enemigos, como el inocente pajarillo de las redes del cazador.

Cantemos, pues, desde la orilla del mar con el entusiasmo de Moisés y con el pandero de María ... ¡Loado sea para siempre el Dios fuerte, que hundió en el mar al caballo y al caballero, que rompió nuestras cadenas, que nos colocó al borde del abismo para que midiéramos su profundidad, conociésemos nuestro peligro, y penetrados de gratitud, volásemos a su seno paternal a darle gracias reconociendo sus finezas! ¿Y seré yo solo el que en este día me muestre agradecido a tan gran favor? ¿No habrá otros corazones que me acómpañen? ¿No los hallaré, cuando todos participan de tamaña dicha? ¡Sí, mexicanos! Yo cuento con vuestra gratitud, y sobre todo con vuestro juicio, para hacer en todo tiempo un buen uso de los bienes que disfrutamos ... No nos dejemos seducir de vanas teorías ... ¡Ah! de las márgenes del Támesis parten seductoras a cambiar esta dicha en inquietud; a esta libertad que gozamos, en oprobiosa servidumbre. Mostrémonos insensibles a sus falaces voces. Creo me disimulará usted gustoso este rasgo de entusiasmo, hijo de la vehemencia de mi imaginación; no será acaso, y en las actuales circunstancias, una digresión poco digna de esta historia.

Muy luego conocimos en el Congreso el mal estado de nuestras cosas, y algunos tratamos de salvar la nación, adoptando las medidas más adecuadas. Quedaba todavía ilesa la provincia toda de Oaxaca, y de sólo ella podían sacarse los recursos necesarios; de sus montañas bien pudiera salir, como de las de Asturias, otro Pelayo que lanzase a nuestros enemigos del territorio mexicano; pero Morelos ni las conocía, ni se ocupó de esto; era tan peregrino en las cosas de Oaxaca, como pudiera serlo en las del reino de Astracán. Yo promoví, unido con el Dr. Crespo, que se evitase su ruina: por lo pronto se aquietaron los vocales con mis reflexiones, y aun llegaron a acordar la traslación del Congreso para Oaxaca, en cuya virtud salió anticipadamente el Sr. Crespo, y yo le seguí después; mas esta retirada jamás tuvo efecto, y la que se hizo fue como la fuga de las mariposas, en solicitud de la flama misma que las mata.

Ya hemos visto que el Congreso era poco numeroso: sus principales miembros eran los de la junta de Zitácuaro, a quienes atraían para lo interior de un modo irresistible sus relaciones de amistad y familia; por esto, y porque estaban acostumbrados a ser allí obedecidos, pugnaban eficazmente por retroceder a sus departamentos. Varias veces había pedido licencia al Congreso, Liceaga, y se le había negado; no obstante, él insistía con tenacidad en alcanzarla. En este conflicto el Dr. Herrera promovió ahincada y secretamente que se nombrase a D. Ignacio Rayón capitán general de Oaxaca, y se le encomendase su defensa; había quedado con esta graduación lo mismo que sus compañeros después de instalado el Congreso en Chilpancingo; y como esta solicitud se encaminaba a quitarle la tentación de regresar a Tlalpujahua y evitar incomodidades, tanto más que la retirada de D. Ramón en la acción de Puruarán la había glosado la malignidad hacia una mala parte, todos convinimos en ello, y yo el primero, y confieso que hice un enorme disparate. Rayón, aunque de un mérito incuestionable, era el menos a propósito para defender un país que le era absolutamente desconocido, y cuyos recursos ignoraba; un país cúyos moradores no le conocían ni podían estar prontos a su obediencia; un país, en fin, cuya principal defensa consiste en los desfiladeros, ríos y montañas inaccesibles que exigen un conocimiento de años y práctico, que no se puede tomar repentinamente. Sólo el Dr. Cos repugnó este nombramiento y predijo muy mal de él.

Traspasados los límites que el poder ejecutivo puso al Congreso en su instalación (pues como vimos precedió la violencia y motín del Dr. Velasco a este acto augusto), y ciertos de que repugnaría el Sr. Morelos esta elección, se le confirió el diploma al Lic. Rayón, y con él, el coronel D. Antonio Vázquez Aldama, y unos cuantos domésticos, marchó el 19 de enero para la Mixteca. Desde principios de este mes el Congreso mandó a Vázquez, que en unión de C. Francisco Arroyave, marchasen a Acapulco e hiciesen un reconocimiento exacto del estado de aquella fortaleza y de su fuerza. Motivó esta resolución el hallarse Armijo a las orillas del Mescala, amagando penetrar con dirección a aquel rumbo. En breve regresaron ambos oficiales diciendo al Congreso que en el castillo no había víveres ni municiones bastantes para una defensa, pues aquéllos se habían consumido, y éstas se las había llevado Morelos para Valladolid. Que la guarnición estaba descontenta con la moneda de cobre con que era pagada, y que el intendente Ayala cuanto les vendía era por dinero en plata, que casi había desaparecido. Finalmente, dijeron, es tanta la negligencia y abandono en que está el castillo, que éste no se ve hasta que se entra a sus puertas, por las muchas yerbas y matorrales que hay en sus inmediaciones, como si fuese un bosque desierto. Entonces el Congreso comisionó a Liceaga para que cuidase de proveerlo de municiones de boca y guerra, y se desempeñó cumplidamente a pesar de la resistencia de Ayala: Liceaga tenía mejores disposiciones para esta clase de encargos mecánicos que para general.

El Congreso, además, estaba en Chilpancingo lleno de peligros: rodeábanle espías y agentes seductores de Calleja, los cuales comenzaron a sacar la cabeza con aquella audacia que no lo hacían tres meses antes; pero que es común entre los llamados gachupines, cuando apenas ven un vislumbre tenue de futura prosperidad: ¡ojalá y no lo hubiésemos palpado así aun en nuestros días, con respecto a las fabulosas noticias que esparcían de que la santa Liga de Europa iba a tomar por su cuenta el subyugarnos! Referiremos algunas anécdotas que demostrarán esta verdad.

Apareció cerca del Congreso un fray Manuel de la Cruz, carmelita, muy desafecto al sistema, que nos había dado mucho que hacer en Oaxaca, y por cuya causa fue necesario lanzarlo de allí. Propúsose conquistar a los coroneles Vázquez Aldana y Arroyave, los cuales por seguirle el barreno le dijeron que eran prisioneros gachupines. Entonces les manifestó que estaba próxima su redención, y les descubrió los planes de reconquista del gobierno de Calleja, con que dieron cuenta al Congreso, y no sirvió esto de poco.

A pocos días he aquí otro más fraile: era un agustino llamado Fr. Mariano Ramírez, peruano, según él decía; éste tuvo el atrevimiento de pasar el Mescala, con dirección a Acapulco. Poco se necesitó para saber quién era: traía la balija en la capilla, y la traía rehenchida de gacetas y papeles seductores, recibidos del que se llamaba arzobispo de México (Bergosa) que lo había destinado de cura interino al puerto de Acapulco, y en consorcio de Calleja lo habían investido con amplísimas facultades. Encontrósele también una muy larga carta autógrafa del virrey para el mariscal Galeana, en que ofrecía hacerlo coronel del ejército, pintándole oros y moros, montes y maravillas. Entonces conocí por experiencia que S.E. no sabía palabra de ortografía ni escribir el castellano, pues donde debiera poner c ponía z, y donde g ponía j.

Presumí entonces que tenía en mis manos aquella famosa lista que se propuso hacer un gallego de los hijos que pudiera parir su mujer luego que se casó con ella, y en cuyo encabezamiento puso ... Racon de los Igos que boy teniendo por cacamieneo ... y abajo nota ... El primer Igo que tuve, no fue Igo, sino Iga. ¡Válame Dios -dije- y cuán desdichada es la América, pues está gobernada al sable por un hombre que ignora lo que sabe un niño de la doctrina de México! Este es un hecho cierto: el expediente que sobre esto mandó formar el Congreso cayó entre mis papeles en la sorpresa que nos dio D. Luis del Aguila el 25 de septiembre de 1814.

En principios de enero se había presentado de tránsito, con más de cien hombres y porción de parque para Valladolid, D. Manuel Terán, quien instruido de las desgracias de aquella ciudad, suspendió su marcha desde el pueblo de Zumpango y regresó para Oaxaca, adonde jamás entró, pues se quedó en Huajuapam organizando un cuerpo de infantería con que Rayón se propuso cubrir la frontera de aquella provincia. Cuando comenzaron los amagos de Armijo sobre Chilpancingo, el Congreso no tenía más que una cortísima guardia al mando de un capitán (N. Sandoval), mandó que D. Miguel Bravo, de la fuerza que tenía situada sobre el Mescala, le mandase doscientos hombres, como así se verificó, presentándose con ellos y dos cañones D. Víctor Bravo; mas este jefe se retiró en razón de aumentarse cada día más el peligro de la invasión por Armijo, quien de hecho penetró el Mescala el 21 de enero, después de que allí fue rechazado por D. Víctor; mas después repitió sus ataques con grandes balsas, que al efecto traía hechas, por los puntos de Totolzintla y San Miguel, donde tuvo recio cañoneo con D. Miguel Bravo, que no tuvo la fuerza necesaria para cubrir los muchos vados que entonces estaban practicables por ser tiempo de secas. Pero dieron en esta acción los americanos dos hermosas culebrinas de a seis, fábrica de Manila, quedándose una de ellas unida en un paso del río, de donde juzgo que no se ha sacado, y conviene que el gobierno así lo practique, por la excelencia de la pieza. Armijo, triunfante con esta acción, preludio de las muchas y repetidas que obtendría en aquella desgraciada época, se introdujo por Chilapa a Tixtla, donde situó su cuartel general.

Con semejante nueva, el Congreso se retiró para el punto de Tlacotepec, y Rayón, Crespo y yo marchamos para Oaxaca deseosos de salvar aquella provincia. Sigamos por ahora en demanda del general Morelos.
Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Presentación de Chantal López Omar CortésCarta primera. Apartado segundoBiblioteca Virtual Antorcha