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Capítulo 17

Los más conspicuos delegados en las Juntas previas de la Asamblea.

Para las 4 en punto de la tarde del 10 de octubre de 1914 habían sido citados los presuntos delegados a la primera Junta previa de la Convención. Llegué un cuarto de hora antes. El Teatro Morelos estaba pletórico. No había un solo asiento desocupado. El escenario, con decoraciones cursilonas, estaba destinado para la mesa directiva. A la derecha de ésta, otra mesa destinada a los taquígrafos parlamentarios, escogidos entre el personal de la Cámara de Diputados, a las órdenes del señor Sánchez Tagle, Oficial Mayor de la misma. A la izquierda y avanzada hasta las candilejas, una tribuna muy alta a la cual era necesario ascender por tres escalones.

El lunetario estaba destinado para los delegados. Una de las plateas inmediatas al escenario se apartó para los periodistas. Todas las demás plateas fueron ocupadas por los oficiales de los Estados Mayores y por los jefes y oficiales de las escoltas de los Generales. Los palcos y las galerías estaban repletos de civiles y soldados. Había algunas mujeres galantes, entre ellas una italiana, algo jamona y de vivacidad extraordinaria, a la que designaban con el nombre de Mono liso, haciendo masculino el apelativo asignado al famoso cuadro del inmortal Leonardo da Vinci. Muchas de ellas eran consideradas como espías.

El General Eulalio Gutiérrez.

Saludé al General Gutiérrez a quien conocí en Saltillo desde que era muy joven. Era a no dudarlo, uno de los tipos más pintorescos y más simpáticos de la Convención. Cuadrado de espaldas, fornido, busto grande, piernas cortas y pies enormes, su fisonomía era de una viveza extraordinaria con rasgos de tibetano o de mongol, por sus bigotes lacios y caídos y sus pequeños ojos oblicuos.

Fue pastor de un rebaño de cabras hasta la edad de doce años y poseía toda la malicia y la desconfianza de los que han estado en íntimo contacto con la Naturaleza. Después fue comerciante en Saltillo y en Concepción del Oro, dedicándose también a la minería. Se elevó por su propio esfuerzo, hasta llegar a ser presidente municipal de la población últimamente mencionada. Figuró primero, en los levantamientos de Las Vacas y de Viesca y, posteriormente, en la revolución maderista. Fue uno de los primeros en levantarse en armas contra Victoriano Huerta, al Iado de Carranza. En esa lucha fue el que más usó la dinamita para volar convoyes ferrocarrileros.

Era de gran inteligencia natural y generalmente muy apreciado por todos los revolucionarios. Le granjearon muchas simpatías su viveza característica y su jerga llena de colorido en la que intencionalmente intercalaba muchos disparates e interjecciones malsonantes. Arrellanado majestuosamente en su butaca del Teatro Morelos, parecía un mandarín asiático. Todos le llamaban cariñosamente, Ulalio.

El General Alvaro Obregón.

Me presentaron al General Alvaro Obregón, Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, famoso por su campaña en Sonora, Sinaloa, Tepic y Jalisco. Portaba uniforme gris y gorra militar con una enorme águila bordada de oro. Decían que la última había sido abandonada por el General Luis Medina Barrón en uno de los combates en que fue vencido por el caudillo sonorense.

Era de una actividad extraordinaria, extremadamente insinuante. Sabía ganarse las simpatías de todos por la amenidad de su conversación pletórica de anécdotas y chistes. Alto, robusto, frente amplia, ojos claros, muy expresivos y con reflejos felinos, nariz algo achatada y bigotillos arriscados, su tez era blanca con matices rojizos.

En su juventud fue obrero y agricultor. También hizo versos. Propietario de un pegujal en el río Mayo, lo bautizó con el pomposo y bizarro nombre de Quinta Chilla. Su carro especial en los ferrocarriles, le puso el nombre de Náinari, que en lengua cahita significa: Piojero. Peleó contra Pascual Orozco cuando éste se levantó en armas contra la administración del Presidente Madero. Se levantó en armas contra Victoriano Huerta, distinguiéndose entre todos sus compañeros. Con sus fuerzas obtuvo brillantísimos triunfos. Muy inteligente y muy apasionado, era temible como enemigo. Se le atribuía una gran crueldad con los vencidos. Sus maniobras entre bastidores le resultaron, casi siempre, muy eficaces. Su personalidad era muy vigorosa y además, para triunfar, no reparaba en los medios. De fácil palabra, tomó parte activa en casi todos los debates.

El General Felipe Angeles.

Al General Angeles lo conocí cuando tomó el mando de la Segunda Compañía del Colegio Militar a la cual pertenecía el que esto escribe y era entonces Cabo de Escuadra. Alto, esbelto, tez morena, frente amplia, ojos que reflejaban su inteligencia, nariz ligeramente aquilina y bigote negro, llamaba la atención quizá porque le habíán atribuido, injustamente, el profundo distanciamiento entre Carranza y Villa, cosa a la que fue enteramente ajeno por su desprecio para todo lo que fuera intriga.

Angeles, dotado de una rectitud extraordinaria, era indudablemente el delegado más culto en aquella numerosa asamblea, atento con todos, de una gran modestia, parco y conciso en el hablar, se distinguió siempre por su extrema ponderación. Hizo una carrera brillantísima en el Colegio Militar de Chapultepec, destacándose por su aptitud para las ciencias matemáticas hasta graduarse como Oficial de ingenieros. Fue profesor de Balística, una de las clases más arduas del Colegio Militar.

Sus libros sobre esta materia le dieron una reputación que rebasó nuestras fronteras. Fue Director del CoIegio Militar, cargo que dejó por haberle nombrado el Presidente Madero General en Jefe contra los zapatistas en el Estado de Morelos, convirtiendo una campaña terriblemente cruel, de matanza y destrucción, en una lucha de atracción, llena de bondad para los alzados en armas y de comprensión para la justicia de la causa de éstos. Así a nadie extrañó que propugnara la concurrencia a la Convención de representantes del Ejército Libertador del Sur a las órdenes del General Emiliano Zapata, aunque algunos malévolos consideraron esta actitud como una triquiñuela para reforzar en la asamblea los votos de la División del Norte.

El General Antonio I. Villarreal.

Saludé también al General Villarreal, gobernador y Comandante militar de Nuevo León, que fue presidente de la Convención y candidato de muchos a la Presidencia de la República para substituir a Carranza. De estatura mediana, complexión robusta, moreno cetrino, ojos grandes y expresivos, frente amplia, cabellera naturalmente rizada, nariz recta, bigote arriscado, tenía aspecto morisco.

Muy insinuante, sobre todo cuando se trataba de reclutar adeptos para su candidatura presidencial, pero predisponían en su contra la lentitud en el hablar, como si midiera cuidadosamente cada una de sus palabras, sus pies y sus manos excesivamente grandes, sus exageradas reservas, sus hondas pasiones y su incontenible ambición, que lo hacían aparecer como un ave de presa dispuesta a saltar sobre el sillón presidencial, que entonces y también por muchos años, constituyó su más cara obsesión.

Fue uno de los precursores de la revolución por haber sido de los más íritimos compañeros de Ricardo Flores Magón, sufriendo prisiones en las cárceles de los Estados Unidos. Sin embargo, Flores Magón, injustamente, lo consideró como traidor a su causa por haberse unido a las huestes de Madero, en las que desempeñó un papel asaz modesto. En sus mocedades fue maestro de escuela. Poseía una instrucción muy limitada y padecía una terrible fobia contra los frailes, habiéndose distinguido en Monterrey, por sus persecuciones contra los clérigos, por la quema de confesionarios y la prohibición de los toques de campanas. Todos, en la Convención, lo consideraban como un hombre honesto.

Bullicio de convencionistas.

Bullían en la Convención otros muchos delegados, entre ellos, Eduardo Hay, de aspecto anglosajón, nariz remangada, un ojo de vidrio para substituir en apariencia, al que perdió en la batalla de Casas Grandes, luchando valerosamente, color blanco y aspecto de misionero protestante. También arrimó su sardina a la lumbre, haciendo competencia al General Villarreal en la adquisición de adeptos para su postulación a la Presidencia de la República. Se hizo notable por haber sido uno de los delegados que más habló en la Convención, compartiendo este honor con el Coronel Roque González Garza, que fue otro latifundista de la palabra.

El General Lucio Blanco concurrió solamente a las primeras sesiones de la Convención, optando después por enviar un representante. Contaba con las simpatías generales de toda la asamblea por su prestancia varonil y por su gran generosidad. Corpulento, con hermosa cabellera en la que se destacaba un mechón de canas, frente grande, nariz ligeramente aquilina, elegante en el vestir y de vida sibarita, parecía un emperador romano de la época de la decadencia.

Allí conocí a David Berlanga, muy alto y muy delgado, de gran cultura e inteligencia y un rebelde que dejaba traslucir su indignación contra todos los logreros de la revolución. Vi meterse en todas partes a un individuo llamado Alfonso Santibáñez, de barba cerrada y me dio la impresión de los militares que aparecen en las óperas bufas. Saludé a mi antiguo conocido Roque González Garza, también de luenga barba negra y color marfilino, que participó en todos los debates, recalcando siempre que él era el representante del General Villa. El General Pánfilo Natera, de estatura gigantesca y de cuyos gruesos labios sólo salían monosílabos. Guillermo Castillo Tapia, con aspecto de mosquetero. El General Orestes Pereyra, con larga cabellera echada sobre una de las orejas para disimular la ausencia total de uno de sus apéndices auriculares. José Isabel Robles, muy joven y lleno de ingenuidad. Tomás Urbina, arisco, hosco y hostil. Enrique W. Paniagua, que hacía reír a la asamblea con su vehemencia desordenada. Santos Bañuelos y Tomás Domínguez, los dos inseparables y corpulentos, los dos vestidos de charro y con descomunales sombreros llenos de bordados; nunca se conoció el timbre de sus voces, ni siquiera para contestar al llamado de las listas.

A pesar del pesimismo de algunos, el ambiente era magnífico. Era una reunión de hombres sencillos inspirados en un gran patriotismo para resolver todas las cuestiones arduas y lograr la unificación de todos los revolucionarios, con lo cual se lograría la pacificación del país y el resurgimiento de una patria grande y respetada.

Discusión de credenciales.

Cuatro días se emplearon en otras tantas sesiones matutinas y vespertinas, en la discusión de credenciales, todas ellas presididas por el General Eulalio Gutiérrez. Se aprobó primeramente, el acuerdo de que tendrían voz y voto en la asamblea todas los Generales perfectamente identificados, tuvieran o no mando de fuerzas, los gobernadores de los Estados y los Jefes Políticos de los territorios federales, pudiendo concurrir personalmente o por medio de representantes, con tal de que estos últimos pertenecieran al ejército revolucionario.

La discusión de credenciales no presentó grandes dificultades, pues sólo cuatro de ellas fueron vigorosamente objetadas. La primera que encontró obstáculos y fue rechazada la llevaba el Capitán José Mancilla y fue expedida por el General Ricardo L. Cordero, perteneciente a las fuerzas del General Pablo González. La impugnaron el General Villarreal y el Coronel Manuel García Vigil, expresando que era un reaccionario que se había incorporado a las fuerzas revolucionarias después de la entrada del Primer Jefe a la ciudad de México. Esta credencial fue reprobada por abrumadora mayoría.

Otra credencial que originó larga y reñida discusión fue la que expidió un señor M. Cornejo, Jefe Político de la Baja California, en favor del Teniente Coronel Francisco R. Serrano. De las perlas de la virgen fue llamada esta discusión. El Coronel Félix Ortega acusó a Cornejo de científico, de porfirista y de haberse robado una partida de perlas de la pertenencia de Cruz Moreto. Obregón y Serrano defendieron vigorosamente a Cornejo. Terció el General Iturbe para impugnar las afirmaciones de Obregón. Volvió a la carga Ortega y tornó Obregón a la defensa. Intervino Gregorio Osuna, que había sido Jefe Político de la Baja California, nombrado por Victoriano Huerta, defendiendo a Cornejo. Hizo una larga relación que provocó hilaridad general, de las rivalidades existentes en la península que tienen por origen las diferencias y odios familiares, divididas en grupos que se apodaban recíprocamente con las designaciones de lechuzos y pintillos.

Después de haber perdido toda una tarde, por solicitud de Obregón se suspendió la discusión hasta que se presentara personalmente, Cornejo. Poco después, con una inconsecuencia que pasma, se aprobó la credencial expedida por el mismo Cornejo sin que éste llegara a presentarse.

Después fueron desechadas las credenciales expedidas por los Generales Carlos Bringas y Antonio Castellanos. La del primero, porque los Generales de la División del Norte expusieron que Bringas, tres meses antes, había servido como médico, en la Brigada Chao, sin ningún grado militar, y les parecía imposible que en el breve lapso indicado, reapareciera con el grado de General en las fuerzas del General Pablo González. La de Castellanos fue rechazada por habérsele acusado de que fue policía secreto de Victoriano Huerta. Este improvisado General también pertenecía a las fuerzas del citado General González.

Ya estaba integrada la asamblea. El día 14 debería celebrar su primera sesión solemne. Pero de ella hablaremos en el próximo capítulo.


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