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Capítulo 59

La frustrada fuga del Presidente General Eulalio Gutiérrez y su muy tormentosa entrevista con el General Francisco Villa.

Todos desconfiaban de todos a mediados de diciembre de 1914. Don Pablo González creía que el General Francisco Murguía había reconocido al gobierno emanado de la Convención y a tal creencia atribuía su decisión del abandono de la plaza de Pachuca a los villistas sin la menor resistencia. Tres jefes de corporaciones de las fuerzas a las órdenes de Murguía, entre ellos los Generales Fortunato Zuazua y Benjamín Garza, se pusieron a las órdenes del Presidente General Eulalio Gutiérrez. El General Lucio Blanco, tras muchas pláticas, se presentó en la ciudad de México y reconoció al gobierno de la Convención, con las fuerzas que estaban a sus órdenes y que, descontadas las deserciones, ascendían a unos diez mil hombres.

Los miembros de la Convención aseguraban que la fuga de algunos delegados, entre ellos el General Martín Espinosa, Presidente de la Comisión Permanente, llevándose la bandera de la misma, había sido protegido por el Presidente Gutiérrez. Los zapatistas estaban muy descontentos con don Eulalio y con su Ministro de la Guerra, el General José Isabel Robles, por las dificultades que se les ponían para el pago de haberes y la entrega de pertrechos de guerra. No obstante esta obstrucción, los ataques de las fuerzas del Ejército Libertador del Sur a la plaza de Puebla obligaron al General Salvador Alvarado, jefe de las fuerzas carrancistas, a evacuarla el 17 de diciembre.

La Comisión Permanente de la Convención nombró nueva Mesa Directiva eligiendo para Presidente de la misma al General Pánfilo Natera.

Los contubernios del Presidente Gutiérrez.

Todos sabíamos de las gestiones emprendidas por el General Gutiérrez cerca de los Generales carrancistas para que reconocieran su autoridad. Hasta él mismo no las ocultaba y había hecho que se publicaran por la prensa. Sabíamos que su correspondencia era muy activa con el General Alvaro Obregón y que los correos de ambos iban y venían. Lo mismo acontecía con el General Antonio I. Villarreal. Además los villistas tenían plena confianza en los Generales José Isabel Robles y Eugenio Aguirre Benavides que ocupaban, respectivamente, la Secretaría y la Subsecretaría de Guerra y Marina.

Gutiérrez era muy astuto y creía ganarse a todos los Generales carrancistas, de los cuales había sido compañero de armas. Estaba segutro de que tanto Obregón como Villarreal se pondrían incondicionalmente a sus órdenes. O al menos eso fingía creer y era lo que contaba a todos los que conversaban con él. Pero la verdad era muy distinta, como lo demostraron los hechos posteriores.

Una fuga frustrada.

En la noche del 26 al 27 de diciembre ocurrió algo insólito en todas las estaciones ferroviarias. Los andenes estaban ocupados por fuertes destacamentos de más de cien hombres de la División del Norte. Me dirigí a la estación de Colonia. El jefe del destacamento respectivo me informó que tenía orden de no dejar salir un solo tren sin autorización expresa del General Villa, Jefe de la División del Norte. No sabía más. En las estaciones de Buenavista y de Peralvillo ocurría lo mismo. Los jefes tenían las mismas órdenes.

Volví a la estación de Colonia. Ahí encontré al Coronel Ernesto Santos Coy, miembro del Estado Mayor del General Villa. Pregunté:

¿A qué se deben estas medidas?

Se deben a que el Presidente Gutiérrez pretendía pelarse para San Luis Potosí. Lo supo el General Villa y mandó apostar destacamentos en todas las estaciones para impedirlo.

Yo no creíá esta noticia, manifestándole que la conceptuaba inverosímil. Inquirí cómo lo sabían. Santos Coy, con cierta desconfianza retratada en el semblante, preguntó a su vez:

¿A poco tú no sabías?

Es la primera noticia -contesté.

No te hagas.

Mi palabra de honor.

Bueno -respondió con cierta reticencia-. Eulalio invitó al General Chao, gobernador del Distrito, para que se fuera con él y dio órdenes a los ferrocarriles para que le prepararan un tren especial. El General Chao fingió aceptar y puso la noticia en conocimiento del General Villa. Por eso estos soldados tienen órdenes de no dejar salir un solo tren.

Un citatorio urgente.

Me despedí de Santos Coy a las 2 de la mañana. Pasé por enfrente del palacete que ocupaba Eulalio en el primer tramo del Paseo de la Reforma. En el prado frontero vi una fuerza de unos cien hombres. Las luces del palacete Braniff estaban apagadas. No consideré conveniente detenerme. Me trasladé a las oficinas de la Inspección General de Policía. Allí sólo sabían que había destacamentos militares en todas las estaciones. Di órdenes que me comunicaran todas las novedades por teléfono. Cada hora inquiría cuáles eran éstas. No se había registrado ninguna de importancia.

A las 7 de la mañana me habló por teléfono el General Roque González Garza. Con voz un poco alterada me comunicó:

El General Villa ruega a todos los miembros de la Comisión Permanente de la Convención se sirvan presentarse a las 10 de la mañana en el salón verde de la Cámara de Diputados. Se trata de un asunto gravísimo. No vayas a faltar.

A las 8 de la mañana me dirigía a las oficinas de la Inspección General de Policía. Advertí que en línea desplegada se encontraban dragones por la avenida Insurgentes, a partir de la calzada de Chapultepec, y la línea daba vuelta ahí y se prolongaba hasta la plaza de la Reforma. Procuré comunicarme con el licenciado Manuel Rivas, secretario particular de Eulalio. Me informaron que se encontraba con el Presidente. Pedí comunicación con Eúlalio. La línea telefónica estaba interrumpida.

En el salón verde de la Cámara de Diputados.

Un poco antes de las lO de aquella mañana decembrina fría y nublada llegué a la Cámara. Ahí, en el salón verde, se encontraban Roque González Garza, Manuel Zevada, Alejandro R. Aceves, Mauricio Contreras, Luis González, Dionisio Marines Valero, Alberto B. Piña y Carlos de la Vega, todos miembros de la Comisión Permanente.

Pregunté a González Garza:

¿De qué se trata?

Roque, quizá por discreción, contestó:

No lo sé. El General Villa me encargó que invitara a todos los miembros de la Permanente a esta reunión, porque quiere comunicarles algo muy importante.

A las lO en punto hizo violenta irrupción un grupo encabezado por el General Villa. Lo acompañaban el General Tomás Urbina, con mirada de tejón; el General Rodolfo Fierro, de estatura corpulenta y mirada dura; el General José Rodríguez; Felipe Riveros, gobernador de Sinaloa, y media docena de dorados.

A Villa le relampagueaban los ojos, se advertía tensa la mandíbula inferior y sus ademanes eran extremadamente violentos. Tomó asiento en la cabecera de una de las grandes mesas que se encontraban en el centro del salón. A su izquierda, Urbina; a su derecha, González Garza. Todos los demás delegados y Riveros tomaron asiento en torno de la mIsma mesa. Los Generales FIerro y RodrIguez y los seis dorados ocuparon las sillas pegadas a las paredes y precisamente a retaguardia de los delegados. Yo presentí que la deliberación no iba a ser muy libre, teniendo a retaguardia a Fierro y a los famosos dorados.

Las querellas del General Villa.

Sin preámbulos, con los ojos flameantes, con espumarajos en las comisuras de los labios y accionando con gran violencia, el General Villa dijo con voz ronca:

Señores, los he mandado llamar a ustedes, como representantes de la Convención, que es el poder superior del país, para darles la queja de que ese tal por cual de Eulalio Gutiérrez nos está traicionando y que anoche intentó fugarse de la capital para unirse con Obregón. Ya todo estaba listo para la juída en un tren especial, con algunos de sus gabinetes, pero yo lo supe oportunamente por el General Manuel Chao, gobernador del Distrito, y mandé ocupar con fuerzas todas las estaciones y todas las garitas, y desde la madrugada hay fuerzas mías que rodean la casa de ese traidor. Cuando todos lo abandonaron, yo me puse a sus órdenes. De mí no se burla ningún tal por cual, y vengo a decirles que en este momento lo voy a desenmascarar y a castigarlo como se merece ...

Todo lo anterior entre una letanía de injurias. Villa y sus acompañantes se pusieron de pie. Habló el autor de estas líneas, diciendo:

Señor General: sería preferible que usted no fuera. Es mejor que todos los aquí reunidos vayamos a entrevistar al Presidente Gutiérrez y después iremos a dar cuenta a usted con el resultado de la conferencia. Cualquier escándalo o acto de violencia al único que favorece es al enemigo ...

Bueno, bueno -interrumpió Villa-, vayan ustedes y ajústenle cuentas a ese tal por cual ... Y salió rápidamente.

Una violenta entrevista.

Dos o tres minutos después los miembros de la Comisión Permanente nos dirigimos violentamente a la casa en que se hallaba alojado el Presidente, la que encontramos rodeada por soldados villistas. Subimos rápidamente la alfombrada escalera, y en el salón principal encontramos con sorpresa al General Villa y a sus acompañantes. Sentados en el sofá los Generales Gutiérrez y José Isabel Robles, este último Secretario de Guerra y Marina; en los dos sillones inmediatos al dicho sofá los Generales Villa y Urbina. En las sillas respaldadas a los muros Fierro, Rodríguez, Riveros y los dorados. Poco después entró, caminando sobre las puntas de los pies, Martín Luis Guzmán.

No pudimos escuchar las primeras palabras cambiadas. La irritación de Villa era notoria. Eulalio tenía la cara congestionada por la cólera y las orejas encendidas. La escena debe haber sido muy violenta. Al llegar nosotros, Villa, entre un aluvión de malas palabras, sentado a inmediaciones del General Gutiérrez, decía manoteando:

Usted es un tal por cual que nos está traicionando. A mí no me hace tonto nadie. ¡Usted se iba a juir anoche!

Gutiérrez contestó con sequedad y valentía:

Me iba a ir de aquí porque no quiero hacerme cómplice de los asesinatos que se están cometiendo todos los días.

¿Y adónde iba usted?

A la punta de un cerro -contestó con entereza Eulalio.

Pero no se irá solo, tal por cual --replicó iracundo Villa-; yo lo seguiré con todos los hombres que vengo manejando. Por lo pronto, usted no puede irse. Todas las estaciones están ocupadas por soldados míos. Sin órdenes mías no puede salir ningún tren ...

Me iré aunque sea en burro -interrumpió el General Gutiérrez.

Las causas del distanciamiento.

Villa, con voz ronca, mandó a Fierro:

Que inmediatamente se cambie la guardia de esta casa. -Y agregó, dirigiéndose a Gutiérrez-: ¡Queda usted preso!

Roblés intervino en forma conciliadora.

Mi General, no haga usted eso. Las gentes se entienden hablando. Si el señor Presidente tiene algunas quejas que se las diga a usted y estoy seguro que podrán arreglarse todas las dificultades. Yo le respondo a usted que el General Gutiérrez no saldrá de la ciudad de México.

Las frases serenas de Robles parecieron calmar la ira de Villa. Y el Comandante en jefe de las fuerzas de la Convención expresó, dirigiéndose a Gutiérrez:

A ver, diga usted cuáles son las quejas que tiene de mí. Yo lo obedezco a usted, en la buena y en la mala fortuna. Usted me manda a mí. ¿Qué le he hecho?

Gutiérrez, con las orejas vivamente encendidas, replicó:

Estoy cansado de tanto asesinato y de tanto plagio, pero principalmente, porque mandó usted asesinar a David Berlanga y porque ha llegado su atrevimiento hasta el grado de amenazar a uno de mis Ministros ...

¿A cuál Ministro? -interrumpió Villa.

A Vasconcelos -contestó el Presidente interino de la República.

Mire usted -explicó Villa-, yo mandé matar a Berlanga porque era un falderillo que me andaba ladrando. Me cansé de tanta hablada y le di una patada. En cuanto a ese tal por cual de Vasconcelos, miente y remiente. Lo único que quise fue salvarlo de un grave peligro y en lugar de agradecerlo, le vino a usted con un chisme. Mire lo que pasó: El Agachado quería quebrarlo porque cuando estuvo preso en los tiempos del señor Madero le dio un dinero a ese licenciado para que lo sacara de la cárcel. Me dijo que no volvió a mirar y que no dio una plumada en el proceso. Al final me dijo: O usted quita a Vasconcelos del gabinete, o yo lo quebro ... Y como sé que el Agachado es cab ... y cumple lo que ofrece, mandé llamar a Vasconcelos y le dije lo que intentaba el Agachado y le aconsejé que mejor pusiera tierra de por medio, ofreciéndole una carta de recomendación para el General Angeles cuando me tomara Monterrey, para que en esa ciudad lo nombraran Secretario de Gobierno. Ya ve usted, ese tal es un argüendero.

Todavía mediaron otras explicaciones. Intervenimos para calmar los ánimos del General Robles y algunos de los miembros de la Comisión Permanente de la Convención. Villa ofreció obedecer en todo y por todo al Presidente Gutiérrez y a excitativa del citado General Robles, los Generales Gutiérrez y Villa se dieron un abrazo de reconciliación, que sólo fue aparente, como veremos después.


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