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LOS SUEÑOS

Tercera parte


La transformación de las ideas latentes del sueño en el contenido manifiesto merece toda nuestra atención por ser el primer ejemplo conocido de versión de un material psíquico, de una forma expresiva a otra diferente, siéndonos la primera perfectamente comprensible y viéndonos obligados, en cambio, a efectuar una penosa labor y a servirnos de un guía para penetrar en la inteligencia de la segunda, aunque también tengamos que reconocerla como un rendimiento de nuestra actividad psíquica. Por la reacción del contenido latente del manifiesto pueden los sueños dividirse en tres categorías.

Distinguiremos en primer lugar aquellos que poseen un sentido y que al mismo tiempo son comprensibles; esto es, susceptibles de ser incluidos sin violencia en nuestra vida psíquica. Tales sueños, breves en general, son muy frecuentes y no despiertan, en su mayoría, nuestra atención por carecer de todo aquello que pudiera causarnos extrañeza o asombro. Su existencia es, además, un poderoso argumento contra la teoría que hace nacer el sueño de la actividad aislada de aislados grupos de células cerebrales. En ellos falta todo indicio de una actividad psíquica debilitada o fragmentaria y, sin embargo, no oponemos nunca objeción alguna a su carácter de sueños ni los confundimos con productos de la vigilia.

Un segundo grupo está formado por aquellos sueños que, aunque presentan coherencia y poseen un claro sentido, nos causan extrañeza por no saber cómo incluir dicho sentido en nuestra vida psíquica. Un tal caso es, por ejemplo, cuando soñamos que un querido pariente nuestro ha muerto de la peste, no teniendo nosotros ningún fundamento para esperarlo, temerlo o sospecharlo y haciéndonos el sueño preguntarnos, llenos de asombro, cómo se nos puede haber ocurrido aquello.

Al tercer grupo pertenecen, por último, aquellos sueños que carecen de ambas cualidades: sentido y comprensibilidad, y se nos muestran incoherentes, embrollados y faltos de sentido. La inmensa mayoría de nuestros sueños presentan estos caracteres negativos que motivan nuestro despreciativo juicio sobre ellos y han servido de base a la teoría médica de la actividad psíquica limitada. Sobre esto, los productos oníricos más largos y complicados sólo raras veces dejan de presentar la más absoluta incoherencia.

La distinción entre contenido manifiesto y contenido latente no tiene desde luego significación más que en los sueños de la segunda y tercera categorías, y especialmente en estos últImos. En ellos es donde surgen aquellos enigmas que no desaparecen hasta que se sustituye el contenido manifiesto por el contenido ideológico latente.

Un sueño de esta clase, confuso e incomprensible, fue el que antes sometimos al análisis. Mas, contra lo que esperábamos, tropezamos con motivos que nos vedaron llegar al completo conocimiento de las ideas latentes, y la repetición de idéntica experiencia conduce a la hipótesis de que entre el carácter incomprensible y confuso del sueño y la dificultad de comunicar las ideas del mismo existe una íntima y regular conexión.

Antes de investigar la naturaleza de la misma nos conviene dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, más fácilmente comprensibles, en los que el contenido latente coincide con el manifiesto, no existiendo, por tanto, elaboración.

La investigación de estos sueños es recomendable todavía desde otro punto de vista. Los sueños de los niños pertenecen precisamente a este género, poseyendo un claro sentido y no causando extrañeza ninguna, cosa que, dicho sea de paso, constituye un nuevo argumento contra la reducción del sueño a una actividad disociada del cerebro, pues no hay razón alguna para suponer que tal depresión de las funciones psíquicas ha de constituir un carácter de los sueños de los adultos y no, en cambio, de los sueños infantiles. Por otro lado, debemos abrigar las mayores y más justificadas esperanzas de que la aclaración de los fenómenos psíquicos en el niño, en el cual deben de hallarse esencialmente simplificados, demuestre ser una labor preliminar indispensable para la psicología del adulto.

Expondré, pues, algunos ejemplos de sueños infantiles por mí reunidos. Una niña de diecinueve meses es tenida a dieta durante todo el día, a causa de haber vomitado al levantarse por haberle hecho daño, según declaró la niñera, unas fresas que había comido. En la noche de aquel día de abstinencia se le oye murmurar en sueños su nombre y añadir: Fresas, frambuesas, bollos, papilla. Sueña, pues, que está comiendo y hace resaltar en su menú precisamente aquello que supone le será negado por algún tiempo. Análogamente sueña con una prohibida golosina un niño de veintidos meses que el día anterior había sido encargado de ofrecer a su tío un cestillo de cerezas, de las cuales, como es natural, sólo le habían dejado probar tres o cuatro. Al despertar exclama, regocijado: Germán ha comido todas las cerezas. Una niña de tres años y tres meses había hecho durante el día una travesía por el lago, que debió de parecerle corta, pues rompió en llanto cuando la hicieron desembarcar. A la mañana siguiente relató haber navegado por la noche sobre el lago; esto es, haber continuado el interrumpido paseo. Un niño de cinco años y tres meses no pareció muy satisfecho durante una excursión a pie por las inmediaciones de una montaña conocida con el nombre de la Dachstein; cada vez que aparecía a la vista una nueva montaña preguntaba si aquélla era la Dachstein, y se negó después a andar hasta una cascada que visitaron los que con él iban. Achacóse al cansancio esta conducta del niño, pero su verdadero motivo se reveló cuando a la mañana siguiente contó el sueño que había tenido y que era el de haber subido a la Dachstein. Sin duda había esperado que el fin de la excursión fuera el de subir a esta montaña y le disgustó mucho no llegar siquiera a verla. Su sueño le compensó de lo que el día le había negado. Idéntico fue el sueño de una niña de seis años, cuyo padre tuvo que interrumpir su paseo, por lo avanzado de la hora, cuando ya llegaban al fin que se habían propuesto alcanzar. Al regresar, había llamado la atención de la niña un nombre inscrito en un poste indicador, y el padre le había prometido llevarla otro día al punto que correspondía dicho nombre. A la mañana siguiente, lo primero que la niña dijo a su padre fue que había soñado que iba con él, tanto al sitio que no habían alcanzado la víspera como a aquel otro al que le había prometido llevarla.

Lo que de común tienen estos sueños infantiles salta a la vista. Todos ellos realizan deseos estimulados durante el día y no cumplidos. Son simples y francas realízaciones de deseos.

Igualmente lo es también el siguiente sueño infantil, no del todo comprensible a primera vista. Una niña que aún no había cumplido cuatro años había sido trasladada del campo a la ciudad, a consecuencia de una afección poliomelítica que padecía, y pasó la noche en casa de una tía suya sin hijos, teniendo que dormir en una cama de persona mayor, que para ella resultaba enorme. A la mañana siguiente contó haber soñado que la cama en que dormía era demasiado pequeña para ella, tan pequeña que apenas si cabía. La solución de este sueño como sueño optativo es fácil de hallar, recordando que el ser grande es un deseo muy frecuente en los niños. La magnitud del lecho recordó demasiado expresivamente a la infantil ambiciosa su propia pequeñez, haciéndola corregir en su sueño aquella desproporción que la desagradaba y crecer hasta tal punto que la cama resultaba ya pequeña para ella.

Aun en los casos en que el contenido de los sueños infantiles se complica y sutiliza, no se aleja su solución del cumplimiento de un deseo. Un niño de ocho años soñó que iba con Aquiles en el carro de guerra guiado por Diomedes. Al buscar la solución de este sueño pudo demostrarse que días atrás le había interesado mucho la lectura de las leyendas heroicas griegas, con lo cual fue fácil de confirmar que había tomado por modelo a aquellos héroes y lamentaba no vivir en sus tiempos.

De esta pequeña colección de sueños infantiles surge claramente un segundo carácter de los mismos: su conexión con la vida diurna. Los deseos que en ellos se realizan son restos del día, generalmente de la víspera, y han poseído en el pensamiento despierto una intensa acentuación afectiva. Lo nimio e indiferente, o por lo menos lo que así tiene que ser considerado por el niño, no encuentra cabida en el contenido del sueño.

También en los adultos pueden reunirse numerosos ejemplos de tales sueños de tipo infantil; mas, como ya indicamos, son, en general, de breve contenido. De este modo, responden regularmente muchas personas a un nocturno estímulo de sed, con el sueño de hallarse bebiendo, el cual tiende, por tanto, a hacer desaparecer el estímulo y evitar que el durmiente despierte. En algunos individuos se presentan con frecuencia tales sueños de comodidad antes de despertar, cuando llega el momento en que tienen necesidad de levantarse. Sueñan entonces que ya se han levantado y están lavándose, o que se hallan ya en el colegio, la oficina, etc.; esto es, en el lugar en que efectivamente debían hallarse. En la noche anterior a un viaje se suele soñar haber llegado ya al punto de destino, y antes de una representación teatral o una reunión que se esperan con interés, el sueño anticipa no raras veces -impaciente- el placer esperado. Otras veces expresa el sueño la realización del deseo de un modo algo más indirecto, y para reconocer en él tal carácter es necesario el establecimiento de una relación y, por tanto, un comienzo de labor interpretativa. Así, cuando un marido me relata que su mujer ha soñado que se le presentaba la menstruación, he de suponer que la esposa piensa en que si dicho periódico fenómeno no se le presenta es que ha quedado embarazada, y entonces el sentido del sueño es el de mostrar realizado el deseo de no hallarse aún encinta. En circunstancias extraordinarias y extremas se hacen especialmente frecuentes tales sueños de carácter infantil. El director de una expedición polar cuenta, por ejemplo, que durante la invernada entre los hielos, y sometidos a una monótona y escasa alimentación, soñaban él y sus compañeros con suculentas comidas, montañas de tabaco y cómoda estancia en sus hogares.

Con no escasa frecuencia resalta en un largo sueño complicado, y en general confuso, un trozo especialmente claro, que contiene una innegable realización de deseos, pero que está ligado con el restante material incomprensible. Cuando se intenta analizar también los sueños, impenetrados en apariencia, de los adultos, se ve con asombro que sólo raras veces son tan sencillos como los infantiles, y que detrás de la realización de deseos deben de esconder aún otro sentido.

Sería una simple y satisfactoria solución del enigma de los sueños el que el análisis nos hiciese posible reducir también los sueños de los adultos, confusos y faltos de sentido, al tipo infantil del cumplimiento de un intenso deseo del día. Mas todas las apariencias son contrarias a esta esperanza. Los sueños presentan, en su mayoría, el más extraño e indiferente material, y nada hay en su contenido que pueda considerarse como la realización de un deseo.

No quiero abandonar los sueños infantiles, que son francas realizaciones de deseos, sin hacer mención de un carácter capital del sueño, ha largo tiempo observado, y que precisamente es en este grupo donde con más claridad se muestra. Cada uno de estos sueños lo podemos sustituir por una frase optativa: ¡Ojalá hubiera durado más tiempo el paseo por el lago! Me gustaría estar ya lavado y vestido. Si hubiera podido conservar para mí las cerezas, en lugar de dárselas a mi tío. Pero el sueño muestra algo más que este optativo; muestra el deseo realizado ya, ofrece su realización real y presente, y el material de la representación onírica consiste predominantemente -aunque no con exclusividad- en situaciones e imágenes visuales. También en este grupo existe, pues, una especie de transformación, que puede considerarse como elaboración del sueño. Una idea en optativa es sustituida por una visión en presente.

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