Luis Heredia M.


El anarquismo en Chile

(1897 - 1931)

Primera edición cibernética, marzo del 2004

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


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Indice

Presentación a la presente edición cibernética, por Chantal López y Omar Cortés.

Nota editorial a la edición en papel de este texto en nuestra editorial, Ediciones Antorcha.

El anarquismo en Chile (1897-1931).

La intervención militar.






Presentación

Fue en 1981, concretamente el 27 de octubre, cuando salió impresa la edición de esta obra, en nuestra editorial Ediciones Antorcha.

Esa edición la planeamos como un experimento piloto, puesto que con ella buscábamos indagar el interés que pudiera existir, en el público lector, hacia la historia del anarquismo en los paises de Latinoamérica, con el fin de decidir si planificabamos o no una colección completa al respecto.

Originalmente habíamos calculado que si en el lapso de un año no lográbamos difundir las dos terceras partes de la edición, deberíamos olvidarnos del proyecto: El anarquismo en Latinoamérica.

Y sucedió que al término del año no habíamos logrado distribuir ni tan siquiera una tercera parte de esa edición, por lo que nos olvidamos del asunto.

Ahora, con gusto, colocamos esta obra en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, plenamente conscientes de que el alcance de la Red de Redes es muchísimo mayor que el que pudimos haber logrado con nuestras ediciones en papel.

Al volver a leer este texto, lo saboreamos de nuevo con muchísimo interés, reafirmando su valía, porque, modestia aparte, el que hubiésemos escogido este escrito para realizar aquél experimento realmente denota que no andábamos tan errados.

Esperamos que quien lea esta edición virtual, concuerde con nosotros en lo interesante e ilustrativo que sigue siendo este ensayo de Luis Heredia.

Chantal López y Omar Cortés


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Nota editorial

En la mayoría de los países de América Latina, el anarquismo jugó un papel preponderante en las luchas obrero-campesinas de las tres primeras decadas del siglo XX. Este ensayo que sólo se circunscribe a Chile tiene un doble valor:

A) porque el conjunto de las informaciones presentadas es poco conocido por la mayoría de aquellos interesados en la liberación de los pueblos latinoamericanos y,

B) porque este trabajo rebasa el simple marco de una investigación académica ya que el autor participó en la lucha social de la época al ser parte activa como anarquista en los movimientos aludidos, o sea que este documento no es meramente histórico -como sinónimo de pasado, sin vigencia actual- sino que se convierte en una herramienta más para llegar a comprender, a interpretar el desarrollo de las luchas sociales de nuestros días.

Actualmente hay quienes consideran al anarquismo como cosa del pasado, sin embargo desde hace dos décadas (cabe señalar que la edición en papel de este libro corresponde al año de 1981 - Aclaración de Chantal López y Omar Cortés) el ideario ácrata vuelve a resurgir con sus alternativas en la vida social. Corresponde entonces a los que simpatizamos o participamos de una u otra manera con los planteamientos anarquistas, dar a conocer el caudal de experiencias y conocimientos que fomentó esta corriente política en tierras latinoamericanas tanto, para evaluar errores y aciertos, como para que la gente en general tenga la oportunidad de conocer que en esta América la historia para construir un mundo libre de tiranías y opresiones comenzó desde hace algún tiempo. Muchos dejaron sus vidas en tal empresa. Momentáneamente fueron derrotados, condenados de la forma más vil al silencio de los académicos, acusados de infantilismo por los autoritarios; en fin, se trató de hacerlos desaparecer, de borrarlos de las páginas de nuestra historia. Pero sucede que la verdad acaba siempre por imponerse, y ni los académicos, ni los autoritarios, ni los politiquillos de cualquier capilla, podrán negar la participación de los anarquistas en las luchas de los pueblos latinoamericanos.

Ayer fue ayer, hoy es hoy, y tu lector, eres parte activa de la vida social. Tu acción es fundamental.

Llegará el día, dijo un compañero en tierras chilenas, en que por las alamedas caminará sonriente el hombre nuevo de América. Nosotros estamos persuadidos que ese día llegará y que ese mismo día bailaremos sobre nuestras banderas negras con el entusiasmo que guarda la gran festividad humana.

Por ahora, la bandera negra vuelve a ondear en el viento.

Chantal López y Omar Cortés


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EL ANARQUISMO EN CHILE

(1897- 1931)

El escaso desarrollo industrial de Chile no permitió la aparición del movimiento sindical sino hasta muchos años después que en Europa. Las primeras manifestaciones revolucionarias, que no fueron ciertamente sindicalistas, las vemos aparecer en las postrimerías del siglo pasado (siglo XIX), hacia 1897, año en que, según los documentos registrados, señalan a un grupo anarquista y otro socialista, actuando por primera vez en el medio social.

Revisando los voceros anarquistas de aquel año y posteriores, como por ejemplo La Tromba, La Campaña, El Acrata y La Agitación, que vieron la luz pública sucesivamente desde el 97 hasta el 99, es admirable constatar la nítida claridad que de las concepciones anarquistas tenían los camaradas de aquel entonces, pues señalaban con precisión la misión revolucionaria que incumbe realizar al proletariado, como asimismo el trabajo de preparación y orientación que correspondía a ellos como fuerza consciente de ese proletariado.

A través de las paginas vibrantes y combativas de aquellos periódicos, se ve la gran actividad desarrollada por todos los militantes en la acción cotidiana, realizando mítines y dictando conferencias, dando vida robusta a sus periódicos e irrumpiendo en las sociedades mutuales, únicas de la epoca, para saturarlas de las ideas emancipadoras que advenían al ambiente social luchando por conquistar una situación para marcar una ruta liberadora.

Fue este el principio, la iniciación; la siembra esparcida en los surcos todavía vírgenes del explotado pueblo y que había de germinar, después, rompiendo la dura corteza de los intereses creados y de las añejas concepciones de la vida social y económica. Pero era éste un hecho tan inaudito e imprevisto, que venía a sacudir el ambiente conventual del país, que todos los sectores de la burguesía abrieron sus fuegos contra esos grupos de rebeldes que venían a turbarla en su apacible opresión política y economica a las masas populares. De ahí que la prensa burguesa comenzara a atacar en todos los tonos a esos grupos del ideal y de la revolución. Lo menos que pedía aquella prensa a las autoridades era la supresión de aquellos pasquines insolentes, según sus propias expresiones. Ya era tarde, sin embargo; las ideas revolucionarias habían sido expuestas tan concienzuda y ejemplarmente y contenían tanta cruda verdad, que ya no habría fuerza humana ni bruto poderío que pudiese extirparlas.

A la inversa de las pretensiones de la burguesía que quería la extirpación de las nuevas ideas, éstas no hacían más que expandirse; el esfuerzo de los anarquistas se veía ampliamente recompensado con la formación de nuevos grupos y con la organización de los trabajadores en sindicatos de resistencia, quienes junto con adoptar la nueva forma de organización, echaban mano de un arma hasta entonces muy poco usada: la huelga.

Al iniciarse el año 1900, se organizaba, aparte de los grupos ideológicos específicos, un Centro de Estudios Sociales Obrero, y algunos jovenes universitarios, constituían el grupo La Revuelta, para la propaganda anarquista, según expresión textual de su primer manifiesto. En Valparaiso, al mismo tiempo se organizaba el grupo La Libertad.

Estos cuatro años de divulgación ideológica y de agitaciones, rebasaron, por cierto, los lindes de las provincias centrales y ganaron los dos extremos del país: la tórrida zona del salitre y las heladas regiones magallánicas. En las pampas salitreras comenzaron a sucederse a menudo huelgas, motivadas casi siempre por el mal trato que los capataces daban a los obreros. La Voz de Abajo, periodico de tendencia socialista revolucionaria que comenzó a publicarse en Iquique, interpretaba las aspiraciones de los trabajadores del salitre y los alentaba en sus luchas.

En Punta Arenas, los trabajadores cambiaban también sus métodos mutualistas por los de resistencia, organizando una entidad única que los cobijara a todos: la Unión Obrera, con su respectivo periodico: El Obrero.

El 1° de mayo de 1901 aparecen en Santiago los periódicos gremiales El Siglo XX y El Progreso Social; el primero, organo de las sociedades de resistencia, y el segundo, que declaraba ser periódico obrero revolucionario. En El Siglo XX puede leerse la avanzada declaración de principios de la Federación Local de Carpinteros.

Por las páginas de El Progreso Social, sabemos de la estada en Chile del brillante teórico y luchador del anarquismo, Pedro Gori, que dictó un ciclo de conferencias e influyó poderosamente en la expansión de las ideas.

Como hecho de importancia en el movimiento obrero de aquel tiempo, merece citarse la organización de la Casa del Pueblo, que pasó a ser el centro de reuniones del ya proletariado militante y donde convivían, sin beligerancia los socialistas y los anarquistas.

No debe creerse, sin embargo, por lo expuesto, que todo era color de rosa para los revolucionarios y que sus grupos y organizaciones marchaban como sobre cubierta lisa; ya hemos dicho que la burguesía no les escatimaba ataques, sobre todo desde su principal fuerte: la prensa. Es así como en cada mítin o conferencia que se realizase, se detenía a uno o más militantes con un pretexto cualquiera, y estando por aquel tiempo sobre el tapete público el entredicho chileno-argentino por los terrenos patagónicos, todos los mítines que anarquistas y socialistas realizaban en contra de la guerra que venía inminente, eran disueltos violentamente por la policía del orden.

Fue este entredicho, la primera prueba de fuego a que se sometía al novel movimiento subversivo; los puntos de vista que los militantes del movimiento tenían frente al conflicto, fue dado a conocer por medio de un manifiesto que publicó el N° 5 de La Agitación, de fecha 1° de enero de 1902, cuyos párrafos principales insertamos por el interés que tienen como documento histórico:


EL PELIGRO SE ACERCA.

A LOS TRABAJADORES CHILENOS.

Los gobernantes, eternos explotadores de la miseria, empiezan a incitaros a la matanza de vuestros hermanos, los trabajadores de la República Argentina. Los periodistas asalariados os dedican ya las loas que guardan para cuando necesitan vuestros votos en tiempos de elecciones o vuestra vida en tiempos de guerra ...

Escuchad: Mas allá de los Andes hay unos obreros que sufren nuestras mismas miserias y las mismas tiranías y que, como vosotros, nada tienen que defender. Ellos no pueden ser vuestros enemigos porque son vuestros hermanos de esclavitud.

Todo el artificio internacional es la obra de diplomáticos y gobernantes, que solo miran en la guerra su interés particular o el de sus allegados.

¿Y no habéis pensado un minuto siquiera en las consecuencias de esas matanzas colectivas y el papel que vosotros desempeñaréis en ellas? ...

A vosotros solo se os dice que hay enemigos de la patria y se arranca de vuestros corazones todos los sentimientos de humanidad para inculcar el odio brutal hacia otros hombres; ese odio de la fiera que goza al contemplar las contorsiones desesperadas del moribundo y al ver estallar en burbujas la sangre que levanta de la herida abierta por el acero salvaje.

Y se destruyen ciudades, se aniquilan pueblos, se roba, se viola todo derecho, se asesina, se mutila ... todo en nombre de ese principio abstracto y absurdo que se llama patria (...)

La misma patria que estáis vosotros defendiendo, desoye los clamores de vuestras familias hambrientas, ella misma castiga a vuestros hijos si, impulsados por el hambre han robado un pan al burgués en cuya defensa os estáis asesinando. Y sólo cuando volvéis inválidos para el trabajo, arrastrando vuestros miembros mutilados por la metralla, se os concede una pensión ridícula por su exigüidad que sólo os alcanza para moriros de hambre (...)

Obreros chilenos: arrojad a vuestros gobernantes esos rifles asesinos con que se os quiere armar contra vuestros hermanos; que el propietario defienda sus propiedades, que el gobernante defienda sus instituciones políticas.


¿Habría que agregar algo a una actitud tan clara y valientemente definida? Indudablemente que no.

Siguiendo el curso del desarrollo del movimiento revolucionario, preséntase después la fecha memorable del 12 de mayo de 1903, fecha que marca la culminación del descontento que sufrían los trabajadores de la Compañía Sud Americana de Vapores de Valparaíso, como consecuencia de sus pésimos salarios y los malos tratos. Motivos éstos que les impulsaron resueltamente a declarar la huelga en la fecha indicada y después de haber recibido de la Compañía la negativa más rotunda de acceder a las demandas mejorativistas. Y hubo más todavía: la Compañía no se contentó con rechazar el petitorio; como empresa grande, ensoberbecida de su poderío económico asumió una actitud desafiante frente a las demandas obreras, haciendo escarnio de ellas. En esta acción infamante le acompañó toda la reacción porteña con el diario El Mercurio a la cabeza.

Del otro lado los obreros estaban solos, con su sola fuerza y su único empuje.

Parapetadas en sus respectivas posiciones las dos fuerzas, hacen el conflicto inevitable; ninguna cede, una por soberbia, la otra porque le asiste la justicia, pues se trata sólo de un pequeño aumento y de que cesen los malos tratos. Así las cosas, el conflicto sobreviene en el día que queda dicho.

Las autoridades, desde el primer momento, toman toda clase de medidas en contra de los huelguistas, todas sus reuniones son disueltas. Estas provocaciones enardecen los animos de los trabajadores y comienzan a hacer frente a las fuerzas policiales. Por uno, dos, cinco o veinte puntos diversos surgen barricadas; la lucha se extiende en guerrillas y en muchos pequeños frentes. Ante el edificio de la Intendencia se desarrolla una de las más sangrientas jornadas; luego se prende fuego al edificio de la Compañía Sud Americana, y el pueblo, furioso ya por el cruento batallar, trató de hacer otro tanto con la imprenta de El Mercurio, pero este edificio estaba ya en pie de guerra y a pesar de serios intentos, el pueblo no consiguió su objetivo.

Esta jornada fue, acaso, una de las más dolorosas: hubo muchos heridos y siete muertos, hecho que hizo recibir a El Mercurio, por muchos años, el mote de matasiete.

Durante los días que duro esta huelga revolucionaria los trabajadores porteños se alimentaron con la existencia de víveres que había almacenados en los malecones y de los cuales ellos mantuvieron en su mayor parte el control.

Después de estos hechos sangrientos vinieron las negociaciones y los trabajadores triunfaron en sus peticiones, bien que a costa de numerosas vidas, pero quedando en pie, por primera vez en el país y por una leccion tan brutalmente objetiva, de lo que puede un pueblo insurreccionado por la conquista de sus derechos.

Después de los sucesos de 1903, el movimiento obrero de mayor resonancia y que constituye, todavia, un gran ejemplo histórico, es la Semana Roja de 1905.

Ante la enorme carestía de la carne, que era objeto de especulaciones sin freno por los ganaderos nacionales, se organizó el Comité Pro Abolición del Impuesto al Ganado Argentino. El 22 de octubre el Comité organizó una manifestación pública para tratar sobre la derogación de dicho impuesto. El mitin fue provocado por la policía, lo que produjo un choque sangriento que segó más de 200 vidas proletarias. La masacre infame se extendió como un reguero por todos los ámbitos del país y produjo tan grande indignación popular que el gobierno se apresuró a resguardarse. En la misma tarde de la masacre los ferroviarios se reunieron extraordinariamente y acordaron la huelga general indefinida en todo el país; rápidamente la tea revolucionaria prendio en todas las demás actividades del trabajo, y los ferroviarios insurreccionados, pusieron a disposición de un importante núcleo de trabajadores las locomotoras, de las cuales se habían apoderado, para hacer prender la huelga general en todo el país. En el frente de cada tren ondeaba, gallarda y por primera vez, la bandera roja de las reivindicaciones proletarias que se adelantaba como para saludar a los que en los pueblos esperaban ansiosos la fausta nueva de la insurrección popular.

El gobierno, por su parte, se defendía con todas las fuerzas represivas de que dispone el Estado para estos casos en que el pueblo lo pone en apremios. Su primera medida fue decretar al país en estado de sitio y poner el palacio de gobierno en pie de guerra, a pesar de lo cual, las masas insurreccionadas intentaron más de una vez asaltarlo. De donde menos se pensaba surgía de improviso una barricada del pueblo que luchaba contra las fuerzas del Estado. Hubo saqueos y muertos por doquier, hasta que al fin, con mejor organización, triunfó el Estado. Faltó en el pueblo una organización con visión revolucionaria para llevar el ataque de fondo, al corazón del Estado capitalista y desarmarlo. Fuerzas insurreccionadas para ello no faltaron, por el contrario, fueron más que suficientes. Al pueblo le faltó, tal vez por su poca experiencia, sentido revolucionario, porque fuera de los choques con los esbirros, se dedicó a atacar las cosas y no las instituciones, que es precisamente donde hay que operar en un movimiento revolucionario de importancia.

Esta huelga fue evidentemente la huelga general revolucionaria preconizada por los anarquistas y sindicalistas revolucionarios; reunió en sí todas las condiciones y aspectos para dar el golpe de muerte al capital gubernamental, pero, la poca experiencia y el poco conocimiento de las doctrinas subversivas, facilitó el triunfo gubernativo sobre las aspiraciones populares.

Y aquí conviene destacar un hecho que niega la tesis marxista, pues que atribuye a todo movimiento un principio económico. En el caso de esta insurrección, el pueblo se levantó, insurreccionó y peleó, no por un motivo económico sino impulsado por un sentimiento que hizo presa en todos. Esos 200 cadáveres del pueblo caídos en la masacre, hirieron las fibras sentimentales de todos, y rojos y amarillos y blancos e indiferentes, se alzaron como un solo cuerpo y arremetieron sin atenerse a ninguna consideración.

Y ese movimiento grandioso, sin paralelo en la historia del país, alzado por un sentimiento colectivo, pudo derribar de su alto sitial al Estado capitalista, pero ya hemos señalado las fallas que hicieron posible su fracaso.

Después de estos hechos, la agitación obrera más importante tiene lugar en el norte, en las duras tierras del salitre.

El 6 de febrero de 1906 estalla una huelga general en Antofagasta. Eran los obreros del ferrocarril a La Paz que pedían hora y media para almorzar en vez de una hora de que disponían. La huelga desde sus principios, tomó un sesgo violento; los trabajadores huelguistas combatieron contra la policía y la guardia del orden, y asaltaron la tienda La Chupalla, que después incendiaron. Murió en la refriega, un miembro de la guardia del orden.

Al año siguiente, 1907, el 16 de diciembre, se declaran en huelga siete mil obreros salitreros de Iquique, reclamando mejoras económicas. Bajaron al puerto a sostener su movimiento, y allí, en la tristemente histórica Plaza Santa María, fueron horrorosamente masacrados, siendo comandante de las fuerzas militares el General Roberto Silva Renard.

Hasta esa fecha, era el movimiento más trágico de los trabajadores de este país. Cayeron asesinados por la metralla alrededor de dos mil personas entre obreros, sus mujeres y sus niños; y cayeron sin lucha, masacrados cobarde y alevosamente por un ejército que las propias víctimas alimentaban y vestían con su fatigante y diario trabajo.

Silva Renard, el General que dirigió aquellas fuerzas pretorianas, caía el 14 de diciembre de 1914, siete años después de su crimen enorme, bajo el puñal de Antonio Román Román, atentado del que Silva Renard libro con vida pero que pronto lo llevo a la tumba.

Después de la masacre de Iquique, el desenvolvimiento ideológico, cultural y de organización del proletariado, sigue su curso en forma paulatina y sin grandes acontecimientos que merezcan mencionarse.

A partir de 1910 y hasta 1914, el movimiento sindical adquiere nuevos bríos, volviendo a serle desfavorable el estallido de la guerra europea, a cuya iniciación siguió una de las fuertes crisis económicas que hayamos conocido. Esta situación duró lo que la guerra, pues ya a fines del año 17 y principios del 18 en que comenzaron a atenuarse los efectos de la crisis, vemos como el proletariado, a medida que retornaba a sus labores, reclamaba lo que el capitalismo le había quitado durante la desocupación y la abundancia de brazos. Dió mayor impulso a este renacimiento del sindicalismo el estallido y triunfo de la revolución rusa, hecho que impregnó el ambiente proletario del mundo, de la idea de emanciparse de la esclavitud capitalista, idea que se tradujo entre nosotros en el robustecimiento de la organización obrera y en las fuertes luchas que comenzó a sostener contra el capitalismo.

El primer gremio en lanzarse a movimiento de importancia, fue el del calzado que, por medio de su organización, la Federación de Zapateros y Aparadoras, inició desde el año 17 una ininterrumpida serie de huelgas pro mejoramiento económico, huelgas que en la mayoría de los casos triunfaban sin lucha, debido a que los industriales, al ver desde los primeros movimientos que el empuje de los trabajadores era incontenible, no se atrevían, casi, a luchar contra la Federación de Zapateros.

Esta situación de inferioridad en los industriales, provocó en ellos, lógicamente, la natural reacción, y se organizaron para preparar la revancha, hecho que realizaron con un lockout (huelga patronal) por sesenta días y que comprendió los meses de enero y febrero de 1918.

El cierre patronal afecto a cuarenta y dos fabricas de calzado con un total de cinco mil obreros.

Esta lucha entre la Asociación Patronal y la Federación de Zapateros fue medida intuitivamente por todos los trabajadores organizados y calculada en los efectos que tendría para el movimiento sindical su triunfo o su derrota, sabiéndose de antemano, por la experiencia historica que la derrota obrera significaba el estancamiento de su movimiento por un tiempo relativamente largo. A la inversa, si triunfaba sería el más grande aliento para el proletariado, que se sentiría mas fuerte y animoso para seguir luchando por sus reivindicaciones. Imbuidos con estos presentimientos los trabajadores de las ciudades y las minas, del transporte y el comercio, dieron a este movimiento toda su solidaridad, y alentados por ella y por su ya costumbre de triunfar sobre los patrones, los obreros del calzado resistieron holgadamente los dos meses de lockout, volviendo a sus labores notablemente mejorados en sus salarios, y en muchas fábricas, entonando regocijados los versos de la Marsellesa Libertaria.

La organización patronal sufrió un rudo quebranto, y el pacto que los había unido en contra de los trabajadores, fue roto.

Sin conocer exactamente los principios de la Federación de Zapateros, pero calificándola por sus hechos, podemos clasificarla entre las de tipo sindicalista neutra, porque con la misma facilidad que ejercitaba las prácticas de la acción directa, aceptaba las intervenciones oficiosas de las autoridades gubernativas. Su misma directiva era una amalgama de tendencias, registrándose en ella el oportunista, el socialista, el sediciente anarquista y el que, ideológicamente hablando, no era nada; muy variada gama para tan poca gente, pero que, buena o malamente, con aviesa o recta intención, tuvieron el tino suficiente para mantener latente la rebeldía de cinco mil obreros en los dos meses de lockout.

No es de extrañar, sin embargo, aquella característica de la Federación de Zapateros, porque el movimiento sindical se había extendido mucho, pero las ideas que lo definen y le marcan rumbos hasta hacerlos resueltamente revolucionarios, no se habían infiltrado en la mentalidad de los trabajadores, como no se han infiltrado en nuestros días. El renacimiento del sindicalismo formaba una conciencia colectiva, clasista; el ambiente estaba impregnado de revolucionarismo, eso era todo, pero no se podía esperar que en tan poco tiempo surgieran por centenares los revolucionarios de corazón y de cerebro.

Por tanto, era aquel el tiempo de las amalgamas, de las mescolanzas ideológicas en las directivas y orientaciones sindicales. Marx y Bakunin caminaban a menudo juntos, con uno que otro arañazo, como en los tiempos de la Primera Internacional.

Fenómeno chileno del sindicalismo, que ayudado por las circunstancias permitía realizar grandes movimientos, aunque sin norte, sin finalidad ulterior, como quien dice, luchar por luchar.

Tan pujante como la Federación de Zapateros y Aparadoras, aparecía también, en el ramo de la construcción, la famosa Unión en Resistencia de Estucadores, cuyas decisiones impetuosas frente a todos los movimientos en que le tocaba intervenir, le permitían conducir siempre al triunfo a los suyos y a los trabajadores de la construcción en general.

Fruto de las mescolanzas ideológicas de la época fue luego la recordada Asamblea de Alimentación Nacional, el más efectivo de los frentes únicos que ha hecho el proletariado de Chile. No faltaba ahí ninguna tendencia, ni siquiera los deportistas, los mutualistas y los católicos. Verdadera Torre de Babel de las ideas, por lo mismo que su movimiento que se pretendía grande, no tuvo consistencia alguna. Se trataba sólo de alimentación, asunto importante, sin duda alguna, pero que no bastaba para su solidez, aún cuando con el se lograse hacer tan hermoso y multicolor mosaico.

Sus resultados son de sobra conocidos: culminó el 28 de agosto del año 19 con un mitin monstruo, de cien mil personas aproximadamente. Se le llamó el Mitin del Hambre, y en realidad lo fue, pero del hambre insatisfecho, porque nada se obtuvo, a no ser la lección contundente de que esas composiciones híbridas en el terreno social, no conducen, al proletariado a un movimiento de resultados profundos.

Poco despues, el 18 de septiembre, se funda la Gran Federación Obrera de Chile, en cuya directiva sigue apareciendo la característica de aquel tiempo: la heterogeneidad de sus elementos, lo que imposibilitaba una definición clara a sus organizaciones, esto es, que no se inclinaban a Amsterdam, ni a Marx ni a Bakunin. Justo es reconocer, sin embargo, que ya comenzaban a perfilarse en el ambiente obrero organizaciones saturadas de tendencia marxista y también algunas definidamente sindicalistas revolucionarias porque recibían en su interior el vitalismo anarquista. Podemos citar a este respecto la Federación Obrera Local Santiaguina y la Federación de Estudiantes, en parte la Asociación General de Profesores que comenzaba a agitarse y a tomar posiciones en el terreno de la lucha de clases, viniendo poco después a sumarse a esta tendencia la I. W.W., que dio un empuje más definitivo en el sentido de despejar el ambiente proletario de su ambiguedad ideológica.

La I.W.W., como central del proletariado de Chile, de tendencia libertaria, logró encausar el disperso movimiento y asumir en todo momento una actitud combativa frente al capitalismo y al Estado. Hizo una estrecha alianza con la Federación de Estudiantes, la dinámica y peleadora Federación de Estudiantes de aquellos memorables tiempos, y juntas realizaron grandes agitaciones y una vasta labor de cultura revolucionaria.

Por la misma época se producen grandes huelgas en el mineral El Teniente, en algunos puertos, en el carbón y en casi todos los puertos industriales. El proletariado procuraba asi resarcirse de las grandes pérdidas que le infligió el capitalismo en la época de la guerra.

Fue este el periodo de oro del movimiento sindical. tanto por los grandes contingentes de trabajadores que intervenían, cuanto porque todos los movimientos eran coronados por el éxito.

Entre tanto, el gobierno presenciaba alarmado el crecimiento inusitado del movimiento obrero y sus manifestaciones que se hacían cada día más revolucionarias. Esto lo condujo a preparar la represión, sin estudiar -porque los gobiernos jamás lo hacen- las causas que determinaban toda aquella agitación. La represión la desencadenó como un vendaval en el año rojo de 1920.

Se inventó, al efecto, una invasión de tropas peruanas en el norte y hacia allá se movilizó el ejército y se llamo a las reservas. Fue ésta ... la guerra de don Ladislao, como jocosamente se la motejó. Esa movilización sirvió maravillosamente los planes represivos del Ejecutivo y dio paso al desate de las furias de chauvinismo criollo.

Bandas arrolladoras de calurosos y elegantes patriotas asaltaron en pleno día, a la una de la tarde, la Federación de Estudiantes, saquearon el local y quemaron en la calle, pleno centro de Santiago, su biblioteca. Luego se envolvió en un proceso larguísimo a los estudiantes que defendieron un momento el local y se arrastró al mismo proceso a más de un centenar de obreros. El poeta Gomez Rojas, preso por los mismos hechos y sin otro delitó que pulsar su lira rebelde, perdió la razón en la cárcel y fue a morir al manicomio de Santiago.

En Magallanes, donde existía una poderosa organización obrera, los borrachos de patriotismo hicieron otro tanto: incendiaron el local de la Federación 0brera de Magallanes.

Otro hecho de significación en el plan represivo fue el proceso a la I.W.W. de Valparaiso, por habersele encontrado dinamita en su local social, dinamita que, según se comprobó pronto, fue hecha colocar exprofeso por el entonces Prefecto de policía de aquel puerto, el capitán Caballero.

Los obreros, en respuesta a tanto crimen y atropello, sólo hicieron una víctima en la persona del porta estandarte de un desfile chauvinista. Pero este hecho no lo dejó sin sanción el capitalismo gubernamental. Por él tuvo a dos obreros en la cárcel por más de tres años, sin lograr comprobarles su responsabilidad.

Mientras tanto, los que habían saqueado, asaltado e incendiado, recibían los parabienes públicos del gobierno.

Ocurrió todo esto bajo el gobierno coalicionista de don Juan Luis Sanfuentes.

No tardó mucho, el gobierno liberal y democrático que le siguió, en hacer otro tanto o peor, como veremos más adelante.

A pesar de la represión brutal, el movimiento emancipador de los trabajadores no fue ahogado; salió de aquella represion, que duró más de un año, bastante maltrecho, pero no destrozado. Su edad de oro no había terminado, pues pronto se reconstruyó dando muestras de su gran vitalidad. La I.W.W. y la Federación de Estudiantes, que fueron las más aporreadas, volvieron a robustecerse y a intensificar su accion. Otro tanto ocurría con las organizaciones socialistas, las que fuertemente influenciadas por la revolución rusa, realizan el 25 de diciembre de 1921 en la ciudad de Rancagua, una Convención que duró una semana.

En ella se define la Federación Obrera de Chile con su adhesión a la Internaional Sindical Roja, y el Partido Socialista dejó de llamarse tal para denominarse Partido Comunista, adherido a la Tercera Internacional.

Con estas resoluciones de la Convención de Rancagua, la I. W. .W. y la FOCH (Federación Obrera Chilena) se enfrentaban. Marx y Bakunin volvían a medirse en sus principios y a continuar en el tiempo y hasta su final victoria, su trabajo de alumbrar cada uno su camino al proletariado del mundo.

En los años siguientes: 21, 22, 23 y primeros meses del 24 el movimiento sindical e ideológico continúa manifestándose intensamente; las luchas económicas y doctrinarias se sucedían en la mayoría de los pueblos importantes del país, debiendo ya las organizaciones obreras enfrentarse a la fuerza gubernamental capitalista perfectamente organizada, tanto a través del Estado, como más concretamente en la llamada Asociación del Trabajo, que dirigía el exprefecto de Valparaíso, el capitán Caballero.


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LA INTERVENCION MILITAR

La política de favoritismos y compadrazgos y el auge de las especulaciones económicas unido a una interesada y bien llevada oposición política, habían creado un ambiente casi totalmente opuesto al gobierno existente, ambiente que fue bien aprovechado por el conservantismo político para utilizar al ejército haciéndolo pronunciarse en contra del gobierno, pronunciamiento que tuvo lugar el 5 de septiembre de 1924 y que determinó, primeramente, la organización de un gabinete militar-civil, la disolución del Congreso y la destitución del Presidente del país y su reemplazo por una Junta Militar de gobierno.

Este pronunciamiento militar que sus pregoneros hacían aparecer como alejado absolutamente de toda bandería política, fue mirado desde su iniciación por todas las organizaciones obreras de resistencia y doctrinarias con el mayor de los recelos. Todos sentíamos la inminencia de una dictadura militar férrea y cruel. Seguíamos con avidez su desarrollo y pesábamos cada una de las declaraciones del gobierno o de la Junta Militar que controlaba los actos de la Junta de Gobierno. Pero todo este presentimiento de los trabajadores organizados no se revelaba en los hechos en la forma que es de esperar de una dictadura militar.

Sin embargo, a medida que los días transcurrían y el ambiente se calmaba un poco, las masas obreras organizadas iban viendo con toda claridad que el conservantismo clerical y reaccionario se había apoderado totalmente del gobierno y que la ponderada Juventud militar que tan en alto había declarado que su movimiento era ajeno a toda bandería política, éste ya le había sido arrebatado inteligentemente por el clericalismo.

La certidumbre de este hecho hizo que las organizaciones obreras se mantuviesen más en guardia, buscando contacto entre todas y pronunciándose en declaraciones y en lo posible con hechos, en contra de la existencia del gobierno militar.

Un documento del militarismo entronizado que fue muy discutido por los trabajadores y por el pueblo en general, fue el famoso Manifiesto del 11 de septiembre. La Juventud Militar estaba ufana de él, de su contenido social, lo consideraban un documento valioso porque según ellos, era toda una declaración de principios, todo un conjunto de premisas cuya estricta observancia traería algo así como el bienestar a todos los habitantes del país ...

Pero la verdad es que ese manifiesto, que el autor de este libro tiene a la mano en el instante que escribe, no promete nada por lo cual los obreros podían tornarse optimistas; esencialmente promete dos cosas: terminar con la política gangrenada y mantener las libertades públicas. Podría consignarse una tercera: convocar a una Asamblea Constituyente; pero, aún con este agregado, aquel documento no podía considerarse como algo esencial para los que aspiramos algo más que a la ficción democrática. Pero, a pesar de eso, hizo perder la cabeza a un determinado sector del proletariado, según veremos más adelante.

Con el gobierno militar-oligárquico, instaurado el 5 de septiembre, llegamos hasta el 23 de enero de 1925, fecha en que se produce el movimiento restaurador de la Juventud militar, que dio por tierra con la Junta de gobierno y que produjo un verdadero alborozo popular.

Pues bien, este movimiento restaurador de los postulados del 11 de septiembre ¿cómo fue recibido por los sectores conscientes del movimiento social? En general, ningún sector avanzado lo rechazó. Todos los elementos lo vieron producirse llenos de la más viva simpatía porque el gobierno que caía derrumbado por la Juventud militar estaba compuesto por lo más reaccionario del país, de modo que con el gobierno que le sucediese, los trabajadores estarían más garantizados que con el que caía. Pero, una cosa es mirar con simpatía un movimiento y no ponerle escollos para que se desenvuelva, y otra adherirse a él con ingenuidad de niño o con ambición de oportunista.

Aparte de la forma como se manifestaron diversas entidades, cabe destacar aquí cómo recibieron el movimiento los sectores comunista y anarco-sindicalista. Para apreciar la actitud del primero basta transcribir algunos párrafos de su manifiesto lanzado en nombre de TODA la clase obrera del país:


Los trabajadores que formamos las secciones industriales, consejos y juntas provinciales de la Federación Obrera de Chile y los que militan en el Partido Comunista, declaramos nuestro apoyo a la Juventud militar que ha enarbolado nuevamente la bandera de la depuración para limpiar al país de toda la gangrena que lo roía.

Si los acontecimientos que sigan al de ayer, hicieran necesario que esta adhesión no fuera sólo moral, es preciso que, desde luego, todos los trabajadores que aspiran a enrielar al país por el sendero de la justicia y de la rectitud de procedimientos de su futuro gobierno concurramos entusiastas a empuñar las armas a los cuarteles para defender, con nuestras vidas, la bandera de regeneración republicana enarbolada por la Juventud militar ...

La clase obrera debe estar en proporción equitativa representada en el gobierno, asegurando, con su cooperación, el triunfo de los postulados de justicia que constituyen la finalidad del actual movimiento.


Firman ese manifiesto los miembros de la Junta Ejecutiva de la FOCH (Federación Obrera Chilena) y los del Comité Central del Partido Comunista.

¿Que había en las promesas y en lo hecho por la Juventud militar para que el sector bolchevique abandonara tan groseramente la línea revolucionaria y estimara que el movimiento era de tanta justicia?

Ya hemos dicho lo que prometía en el Manifiesto del 11 de septiembre, documento cuyo contenido reafirmaron el 23 de enero, sin agregar nada más. Y por esa poca cosa el Partido Comunista perdió su centro de gravedad. Se olvidó de su programa, de sus reivindicaciones, de sus principios, de su condición de vanguardia del proletariado, para proclamar que el movimiento de la Juventud militar lo encarnaba todo y que por tanto debíamos aprestarnos para dar la vida por él.

Es indudable que todo movimiento revolucionario es en sí interesante por lo que remueve, por lo que agita y por el mundo de posibilidades que abre a las fuerzas conscientes del proletariado, pero no creemos que pueda considerarse como actitud táctica, el que uno de los sectores conscientes diga a los obreros de un país que un movimiento de la pequeña burguesía militar y civil, como lo era el del 23 de enero, representaba para los trabajadores el advenimiento de un régimen de justicia.

A nuestro juicio, la actitud del Partido Comunista está comprendida en el párrafo que dice: La clase obrera debe estar representada en proporción equitativa en el gobierno.

Es evidente que lo que el partido perseguía era obtener una o dos carteras ministeriales y después otros puestecitos de menor importancia. No persiguió otra cosa, durante varios años, el Partido Demócrata.

Por lo demás, es sensible que el hecho no se realizara, pues que habría sido muy interesante ver a un par de ministros comunistas gobernando con un sistema capitalista.

¿Y qué actitud asumió por su parte el anarco-sindicalismo?

Su línea de conducta no varió sustancialmente de la que asumió a raíz del primer estallido militar: declaro en sucesivas publicaciones por la I. W. W., la FORCH y los Centros de Estudios Sociales, que los obreros estaban dispuestos a luchar hasta el último momento para impedir el desate de la dictadura militar, a cuyo efecto llamó a aliarse a todas las organizaciones e individuos que alentaran el mismo propósito.

Ante el hecho del 23 de enero se reafirmó lo mismo y se declaró que, si bien la Juventud militar retornaba el movimiento llevándolo a su punto inícial, eso no significaba en manera alguna que los trabajadores debíamos tener confianza en ella ni podíamos esperar de su acción la instauración de un régimen de justicia.

La FORCH (Federación Obrera Regional Chilena) y los Centros de Estudios Sociales, publicaron manifiestos de orientación para el proletariado, declarando que el movimiento de la Juventud militar no era otra cosa que una etapa de todo un proceso revolucionario, etapa que debía ser superada por las organizaciones obreras acelerando ese proceso con acciones decididas y a fondo; acciones que si hubiesen sido realizadas por el proletariado habrían permitido probar la buena fe revolucionaria de la Juventud militar; es decir, habrían permitido ver cuál era el límite revolucionario que esta Juventud se había trazado.

Destacada así la actitud asumida por cada una de estas tendencias del movimiento obrero frente al hecho concreto de la revolución militar del 5 de septiembre y 23 de enero, hemos de hacer justicia a la Juventud militar, declarando que mientras controló el movimiento mantuvo el ejercicio de las libertades democráticas, hecho que, unido al entusiasmo popular que el 23 de enero trajo consigo, permitió la realización de grandes e interesantes movimientos económicos, ideológicos y de una permanente defensa de las libertades públicas, las que se presentía serían amagadas en cualesquier instante por el militarismo gobernante.

Uno de los primeros gremios en lanzarse a una lucha seria en ese año, 1925, fue el de los obreros en calzado por medio de su nueva organización: la Unión Industrial del Cuero, pero esta vez, no ya contra el patronato, sino contra la implantación de la ley 4054 de Seguro obligatorio, ley que consideró un despojo a una parte del salario obrero y una imposición intolerable.

Fue tanta la decisión y la actividad que la Unión Industrial del Cuero puso en esta campana, que pronto intereso en ella a las demás organizaciones. La campaña comprendía vastas publicaciones de prensa, volantes y manifiestos por decenas de miles; conferencias, mítines, y llevando la lucha más a fondo, la Unión Industrial del Cuero se preparó para una huelga general gremial, hecho que realizó ampliamente parando alrededor de siete mil obreros en la capital.

La Federación Obrera Regional Chilena, central que se había organizado hacía poco captando a su seno los gremios retirados de la I. W. W., colaboró con la Industrial del Cuero para hacer el ambiente antilegalista, especialmente en provincias, donde tenía secciones.

Pero había un punto negro en esta campaña. La Federación Obrera de Chile no adhirió al movimiento. Por el contrario, lejos de secundarlo publicaba todos los días en su diario, una página entera con un aviso de la Caja de Seguro, en el que en una u otra forma se recomendaban las bondades de la ley y se contrarrestaba por tanto la campaña en que estaban empeñados los demás gremios de Santiago y provincias.

Dos huelgas generales en Santiago y una en Valparaiso se hicieron para obtener la derogación de la ley, pero no fue suficiente. No hubo fuerza para hacer más, y la ley se aplicó.

Viene después, en el mismo año, el más grande movimiento popular que hayamos presenciado, el de los arrendatarios. Movimiento esencialmente popular y revolucionario que abarco las dos más grandes ciudades del país: Santiago y Valparaíso. La agitación era de todos los días, en ella tomaban parte hombres, mujeres y niños, los que después de las horas de trabajo se lanzaban a las calles de todos los barrios en bulliciosos desfiles. En cualesquier sitio se improvisaba una tribuna y un orador, también improvisado, la ocupaba. ¡EI 50%! ¡El no pago! era la consigna que se voceaba y el motivo de la lucha. El pueblo obraba por acción directa, imponiendo de hecho el 50% y el no pago, si el caso se presentaba. Esto, naturalmente, significaba un ataque directo a la propiedad privada, y el Estado recibía con ello una estocada a fondo, golpe que indujo al gobierno a procurar el término de aquella situación revolucionaria del pueblo.

El movimiento era como queda dicho, muy intenso; era todo el pueblo proletario en agitación. De ahí que, una represión sangrienta, hubiese sido de dudoso resultado para la estabilidad gubernativa. Pero el gobierno tenía interés en terminar con él cuanto antes, pues, ya la acción comenzaba a proyectarse en provincias y asumía cada vez más las características de un movimiento francamente revolucionario. Entre la acción bruta y la acción inteligente, el gobierno -cosa rara- prefirió esta última, buscando la manera de canalizar el movimiento por las vías de la legalidad. Al efecto, dictó una ley especial que creó unos organismos que se llamaron Tribunales de la Vivienda y que tenían por misión dirimir toda cuestión que se suscitare entre arrendadores y arrendatarios. En estos organismos tenían representación los primeros y los segundos.

Los anarcosindicalistas, que controlaban el movimiento en algunas comunas, rechazaron de plano estos Tribunales, considerando que admitir su ingerencia significaba la muerte del movimiento y la pérdida de todo lo conquistado.

Pero, los comunistas, que son tan buenos marxistas y tan excelentes tácticos no lo estimaron así; aceptaron la ley de Tribunales de la Vivienda y lucharon hasta conseguir la representación de los arrendatarios en ellos.

A partir de ese momento el movimiento comenzó a declinar. Y era lógico, una fuerza que actuaba se restaba a él abandonando la táctica revolucionaria que hasta entonces había mantenido la unidad y el triunfo. Las conquistas fueron desapareciendo lentamente, trituradas entre los engranajes del Estado, y, cuando ya la agitación ceso porque en todos los conflictos intervenían los Tribunales, estos desaparecieron igualmente.

El Estado ya no los necesitaba. Había dado muerte tácticamente al movimiento.

Si hemos de destacar el carácter de este movimiento, o mejor dicho la tendencia que en él predomino, tendremos que decir que fue de tendencias anarquistas, aún cuando el pueblo nada supiera de anarquismo. Las tácticas y los medios de lucha puestos en practica fueron las tácticas y los medios indicados por los anarquistas, y mientras conforme a ellos se obró, el movimiento fue en marcha de triunfo.

Bakunin dominó en el espíritu y en los hechos dei movimiento. Hemos visto ya el papel que cupo a Marx.

Siguiendo el orden cronologico de los hechos, hemos de mencionar la tragedia horrorosa que sufrieron los obreros del salitre en los primeros días de junio del 25. En efecto, el día 4, los trabajadores de la oficina La Coruña, de Iquique se declaran en huelga general. El gobierno alarmado por el sesgo que tomaba el movimiento y, más que nada presionado por el capitalismo inglés, movilizó hacia allá fuerzas del ejército y armada, las que al mando del General Florentino de la Guarda, ahogaron en sangre el levantamiento de los obreros pampinos.

Balance de esta horrible masacre: dos mil muertos, centenares de heridos, viudas y huérfanos. Y todo ello cuando aun no se apagaban los ecos jubilosos de un pueblo que recibía al presidente exilado, don Arturo Alessandri Palma.

Año y medio después, el 17 de enero de 1927, se produce una gran huelga general simultánea en Santiago y Valparaiso. Fue la última del ciclo de diez años en que el proletariado había librado tantas y tan cruentas luchas por su liberación económica y política.

Un mes más tarde se iniciaba la dictadura del militar Carlos Ibañez, dictadura que arraso con todas las organizaciones obreras de avanzada, y confinó y deportó a sus mejores elementos.

Cuatro años cinco meses duro el terror dictatorial. En todo ese tiempo, apenas si se advierten algunas manifestaciones que demuestran que el sindicalismo revolucionario no fue absolutamente dominado. En ciertos periodos de esta dictadura, la Unión en Resistencia de Estucadores, Federación Obrera Regional Chilena y Federación de Obreros de Imprenta, hicieron algunas manifestaciones de importancia, destacándose el Manifiesto que éstas lanzaron el 1° de mayo de 1928 y la aparición del periódico El andamio del gremio Estucadores, que clandestinamente, publicó siete números.

Por lo que respecta a los individuos, a los militantes, muchos de los que no fueron confinados en Mas Afuera o deportados, y aún algunos que volvieron de su relegación, acobardaron bajo el peso dictatorial y otros renegaron abiertamente. Todo lo que había de falso en la militancia revolucionaria, comprendiendo en esto a los diversos sectores, quedó al descubierto bajo la dictadura militar-civil que presidió Ibañez.

Por lo que al sector anarco-sindicalista respecta, es de justicia consignar al Grupo ¡Siempre!, organizado por una quincena de militantes, para combatir la dictadura. Con grandes esfuerzos este grupo logró instalar un pequeño taller de imprenta clandestina, desde donde lanzaba volantes destinados a los trabajadores para mantener latente en ellos el espíritu de rebeldía en contra del militarismo entronizado. Aparte de esta propaganda panfletaria, alcanzó a editar dos números de un periódico que llevó su nombre: ¡Siempre!, nombre que era todo un símbolo y que significaba que los anarco-sindicalistas, a pesar de la dictadura, no arriaban su bandera de combate.

Pero el ejército de soplones creado por la dictadura era muy numeroso, y los efectos de su repugnante actividad se hacían sentir muy pronto en cualesquier sitio que se alzara una protesta o apareciera una hoja atacando a los de espada y charreteras.

El grupo ¡Siempre! no escapó a la vigilancia subterránea de esos elementos. Y fue sorprendido; sus miembros apresados y procesados, y cuando el juez militar que conoció de la causa iba a fallar, las autoridades descubrieron un complot en contra del gobierno, por el que cayeron presos numerosos políticos y algunos militares. Por este hecho, el gobierno se desentendió de lo obrado por el juez en el caso del grupo ¡Siempre! e hizo de todo una sola cuestión, ordenando gubernativamente el confinamiento de la totalidad de los presos en las islas de Mas Afuera y Pascua.

Un miembro que no pudo ser atrapado por los sabuesos, continúo la obra del grupo y editó un nuevo periódico clandestino: Rebelión, el cual hizo imprimir en el extranjero. Dos números, con una cantidad de ocho mil ejemplares alcanzó a hacer circular en el país. Cuando recién había despachado a la circulación el número 2, fue igualmente sorprendido y llevado a hacer compañía a Mas Afuera a sus camaradas del grupo ¡Siempre!

De vuelta de Mas Afuera el grupo ¡Siempre! recontinuó su tarea; volvió a adquirir elementos de imprenta y a lanzar propaganda, pero, nuevamente fue sorprendido y procesado por la justicia ordinaria y cuando recién salían en libertad bajo fianza, los toma la dictadura y los relega al territorio del Aysen, de donde regresaron sólo a la caída de la dictadura, acaecida el 26 de julio de 1931.

El término de la dictadura comandada por Ibañez trajo el periodo de reconstitución de los organismos sindicales y de las agrupaciones ideológicas. Los dirigentes de la Federación Obrera de Chile (FOCH), comenzaron por el comando en jefe, reconstituyeron, antes que los gremios, la Junta Ejecutiva. Los anarco-sindicalistas obramos a la inversa: reorganizamos los gremios y cuando ya estaban en regulares funciones los llamamos a agruparse en una central transitoria con el nombre de Frente Unico Sindical. En el seno de este Frente se preparo la Convención Nacional de Gremios, la que se realizó en Santiago el 31 de octubre, 1° y 2 de noviembre de 1931, y de ella salió, estructurada y definida, la Confederacion General de Trabajadores. Su tendencia, como es sabido, es anarco-sindicalista, y su finalidad el comunismo libertario; está ramificada en el país desde Iquique hasta Osorno.

Marx y Bakunin volvieron a ponerse frente a frente a partir del 31 de Octubre de 1931.

Nacida la C.G.T. en momentos de reconstruccion del movimiento obrero revolucionario, condensó en sí las esperanzas de un sector importante del proletariado, que hizo de ella su máximo organismo de lucha. En la C.G.T. vació sus inquietudes el anarquismo militante, disponiéndose a darle en todo momento un verdadero contenido anarco-sindicalista. Estas aspiraciones han sido de la más efectiva realidad durante todo el proceso de su desarrollo, ha progresado en sus cuadros y en la reafirmación de sus principios anarco-sindicalistas a través de la lucha cotidiana.

Es indudable que en el proceso de su desarrollo ha sufrido también algunas depresiones propias de todo movimiento sindical, pues no debe olvidarse que un periodo de crisis y por tanto de escasez de trabajo, trae como corolario obligado una depresión del movimiento defensivo de los trabajadores, los que al verse privados del salario, defeccionan en sus actividades económico clasistas. Recuérdese, por el contrario, el periodo que hemos llamado de oro para el sindicalismo, y que comprende principalmente los años 18, 19, y 20; había demanda de brazos, se salía de la crisis derivada de la guerra europea y se entraba en un resurgimiento de la economía capitalista, es entonces cuando vemos más poderosa que nunca la organización obrera, poderosa y fuerte por sus luchas y por los grandes contingentes de trabajadores que tomaban parte.

Es evidente, por otra parte, que tanto la depresión sindical como su florecimiento, no puede tener exclusivamente el motivo económico, contribuye también, y grandemente, el factor político, es decir, la mayor o menor restricción de las libertades ciudadanas. Cuando la tiranía política se hace sistema y toma caracteres permanentes, es difícil, muy difícil, que un movimiento sindical pueda mantener su vigor, y cuando simultáneamente hay la tiranía y la crísis económica, como ocurre en la actualidad (Este ensayo fue escrito en la década de 1930, esto es cuando los efectos de la llamada gran depresión que condujo al colapso del sistema económico en las Estados Unidos, se manifestaba con toda crudeza en el mundo entero. Nota de Chantal López y Omar Cortés), es, no ya difícil, sino imposible, que el sindicalismo se mantenga entero en su puesto de beligerante por las reivindicaciones proletarias.

El debilitamiento del sindicalismo revolucionario producido por los factores adversos señalados, ha facilitado el desarrollo del sindicalismo gubernamental o legal, cuya organización y funcionamiento autoriza la ley 4057.

Este tipo de sindicalismo no tiene más historia que esta: interesado el gobierno en aniquilar el sindicalismo revolucionario por los daños que produce a la economía capitalista, y sobre todo al Estado, dicto la ley mencionada y facilitó la organización de los sindicatos legales con todos los medios que la ley le otorgaba. La ley protege teóricamente a los dirigentes de los sindicatos de las represalias patronales, da participación de las utilidades de la empresa respectiva a los sindicatos y sindicados y algunas otras franquicias de mínima cuantía.

Las masas obreras, a pesar de sus luchas en contra del capitalismo, carecen todavía de conciencia revolucionaria, cosa ésta tan escasa y tan rara que sólo la adquieren temporalmente en los periodos de agitaciones. Y es claro que faltándoles el sentido revolucionario optarán fácilmente por incorporarse a una organización garantida por la ley, antes que permanecer en una que era combatida por las leyes y aun sin las leyes. Y aquí conviene apuntar el siguiente hecho: el gobierno ha palpado los resultados de su política, ha visto que ha conseguido grandemente el debilitamiento de los sindicatos revolucionarios, y que en cambio, los sindicatos legales han crecido mucho, que han llegado a constituir una fuerza y que están a juzgar por sus declaraciones de funcionalismo, inclinados al socialismo de Estado. Por esto seguramente es que el gobierno, representado para el caso por las autoridades del trabajo, ha comenzado por prestar menos protección a los sindicatos y hasta atropellarlos policialmente cuando están ejerciendo, con todas las de la ley, el derecho de huelga.


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