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Capítulo 30

El arribo de la delegación del Ejército Libertador del Sur.

Había ansiedad por conocer a los miembros de la delegación del Ejército Libertador del Sur, que partieron de la ciudad de México en un tren especial a las 11 de la noche del viernes 23 de octubre. La espera resultó defraudada el sábado. El domingo, los zapatistas no aparecieron por ninguna parte, haciéndose cierto misterio sobre su paradero.

Por fin, el lunes 26 de octubre, antes de que comenzara la sesión matutina de la Convención, llegaron al pórtico del Teatro Morelos varios grupos de surianos, muchos de ellos con enormes sombreros de anchas alas y copas puntiaguadas, estrechos pantalones de campana y blusas de dril, todos ariscos y desconfiados.

Entraron al Teatro, que estaba casi vacío, con las mismas precauciones que se toman al atravesar un desfiladero. Algunos delegados los hicieron tomar asiento en las plateas.

Viaje rápido y misterioso.

Muy pronto quedó aclarado el misterio. Cada una de las plateas se vio rodeada por delegados y las pláticas iniciadas con ciertas reticencias, pronto fueron muy cordiales. Se comentó que los delegados de la Convención que fueron a Cuernavaca, y muy especialmente el General Felipe Angeles, fueron recibidos cordialmente en todos los pueblos del Ajusco y que en Cuernavaca, el General Emiliano Zapata y sus subordinados les hicieron grandes agasajos. Agregaron que el mismo General Zapata regaló al General Angeles dos excelentes caballos.

El viaje de retorno se efectuó sin ningún contratiempo. Al llegar a la ciudad de México, estaba listo el tren especial que debería conducir a la ciudad de Aguascalientes a la delegación zapatista y a los delegados de la Convención. Antes de llegar a la última ciudad mencionada, los zapatistas expresaron deseos de conferenciar con el General Villa, que se encontraba en Guadalupe, población inmediata a Zacatecas.

Villa recibió a los zapatistas en su coche especial. Don Paulino Martínez, jefe de la delegación zapatista saludó al jefe de la División del Norte en nombre del jefe del Ejército Libertador del Sur, lo felicitó por sus brillantísimas campañas militares y se regocijó por el hecho de que en la División del Norte y en el Ejército Libertador del Sur hubiese completa comunidad de ideales y aspiraciones.

Es cierto -respondió el General Villa- que los soldados del Norte y los del Sur persiguen el restablecimiento del orden constitucional, la implantación de las reformas sociales que tan vivamente anhela el pueblo mexicano y que por ningún motivo vuelva a entronizarse un nuevo dictador.

Los zapatistas pasearon por las torcidas y empinadas calles de Zacatecas y regresaron a la ciudad de Aguascalientes a la media noche del domingo.

La delegación del Ejército Libertador del Sur.

El aspecto y la indumentaria de los veintiséis delegados zapatistas eran disímiles y bizarros. Predominaban los sombreros descomunales, las blusas de dril y los pantalones de campana, pero se encontraban individuos con trajes comunes y corrientes, tocados con casi esféricos bombines. Uno de ellos, el Coronel Genaro Amezcua, se presentó con chaleco de nitida blancura.

Figuraban cinco Generales: Otilio E. Montaño, con un paliacate rojo atado en la cabeza, moreno cetrino, grueso y bajo de estatura; era la viva imagen del caudillo Morelos. A él se atribuía la redacción del Plan de Ayala. Los otros Generales eran: Enrique S. Villa, Samuel Fernández y Leobardo Galván, con trajes de catrines, y el General Juan Balderas, con un enorme sombrero de fieltro, de elevadísima estatura pero excesivamente cargado de hombros, configuración que dio origen al remoquete: El Agachado. Robusto, de enormes manazas y de un gran impulsivismo, era de Sinaloa, en donde militó durante la revolución maderista, pero al triunfo de Madero y al escalar éste el poder, fue mandado capturar recluyéndosele en la Penitenciaría del Distrito Federal, de donde logró salir a raíz de la cuartelada de Victoriano Huerta, incorporándose desde entonces a las huestes de Zapata.

Los Coroneles de la delegación eran dieciséis. El jefe de ellos y hasta de los Generales, por su energía, vivacidad, talento y méritos, era don Paulino Martínez, hombre de avanzada edad, bajo de estatura, tez bronceada y cuyos ojillos muy vivaces, aparecían cubiertos por cristales con arillos de acero. Era indígena cien por ciento. Fue periodista de oposición y sufrió numerosas prisiones durante los gobiernos del General Díaz y hasta de parte de la administración maderista, de la cual fue acérrimo enemigo.

El Coronel y licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, de faz densamente pálida, ojos expresivos y contextura enclenque, parecía un seminarista extenuado por las privaciones y vigilias. Gran orador y extremoso idealista, se caracterizó siempre por su falta de tacto, sus enconadas fobias, ardorosos fanatismos y desbordante valor civil.

Alfredo Cuarón, Coronel y doctor. Con su tez blanca y sonrosada, mostachos terminados en punta y anteojos cabalgando sobre sus narices. Muy joven, prudente, culto y reflexivo, era sin duda, uno de los miembros más distinguidos de la delegación.

Se encontraba también otro Coronel y doctor: Aurelio Briones. Entre los del mismo grado figuraba Gildardo Magaña, de regular cultura, que supo atraerse generales simpatías por su ponderación y cortesía; Rafael Cal y Mayor, muy joven, vestido siempre de charro y de gran desparpajo, y Reinaldo Lecona, muy activo, que también supo captarse grandes simpatías.

Los otros Coroneles eran: Alfredo Serratos, Genaro Amezcua, Manuel N. Robles, Manuel F. Vega, Rutilio Zamora, Miguel Zamora, Rodolfo Magaña, Herminio Chavarría, José Aguilera y Juan Ledesma. Tenientes Coroneles: Amador Cortés Estrada y Salvador Tafoya. Mayor: Porfirio Hinojosa. Capitán: Miguel Ordóñez.

Una corta sesión.

Menudearon presentaciones con los hoscos y desconfiados delegados surianos. Al fin, a las 10:15 de la mañana, se abrió la sesión, que debería ser extremadamente corta. Desde luego llamó la atención que varios jefes adictos a Carranza cambiaban a sus respectivos representantes acreditados ante la Convención, y la repetición de estos cambios suscitó mayores desconfianzas. Entre Ios telegramas leídos se contó uno del General Manuel Diéguez, que cambiaba la representación que primero concedió al Coronel Juan José Ríos por la del Coronel Fermín Carpio, y otro del General Cándido Aguilar, en que decía que estando enfermo su representante, el Coronel Josué Benignos, designaba para que lo substituyera al Coronel Carlos Prieto.

Entre interrupciones de la luz eléctrica y luego el paso de la obscuridad a una tenue penumbra, por haberse descorrido los telones del fondo del escenario, maniobra que dejó pasar alguna luz por los altos ventanales, la presidencia de la asamblea rogó al presidente de la comisión que fue a invitar al General Zapata, informara sobre el resultado de la misma.

El informe del General Felipe Angeles.

Con voz clara, el General Angeles, expresó:

Después de la última sesión en que se terminaron los arreglos para que la Comisión fuera a Cuernavaca a invitar al General Zapata con la finalidad de que nombrase a los delegados que deberían representar al Ejército Libertador del Sur en esta Convención, en la noche de ese mismo día salió el tren que condujo a la Comisión y llegamos a la capital de la República el día siguiente en la tarde. Fue enviada una Comisión que se integró con los Generales zapatistas Samuel Fernández, Leobardo Galván y Coronel Gildardo Magaña, para que marcharan a Cuernavaca a comunicar al General Zapata el asunto que llevaba y recoger la autorización para entrar al terreno dominado por el Ejército Libertador del Sur. Estos comisionados tuvieron que ir hasta Tlaltizapán, en donde se encontraba el General Zapata.

Obtenida la correspondiente autorización, el General Zapata envió hasta Topilejo al Coronel Serratos para recibir a los enviados de la Convención. Las tropas en el camino, los recibieron con las armas presentadas y los habitantes de los pueblos que atravesaban, los aclamaban. En Huitzilac fueron recibidos con iguales honores y vítores por el General Pacheco, sus soldados y los habitantes. En Cuernavaca fueron recibidos por los Generales Zapata y Genovevo de la O. El General Zapata nos manifestó que era la primera vez que se enviaba una comisión en forma al Ejército Libertador, manifestando que estaba en la mejor disposición y abrigaba las más grandes esperanzas de que todos los problemas fueran solticionados en forma pacífica.

Los delegados de la Convención, el día siguiente, conferenciaron primero con el General Zapata y luego con los principales jefes del Ejército Libertador, reunidos en Cuernavaca. Tras estas pláticas, el primero decidió que enviaría una numerosa delegación al seno de la Convención, para dar las gracias más cumplidas por los miramientos con que había sido tratado. Agregó que teniendo sus fuerzas diseminadas en una gran extensión del territorio de los Estados de Morelos, Guerrero, Michoacán, México, Oaxaca, Puebla y el Distrito Federal, y siendo tan difíciles las comunicaciones y ellos tan escasos de recursos, no podía reunir violentamente a los Generales que mandaban el Ejército Libertador para que discutieran, pues él no podía decidir por sí, en virtud de que no los gobierna dictatorialmente ...

Y terminó diciendo el mismo General Zapata: Como él veía claramente que el retardo en el envío de los delegados del Ejército Libertador podría producir trastornos en muchos asuntos, dijo que daría instrucciones a la delegación enviada, con el objeto de que los trabajos de la Convención pudieran proseguir ...

Angeles terminó con estas palabras:

Esa delegación se encuentra en esta ciudad y espera las órdenes de la Convención para poder presentarse a cumplir su cometido.

Se suspende la sesión.

A petición de varios delegados se suspendió la sesión. Fundaron esa moción en la necesidad de cambiar impresiones con los delegados del Ejército Libertador del Sur. Se pidió que se citara a los miembros de la delegación zapatista para que el día siguiente fueran recibidos por la asamblea.

Todos los delegados salieron haciendo los más variados comentarios. Los adictos de Carranza o de Villarreal, al percatarse de que la delegación zapatista sólo contaba con veintiséis miembros, se frotaban las manos de contento. Esos votos agregados a los treinta y siete de la División del Norte, no podían contrarrestar los ochenta y tantos que tenía asegurados Villarreal, pero el gozo se fue al pozo, al enterarse de las limitaciones y reservas con que llegaban los zapatistas y de sus desconfianzas y recelos. Aquel grupo no podía contraer ningún compromiso. Constituía solamente una embajada de exploración y de tanteo.


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