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LOS SUEÑOS

Octava parte


Después del estudio de la elaboración del sueño, que hemos llevado a cabo en los capítulos que anteceden, nos hallaremos inclinados a considerarla como un proceso psíquico especial, sin precedente alguno en nuestro conocimiento. De este modo, recae ahora sobre la elaboración onírica la extrañeza que solía antes despertar en nosotros su producto, o sea el sueño mismo.

De toda una serie de procesos psíquicos a los que debe atribuirse la formación de los síntomas histéricos y de las ideas angustiosas, obsesivas y delirantes, la elaboración del sueño es el primero a cuyo conocimiento nos ha sido dado llegar. La condensación, y sobre todo el desplazamiento, son caracteres que nunca faltan en estos otros procesos. En cambio, la conversión en imágenes visuales es privativa de la elaboración onírica. Si de nuestras investigaciones resultase la posibilidad de incluir los fenómenos oníricos junto con las formaciones de la enfermedad psíquica, tanto más importante sería para nosotros averiguar las condiciones esenciales de procesos como el de la formación de los sueños. Pero aunque parezca extraño y casi increíble, ni el dormir ni la enfermedad pertenecen a estas indispensables condiciones. Una gran cantidad de fenómenos de la vida cotidiana de los sanos: el olvido, las equivocaciones orales, los actos de aprehensión errónea y una determinada clase de errores, deben su génesis a un mecanismo psíquico análogo al sueño y a los demás procesos que constituyen la serie antes citada.

El corazón del problema se halla en el desplazamiento, la más singular de las funciones de la elaboración del sueño.

Cuando se penetra suficientemente en la materia, se ve que la condición esencial del desplazamiento es puramente psicológica y de la naturaleza de una motivación, cuyas huellas aparecen en cuanto se presta atención a ciertos resultados del análisis de los sueños, que no pueden pasar inadvertidos.

En e! primero de los anális expuestos tuve que interrumplrme en la comunicación de las ideas latentes, por haber entre ellas algunas que prefería mantener secretas y que no podía revelar sin herir importantes consideraciones. Añadí luego que no traería ventaja ninguna elegir otro ejemplo para comunicar su análisis, pues en todo sueno de contenido oscuro y embrollado llegaría a tropezar con pensamientos que exigirían el secreto. Pero prosiguiendo para mí mismo el análisis, llego a pensamientos que no conocía existieran en mí y que no sólo me parecen extraños, sino que me son desagradables y quisiera negarme a mí mismo, rechazando el análisis cuya inexorable concatenación me fuerza, bien a pesar mío, a admitirlos.

No puedo explicarme este estado de cosas sino aceptando que tales pensamientos existían realmente en mi vida psíquica y poseían una cierta intensidad o energía, pero se encontraban en una peculiar situación psicológica, a consecuencia de la cual no podían hacérseme conscientes. Este especial estado es el que conocemos con el nombre de estado de represión.

No puedo entonces por menos de admitir una relación causal entre la oscuridad del contenido del sueño y el estado de represión, o sea la incapacidad de devenir conscientes de algunos de los pensamientos del sueño, y me veo obligado a concluir que el sueño tiene que ser oscuro para no revelar los prohibidos pensamientos. De este modo, llego al concepto de la deformación del sueño, obra de la elaboración del mismo, puesta al servicio de la ocultación de dichos pensamientos, esto es, del propósito de mantenerlos secretos.

Haré la prueba en el ejemplo del sueño antes sometido al análisis, intentando descubrir cuál es en él el pensamiento que aparece deformado, y que, sin el disfraz adoptado, despertaría mi más enérgica repulsa. Recuerdo que mi gratuito paseo en coche trajo a mi memoria otros, no gratuitos, en los que me acompañaba una persona de mi familia; que la interpretación de mi sueño era la de que yo abrigaba el deseo de gozar alguna vez de un afecto desinteresado; y que poco tiempo antes había tenido que desembolsar una crecida cantidad en favor de la referida persona. Ante estos datos que el análisis me proporciona, no puedo rechazar la idea de que me duele el desembolso realizado. Sólo al darme cuenta de este sentimiento adquiere un sentido el hecho de desearme en sueños el goce de un afecto que no me ocasione gasto alguno. Y, sin embargo, puedo afirmar honradamente que al decidir desprenderme de aquella suma no experimenté la menor vacilación. El impulso contrario, mi sentimiento por el gasto efectuado, no se hizo consciente en mí. La razón de que permaneciese inconsciente constituye una nueva cuestión que nos llevaría muy lejos, y cuya solución, que me es conocida, pertenece a otro orden de cosas.

A someter al análisis, no un sueño propio, sino el de una persona extraña, el resultado es idéntico, pero varían los motivos de convicción. Si se trata del sueño de un individuo sano, no me queda otro medio de forzarle a la aceptación de la idea reprimida hallada que mostrarle el perfecto enlace de las ideas latentes y dejarle que se resista en vano contra la evidencia. Mas si se trata de un neurótico, por ejemplo, de un histérico, la aceptación de la idea reprimida se hace forzosa para él por su conexión con los síntomas de su enfermedad y por la mejoría que experimenta en el cambio de síntomas por ideas reprimidas. Así, con relación a la paciente que tuvo el sueño antes expuesto de los tres billetes de teatro por un florín cincuenta céntimos, tiene el análisis que aceptar que estima en poco a su marido, que lamenta haberse casado con él y que le cambiaría gustosa por otro. Ella afirma, ciertamente, que ama a su marido y que en su vida sentimental no existe desprecio alguno para él (¡otro cien veces mejor!), pero todos sus síntomas conducen a la misma solución que el sueño, y después de hacer resurgir en ella el recuerdo reprimido de una época durante la cual experimentó hacia su marido un desamor totalmente consciente, quedaron suprimidos tales síntomas y desapareció la resistencia que se oponía en ella a la interpretación del sueno.

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