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El anarquismo francés desde 1895 a 1914. Una ojeada sobre los años 1914 a 1934. La guerra; el comunismo; las actividades libertarias. Conclusión.

De 1895 a 1914 ha habido sin duda las manifestaciones anarquistas más variadas, pero hasta los últimos años, la renovación en España, hubo, en mi opinión, un largo período que ha traído demasiado poco de nuevo, un tiempo de espera casi, cuando no se dejaba caer conscientemente en la rutina. Había también una reducción de la afirmación alta y pública de las ideas anarquistas y una cierta pasividad frente a los acontecimientos generales. Son mis impresiones, y no ignoro tantas excepciones, ni las causas de lo que se ha llamado decadencia o epigonismo y que es tal vez una fase del crecimiento de una idea que tiene necesidad de períodos de reposo y de arraigo antes de crecer de nuevo en altura.

Es indiscutible que se estaba de tal modo fascinado por el comunismo anarquista del tipo de La Conquista del pan, que se prestó poca atención al desenvolvimiento de Kropotkin mismo, que no quedó inactivo ni invariable, y cuando Merlino desapareció, cuando los amorfistas tampoco decían nada, cuando Malatesta se abstuvo de formular reservas, el comunismo anarquista de Kropotkin, embellecido por la palabra de Pietro Gori, de Sebastián Faure, revolucionado todavía por la palabra enérgica de Galleani, no fue objeto de discusión y en esos años de prosperidad no se puso en duda siquiera la abundancia. Se estaba igualmente seguro ya del concurso del pueblo por el. sindicalismo en Francia, cuyo despertar fue ciertamente el antiestatismo y el antiparlamentarismo y el estímulo de acción vehemente de los anarquistas, pero cuyos componentes no tuvieron nunca esa homogeneidad revolucionaria y antiestatista que se les atribuía a menudo; todavía entre ellos se desarrolló esa ambición exclusivista, antagónica a todos los que no fueron de los suyos, a los libertarios tanto como a los socialistas políticos.

Las grandes persecuciones, sobre todo en Francia, en Italia y en España, habían destruido a muchos de los más militantes y habían producido cambios insidiosos en las condiciones de la vida pública, que no privaban de todos los medios de propaganda, pero les imponían una suma de restricciones que en libertades trajo las costumbres de la caución, y el terreno perdido entonces no ha sido recuperado. Se debió hablar menos altamente y si la discusión entre nosotros en periódicos y reuniones no ha sufrido por la ausencia de algunas expresiones enérgicas, lo que se decía resonaba menos en el oído de un público más grande del que podrían haber venido nuevos elementos. La palabra alta, el gesto enérgico pasan después de algunos años a los sindicalistas, a los antimilitaristas, para llegar a una elevación ficticia y exagerada en el insurreccionismo y el neoblanquismo de Hervé - para caer boca abajo, desinflado, algún tiempo más tarde en ocasión de la conversión de Hervé. Esto atrajo a jóvenes inquietos que como antes en los anarquistas, hallaban entonces en los movimientos mencionados, como ahora en los comunistas, lo que buscaban, un partido de vanguardia y de ataque. Se puede decir que la pérdida no fue grande; sea, pero esa ausencia de ruido sonoro (para expresarme así) produce un silencio relativamente demasiado grande en torno a los anarquistas en Francia, que la bella palabra y la propaganda asidua de muchos camaradas no pudieron contrabalancear bastante.

Sin embargo, todo eso no tenía necesidad de ocurrir así en Francia. Había, hay que decirlo, una abdicación verdadera. Se ha reiniciado en 1895 la propaganda y no fue seriamente impedida por las leyes de excepción (lois scélérates). No había durado, además, más que muy pocos años, en su forma más perfecta apenas cinco años, desde 1889 al fin de 1893. Había que continuarla, y sin duda se ha hecho desde mayo de 1895, pero no en el antiguo espíritu. Antes se estuvo solo y se lanzó el desafío al mundo burgués entero. Ahora se sentía uno como al abrigo en la sombra, bajo la protección de la gran masa sindicada No se tenía ya nada que temer, pero tampoco se hizo nada para poner a la anarquía seriamente en el primer plano. Se estaba como anclado en un puerto protegido contra toda tempestad. Es eso lo que desde 1895 puso la anarquía en Francia en el último plan y no ha vuelto a recuperar el terreno que abandonó, inútilmente, en mi opinión.

Otra cosa aún. A partir de 1895, se muestran varias especializaciones a las que no se había prestado atención en los años hasta 1894. Ahora se expansionan. Tales fueron ese naturismo de entonces, la apología del primitivismo salvaje, más tarde el naturismo dietético, el vegetariano, etc., y los pequeños focos de vida sencilla, todos esos pequeños sistemas de Grauvelle y Zisly a Butand y Sophie Zaihowska y otros. Además, el neo-malthusianismo, propagado primero con toda perversidad por Paul Robin, consiguió un campo enorme y no sólo como accesorio, a elección de cada uno, sino que absorbió enteramente algunos, sea materialmente, sea conduciendo al sexualismo, la discusión interminable de los problemas de sexo, lo que es todavía, sin duda alguna, un asunto de la elección personal de cada cual, pero para nuestro ambiente es una absorción de energía y de atención por las especializaciones. De Paul Robin a las publicaciones numerosas de E. Armand y su en dehors presente conduce esa larga sarie interesante para su observador, pero objetivamente una gran desconcentración de energías libertarias durante todos esos años. El esperanto y lenguas ficticias parecidas, absorbían aun fuerzas, y por algunas comunicaciones exóticas facilitadas así, algunas cartas cambiadas con el Japón, tal vez se dejaba probablemente a menudo de aprender las lenguas europeas vecinas, el inglés o el alemán, el español o el italiano, que habían podido multiplicar los conocimientos y las relaciones europeas. El antimilitarismo, como he observado ya, por tenazmente que se haya defendido, se dirigió sobre todo contra el medio del militarismo, el cuartel, el ejército y no tanto contra sus fuentes de nutrición, el patriotismo, el no conocimiento de los otros pueblos, el juego nefasto de la diplomacia, de las industrias y de las finanzas. Había Universidades populares, Teatro del pueblo, educación de la infancia y otras actividades útiles y simpáticas para un período de gran reposo, pero que no daban sino pocas fuerzas nuevas enérgicas a las ideas anarquistas en esos años en que la C. G. T., con su prestigio inmenso, Jaurés y Hervé con un prestigio que hizo perfectamente frente a la C. G. T., los intelectuales dreyfusards que más tarde subieron al poder real, como Clemenceau, a un poder no menos real, como Jaurés, o que se hicieron promotores de la causa de las nacionalidades, una de las causas de la guerra, como los del Courier Européen, etc., en esos años por tanto en que todas esas fuerzas pusieron la mano sobre el pueblo y la opinión pública. Los anarquistas tenían otro cosa que hacer entonces, tal me ha parecido siempre, que entregarse al esperanto, al neo-malthusianismo sexual y a desviaciones semejantes. No lo hicieron y eso los relegó a un plano secundario. Desde el exterior se vio entonces brillar y vibrar la C. G. T., a Jaurés, a Hervé, pero no se percibió más que muy pocos anarquistas que, sin embargo, desde 1881 a 1894 habían atraído la atención del mundo.

De una debilidad primeramente querida, atenuación (en parte forzada) considerada práctica, se desarrolló así una debilidad real que no disminuyó. Se debatía con los sindicalistas sobre el funcionarismo, se reunían en congresos, en 1913, para separarse con bombos y platillos de los individualistas. Es a eso a lo que se había llegado al fin de veinte años y fue demasiado poco. Tensión aguda con los sindicatos; ruptura con los individualistas ilegalistas, si eso era verdaderamente necesario en 1913 - 14, ¿no lo habría sido también veinte años antes? Si no, no. Hubo durante esos años tres jóvenes intelectuales, tres médicos, que hicieron aparacer buenos trabajos, que yo llamaría de iniciativa intelectual, de una remoción activa de las ideas en los Temps Nouveaux; fueron los doctores Marc Pierrot, Michel Petit (el doctor Duchemin) y Max Clair (el doctor Michaud). Había autores de algún renombre, muy diversos, entre ellos, por ejemplo, Crales Albert (Daudet) ; Víctor Barrucaud (Le Pain gratuit., 1896) ; René Chaughi (Henri Gauche) ; Manuel Dévalsant; Aldés; Georges Durupt; André Girard; Emile Janvion; C. A. Laisant; Albert Libertad; André Lorulot; Paraf-Javal; Jacques Sautarel; Laurent Tailhade y de los más continuaban Grave, S. Faure, Hamon, Bernard Lazare, Malato, Louise Michel y otros. Pero esos esfuerzos múltiples tenían poca cohesión entre sí y por ello los efectos más bien literarios o reducidos a una de las tres divisiones que se habían establecido: los anarquistas amigos de los Temps Nouveaux; los de mayor vivacidad, amigos de Libertaire; y aquellos amigos de la anarchie de Libertad.

Después de escribir esto, he elaborado los capítulos sindicalistas de 1895 a 1914 y anarquistas de 1895 a 1906 y encuentro más que confirmadas las apreciaciones sombrías sobre este período por el detalle de este trabajo.

Estos son, hasta aquí, los pricipales desenvolvimientos del pensamiento anarquista que he tratado de describir en mi historia que se detiene en 1914 en el momento de la gran guerra. Para los países que no han tomado parte en la guerra se detiene en alguna fecha característica algún tiempo después de 1914; para los países de lengua española y portuguesa se continúa hasta el presente; porque hay continuidad no interrumpida.

La guerra encontró a los anarquistas en todas partes sin que la hayan previsto en su proximidad fulminante, pero se estaba resignado y se había tomado ya partido, como todo el mundo, y no se estaría muy engañado al predecir lo que cada cual haría y diría. Las mentalidades de los diversos países, aleccionadas desde hacía años (y siempre) en interés de la política de cada país, estaban formadas y muy pocos anarquistas no sufrieron esas influencias de todo su ambiente. Se habían saturado de las opiniones corrientes y de ilusiones especiales sobre las pequeñas nacionalidades, las cualidades y los defectos de ciertas razas; se tenían a mano explicaciones plausibles, los imperialismos, las finanzas, etc. y, como Tolstoi había muerto en 1910, ninguna voz ética libertaria era escuchada en el mundo. Ninguna organización, grande o pequeña, tampoco. Se había dejado así hacer con indiferencia todas las guerras desde hacía cuarenta años, en muchos países, y esa serie de preludios de la guerra, que había comenzado en 1911 por el ataque de Italia contra Turquía. En todas esas guerras no se tenía simpatías por los unos ni por los otros. Con eso ¿cómo se habría adquirido la fuerza moral individual y la fuerza colectiva organizada, o como reunirse espontáneamente, para levantarse contra la gran guerra que no era sino etapa más en la serie que se desarrolló entre guerras, insurrecciones y revoluciones desde 1848 mismo? ¿Quién no clamaba en París, en 1848, por una guerra contra el despotismo ruso? ¿Quién, a partir de 1859, no fue entusiasta de las guerras nacionales y de las insurrecciones nacionales que no tenían más que el voto ardiente y el objetivo de verse transformadas en guerras? Cuando Garibaldi, en Nápoles, abrió el camino, el ejército piamontés siguió sus huellas. Los insurrectos polacos de 1862 tenían la firme esperanza de que Francia e Inglaterra amenazarían a Rusia con la guerra o harían esa guerra. La Internacional no rectÍficó nunca su Manifiesto inaugural, escrito por Marx, que es un llamado a la guerra mundial contra la Rusia zarista. Guerra, insurrecciones, esperanzas revolucionarias estuvieron siempre íntimamente mezcladas, y Proudhon, desde 1859 a 1862, y más tarde Tolstoi, fueron los únicos libertarios de relieve que han combatido esas concepciones. Tampoco Reclus (en 1870) y Malatesta (en 1876) han sido excepciones. No hay que asombrarse, pues, de que, como todo el socialismo, también la anarquía se encontrase con que, virtualmente, no tenía nada que decir en 1914, ni hasta 1918, ni después, sobre ese asunto, exceptuados algunos actos de protesta, abstención o revueltas individuales.

Durante la guerra hubo la revolución rusa de marzo de 1917, que no tuvo ninguna repercusión en otra parte. Hubo un verano de acciones cada vez más socialistas de trabajadores y de toma de la tierra y jacquerie contra los propietarios por los campesinos rusos, y hubo el golpe de Estado bolchevista de noviembre de 1917, que para ellos, que conocían a los hombres y partidos, tan vastamente conocidos desde hacía muchos años por sus escritos y periódicos, por su acción pública en 1905 - 06, en los congresos socialistas, etc., fue una usurpación marxista apoyada por una parte de los socialistas revolucionarios y por muchos anarquistas, pero que para aquéllos en los otros países que no se habían ocupado de esos hombres y de esas cosas rusas, era la revolución social triunfante, y fue para ellos pues un acontecimiento único de primer orden, una felicidad imprevista en esas dimensiones y esa rapidez. Pero aunque, por esa dichosa ignorancia la revolución rusa ha podido obrar en 1917 y todavía en 1918, casi sin voz crítica, sobre el espíritu y la imaginación de los pueblos, no ha sabido arrastrar a los dos movimientos libertarios más fuertes de entonces, el español y el italiano, y sin que haya habido siquiera comienzos de revolución, hubo las represiones formidables de los años 1920 - 21 y las dictaduras a partir de 1922 y 1923. Sobre los países del socialismo autoritario, la revolución rusa tuvo repercusiones violentas en 1918 y 1919, en la Europa central. Pero lo que se hizo, se hizo bajo el signo de la autoridad intensificada y ha sembrado la mala semilla de la autoridad en tal grado que los desenvolvimientos horrorosos que tenemos delante a esta hora, han salido de allí.

Todo eso debía reaccionar sobre los movimientos libertarios debilitados material y moralmente, mal nutridos intelectualmente desde 1914. Se estableció un culto a la grandeza y hubo también infiltraciones autoritarias. Las cifras un poco elevadas de los inscritos en los sindicatos controlados por los autoritarios nos engañan sobre la disminución del antiesfuerzo anarquista que, en efecto, por antiguos anarquistas es ahora considerado un accesorio inútil, y para ellos no hay más que el sindicalismo puro en lo sucesivo. Mientras que eso se plantea en ambientes restringidos, las masas se ponen por millones a las órdenes de los más desvergónzados mistificadores autoritarios y nos escapan. Eso induce a algunos a querer servirse también ellos de autoridad; y están perdidos para nosotros.

Los más grandes ímpetus que la anarquía ha tomado aún - en Italia, desde el congreso de Florencia, en abril de 1919, a septiembre de 1920, el momento de la ocupación de los establecimientos metalúrgicos, y en España, desde el Congreso regional de Sans (Barcelona), en agosto de 1918 al Congreso nacional de Madrid, diciembre de 1919 - fueron detenidos tanto por lá represión gubernamental como por la enemistad de los socialistas políticos (enemistad que hasta aquí ha sido ejercida contra todo esfuerzo libertario) y por ese producto modernísimo, su quinta esencia, que son sus mercenarios por excelencia, los fascistas. Tomado su origen en los mobs fanatizados por algunas pesetas y el aguardiente, los progromistas, las centurias negras, los amarillos, los maníacos de algún nacionalismo o antisocialismo exagerado, se les organiza pronto a todos en sindicatos libres, en fascio, y es esa una trailla que los poderosos que mandan y que pagan, desencadenan contra el progreso bajo todas sus formas. Puesto que esto no hace reflexionar a los socialistas autoritarios sobre el mal de la autoridad, es difícil sentir la menor solidaridad en ellos, y así los libertarios - como es de su deber - luchan contra todo el mundo autoritario, incluidos esos socialistas. Eso no puede ser de otro modo y ello no aumenta de ninguna manera nuestros enemigos, puesto, que csos socialistas autoritarios lo fueron siempre.

Siempre hemos visto ya que en las horas y en los días de verdadera acción muchas fuerzas populares se unen francamente a los libertarios en rebelión, sin preocuparse da los socialistas políticos, que desde su oficina desautorizan los movimientos (como hizo la Conferencia italiana del Lavoro en 1914 y en 1920) o que por su voto parlamentario sancionan la deportación como los diputados socialistas españoles en 1933 (después de Figols). La semana roja de Romagna y Ancona, en junio de 1914, las múltiples revueltas de enero de 1932, enero y diciembre de 1933, y en tantas ocasiones más en España, muestran que las verdaderas acciones no dejan de contar hoy con el apoyo popular. El pueblo se mantiene también instintivamente al margen de los comunistas moscovitas, que no sabrían sino darle un nuevo despotismo. Tódos están en favor de nuestra buena causa, si nos colocamos en el verdadero terreno de acción y si entonces educamos las mentalidades libertarias.

Estos años de post - guerra han traído persecuciones salvajes, bestialidades fascistas contra los anarquistas en Italia: las barbaries de Barcelona a partir de 1920; la deportación de los anarquistas extranejeros de los Estados Unidos y el martirio de Ricardo Flores Magón y de Sacco y Vanzetti, con la prisión continuada de Tom Mooney y otros sindicalistas; las tragedias de Gustav Landauer y de Erich Mühsam en Alemania; la de muchos camaradas anarquistas en Rusia y los sufrimientos en las prisiones y lugares de deportación árticos siberianos de tantos otros en la República soviética; la persecución y las ejecuciones en la Argentina en 1930 - 31; todos los muertos, los deportados (vueltos ahora), las prisiones judiciales y gubernativas en la España republicana de 1931 - 35: todo eso forma un catálogo de sufrimientos inflingidos por fascistas y bolchevistas, burgueses y socialdemócratas, en unísono completo, y que muestra que todos los autoritarios del mundo son un solo cuerpo y una sola alma.

¡Que todos los anarquistas, libertarios, todos los seres humanos y de espíritu libre, puedan convertirse en una fuerza de elementos que, conservando todas las autonomías, se apoyen recíprocamente y, derrotando la autoridad aquí, dejándola relaIjada allí por nuestro propio progreso, se desarrolle por mil caminos para realizar la libertad en pequeño y en grande, en nosotros mismos y alrededor de nosotros, en todas partes y en todo! Tengamos buena esperanza; porque la autoridad, por poderosa que sea, no puede hacer sino mal, y todo el bien en el mundo ha venido, viene y vendrá siempre sólo por la libertad y de la libertad ...

Max Nettlau

30 de octubre de 1932 (revisado en julio de 1934).


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