Índice de El único y su propiedad de Max StirnerCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

La propiedad. La individualidad.

¿No aspira el Espíritu a la Libertad? -¡Ay! ¡No sólo mi Espíritu, toda mi carne arde sin cesar en el mismo deseo! Cuando ante el olor de la cocina del palacio mi nariz habla a mi paladar de los platos sabrosos que alli se guisan, encuentro mi pan seco horriblemente amargo; cuando mis ojos alaban a mi callosa espalda los blandos cojines sobre los que le sería mucho más dulce extenderse que sobre su paja pisoteada, el despecho y la rabia se apoderan de mí; cuando ... ¿pero a qué evocar más dolores? ¿Y es eso lo que llamas tu ardiente sed de libertad? ¿De qué quieres, pues, ser librado? ¿De tu pan seco y de tu lecho de paja? Pues bien, ¡échalos al fuego! Pero no por eso estarás más adelantado; lo que quieres es más bien la libertad de gozar de una buena cama y de un buen lecho. ¿Te lo permitirán los hombres? ¿Te darán esa libertad? No esperes eso del amor de los hombres, porque sabes que piensan todos como Tú: ¡cada uno es para sí mismo el prójimo! ¿Cómo harás para gozar de esos platos, de esos cojines que envidías? ¡No hay otra solución que convertirlos en tu propiedad!

Si piensas bien en ello, lo que quieres no es la libertad de tener todas esas bellas cosas, pues por esta libertad no las posees aún. Tú quieres tener esas cosas realmente, quieres llamarlas Tuyas y poseerlas como Tu propiedad. ¿De qué te sirve una libertad que no te da nada? Por otra parte, si te hubiese librado de todo, no tendrías ya nada, porque está por esencia, vacía de todo contenido. No es más que un vano permiso para el que no sabe servirse de ella; y sí yo me sirvo de ella, la manera en que la uso no depende más que de mí, de mi individualidad.

No encuentro nada que desaprobar en la libertad, pero yo te deseo más que libertad. No deberías carecer sencillamente de lo que no quieres, también deberías tener lo que quieres. No te basta ser libre , debes ser más, debes ser propietario.

¿Quieres ser libre? ¿Y de qué? ¿De qué no puede liberarse uno? Se puede sacudir el yugo de la servidumbre, del poder soberano, de la aristocracia y de los príncipes; se puede sacudir la dominación de los apetitos y de las pasiones y hasta el imperio de la voluntad propia y personal; la abnegación total; la completa renuncia no son más que libertad, libertad para consigo mismo, su arbitrio y sus determinaciones. Son nuestros esfuerzos hacia la libertad como hacia algo absoluto, de un precio infinito, los que nos despojaron de la individualidad, creando la abnegación.

Cuanto más libre soy, más se eleva la contricción como una torre ante mis ojos, y más impotente me siento. El salvaje, en su sencillez, no conoce aún nada de las barreras que asfixian al civilizado; le parece que es más libre que este último. Cuanta más libertad adquiero, más Me creo nuevos límites y nuevos deberes. ¿He inventado los ferrocarriles?, inmediatamente Me siento débil, porque no puedo aún hendir los aires como el pájaro; ¿he resuelto un problema cuya obscuridad angustiaba mi espíritu?, ya surgen otras mil cuestiones, mil enigmas nuevos embarazan mis pasos, desconciertan Mis miradas y me hacen sentir con mayor dolor los límites de Mi libertad. Así, habiendo sido liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia (Romanos, VI, 18).

Los republicanos, con su amplia libertad, ¿no son esclavos de la ley? ¡Con qué avidez los corazones verdaderamente cristianos desearon en todo tiempo ser libres, y cuánto tardaba para ellos verse librados de los lazos de esta vida terrenal! Ellos buscaban con los ojos la tierra prometida de la libertad. El Jerusalén de allá arriba es libre y él es nuestra madre de todos. (Gálatas, IV, 26).

Ser libre de alguna cosa, significa simplemente carecer o estar exento de ella. "Se ha librado de su dolor de cabeza" es igual a "está exento, no tiene ya dolor en la cabeza"; "está libre de preocupaciones", igual a "no las tiene" o se "ha desembarazado de ellas". La libertad que entrevió y saludó al cristianismo, la completamos por la negación que expresa el sin, el in negativo; sin pecado, inocente; sin Dios, impío; sin costumbres, inmoral.

La libertad es la doctrina del cristianismo: Sois, queridos hermanos, llamados a la libertad; arreglad, pues, vuestras palabras y vuestras acciones como debiendo ser juzgados por la ley de la libertad.

¿Debemos rechazar la libertad porque se revela como un ideal cristiano? No; se trata de no perder nada y tampoco la libertad. De lo que se trata es de hacérnosla propia, lo que le es imposible bajo su forma de libertad.

¡Qué diferencia entre la libertad y la propiedad! Se puede carecer de muchas cosas, pero no se puede estar sin nada; se puede estar libre de muchas cosas, pero no libre de todo. El esclavo mismo puede ser interiormente libre, pero sólo con respecto a ciertas cosas, y no a todas; como esclavo no es libre frente al látigo, los caprichos imperiosos del amo, etcétera. ¡La libertad no existe más que en el reino de los sueños! La individualidad, es decir, mi propiedad, es en cambio, toda mi existencia y mi esencia, es Yo mismo. Yo soy libre de lo que carezco, soy propietario de lo que está en mi poder o de aquello que puedo. Yo soy en todo tiempo y en todas circunstancias Mío desde el momento en que entiendo ser Mío y no me prostituyo a otro. Yo no puedo querer verdaderamente la Libertad, pues no puedo realizarla, crearla; todo lo que puedo hacer es desearla y soñar en ella, pero sigue siendo un ideal, un fantasma. Las cadenas de la realidad infligen a cada instante a mi carne las más crueles magulladuras, pero yo sigo siendo Mi bien propio. Entregado en servidumbre a un dueño, no pongo mis miras más que en Mí y Mis ventajas; sus golpes, en verdad, me alcanzan, no estoy libre de ellos, pero no los soporto más que en mi propio interés, ya quiera engañarlo por una fingida sumisión, ya tema atraerme algo peor por mi resistencia. Pero como no tengo la mira más que en mí y en mi interés personal, aprovecharé la primera ocasión que se presente y aplastaré a mi dueño. Y entonces seré libre de él y de su látigo; ello no será más que la consecuencia de mi egoísmo anterior.

Se me dirá que, aun esclavo, yo era libre, que yo poseía la libertad en sí e interiormente. Pero ser libre en sí no es ser realmente libre, e interior no es exterior. Lo que yo era en desquite, es mío, mío propio, y lo era totalmente, exterior como interiormente. Bajo la dominación de un amo cruel, mi cuerpo no es libre de la tortura y los latigazos; pero son mis huesos los que gimen en el tormento, son mis fibras las que se estremecen bajo los golpes, y Yo gimo porque mi cuerpo gime. Si suspiro y si tiemblo, es porque soy todavía mío, porque soy siempre mi propiedad. Mi pierna no es libre bajo el palo del amo, pero sigue siendo mi pierna y no puede serme arrancada. ¡Que Me la arranque, y diga si tiene aún mi pierna! No tendrá ya en la mano más que el cadáver de mi pierna, y ese cadáver no es mi pierna más que un perro muerto es un perro: un perro tiene un corazon que late, y lo que se llama un perro muerto no lo tiene ya y no es ya un perro.

Decir que un esclavo puede ser, a pesar de todo, interiormente libre, es, en realidad, emitir la más vulgar y la más trivial de las banalidades. ¿A quién podría, en efecto, ocurrírsele sostener que un hombre puede carecer de toda libertad? Sea yo el más rastrero de los lacayos, ¿no estaré, sin embargo, libre de una infinidad de cosas? ¿De la fe en Zeus, por ejemplo, o de la sed de fama, etc.? ¿Y por qué, pues, un esclavo azotado no podría estar él también interiormente libre de todo pensamiento poco cristiano, de todo odio para sus enemigos, etc.? Es, en ese caso, cristianamente libre, puro de todo lo que no es cristiano; pero ¿es absolutamente libre, está liberado de todo, de la ilusión cristiana, del dolor corporal, etc.?

Puede parecer, a primera vista, que todo esto ataca más al nombre que a la cosa. Pero ¿es el nombre una cosa tan indiferente, y no es siempre por una palabra, un equívoco por lo que los hombres han sido inspirados y ... engañados? Existe, por otra parte, entre la libertad y la propiedad o la individualidad una sima más profunda que una simple diferencia de palabras. ( ...)

Las luchas por la libertad no han tenido en todo tiempo por objetivo más que la conquista de una libertad determinada, como por ejemplo, la libertad religiosa; el hombre religioso quería ser libre e independiente. ¿De qué? ¿De la fe? En modo alguno, sino de los inquisidores de la fe. Lo mismo ocurre hoy con la libertad política o civil. El ciudadano quiere ser liberado, no de su ciudadanía, sino de la opresión de los arrendadores y tratantes, de la arbitrariedad real, etc.

El conde de Provenza emigró de Francia precisamente en el momento en que esa misma Francia intentaba inaugurar el reinado de la libertad, y he aquí sus palabras: Mi cautiverio se me había hecho insoportable; no tenía más que una pasión: conquistar la libertad; no pensaba más que en ella.

El impulso hacía una libertad determinada implica siempre la perspectiva de una nueva dominación; la Revolución podía, sí, inspirar a sus defensores el sublime orgullo de combatir por la libertad, pero no tenía en sus miras más que cierta libertad; así resultó una dominación nueva: la de la ley.

¡Libertad queréis todos; quered, pues, la libertad! , ¿por qué regatear por un poco más o menos? La libertad no puede ser más que la libertad toda entera; un poco de libertad no es la libertad. ¿No esperáis que sea posible alcanzar la libertad total, la libertad frente a todo? ¿Pensáis que es locura desearla solamente? Cesad, pues, de perseguir un fantasma y dirigid vuestros esfuerzos hacia un fin mejor que lo inaccesible.

¡No, nada es mejor que la libertad!

¿Qué tendréis, pues, cuando tengáis la libertad? (bien entendido que hablo aquí de la libertad completa y no de vuestras migajas de libertad). Estaréis desembarazados de todo, absolutamente de todo lo que os molesta, y nada en la vida podrá ya molestaros e importunaros. ¿Y por el amor de quién queréis ser librados de esas molestias? Por el amor de Vosotros mismos, porque contrarrestan vuestros deseos. Pero suponed que alguna cosa no os sea penosa, sino, por el contrario, agradable; por ejemplo, la mirada, muy dulce sin duda, pero irresistiblemente imperiosa, de vuestra amada: ¿queréis también ser desembarazados de ella? No; y renunciaréis sin pena a Vuestra libertad. ¿Por qué? De nuevo por el amor de Vosotros mismos. Así, pues, hacéis de Vosotros la medida y el juez de todo. Gustosamente dejáis correr la libertad, cuando la no libertad de la dulce servidumbre del amor tiene para Vosotros más encantos, y la tomáis de nuevo ocasionalmente cuando vuelve a empezar a agradaros, suponiendo, lo que no hay que examinar aquí, que otros motivos (por ejemplo, religiosos) no os aparten de ella.

¿Por qué, pues, no tener un arranque de valor y no hacer de Vosotros resueltamente el centro y el principio? ¿Por qué embobarse con la libertad, vuestro ensueño? ¿Sois vosotros vuestro ensueño? No toméis consejo de vuestros sueños, de vuestras imaginaciones, de vuestros pensamientos, porque todo eso no es más que vana teoría. Interrogaos y haced caso de Vosotros, eso es ser práctico, y no os desagrada ser prácticos.

Pero uno se pregunta lo que dirá su Dios (naturalmente su Dios es lo que él designa con ese nombre); otro se pregunta lo que dirán su sentido moral, su conciencia, su sentimiento del deber; un tercero se inquieta por lo que las gentes van a pensar, y cuando cada uno ha interrogado a su oráculo (las gentes son un oráculo tan seguro y más comprensible que el de arriba: vox populi, vox Dei), todos obedecen a la voluntad de su Señor, y no escuchan ya poco ni mucho lo que Él mismo hubiera podido decir y decidir.

¡Dirigíos, pues, a Vosotros mismos, antes que a vuestros dioses o vuestros ídolos: descubrid en Vosotros lo que está oculto, traedlo a la luz y revelaos!

Como cada uno no obra más que conforme a sí mismo, y no se inquieta por nada más, los cristianos se han imaginado que no podían suceder de otro modo a Dios. Él obra como le place. Y el hombre insensato, que podría hacer lo mismo, ha de guardarse bien de ello y debe obrar como place a Dios. -¿Decís que Dios se conduce según leyes eternas? Igualmente podéis decirlo de Mí, pues Yo tampoco puedo salir de mi piel, sino que mi ley está escrita en toda mi naturaleza, es decir, en Mí.

Pero basta dirigirse a Vosotros llamándoos a Vosotros mismos para que os sumerjáis en la incertidumbre. ¿Qué soy?, se pregunta cada uno de Vosotros. ¡Un abismo en que hierven, sin regla y sin ley, los instintos, los apetitos, los deseos, las pasiones; un caos sin claridad y sin estrella! Si no tengo consideraciones ni para los mandamientos de Dios, ni para los deberes que me prescribe la moral, ni para la voz de la razón que, en el curso de la historia y tras duras experiencias, ha erigido lo mejor y lo más sabio en ley, si no me escuchó únicamente más que a Mí, ¿cómo podré dar una respuesta juiciosa? ¡Mis pasiones me aconsejarán precisamente las mayores locuras! -Así, cada uno de Vosotros se considera a sí mismo como el diablo. Pues de considerarse simplemente como una bestia (en la medida que la religión, etc., no le preocupan nada), observaría muy fácilmente que la bestia, a pesar de no tener otro consejero que su instinto, no corre derecha al absurdo, y marcha muy sosegadamente.

Pero la costumbre de pensar religiosamente nos ha falseado tanto el espíritu, que nos espantamos ante Nosotros mismos en nuestra desnudez, nuestra naturalidad. Hasta tal punto nos ha degradado la religión, que nos imaginamos manchados por el pecado original, nos consideramos demonios vivientes. Naturalmente, inmediatamente pensaréis que vuestro deber exige la práctica del Bien, de la Moral, de la Justicia. Y si únicamente os interrogáis a Vosotros mismos sobre lo que tenéis que hacer, ¿ cómo podría resonar en vosotros la buena voz, la voz que indica el camino del Bien, de lo Justo, de lo Verdadero, etc.? ¿Cómo hablan Dios y Belial?

¿Qué pensaríais si alguien os respondiere que Dios, la conciencia, el deber, la ley, etc., son mentiras con las que se os han henchido la cabeza y el corazón hasta embruteceros? ¿Y si alguien os preguntara de dónde sabéis de ciencia tan cierta, que la voz de la naturaleza es una voz tentadora? ¿Y si os instigase a trastocar los papeles y a tener francamente la voz de Dios y de la conciencia por la obra del diablo? Hay hombres asaz malvados para eso; ¿cómo hacerlos callar? No podríais apelar contra ellos a vuestros sacerdotes, a vuestros abuelos y a vuestras gentes honradas, porque ellos los miran justamente como vuestros seductores: son ellos, dicen, los que verdaderamente han manchado y corrompido a la juventud, sembrando a manos llenas la cizaña del desprecio de sí y del respeto a los dioses; son ellos los que han encenagado los corazones jóvenes y embrutecido los jóvenes cerebros.

Pero van más lejos y os preguntan: ¿Por amor a quién os preocupáis de Dios y de los demás mandamientos? Bien sabéis que no obráis por pura complacencia para con Dios; ¿por amor a quién os tomáis, pues, tantos cuidados? De nuevo, por amor a Vosotros mismos. Aquí, Vosotros todavía sois lo principal, y cada cual debe decirse: Yo soy para Mí todo, y todo lo que Yo hago, lo hago en causa propia. Si os ocurriese, aunque sólo fuera una vez, ver claramente que el Dios, la ley, etc., no hacen más que perjudicaros, que os empequeñecen y corrompen, de cierto los rechazaríais lejos de vosotros, como los cristianos derribaron en otro tiempo las imágenes de Apolo y de Minerva y de la moral pagana. Es verdad que erigieron en su lugar a Cristo, y más tarde a María, así como una moral cristiana, pero no lo hicieron sino por la salvación de su alma, es decir, por egoísmo o individualismo.

Y fue este mismo egoísmo, este individualismo el que los desembarazó y los liberó del antiguo mundo de los dioses. La individualidad engendró una nueva libertad, porque la individualidad es la creadora universal; y desde largo tiempo se considera una de sus formas, el genio (que siempre es singularidad u originalidad) como el creador de todas las obras señaladas en la historia del mundo.

¡Si la libertad es el objeto de vuestros esfuerzos, saciad sus exigencias! ¿Quién, pues, puede ser libre? ¡Tú, Yo, Nosotros! ¿Libres de qué? ¡De todo lo que no sea Tú, Yo, Nosotros! Yo soy el núcleo, yo soy la almendra que debe ser liberada de todas sus cubiertas, de todas las cáscaras que la encierran. ¿Y qué quedará cuando Yo sea liberado de todo lo que no sea Yo? ¡Yo, siempre y nada más que Yo! Pero no tiene la libertad nada que ver con ese Yo; ¿qué vendré a ser Yo una vez libre? Sobre este punto la libertad permanece muda; ella es como nuestras leyes penales, que a la expiación de su pena abren al prisionero la puerta de la prisión, y le dicen: ¡Márchate!.

Siendo esto así, ¿por qué, si sólo busco la libertad en Mi propio interés, por qué no me convierto a Mí en el principio, el medio y el fin? ¿No valgo más Yo que la libertad? ¿No soy Yo quien me hago libre, y no soy Yo, pues, lo primero? Aun esclavo, aun cubierto de mis cadenas, Yo existo; Yo no soy, como la libertad, algo futuro que se espera, soy actual. Pensad maduramente en ello, y decidid si inscribiréis en nuestra bandera la libertad, ese ensueño, o el egoísmo, el individualismo, esa resolución. La libertad impulsa vuestra cólera contra todo lo que no sois Vosotros; el egoísmo os llama al goce de Vosotros mismos, a la alegría de ser; la libertad es y sigue siendo una aspiración, una elegía romántica, una esperanza cristiana del porvenir y del más allá; la individualidad es una realidad que por sí misma suprime toda traba a la libertad, por lo mismo que os molesta y os cierra el camino. No tenéis que ser liberados de lo que no os hace ningún mal, y si alguna cosa comienza a molestaros, sabed que es a Vosotros a quienes debéis obedecer, antes que a los hombres. La libertad os dice haceos libres, aligeraos de todo lo que os pese; no os enseña lo que sois Vosotros mismos. ¡Libre, libre! es un grito de convocación, y oprimiéndoos ávidamente sobre sus pasos, os hacéis libres a vosotros mismos, os abnegáis a Vosotros mismos. La individualidad os llama a vosotros, os grita: ¡Vuelve en Ti! Bajo la égida de la libertad carecéis de muchas cosas, pero ved que algo os oprime de nuevo: Libertaos del mal, el mal ha quedado. Como individuos, sois realmente libres de todo; lo que os queda inherente, lo habéis aceptado por vuestra plena elección y con vuestro pleno agrado. El individuo es radicalmente libre, libre de nacimiento, el libre, por el contrario, sólo anhela la libertad, es un soñador y un iluso.

El primero es originalmente libre, porque no reconoce más que a sí mismo; no tiene que empezar por liberarse, porque a priori rechaza todo fuera de él, porque no aprecia más que a sí mismo, no admite nada por encima de él; en suma, porque parte de sí mismo y llega a sí mismo. Desde la infancia, contenido por el respeto, lucha ya por liberarse de esa constricción. La individualidad se pone en acción en el pequeño egoísta y le procura lo que desea: la libertad.

Siglos de cultura han obscurecido a vuestros ojos vuestra significación y os han hecho creer que no sois egoístas, que Vuestra vocación es ser idealistas, buenas gentes. ¡Sacudid todo eso! No busquéis en la abnegación una libertad que os despoja de Vosotros mismos, sino buscaos Vosotros mismos, haceos egoístas y que cada uno de Vosotros se convierta en un Yo Omnipotente. Más claramente: conoceos a Vosotros mismos, no reconozcáis más que lo que sois realmente y abandonad Vuestros esfuerzos hipócritas, vuestra manía insensata de ser otra cosa de lo que sois. Llamo a Vuestros esfuerzos hipocresía, porque, durante siglos habéis sido egoístas dormidos, que se engañan ellos mismos, y cuya demencia los hace heautontimorumenos y sus propios verdugos. Jamás una religión ha podido pasarse sin promesas pagaderas en este mundo o en el otro (vivir largamente, etc.) porque el hombre exige un salario y no hace nada pro Deo. Sin embargo, se hace el bien por el amor del bien, sin esperar ninguna recompensa. ¡Como si la recompensa no estuviese contenida en la satisfacción misma que procura una buena acción! La religión misma está fundada sobre nuestro egoísmo y lo explota; basada sobre nuestros apetitos, ahoga los unos para satisfacer a los otros. Ella nos ofrece el espectáculo del egoísta engañado, el egoísta que no se satisface, pero que satisface uno de sus apetitos, por ejemplo, la sed de felicidad. La religión me promete el Bien Supremo, para ganarlo dejo de prestar oídos a mis demás deseos y no los sacio. Todos Vuestros actos, todos Vuestros esfuerzos, son egoísmo inconfesado, secreto, oculto, disimulado. Pero ese egoísmo que no queréis convenir y que calláis a vosotros mismos, no se ostenta ni se pregona, y permanece inconsciente, no es egoísmo sino servidumbre, adhesión, abnegación. Sois egoístas y no lo sois, porque renegáis del egoísmo. ¡Y precisamente Vosotros habéis entregado esa palabra egoísta a la execración y al desprecio; Vosotros a quienes ella se aplica tan bien!

Yo aseguro Mi libertad contra el mundo, en la medida en que me apropio el mundo, cualquiera que sea, por otra parte, el medio que emplee para conquistarlo y hacerlo mío: persuasión, ruego, orden, categoría o aun hipocresía, engaño, etc. Los medios que utilizo no los dirijo más que a lo que Yo soy. Si soy débil, no dispondré más que de medios débiles, tales como los que he citado y que bastan, sin embargo, para hacerse superior a cierta parte del mundo. Así, el dolor, la duplicidad y la mentira, parecen peores de lo que son. ¿Quién rehusaría engañar a su opresor y sortear la ley? ¿Quién no tomaría bien deprisa un aire de cándida lealtad, cuando encuentra a los guardias, para ocultar alguna ilegalidad que acaba de cometer, etc.? Quien no lo hace y se deja violentar es un cobarde, por escrúpulos. Yo siento ya que mi libertad está rebajada cuando no puede imponer mi voluntad a otro (ya carezca de voluntad, como una roca, ya quiera, como un Gobierno, un individuo, etc.); pero es renegar de mi individualidad abandonarme Yo mismo a otro, ceder, doblegarme, renunciar por sumisión y resignación.

Abandonar una manera de obrar que no conduce al objeto, o dejar un mal camino, es otra cosa muy distinta que someterse. Yo rodeo una roca que cierra mi camino hasta que tengo pólvora bastante para hacerla saltar. Yo sorteo las leyes de mi país, en tanto que no tengo fuerza para destruirlas. Si no puedo coger la luna, ¿debe por eso convertirse en sagrada, ser para mí una Astarté? ¡Si yo pudiera tan sólo asirte, no vacilaría, ciertamente, y si hallase un medio de llegar hasta ti, no me darías miedo! ¡Eres lo inaccesible!, pero no seguirás siéndolo más que hasta el día en que Yo haya conquistado el poder necesario para alcanzarte, y ese día tú serás Mía: Yo no me inclino ante ti; ¡aguarda que haya llegado mi hora!

Así es como siempre han obrado los hombres fuertes. Los sometidos habían puesto bien alto el poder de su señor y, prosternados, exigían de todos la adoración; venía uno de esos hijos de la Naturaleza que rehusaba humillarse, y arrojaba al poder adorado de su inaccesible Olimpo. Él gritaba al sol: ¡Detente!, y hacía girar a la Tierra; los sometidos tenían que resignarse a ello; daba con su hacha en el tronco de las encinas sagradas, y los sometidos se asombraban de no verlo devorado por el fuego celeste; derribaba al Papa de la Sede de San Pedro, y los sometidos no sabían impedírselo; arrasa hoy el albergue de la gracia de Dios, los sometidos graznan, pero acabarán por callarse, impotentes.

Mi libertad no llega a ser completa más que cuando es mi poder; únicamente por él, digo de ser meramente libre para hacerme individuo y poseedor. ¿Por qué la libertad de los pueblos es palabra vana? ¡Porque no tienen poder! El soplo de un Yo vivo basta para derribar pueblos, ya sea un soplo de un Nerón, de un emperador de la China o de un pobre escritor. ¿Por qué languidecen inútilmente las Cámaras a... (lemanas) soñando con la libertad y se hacen llamar al orden por los ministros? Porque no son poderosas. La fuerza es una bella cosa útil en muchos casos, pues se llega más lejos con una mano potente que con un saco lleno de derecho. ¿Aspiráis a la libertad? ¡Locos! Tened la fuerza, y la libertad vendrá por sí sola. ¡Ved: el que tiene la fuerza, está por encima de las leyes! ¿Es esta observación de vuestro gusto, gentes legales? ¡Pero si vosotros no tenéis gusto!

Por todas partes resuenan llamamientos a la libertad. ¿Pero se siente y se sabe lo que significa una libertad dada, otorgada? Se ignora que toda libertad es, en la plena acepción de la palabra, esencialmente una auto-liberación, es decir, que Yo tan sólo puedo tener tanta libertad como la cree Mi individualidad. ¡Bien avanzados estarán los carneros con que nadie les escatime su libre balar! ¡Continuarán balando! Dad al que, en el fondo del corazón es mahometano, judío o cristiano, el permiso de decir lo que se le pase por la mente: hablará como antes. Pero si algunos os arrebatan la libertad de hablar y de escuchar, es porque ven muy claramente su ventaja actual, porque podríais tal vez ser tentados, en verdad, a decir u oír alguna cosa que resquebrajase el crédito de esos algunos.

Si, no obstante, os dan la libertad, no son sino bribones que dan más que tienen. No os dan nada de lo que les pertenece, sino una mercancía robada; os dan Vuestra propia libertad, la libertad que habríais podido tomar Vosotros mismos, y si os la dan, no es sino para evitar que la toméis y para que no pidáis, además de ello, cuentas a los ladrones. Astutos como son, saben bien que una libertad que se da (o que se otorga) no es la libertad, y que sólo la libertad que se toma, la de los egoístas, boga a toda vela. Una libertad recibida de regalo, carga sus velas desde que la tempestad se levanta o el viento cae; tiene que ser siempre impulsada por una brisa moderada y dulce.

Esto nos muestra la diferencia entre la auto-liberación y la emancipación. Cualquiera que hoy pertenezca a la oposición, reclama a grito herido la emancipación. ¡Los príncipes deben proclamar a sus pueblos mayores, es decir, emanciparlos! Si por vuestra manera de conduciros sois mayores, nada tenéis con ser emancipados; si no sois mayores, no sois dignos de la emancipación, y no es ella la que apresurará vuestra madurez. Los griegos mayores de edad arrojaron a sus tiranos y el hijo mayor de edad se separa de su padre; si los griegos hubieran esperado a que sus tiranos les hiciesen la gracia de ponerlos fuera de tutela, habrían aguardado largo tiempo; el padre cuyo hijo no quiere hacerse mayor, lo pone, si es sensato, en la puerta de su casa, y el imbécil no tiene más de lo que merece. No se concede la libertad más que a un esclavo liberado, un libertinus, un perro que arrastra un cabo de la cadena; es un siervo vestido de hombre libre, como el asno bajo la piel del león. Judíos a quienes se ha emancipado no valen más por eso, están simplemente aliviados en cuanto judíos; preciso es, sin embargo, reconocer que el que alivia su suerte, es más que un cristiano religioso, porque este último no podría hacerlo sin inconsecuencia. Pero, emancipado o no, un judío sigue siendo un judío; quien no se libera a sí mismo, no es más que un emancipado. En vano el Estado protestante ha querido liberar (emancipar) a los católicos; como no se liberen ellos mismos, siguen siendo católicos.

Hemos tratado ya anteriormente del interés personal y del desinterés. Los amigos de la libertad echan bombas y centellas contra el interés personal, porque no han llegado a liberarse de la grande, de la sublime abnegación en sus religiosos esfuerzos por conquistar la libertad. Es al egoísmo al que guarda rencor el liberal, porque el egoísta no se apega jamás a una cosa por amor a ella, sino por amor a sí mismo: la cosa debe servirle. Es egoísta no conceder a la cosa ningún valor propio o absoluto, y hacerse a sí mismo la medida de ese valor. Se oye con frecuencia citar como un caso innoble de egoísmo práctico a quienes hacen de sus estudios un modo de ganar el pan (Brotstudium); se dice que es una vergonzosa profanación de la ciencia. Pero Yo me pregunto: ¿para qué otra cosa puede servir la ciencia? Francamente, el que no sabe emplearla en nada mejor que en ganarse la vida, no descubre más que un egoísmo bastante débil, porque su potencia de egoísmo es de las más limitadas; pero se necesita ser un poseído para censurar en eso al egoísmo y la prostitución de la ciencia.

El cristianismo, incapaz de comprender al individuo como único, que no lo consideraba más que como dependiente, no fue, propiamente hablando, más que una teoria social, una doctrina de la vida en común, tanto del hombre con Dios como del hombre con el hombre; así es que llegó a despreciar profundamente todo lo que es propio, particular, del individuo. Nada menos cristiano que las ideas expresadas por las palabras alemanas Eigennutz (interés egoísta), Eigensinn y Eigenwille (capricho, obstinaci6n, testarudez, etc.), Eigenheit (individualidad, particularidad), Eigenliebe (amor propio), etc., que encierran todas las ideas de eigen (propio, particular). La óptica cristiana ha deformado poco a poco el sentido de una multitud de palabras que, primitivamente honrosas, se han convertido en términos de censura; ¿por qué no se las rehabilitaría? Así, la palabra Schimpf, que significaba en tiempos pasados burla, significa hoy ultraje, afrenta, porque el celo cristiano no entiende de bromas, y todo pasatiempo es a sus ojos una pérdida de tiempo; frech, insolente, audaz, quería simplemente decir atrevido, animoso; Frevel, el delito, no era más que la audacia. Sabido es durante cuánto tiempo la palabra razón ha sido mirada de reojo. Nuestra lengua ha sido así modelada poco a poco sobre el punto de vista cristiano, y la conciencia universal es aún demasiado cristiana para no retroceder con espanto ante lo no cristiano, como ante algo imperfecto o malo; es por esta razón que el interés personal, egoísta, es tan poco estimado.

Egoísmo, en el sentido cristiano de la palabra, significa algo como interés exclusivo, por lo que es útil al hombre carnal. Pero ¿esta cualidad de hombre carnal es, acaso, Mi sola propiedad? ¿Me pertenezco cuando estoy entregado a la sensualidad? ¿Obedezco a Mí mismo, a Mi propia decisión, cuando obedezco a la carne, a Mis sentidos? Yo no soy verdaderamente Mío sino cuando estoy sometido a Mi propio poder y no al de los sentidos, no más, por otra parte, que al de cualquiera que no sea Yo (Dios, los hombres, la autoridad, la ley, el Estado, la Iglesia, etc.). Lo que persigue mi egoísmo es lo que me es útil a mí, al autónomo, el autócrata.


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