Indice de Entrevista al General Amador Acevedo por Píndaro Urióstegui Miranda Primero fue el profesor Pablo Torres Burgos Zapata tenía motivos para ser revolucionarioBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
AL GENERAL AMADOR ACEVEDO

Píndaro Urióstegui Miranda


CON EMILIANO ZAPATA NOS CONOCIMOS EN UNA CORRIDA DE TOROS

PREGUNTA
¿Aquí fue donde conoció a Emiliano Zapata?

RESPUESTA
No señor, yo ya lo conocía.

Mire usted, en 1909 yo comerciaba con ganado y con ese motivo fui a Tlaquiltenango, donde vendíamos todo el ganado. Cuando llegué se celebraba la fiesta de la Candelaria. A mí me gustaba el caballo, ya que teníamos suficientes y estaba joven. Zapata también era magnífico jinete y le encantaban los toros, además era muy bueno para lazar. Bueno, pues nos juntamos en los toros y ahí fue donde nos conocimos; me lo presentó Catarino Perdomo, tío de Elpidio Perdomo que tendría en aquel tiempo unos diez u once años; también me presentaron a Emilio Marmolejo que después fue general zapatista, ¡bueno para el caballo también ese hombre!

Pues en los toros estuvimos tomando cervezas y copas, toreamos y esas cosas; por cierto que esa vez el toro le lastimó una pierna a Emiliano Zapata.

Comentando lo del accidente y tomando copas fue como nos hicimos amigos. Y el que mandaba ahí la cosa del día de toros era un primo hermano mío, de los Bonfil que vivían en Tlaquiltenango.

Así es como nos conocimos y no lo volví a ver hasta cuando fue con Pablo Torres Burgos en el año de 1911; ese día inmediatamente nos reconocimos y nos saludamos, ya venía él como uno de los jefes, pero sin ningún grado militar.

Ya nos preparamos, los once hombres que venían en el grupo de Torres Burgos y los dieciocho que nosotros llevamos para tomar por asalto mi pueblo de Huachinantla.

En esa forma tuvimos el honor de hacer la primera toma de un pueblo en la historia de la Revolución de Morelos.

En Huachinantla había teléfono, mismo que cortamos para evitar que pidieran auxilio a Puebla. Entramos a las cinco de la mañana más o menos.

Cuando llegó la hora de almorzar nos regamos por el pueblo, conseguimos de comer y todo lo necesario, nos hicimos de caballos, ya que había muchos en el pueblo, pero vino a dar Alvaro Tepepa con un caballo tordillo azulejo, bien parado, buena estampa; era malo el caballo, pero eso sí, muy bonito. Cuando lo vio Pablo Torres Búrgos se lo pide, pero el muchacho no se lo quiso dar y va a quejarse con el viejito Tepepa (su papá), el cual fue a hablar con Torres Burgos y le dijo que según lo acordado por la Revolución, los soldados tenían garantías de agarrar lo que hubiera con respecto a cosas para la guerra, como caballos y agua y que entonces cómo era posible que si el muchacho se había hecho de ese caballo ¿por qué se lo quería quitar?

Pablo Torres Burgos no contestó nada.

Después de esto y al terminar de arreglar nuestras cosas, nos juntamos en un lugar que se encuentra a medio pueblo y en donde hay una preciosa ceiba, enorme. Ya cuando estábamos todos reunidos, nos llama el profesor Torres Burgos y dirigiéndose a Tepepa, nos dijo: miren señores, en vista de que hoy somos unos cuantos y andamos mal todavía con el gobierno ya no se respetan mis órdenes, pues el día de mañana que seamos un núcleo fuerte menos me respetarán, con ese motivo los dejo en libertad para que ustedes elijan al jefe que quieran, yo me separo de ustedes.

Todos estábamos a caballo.

Después de decirnos estas palabras y de despedirse, dio media vuelta y se alejó en su caballo. Los únicos que lo siguieron fueron sus dos hijos; todos los demás nos quedamos asombrados, pensando que nuevamente no teníamos jefe en aquellas épocas difíciles.

Fue tan repentina la reacción de Torres Burgos que nadie hizo la intención de detenerlo, nada más lo mirábamos cómo se iba alejando, pero Juan Sánchez, hombre maduro, perverso y con algo de visión, luego que se alejó Torres Burgos unos cuatrocientos metros, nos dijo: muchachos no estén tristes, se va Torres Burgos pero me quedo yo como jefe de ustedes, así es que síganme, yo voy a encabezarlos, y así aceptamos todos sin averiguar.

Al día siguiente salimos a un pueblo que se llama Mitepec, Puebla, y luego al Municipio de Jolalpa.

Conforme íbamos avanzando se nos iba uniendo mucha gente.

Saliendo de Jolalpa se nos incorpora Jesús Morales, que también andaba alzado en armas por allá, y luego Miguel Cortés con algunas gentes. Ya íbamos como setenta.

Bueno, seguimos y al primer pueblo que entramos en Morelos fue a Xochiapan, eran como las seis de la mañana.

En ese pueblo estaba un familiar mío que se llamaba Natividad Pacheco y que tenía una tiendita. Este Juan Sánchez llevaba como asistente a Juan Vergara y empezaron a tomar, mientras nosotros nos reunimos aparte porque no nos despegábamos Catarino Perdomo, Emiliano Zapata, Margarito Martínez y yo.

Resulta que Juan Sánchez, ya estando tomado, fue a la casa de Natividad Pacheco y le exige a la señora que le diera quinientos pesos y cincuenta pares de zapatos para nosotros, todo con gritos y exigencias. Mientras tanto, yo andaba persiguiendo un caballo muy bueno que tenía un cura y que quería Emiliano, pues lo andábamos buscando porque el cura lo había escondido y no lo podíamos hallar.

En eso estáhamos cuando nos llegó la noticia de que Juan Sánchez andaba cometiendo atropellos por ahí; voy a la casa de la parienta y llorando me dice: mira, figúrate que entró el señor éste, aquí, a caballo, echando el animal sobre el mostrador y amenazando.

Le contesté: no te preocupes a éste no le darás nada.

Mi ccmpadre Catarino y Zapata ahí conmigo. En eso llega una persona que había mandado el cura para que fuera a traer a Emiliano para entregarle el caballo, entonces Zapata se fue y me quedé solamente con Perdomo y Margarito y que llega Juan Sánchez a caballo, ya muy borracho, echando el caballo encima y exigiendo lo que quería.

Ya le hablé y le dije: hombre Juan. esta señora es familiar mío y no es para que la maltrates en esa fcrma, a lo que me contestó: ¡y qué, si yo soy el jefe!, al tiempo que me echaba el caballo encima e intentaba sacar su arma; entonces yo me hice a un lado para cubrirme y también saqué mi pistola.

En ese momento intervino Catarino Perdomo y agarró a Juan Sánchez, diciéndole: ¿tú por qué vas a hacer eso, por qué quieres derramar sangre entre nosotros? Y jalándolo lo sacó de ahí, pero a mí me pudo mucho eso.

Unas cuantas horas después nos volvemos a topar y de nuevo otra dificultad. Entonces le dije a mi compadre Margarito, que era el que más me seguía, mejor vámonos para Guerrero, con estas cosas no se puede.

Yo tenía la mayor parte de la gente porque era del rumbo.

Ya llegó Zapata montando ese famoso caballo que anduvimos siguiendo y que por fin se lo dio el cura. Emiliano y yo teníamos una gran amistad, comíamos y dormíamos juntos, siempre para donde él iba, iba yo o al contrario, en fin, éramos grandes amigos, simpatizamos con nuestras ideas.

Al caer la tarde, al salir del pueblo, le dije a mi compadre Margarito: mira, vamos a arreglar nuestra gente y vámonos.

Entonces nos hicimos a la orilla y Tepepa el viejo, intervino y nos dijo: oigan muchachos, ustedes son jóvenes y no tienen experiencia todavía de lo que es la Revolución, a mí que todavía me tocó una parte de la otra Revolución sé lo que son los sufrimientos y todo eso, no hay que andar con disgustos y esas cosas.

¿Pero quién va a poder con ese hombre?, nos vamos a matar entre nosotros y apenas empezamos.

Bueno, ya entonces me habla Margarito Martínez y me dice: compadre, vámonos quedando aquí.

Pero de jefe a quién vamos a nombrar, repliqué.

Y él me contestó: mira, tú acaudíllanos.

Le contesté: mira yo no, porque aunque la mayor parte de la gente me sigue, no tengo experiencia, estoy muy joven y no acepto, en ese caso tú.

¡Pero yo no tengo gente que me siga ni nada!

¿Pues quién entonces?, me dice mi compadre.

Oye, ¿no quieres que Emiliano sea el jefe de nosotros?

¡Cómo no! Inmediatamente acepté.

Entonces le preguntamos a Zapata: ¿tú qué dices?

¡Pues si ustedes quieren, acepto, ya estamos en Morelos que es mi Estado!

Toda esta conversación la sostuvimos a la orilla del camino y frente a la gente.

Al terminar, Zapata se volvió hacia nuestros hombres y les dijo: muchachos, aquí han acordado los señores que yo los represente y acaudille, ¿ustedes qué dicen, están de acuerdo?

Todo mundo aceptó y así desde ese momento ya nos encabezó Emiliano Zapata.

De ahí salimos hacia un pueblo que se llama San Miguel Ixtlilco, Morelos, como a las siete de la noche, donde volvimos a tener otro altercado Juan Sánchez y yo.

El no había estado en la conversación que sostuvimos a la orilla del camino, porque venía hasta atrás muy borracho, pero le dijeron que ya se había nombrado a Zapata como jefe. Entonces tuvimos otro disgusto bastante s~rio, pero volvió a intervenir Gabriel Tepepa.

Ya entonces le pedimos que se separara de nosotros pero el mismo Tepepa no aceptó y nos rogó que lo dejáramos ir acompañándonos hasta que pudiera hacer su gente, para poder defenderse.

Al otro día, don Gabriel Tepepa arengó a Juan Sánchez al que ya se le había pasado la borrachera y no hizo más que sumirse y seguirnos. En ese momento salimos rumbo a Huitchila, de ahí venimos a dar a Villa de Ayala ya con Zapata como jefe.

En ese poblado estuvimos algún tiempo. Entonces Emiliano me llevó a conocer su casa en Anenecuilco, estuvimos platicando, a él le gustaba hablar de su pasado, por eso aprovechando cualquier descanso me comentaha cuál fue su vida y cómo sufrió.

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