Indice de Entrevista al General Amador Acevedo por Píndaro Urióstegui Miranda Zapata tenía motivos para ser revolucionario Zapata en campañaBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
AL GENERAL AMADOR ACEVEDO

Píndaro Urióstegui Miranda


MADERO LE ENVÍA A ZAPATA SU NOMBRAMIENTO DE GENERAL, POR CONDUCTO DE JUAN ANDREW ALMAZÁN

PREGUNTA
¿Para ese entonces Zapata seguía en contacto con Madero o ya no?

RESPUESTA
Ya no teníamos contacto, ni emisarios, ni nada; todo lo que hacíamos era por cuenta propia de Zapata.

Estábamos en Tepexco y llegó Juan Andrew Almazán, eso fue más o menos en el mes de marzo de 1911, con documentación también de la Junta Revolucionaria de San Antonio, Texas; él era un joven estudiante de medicina, que estuvo en Puebla, pero sus inquietudes lo llevaron con Aquiles Serdán quien lo envió a San Antonio, Texas, de donde nos lo mandaron. Entre los documentos que traía Juan Andrew Almazán venía el nombramiento de general para Emiliano Zapata.

Duró varios días con nosotros ahí en Tepexco; recuerdo que cuando llegó se presentó como comerciante que vendía píldoras y medicinas, pero al llegar con nosotros ya se identificó y se quedó.

Me parece verlo, aún muchacho, alto y espigado, más bien esbelto, simpático, inteligente, con exagerado instinto revolucionario. Como era practicante de medicina tenía bastante cultura pero era muy ambicioso, tenía otra manera de ser por su refinamiento. A los jefes los estimó como compañeros, siempre se distinguió por su educación, por sus buenas maneras de ser.

Ya de ahí de Tepexco, salimos y le pusimos sitio a Jonacatepec, pero un día antes de que saliéramos nos mandaron un regimiento que le llamaban: el quinto de oro, que era el 5° Regimiento Rural y su propósito era batirnos.

Al enterarnos de eso salimos a su encuentro en la hacienda de Santa Clara, nosotros más o menos éramos un grupo como de 800 hombres, pero nunca habíamos peleado con el gobierno, ni sabíamos pelear, pero nos enfrentamos y los derrotamos.

Les quitamos armas, murieron algunos de ellos y les hicimos prisioneros; claro que también nosotros sufrimos bajas -como unas catorce-.

Así fue el primer encuentro que tuvimos con fuerzas federales.

Claro que quedamos engallados de que habíamos ganado.

Por la tarde, Emiliano nos mandó llamar para informarnos de que íbamos a atacar a Jonacatepec.

Lo sitiamos, pero en la noche la guarnición de este poblado recibió refuerzos de los federales y al otro día temprano Emiliano ordenó que mejor nos retiráramos, porque era inútil atacar ahí y nos retiramos a Tepalcingo, en donde acordó atacar a Chiautla donde tenía interés porque su jefe político intimidaba a toda la región, es más, yo fui el que insistí en que atacáramos a Chiautla.

Cuando llegamos, el prefecto estaba bien atrincherado por lo que nos pasamos para Xochiapan.

Llegamos luego a Ahuetlán el Chico en donde nos reunimos con otros jefes, entre ellos Almazán que andaba por ahí y logramos un grupo como de mil hombres ya, que fueron con los que llegamos a Chiautla.

Llegamos y Emiliano ordenó que pusiéramos el sitio, después mandó a un emisario para que viera al prefecto y le dijera que si quería evitar derramamiento de sangre que se rindiera. Entonces el prefecto aceptó tener una entrevista con Zapata.

Nosotros queríamos que nos entregara la plaza y las armas, así es que cuando estuvo frente a Zapata propuso que nos retiráramos y que él se quedaría en la plaza, claro que no se llegó a un acuerdo.

Almazán y un muchacho de nombre Ocampo eran los que estaban haciendo el tratado, pero no pudieron entenderse con el jefe político. Entonces éste se retiró, a reserva de pensarlo. Mientras el prefecto estaba con nosotros, tratando de llegar a un acuerdo, mucha de la gente que tenía en el fuerte empezó a desertar y naturalmente que para cuando regresó y vio esto, se intimidó y quiso esconderse.

Pasadas unas horas nosotros, que no nos habíamos dado cuenta de este incidente, atacamos, pero casi no encontramos resistencia.

Cuando localizamos al prefecto, el mismo pueblo pedía que se le castigara por todos los desmanes que había cometido, asesinatos y muchas otras cosas crueles.

Emiliano nos mandó llamar a todos los jefes y acordamos que se debería poner un ejemplo con él para que otros no siguieran su camino y tuvieran temor.

Entonces se le mandó fusilar. Ya cuando lo iban a ejecutar, el prisionero pidió que le permitieran hablar y Pánfilo Ocampo, que era el oficial al mando del pelotón, le permitió escribir unas cartas a su familia y las recogió junto con sus alhajas y las direcciones adonde tenía que enviarlas, ya después de eso, lo fusiló.

Nos quedamos unos días en Chiautla, de ahí salimos rumbo a Chietla, y seguimos a Matamoros en donde el gobierno, al saber que estábamos cerca trayendo más de mil ochocientos hombres, se fue replegando dejándonos la ciudad.

A estas fechas ya se nos había unido un coronel Gracia, del Estado de Puebla y otros más. Los principales jefes que traía Zapata en ese tiempo eran: Francisco Mendoza, Jesús Morales, Jesús Sánchez, Miguel Cortés, Margarito Martínez y su servidor; también Rafael Merino.

Cada uno de nosotros tenía su propio cuerpo de tropa, yo tenía cosa de trescientos hombres.

Así llegamos a Matamoros, rumbo a Puebla, claro que ya llevábamos mejores armas y mucho parque, pues le habíamos recogido muchas a Andonegui, el jefe político que fusilamos.

Armas buenas y armas corrientes, como las Remington calibre cincuenta con balas bromosas de plomo, que cuando uno llevaba cien cartuchos de esos, andaba cargando de seis a ocho kilos de peso; eran armas muy grandes, pero en fin, ya íbamos armados.

Entre nosotros el que mejor armado iba era Jesús Morales, porque pidió que se le diera el armamento de infantería que tenía Andonegui.

A Matamoros llegamos en los primeros días de abril de 1911.

Resulta que se da cuenta el gobierno y nos manda al que entonces era coronel Blanquet (Aureliano Blanquet), con el 29° Batallón y los rurales del Estado y se nos vienen encima, saliéndole a su encuentro nuestra infantería, un grave error, pero ¿qué sabíamos de táctica?

Emiliano ordenó que fuera la infantería quien les hiciera frente, haciendo caso omiso de la caballería con que contábamos.

Esas fuerzas de infantería iban al mando de Jesús Morales y se sale a la Galarza, un pueblo cerca de Tepeojuma adelante de Matamoros, con unos cuatrocientos o quinientos hombres, pero naturalmente que en las primeras de cambio fueron derrotados con muchas bajas.

Ese encuentro fue en la mañana; para la noche llegaron noticias a Matamoros de que venía el gobierno con mucha tropa así como de la derrota de Jesús Morales. Entonces Zapata ordenó que ahí los esperáramos y así lo hicimos.

Para el lado de San Juan Ipatlán se fue un grupo con Lorenzo Vázquez; para el lado de la estación me mandó a mí y a otros jefes para que esperáramos el ataque, pero no pudimos resistir.

La ofensiva federal se inició más o menos como a las seis de la mañana, pero como a las once tuvimos que abandonar la plaza, con grandes bajas.

En ese ataque salí herido, yéndonos para Chietla y quedando la plaza de Matamoros en manos del coronel Aureliano Blanquet.

Yo salí a caballo hasta la hacienda de Rebozo, donde ya me subieron a una camilla. Entonces Emiliano Zapata, en persona, ordenó que se me trasladara hasta un lugar que se llama El Platanar. Ahí, después de que me dejó seguro, ordenó que todos se reconcentraran a Jolalpa, en donde se iban a reunir todos los jefes derrotados que tuvieron que huir por diferentes lados.

Entonces fue cuando el general Ambrosio Figueroa había ido a atacar a Huamuxtitlán y no lo hizo porque llevaba poca gente frente a la mucha que había del gobierno. Entonces fue la junta de Jolalpa, en que estuvieron el general Ambrosio Figueroa con el general Zapata, fue el primer encuentro que, tuvieron, presentándolos Margarito Martínez, que era conocido y amigo de Ambrosio.

El general Figueroa había llegado a Jolalpa con unos cuatrocientos hombres, venía su hermano Rómulo Figueroa y más jefes.

Zapata se encontraba con Margarito Martínez, Jesús Sánchez, Catarino Perdomo y otros compañeros más.

Fue una coincidencia que se hubieran encontrado en Jolalpa.

Entonces a pedimento de Ambrosio Figueroa hicieron esa junta.

Ambrosio era un hombre más preparado y todas las cosas las pensaba antes de hacerlas, quiso unirse a la revolución del centro y por eso se reunieron en Jolalpa, donde discutieron varios días tratando de unificarse.

Ya que llegaron a un acuerdo, entre los dos generales decidieron dar nombramientos militares a los jefes que los seguían. A mí me dieron el de coronel, como a otros trece o catorce más, aunque yo no estuve presente, pero de todos modos me hicieron aparecer en el acta.

Recordemos que me encontraba herido y convaleciendo en El Platanar, pero fue cosa de unos quince días, incorporándome luego con Zapata.

Después, Emiliano Zapata me platicó lo siguiente respecto a la junta: que él quería regresar y atacar a Puebla juntando sus fuerzas con las del general Ambrosio Figueroa, pero éste se opuso, haciéndole saber que eran insuficientes sus tropas para atacar una ciudad de la importancia de Puebla, sobre todo sabiendo de la derrota que nos infligieron en Matamoros.

Entonces acordaron atacar a Jojutla por dos puntos: Emiliano Zapata por el lado sur y Ambrosio Figueroa por los lados poniente y norte.

Ya entonces empezaron a surgir las dificultades entre Zapata y Ambrosio, porque Figueroa, al fin, más culto; quería que hubiera rendiciones y paz, sin que corriera sangre. Se fueron y llegaron a los hechos en ese mismo mes de abril. Ya para atacar Jojutla, don Francisco Figueroa, que era profesor, le empezó a meter en la cabeza a su hermano Ambrosio que no hubiera sangre y que mejor pidiera la rendición. Entonces Ambrosio mandó un emisario a ver al jefe militar de la plaza de Jojutla, pidiéndole la rendición incondicional para evitar derramamiento de sangre. Este comandante, que ya había sentido el rigor de la Revolución, le mandó contestar que iba a comunicarlo a la superioridad para ver qué le decían, porque él no podía resolver; después mandó decir que iba a hablar con sus subalternos para ver qué opinaban sobre la rendición. Entonces acordó Ambrosio Figueroa por conducto de su hermano Francisco que fuera una comisión a ver al Presidente de la República, general Porfirio Díaz, para pedirle que depusiera su actitud y entregara el poder sin sangre.

Y así fue don Francisco a la ciudad de México junto con otro individuo de Huitzuco; logró entrevistar al Presidente, quien lo recibió de muy mala manera y ya se vino.

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