Índice de El sentido de la vida de Alfred AdlerCapítulo XIIICapítulo XVBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO XIV

SUEÑOS Y ENSUEÑOS

Fantasía explícita y fantasía latente. La exclusión del sentido común en la fantasía. Características corporales y psíquicas del artista. Función compensadora de la fantasía. Crítica de la teoría del desdoblamiento de la personalidad. Predominio de las imágenes visuales en el sueño. Interpretación de la censura onírica. Los dos puntos de partida de la concepción psicológico individual del sueño. El factor exógeno y los restos diurnos.

El examen de este tema nos lleva al reino de la fantasía. Sería un grave error aislar de la totalidad de la vida psíquica y de su ligazón con la realidad del mundo circundante esta función de la fantasía, resultante de la corriente de la evolución. Y un error todavía mayor, intentar oponerla a la totalidad del Yo. Antes bien hay que considerarla como parte integrante del estilo de vida, al que, en su calidad de movimiento psíquico, caracteriza y a la vez perfila dentro de las restantes partes integrantes de la vida anímica. Esta función lleva además en sí la expresión de la ley individual de movimiento. En determinadas circunstancias tiene por misión manifestarse intelectualmente, mientras que, en general, permanece escondida en la esfera de los sentimientos y de las emociones, o se halla involucrada dentro de las diversas actitudes que el individuo adopta ante la vida. Como cualquier otro movimiento anímico, apunta al porvenir, puesto que su misión consiste también en avanzar hacia el objetivo ideal de la perfección. Considerada desde este punto de vista, quedará completamente claro lo vano que es querer encontrar en su movimiento o en el de sus derivados --los sueños y ensueños--la realización de un deseo, y es más vano aún creer que con definiciones tales se ha contribuido en algo a la comprensión de su mecanismo. Puesto que toda forma de expresión anímica se mueve de abajo arriba, de una situación de minus a una situación de plus, está claro que todo movimiento de expresión anímica puede interpretarse como realización de un deseo.

Más que del sentido común, la fantasía se sirve de la capacidad de adivinar, sin que esto quiera decir que acierte siempre. Su mecanismo consiste en que durante un lapso de tiempo --en la psicosis, de un modo permanente-- hace abstracción del sentido común, esto es, de la lógica de convivencia humana y del actual sentido de comunidad, por no tener que caminar por las áridas sendas colectivas, cosa que logrará con tanta mayor facilidad cuanto menos prive el sentimiento de comunidad. En cambio, si éste es fuerte, los paseos de la fantasía se encaminarán hacia el objetivo del enriquecimiento de la sociedad. A pesar de los miles y miles de variantes, el proceso de los movimientos anímicos que se suceden puede siempre descomponerse artificialmente en pensamientos, sentimientos y disposiciones para la adopción de determinadas actitudes sociales. Las actitudes justas, normales, valiosas, no serán reconocidas por nosotros como tales sino en el caso de que sirvan --como en las grandes obras-- a la comunidad. Cualquier otra interpretación conceptual de estos juicios queda lógicamente excluida, lo cual no impide que, muy a menudo, esas obras sean rechazadas por el actual nivel de sentido común, en tanto no existan las condiciones para alcanzar un mayor grado de comprensión de los intereses de la comunidad. Todo intento de dar solución a un problema cualquiera pone a trabajar la fantasía, puesto que se trata de lo desconocido, de lo por venir. Además, recordemos que la fuerza creadora cuyo papel reconocimos en la confección del estilo de vida en la infancia, sigue actuando.

Los reflejos condicionados, sobre cuyas manifestaciones polifacéticas siempre influye el estilo de vida, no pueden ser tampoco empleados sino como materiales de construcción.

No pueden ser utilizados de manera automática para la creación de una obra enteramente nueva. Pero la energía creadora sigue ahora los cauces del estilo de vida por ella creados. De este modo, también la fantasía se orienta según este estilo de vida. En sus producciones, independientemente de que el individuo las conozca en conjunto o las desconozca en absoluto, suele observarse la expresión del estilo de vida y pueden ser, por tanto, utilizadas como puerta de entrada que permitirá echar una ojeada al taller del espíritu humano. Pero, procediendo lógicamente, tropezaremos siempre con el yo, con la personalidad en su conjunto. En cambio, se procederá de una manera equivocada si se pretende descubrir aparentes antinomias, como entre la conciencia y la inconsciencia.

Freud, el representante de esta teoría errónea, parece acercarse a marchas forzadas a una mejor comprensión al hablar de lo inconsciente en el yo, con lo cual adquiere éste una nueva faz, precisamente aquella que fue en primer lugar reconocida por la Psicología individual.

Toda gran idea, toda gran obra de arte, debe su origen al espíritu humano, infatigablemente creador. Tal vez la mayoría de los hombres contribuyan, por poco que sea, a su creación, por lo menos en cuanto a su asimilación y su conservación, a la utilización de los nuevos resultados que comporta. En este aspecto podemos conceder ya un papel importante a los reflejos condicionados. A los ojos del artista creador éstos son simples materiales de los cuales se vale para superar con su fantasía todo lo anterior. Artistas y genios son, sin duda alguna, los conductores de la Humanidad: y, por su osadía, rinden el tributo de consumirse en el propio fuego, encendido en su infancia. Sufrí, y esto me hizo poeta. Gracias a los pintores hoy vemos mejor los colores, las formas, las líneas. Nuestra capacidad auditiva, notablemente mejorada, y las modulaciones más refinadas de nuestro órgano vocal, las debemos a los músicos. Los poetas nos han enseñado a pensar, a hablar y a sentir. El artista es un hombre que, aguijoneado casi siempre desde su más tierna infancia, y soportando todo género de penalidades, pobreza, anomalías de la vista o del oído, y, por regla general mimado de una manera u otra, se libera ya en sus más tempranos años de su grave sentimiento de inferioridad y lucha con exacerbada ambición contra la angosta realidad, con la noble pretensión de ampliarla tanto para sí como para los demás. Es siempre él quien eleva a los niños dotados, que las más de las veces presentan propicias variantes para la realización de altos objetivos, por encima del nivel promedio.

Hace ya mucho tiempo pusimos de relieve, como características de esa variante humana inquietante, pero fecunda, una mayor debilidad corporal y una mayor impresionabilidad frente a los acontecimientos exteriores. Estas variantes pueden comprobarse muy a menudo en los que padecen una minusvalía de los órganos sensoriales, y si no personalmente en ellos --puesto que para las variantes insignificantes carecemos de los medios necesarios de investigación--, sí en la herencia de las minusvalías orgánicas que ofrece su árbol genealógico. En éste podremos observar, en ocasiones, huellas clarísimas de tales minusvalías constitucionales, que conducen no rara vez a enfermedades, pero que también son responsables del movimiento ascendente de la Humanidad (véase, entre otros, mi trabajo Studie über Minderwertigkeit von Organen, Estudio sobre minusvalías orgánicas, locución citada).

En sus juegos autónomos y en la realización individual de todo juego, se muestra el espíritu creador del niño. Todo juego proporciona un campo de acción a la tendencia hacia la superioridad. Los juegos de salón son adecuados para impulsar el sentimiento de comunidad, sin embargo, no debemos ignorar o obstruir las ocupaciones individuales tanto en los niños como en los adultos. Incluso se deben alentar en la medida en que permiten prever un ulterior enriquecimiento de la sociedad. Únicamente debido a la naturaleza de ciertas actividades, no desprovistas en absoluto de carácter social, sucede que no puedan ser ejercitadas ni realizadas en común. Aquí entra también la fantasía en juego, la cual queda notablemente fomentada por las bellas artes. De las lecturas de los niños debería excluirse, desde luego, antes de que alcanzaran éstos cierto grado de madurez, todo alimento intelectual para ellos inasimilable o que pueda contrarrestar el sentimiento de comunidad que apenas ha empezado a germinar. Entre esas lecturas inconvenientes figuran todas las historias crueles y terroríficas que suelen impresionarles sobremanera, especiaImente a aquellos niños en que el miedo excita los órganos genitourinarios. Entre estos niños volvemos a encontrar una vez más un elevado tanto por ciento de individuos mimados que son incapaces de resistir las seducciones del principio del placer, y cuya fantasía, y más tarde actos, crean situaciones que inspiran miedo y engendran excitaciones sexuales. En mis investigaciones sobre sadistas y masoquistas sexuales encontré siempre, junto a una falta de sentimiento de comunidad, un fatal encadenamiento de tales circunstancias.

La mayor parte de los sueños diurnos y nocturnos de los niños y de los adultos, desligados hasta cierto punto del sentido común, tienden a seguir el camino indicado por el objetivo ideal de superioridad. Es fácil comprender que precisamente de la fantasía parte la dirección concreta que debe servir para la superación de la debilidad experimentada --a fin de compensarla-- y para el mantenimiento del equilibrio anímico, lo que conduciría al triunfo sobre una debilidad experimentada. Pero con tales medios no se consigue nunca ni una cosa ni otra. Este proceso es parecido en cierto modo al emprendido por el niño cuando empieza a crearse su estilo de vida. Al experimentar dificultades, la fantasía llega en su auxilio, brindándole la elevación de su personalidad, estimulándole así, al propio tiempo, en un mayor o menor grado. Desde luego, son muchos los casos en que este acicate no se deja sentir y donde la fantasía representa por sí sola toda la compensación. Que esto debe ser considerado como contrario a los intereses de la comunidad, aun cuando no se observe aquí ninguna actividad ni ningún acto de agresión contra aquélla, está completamente claro. En el caso de que, en consonancia con el estilo de vida, la fantasía se dirija contra el sentimiento de comunidad, podemos considerar que expresa la exclusión del sentimiento de comunidad en el estilo de vida, lo cual orientará la mirada del investigador en su busqueda para descubrir su significado. Tal ocurre en los frecuentes y crueles ensueños diurnos que pueden alterar o ser completamente sustituidos por fantasías de sufrimiento propio. Fantasías guerreras, actos heroicos, salvamento de personajes prominentes, revelan sólo, por regla general, un efectivo sentimiento de debilidad y quedan sustituidos en la vida real por la timidez y por un carácter eternamente vacilante. Quien quiera ver en esto y en las formas de expresión parecidas, aparentemente antagónicas, una ambivalencia o escisión de la conciencia, una doble vida, desconoce la unidad de la personalidad, en la cual el elemento aparentemente antagónico es explicable a partir de la comparación simplista de las situaciones de superioridad y de inferioridad, y del desconocimiento de las relaciones entre ambas. Y quien haya adquirido el necesario conocimiento de la incesante aspiración ascendente del proceso psíquico, sabe muy bien que la justa caracterización de éste mediante una simple palabra o concepto está condenada al fracaso, vista la extrema pobreza del idioma, puesto que no es posible dominar, mediante vocablos fijos, algo que está en incesante fluencia y dinamismo.

Con gran frecuencia encontramos fantasías en las que el individuo se imagina ser hijo de otros padres, lo cual es un indicio cierto del descontento hacia los padres propios. En la psicosis y, en forma atenuada, también en otros casos, encontramos esta fantasía transfigurada en realidad como una permanente acusación. Siempre que la ambición de un hombre encuentre insostenible la realidad, se refugiará en el encanto de la fantasía. No debemos olvidar, sin embargo, que cuando la fantasía fluye en equilibrio con el sentimiento de comunidad, podemos esperar la creación de alguna obra importante, puesto que, en tales casos, la fantasía ejerce su influencia sobre los sentimientos y emociones, despertándolos y aumentando su actividad y rendimiento, análogamente a como actúa la creciente presión del vapor sobre una máquina en funcionamiento.

El valor del rendimiento de la imaginación depende, pues, en primer término, de la importancia del sentimiento de comunidad de que se halle impregnada. Y esto puede decirse tanto respecto al individuo como respecto a la masa. En los casos de un real fracaso, podemos esperar que la imaginación sea viciada. El embustero, el estafador, el vanidoso, son ejemplos harto elocuentes de ello. Igual ocurre con el enajenado. La imaginación no está nunca en completo descanso ni siquiera cuando no llega a cristalizar en ensueños diurnos. La mera orientación hacia un objeto de superioridad nos obliga ya a fantasear sobre el porvenir, como en todos los casos en que aspiramos a prever los acontecimientos. No es posible desconocer que esta actividad constituye un entrenamiento en el sentido del estilo de vida, tanto si se manifiesta en la realidad como si sólo ocurre en los sueños y ensueños, o en la creación de obras de arte. La fantasía aspira a poner de relieve la propia personalidad y en esta orientación se halla subordinada más o menos al sentido común. Incluso el soñador sabe muchas veces que está soñando. Y el que duerme, por muy lejos que esté de la realidad, raras veces se cae de la cama. Todos los móviles de la fantasía: riqueza, proezas, fuerza, grandes obras, inmortalidad, etc., no son sino hipérboles, metáforas, símiles y símbolos. No debemos perder de vista la fuerza ornamental de las metáforas; y es que, quiéranlo o no mis adversarios, éstas constituyen fantásticos disfraces de la realidad, jamás idénticos a ella. Su valor es indiscutible siempre que sean aptas para prestar a nuestra vida una energía suplementaria. Pero en caso de no servir sino para fomentar en nosotros el espíritu antisocial mediante la exaltación de nuestros sentimientos, tenemos el deber de desenmascarar su carácter nocivo. En todos los casos sirven para provocar e intensificar aquella tonalidad afectiva que, ante un problema dado, conviene al estilo de vida siempre que el sentido común resulte demasiado débil o esté en contradicción con la solución del problema que dicho estilo de vida reclama. Este hecho nos facilitará también la comprensión del sueño.

Para comprender el sueño es preciso estudiar, en primer término, el acto de dormir, puesto que éste es el que nos proporciona aquel estado de ánimo en que el sueño puede producirse. No cabe duda de que el dormir es obra de la evolución; una regulación autónoma que desde luego está íntimamente enlazada con las transformaciones corporales y viene provocada por ellas. Y aunque no podamos en la actualidad sino solamente sospechar la existencia de éstas (tal vez las investigaciones de Zondek sobre la hipófisis den alguna luz), hemos de suponerlas como actuando al unísono con el impulso del dormir. Puesto que el dormir sirve indudablemente como descanso y relajamiento, natural es que haga converger todas las actividades, tanto somáticas como anímicas, al punto de reposo. La forma de vida del individuo humano se halla en mayor armonía con la sucesión alternada de días y noches, gracias a la análoga periodicidad del estado de vigilia y de sueño. Lo que diferencia ante todo al que duerme del que está despierto es su alejamiento concreto de los problemas de la vida cotidiana.

Sin embargo, el sueño no es un hermano de la muerte. El estilo de vida, la ley de movimiento del individuo permanece en incesante vela. El durmiente puede moverse y evitar posiciones incómodas en el lecho, puede ser despertado por la luz o por el ruido, atender al niño que duerme a su lado, y llevar consigo las alegrías y los dolores experimentados durante la jornada. El hombre, aun sumido en el sueño, sigue orientado continuamente hacia todos los problemas cuya solución no debe quedar en suspenso mientras duerme. Cualquier inquieto movimiento del niño de pecho despierta a la madre, y con el alba llega también el despertar, que en algunas personas se presenta casi a la hora deseada. La actitud del durmiente durante el sueño nos proporciona muchas veces, tal como lo hemos demostrado (véase Praxis und Theorie der Individualpsychologie, Práctica y Teoría de la Psicología individual), una buena imagen de la actitud anímica, tan exacta como en la vigilia. La unidad de la vida psíquica queda conservada también durante el sueño, de modo que estamos obligados a considerar como parte de este conjunto fenómenos que se verifican o pueden verificarse durante el sueño, como el sonambulismo, el suicidio, el rechinar de dientes, el hablar en voz alta, la tensión de los músculos, así como el cierre espasmódico del puño con parestesias consecutivas. Todos estos fenómenos nos permiten llegar a conclusiones que desde luego deben ser confirmadas por otras formas de expresión. También mientras dormimos pueden desplegar actividad los sentimientos y tonalidades afectivas, a veces sin acompañamiento de sueños.

Si el sueño se presenta en la mayoría de los casos como fenómeno visual, ello se debe a la mayor seguridad que atribuimos a los hechos visibles. Siempre he dicho a mis discípulos: Si en vuestras investigaciones tenéis la incertidumbre acerca de algún punto, tapaos los oídos y fijaos en los movimientos. Probablemente cada uno de nosotros conoce esta mayor certeza del sentido de la vista, aun sin haberlo formulado claramente. ¿Podría ocurrir que el sueño buscase esta mayor seguridad? ¿Es posible que el estilo de vida, liberado de la presión limitativa impuesta por la realidad, esta despachadora de leyes, se exprese en los sueños con más intensidad debido al mayor alejamiento de los problemas cotidianos y al hecho de estar abandonado uno a sí mismo conservandose íntegra su energía? ¿Será el sueño dócil a la fantasía vinculada al estilo de vida, avanzando por las mismas sendas que aquélla suele recorrer en defensa de éste cada vez que un problema es superior a las fuerzas del individuo? ¿Aparece el sueño únicamente cuando el sentido común y el sentimiento de comunidad enmudecen en el individuo, por debilidad insuperable?

No vamos a imitar nosotros a quienes creen aniquilar nuestra Psicología individual haciendo simplemente como que la ignoran. Por esto queremos recordar que fue Freud el primero en intentar elaborar una teoría científica del sueño. Esto será siempre un mérito imperecedero, que nadie podrá impugnarle, asi como ciertas observaciones en torno a lo que él llama inconsciente. Pero nos da aquí la impresión de que ha llegado a saber mucho más de lo que ha conseguido aprender, y es que, considerándose obligado a agrupar todos los fenómenos anímicos en torno a la única substancia dominadora que reconoce --la libido sexual--, tuvo que equivocarse forzosamente. Su error es más flagrante todavía por el hecho de tener sólo en cuenta los malos instintos que, según he señalado, provienen del complejo de inferioridad de los niños mimados y no son sino el producto artificial de una serie de errores, tanto de educación como de autónoma creación del mismo niño, sin que jamás basten a explicarnos la estructura anímica en todas sus efectivas formas de evolución.

Resumiendo, la concepción del sueño podría expresarse así: Si un hombre pudiera decidirse a escribir todos sus sueños, sin excepción, sin contemplaciones, sin tapujo, fielmente y con toda clase de pormenores, e incluso añadir los comentarios que se le ocurrieran en torno a tales sueños, siempre a base de los recuerdos de su vida y lecturas, haría con ello un valioso regalo a la comunidad. Sin embargo, tal como actualmente somos los humanos, es lo más probable que a nadie se le ocurra proceder de este modo. Pero valdría la pena de hacerlo, aun sin darlo a la publicidad y sólo para aleccionamiento de uno mismo. ¿Es Freud quien lo dijo? No, es Hebbel, en sus Memorias.

A esto he de añadir por mi parte que lo más importante está en determinar si el esquema empleado resiste o no a una crítica científica. Con el esquema psicoanalítico ni el mismo Freud está conforme, puesto que más tarde declaró, tras múltiples cambios y modificaciones en sus interpretaciones de los sueños, que no ha sostenido nunca que los sueños tengan forzosamente un contenido sexual. Lo cual representa, en todo caso, un nuevo progreso.

En cuanto a lo que Freud concibe por censura, no es sino un mayor alejamiento de la realidad en el sueño, un intencionado alejamiento del sentimiento de comunidad, cuya deficiencia impide dar solución normal a un determinado problema, de modo que el individuo buscará un camino hacia una solución más fácil, como si, después de una derrota, ya esperada, hubiera padecido un shock; solución a la cual puede contribuir la fantasía supeditada a un estilo de vida ajeno al sentimiento de comunidad. Si en ello no buscamos otra cosa que la realización de unos deseos o, en caso de supremo desaliento, el ansia de morir, entonces no nos habremos encontrado más que con meros tópicos que no aportarán la menor claridad acerca de la estructura de los sueños. Porque todo el proceso de la vida, por doquiera que lo examinemos, puede considerarse como una anhelada realización de deseos.

En mis investigaciones sobre el sueño me he valido de dos poderosos auxilios. Uno me lo proporcionó Freud mismo con sus afirmaciones inadmisibles. Sus errores me sirvieron, pues, de enseñanza; y a pesar de que no fui nunca psicoanalizado y hubiera declinado de antemano y a limine una invitación a serlo por considerarlo perturbador para la espontaneidad de la observación científica, que, por desgracia, no es excesivamente grande en la mayoría de los individuos; conozco sin embargo suficientemente sus teorías no sólo para poder predecir, basándome en mi conocimiento de la psicología de los niños mimados, cuál será el próximo paso que dé Freud. Por este motivo he recomendado siempre a mis alumnos el estudio de sus trabajos. Al creador del psicoanálisis y a sus discípulos parece producirles gran satisfacción el poder designarme como discípulo de Freud, cosa que hacen con delectación ostensible, por el mero hecho de haber discutido yo mucho con éste en un círculo de psicólogos, pero sin haber asistido jamás ni a una de sus clases. Cuando se trató de hacer jurar a todos los miembros de este círculo de psicólogos la infalibilidad de Freud y de las teorías por él propugnadas, fui el primero en abandonarlo, y no se me podrá negar que he procurado siempre delimitar las fronteras entre el Psicoanálisis y la Psicología individual con más afán que el propio Freud, ni podrá acusárseme tampoco de haberme jamás vanagloriado de mis discusiones de antaño con él. Me duele que los crecientes éxitos de la Psicología individual y su influencia cada vez más notoria en las obras de los mismos psicoanalistas produzcan tan intenso malestar en el campo de mis adversarios. Sé, sin embargo, que es difícil satisfacer las concepciones de los niños mimados. Pero, al fin y al cabo, a nadie ha de extrañar el hecho de que el constante acercamiento del Psicoanálisis a la Psicología individual --sin que los psicoanalistas abandonen por completo su principio fundamental-- haga surgir notables semejanzas entre ambas teorías, observadas incluso por los partidistas, lo cual se debe, simplemente, al influjo del inquebrantable sentido común. Habrá seguramente muchos que considerarán ilegítimo el hecho de que yo haya previsto de antemano toda la evolución del Psicoanálisis en estos últimos veinticinco años. Así, me parecería al prisionero que no suelta al que lo capturó.

El segundo y más poderoso auxilio me fue proporcionado por la unidad de la personalidad, hoy día ya científicamente confirmada y aclarada desde diversos puntos de vista. Esta pertenencia a una unidad ha de caracterizar también al sueño. Aun prescindiendo de la creciente distancia que el estilo de vida pone entre uno mismo y la realidad que trata de influirle, distancia que caracteriza asímismo a la fantasía que se coloca también en estado de vigilia, no es posible admitir en el sueño --para apoyar una simple teoría-- otras formas anímicas que las que aparecen en el estado de vigilia. De aquí se puede concluir que el dormir y los sueños no son sino simples variantes de la vida vigil, así como, a la inversa, que la vida vigil no es más que una forma de la vida del sueño. La ley suprema de ambas formas de vida, lo mismo en la vigilia que en el sueño, es ésta: el sentimiento del valor del yo no debe disminuir. O, para mejor englobarlo en la conocida terminología de la Psicología individual: la tendencia de superioridad, considerada como meta final, arranca al individuo de las garras del sentimiento de inferioridad. Sabemos ya qué dirección toma el camino más o menos desviado del sentimiento de comunidad; en otros términos, es antisocial y opuesto, al mismo tiempo, al sentido común. El yo saca de las fantasías del sueño nuevas fuerzas con las cuales poder resolver un problema para el que no dispone de la debida dosis de sentimiento de comunidad. Como se comprende, la gravedad subjetiva del problema actual, equivalente siempre a un test del sentimiento de comunidad, puede resultar tan agobiante que incluso al mejor y más fuerte le induzca a soñar.

Debemos, pues, hacer constar, en primer término, que en todo estado onírico hay un factor exógeno. Esto es, sin duda, más significativo y muy distinto de los restos diurnos de Freud. Su significación está en el hecho de tener que sufrir un examen y buscar una solución: examinar el avance hacia un objetivo y buscar la solución al ¿hacia dónde? de la Psicología individual, que se hallan en franca oposición a la regresión y realización de los deseos sexuales infantiles de Freud. Estos últimos no son otra cosa que la revelación del mundo ficticio de los niños mimados que, deseosos de poseerlo todo para ellos solos, no comprenden que algún deseo suyo pueda quedar irrealizado. El sueño revela las tendencias ascendentes en el curso de la evolución y muestra cómo se representa cada uno el camino que se propone emprender. Pone de relieve la opinión del sujeto sobre su propia manera de ser, sobre la naturaleza y el sentido de la vida.

Prescindamos por un momento del estado onírico. Tenemos ante nosotros a un hombre que se encuentra sometido a un examen para el cual no se siente preparado a causa de la falta de sentimiento de comunidad que le caracteriza. Se refugiará entonces en su imaginación. ¿Y quién elige tal refugio? Naturalmente, el yo, fiel a su estilo de vida. La intención estriba en encontrar una solución que esté en consonancia con el estilo de vida. Pero esto equivale --si se exceptúa unos cuantos sueños realmente valiosos para la comunidad-- a una solución que no está en armonía con el sentido común y que va, por tanto, en contra del sentimiento de comunidad. Pero con ello el individuo quedará aliviado en sus necesidades y sus dudas, y hasta fortalecido en su manera de vivir y estimar su yo. El dormir, al igual que una hipnosis correctamente efectuada, no puede sino servir de alivio con vistas a tal objetivo, de igual manera que una autosugestión lograda. La conclusión que podemos sacar de todo esto es que el sueño --esa intencionada creación del estilo de vida-- busca y refleja la distancia que separa al individuo del sentimiento de comunidad. Sin embargo, en el caso de un sentimiento de comunidad más acentuado y en situaciones amenazadoras, observamos a veces una inversión brusca que representa el triunfo del sentimiento de comunidad sobre una tentativa de evasión. Lo cual es una nueva razón en favor de la Psicología individual cuando ésta afirma que es de todo punto imposible someter toda la vida anímica a fórmulas y reglas fijas. Esto, sin embargo, deja en pie la tesis principal, esto es, que el sueño indica el grado en que el individuo está alejado del sentimiento de comunidad.

Ahora bien: se me podría objetar algo que me ha preocupado siempre mucho, pero a lo que debo en último análisis una más profunda comprensión de aquellas circunstancias que rodean la vida de los sueños, y que acabamos de explicar. Si aceptamos cuanto llevamos dicho, ¿cómo se explica que nadie comprenda sus propios sueños, que nadie les haga caso y que hasta los olvide con tal facilidad? Prescindiendo de un puñado de personas que comprenden algo de todo ello, parece que en los sueños se desperdicia una energía cuyo derroche resultaría inaudito en la acostumbrada economía del espíritu. Pero los resultados obtenidos en otro campo de la Psicología individual vienen en nuestra ayuda. El hombre sabe mucho más de lo que comprende. ¿No será que cuando sueña, su saber está despierto mientras su comprensión queda adormecida? Si fuera así, algo semejante debería ocurrir en el estado de vigilia. Y, en efecto, el hombre no comprende nada en absoluto de su propio objetivo, a pesar de perseguirlo de continuo. No comprende nada de su estilo de vida, que, sin embargo, le liga y le aprisiona inexorablemente. Y si frente a un problema su estilo de vida le asigna un camino dado, impeliéndole, por ejemplo, a beber unas copas, o bien hacia una empresa que promete éxito, entonces acudirán a él de continuo ideas e imágenes --dispositivo de seguridad, como las llamé-- que harán más grato este camino, pero sin que necesariamente estén en manifiesta relación con el objetivo primario. Si un hombre está descontento de su mujer, entonces habrá otra que le parecerá mucho más aceptable, sin darse clara cuenta de la verdadera relación entre ambos hechos, y menos aún de sus sentimientos de acusación o de venganza contra la propia esposa. Sólo la relación con su estilo de vida y el problema que le agobia en un momento dado transformará su saber de las cuestiones que más le afectan en una verdadera comprensión. Ya hemos llamado la atención sobre el hecho de que la imaginación, y con ella el sueño, necesita prescindir en gran parte del sentido común. Sería, por tanto, ilógico preguntar a los sueños qué cantidad encierran de sentido común, como han hecho diversos autores, para concluir luego en que están desprovistos de sentido. El sueño no se acercará mucho al sentido común, sino sólo en los casos más excepcionales, y nunca llegará a coincidir por completo con él. Esto, sin embargo, explica ya la función más importante del sueño: la de conducir al que sueña por un camino que le aleje del sentido común, o sea, la misma función que hemos asignado a la fantasía. El que sueña lleva a cabo, pues, un autoengaño. En consonancia con nuestra concepción fundamental, podríamos aún añadir: un autoengaño que, frente a un problema para la solución del cual no se dispone del grado suficiente de sentimiento de comunidad, le reintegra a uno a su estilo de vida para que lo resuelva en armonía con éste. Rompiendo con la realidad que exige un interés social, afluyen a uno imágenes inspiradas por su estilo de vida.

Así, pues, ¿no queda ya nada del sueño, una vez esfumado éste? Creo haber podido resolver este problema de trascendental importancia. Queda lo que siempre suele quedar si alguien se abandona en brazos de la fantasía: sentimientos, emociones y una actitud determinada. El hecho de que todos estos factores desarrollen una influencia en el sentido del estilo de vida, se desprende de la afirmación fundamental de la Psicología individual: la unidad de la persona humana. En uno de mis primeros ataques contra la teoría freudiana de los sueños --en 1918--, afirmaba ya, a raíz de mis experiencias personales, que todo sueño tiene tendencia prospectiva y que desempeña el papel de preparador del individuo para la resolución de un problema determinado a su manera peculiar. Más tarde pude comprobar esta afirmación, haciendo constar que el sueño no realiza esto por las vías del sentido común y del sentimiento de comunidad, sino a través de un símil, por medio de metáforas y de imágenes comparadas, tal como lo haría, por ejemplo, un poeta para despertar en sus lectores determinados sentimientos y emociones. Pero con esto retornaremos al ámbito del estado de vigilia, y podemos añadir que incluso las personas desprovistas de toda sensibilidad poética se valen de símiles para impresionar a sus interlocutores, aunque a veces sean estos símiles tan poco amables como asno, vejestorio, etc. Incluso el maestro recurre a ellos a veces cuando desespera de poder explicar algo mediante palabras sencillas.

Con esto se consiguen dos cosas. En primer término, los símiles despiertan sentimientos más fácilmente que los argumentos objetivos. En la poesía, en la retórica, el uso de metáforas proporciona verdaderos triunfos. Pero una vez que nos alejamos del reino de la literatura, observamos en seguida el peligro que el uso de símiles encierra. Las comparaciones son falsas, dice no sin razón el pueblo, dando a entender con ello que el uso de los símiles lleva consigo un cierto peligro de engaño. Llegamos ahora, por consiguiente, a la misma conclusión que formulábamos anteriormente al estudiar el uso comparativo de las imágenes oníricas. Apartadas de los caminos de la razón práctica sirven para el autoengaño del que sueña, para despertar determinados sentimientos y, consiguientemente, para la adopción de una actitud en armonia con el estilo peculiar de vida. El sueño probablemente va precedido siempre, al igual que la duda, de una tonalidad afectiva, problema que requiere un estudio algo más detenido. Pero en este caso y conforme a su estilo de vida, el yo elige entre mil imágenes posibles, precisamente las más favorables a sus aspiraciones, ya que le permiten prescindir de la razón práctica en favor del estilo de vida.

Con lo expuesto queda aclarado que la fantasía del que sueña sigue con exactitud, hacia delante y hacia arriba, las directrices de la personalidad, en estrecha armonía con todas sus restantes creaciones. Y esto a pesar de que --de igual manera que la vida intelectual, afectiva y volitiva-- se sirve también de las imágenes de nuestra memoria. El hecho de que los recuerdos de la vida de un niño mimado emanen siempre de los errores del mimo, sin dejar de reflejar por eso un presentimiento del futuro, no debe inducirnos a la errónea conclusión de que corresponden a la satisfacción de deseos infantiles, a una regresión a la infancia. Debemos, además, tener en cuenta que el estilo de vida selecciona sus imágenes en consonancia con sus propios fines, de modo que dicha selección nos permite comprender el estilo de vida. La estrecha correlación de las imágenes del sueño con la situación exógena nos da posibilidades para encontrar la línea del movimiento que, según su estilo de vida, inicia el que sueña frente al problema que exige solución, sin apartarse de su ley de movimiento. Podemos vislumbrar la debilidad de su posición por el hecho de buscar auxilio en imágenes y comparaciones, que despiertan de manera engañosa sentimientos y emociones --cuyo valor y sentido no pueden ser sometidos a examen--, y que fortalecen y aceleran el movimiento dirigido por el estilo de vida, un poco como ocurre al pisar el acelerador de un motor en marcha. La incomprensión del sueño, incomprensión que suele también darse bajo la misma forma en el estado de vigilia, al intentar justificar una posición equivocada a base de argumentos rebuscados, es, pues, una necesidad y no una casualidad.

El soñador, exactamente igual que en la vigilia, dispone aún de otro medio para hacer abstracción de la razón práctica. Este medio consiste en tratar sólo los aspectos secundarios de un problema agobiante, excluyendo y eliminando de éI lo que encierre de esencial. Este procedimiento, del que en ocasiones puede hacerse un uso más general, es muy semejante al que describimos en 1932, en los últimos números de la Zeitschrift für lndividualpsychologie (Revista de Psicología Individual), como solución parcial e imperfecta de un problema, como signo manifiesto de un complejo de inferioridad. Vuelvo a insistir sobre la imposibilidad de establecer reglas fijas para la interpretación de los sueños, puesto que ésta requiere mucho más una inspiración artística que un sistema exacto de pesos y medidas. Nada ofrece el sueño que no pueda también ser descubierto partiendo de las demás formas de expresión. Sólo puede servir al investigador para descubrir y mostrar al paciente cuán fuertemente obra aún en él su estilo de vida primitivo y, así, persuadirle mejor. En toda interpretación de los sueños es preciso ir lo suficientemente lejos para que el enfermo se dé cuenta de que no ha hecho otra cosa que lo que hacía Penélope: destejer por la noche lo que había tejido durante el día. Tampoco debemos ignorar ese estilo de vida que se caracteriza por una obediencia aparente y exagerada, comparable a la del hipnotizado. En estos casos la fantasía se muestra dócil a los deseos del médico, sin adoptar, no obstante, aquellas actitudes que habrían sido lógicas. Se trata también de una forma de desobediencia, en la que ya se fue uno entrenando en secreto desde la infancia.

Los sueños reiterados aluden a expresiones adecuadas de la ley de movimiento frente a los problemas de naturaleza semejante. Los sueños breves constituyen una respuesta estricta y pronta a una pregunta. Los sueños olvidados, en cambio, nos permiten suponer que su tonalidad afectiva es muy potente frente a la no menos potente razón práctica y para defraudar mejor a ésta es preciso difuminar el material ideológico del sueño, de modo que sólo reste la emoción y la actitud adoptada. Se puede comprobar con gran frecuencia que los sueños angustiosos reflejan el acentuado temor a un fracaso, y que los sueños agradables indican un fíat vigoroso o un contraste con la situación actual, para provocar un mayor sentimiento de repulsión. Soñar con un muerto hace pensar en que el soñador no ha enterrado definitivamente al muerto en cuestión y que está aún bajo su influencia --suposición que deberá ser confirmada, desde luego, por las restantes formas de expresión del individuo--. Los sueños de caídas, sin duda los más frecuentes de todos, revelan la angustia del que sueña, su miedo a perder el sentimiento de su propio valor; pero expresan al mismo tiempo, en representación espacial, que en su fuero interno se cree más alto de lo que está. Los sueños de vuelo se observan en personas ambiciosas, como sedimento de su afán de superioridad, de realizar algo que les eleve por encima de los demás humanos. Este sueño va enlazado a menudo, casi como memento y advertencia contra un afán demasiado ambicioso y arriesgado, con sueños de caída.El aterrizaje logrado después de una caída en sueños, que se expresa no raras veces emocionalmente, en lugar de manifestarse por medio de elementos representativos, revela casi siempre, sin ningún género de duda, un sentimiento de seguridad, o de predestinación, gracias al cual el individuo se asegura de que nada malo va a ocurrirle. La pérdida de un tren o de una ocasión favorable se podrá interpretar en la mayoría de los casos como expresión de un bien entrenado rasgo de carácter, a saber: eludir una temida derrota llegando tarde o dejando escapar la oportunidad. Los sueños de ir semidesnudo, seguidos de un susto a causa de ello, se explican generalmente por el miedo de ser atrapado in fraganti en alguna imperfección. Ciertas inclinaciones motrices, visuales y acústicas quedan expresadas muy a menudo en sueños, pero siempre en relación con una actitud a adoptar frente a un problema que se plantea al individuo y cuya solución, en algunos casos muy poco corrientes, puede incluso ser facilitada por ellos.

El papel de espectador en el sueño nos revela, con cierto grado de seguridad, que el individuo también se da por satisfecho, en la vida real, con adoptar esta posición cómoda. Los sueños de carácter sexual pueden tener varias tendencias, ora como un entrenamiento --desde luego bastante débil-- para el comercio sexual, ora como una retirada ante la pareja, replegándose sobre sí mismo. Respecto a los sueños de contenido homosexual, fuimos precisamente nosotros quienes llamamos la atención por vez primera sobre el hecho de que representan una tendencia contra el sexo opuesto y de ninguna manera una inclinación innata. Las crueldades cometidas soñando, en las que el soñador desempeña un papel activo, revelan furor y anhelo de venganza, de la misma manera que los sueños en que se trata de ensuciar o degradar. Los sueños de los enuréticos de encontrarse orinando en el lugar normal, facilita a éstos en forma poco animosa la satisfacción de sus sentimientos de queja y venganza contra una sensación de humiliación. En mis libros y artículos se encuentran numerosas interpretaciones de sueños, de modo que puedo prescindir de citar aquí ejemplos concretos. No obstante vamos a analizar un sueño en relación con el estilo de vida del soñador.

Un individuo, padre de dos hijos, vivía con su mujer --que se había casado con él sin amor, cosa que nuestro hombre sabía perfectamente-- en continuas disensiones, artificialmente fomentadas por ambos. En su infancia había sido muy mimado primero, pero luego fue destronado por un hermano menor. En una escuela muy severa le enseñaron a dominar sus explosiones de ira, hasta tal extremo que en situaciones desfavorables efectuaba intentos exagerados para llegar a una reconciliación con sus adversarios, lo cual, naturalmente, rara vez conseguía. Su actitud frente a su mujer se expresaba asimismo por manifestaciones contradictorias, a veces era una mezcla de confianza en llegar a una situación cordial y otras, eran explosiones bruscas de ira al sentirse víctima indefensa de sus sentimientos de inferioridad, sin que, a pesar de todo, lograra hallar el modo de sortear aquella situación. La mujer no dio pruebas ni de la más minima comprensión frente al estado de cosas. El hombre adoraba a sus dos hijitos, que le correspondían, mientras que la mujer, exteriormente menos vehemente y cariñosa, no podía rivalizar con su marido en tal aspecto. Esto la condujo a perder cada vez más el contacto con los hijos y a que el hombre creyera ver en ello un descuido completo por su parte, lo cual le hizo dirigir amargos reproches a la esposa. A pesar de semejantes disensiones, continuaron las relaciones conyugales, pero ambos estaban conformes en evitar la concepción de nuevos hijos. Así lucharon durante largo tiempo: el hombre, no reconociendo como amor sino el paroxismo de los sentimientos y considerándose engañado en sus justas reivindicaciones; y la mujer, con sus débiles intentos de continuar la vida conyugal, pero en exceso fría y, a causa de su estilo de vida, desprovista del necesario afecto hacia su marido y sus hijos. Una noche soñó el hombre con sangrantes cuerpos de mujeres que eran arrojados sin consideración por todas partes. Habló de ello conmigo y nuestra conversación nos condujo hacia un recuerdo antiguo: a una escena que había presenciado en una sala de disección, invitado por un amigo suyo, estudiante de medicina. Sin embargo, no era difícil descubrir, y fue confirmado por el mismo paciente, que también el acto del parto, al que había asistido dos veces, le había producido una impresión terrible, y la interpretación que propusimos fue la siguiente: No quiero soportar un tercer parto de mi mujer.

Otro sueño suyo tenía el siguiente contenido: Me pareció encontrarme buscando un tercer hijo mío que había sido raptado o que se había perdido. Fui presa de una gran angustia, pues todos mis desesperados intentos eran vanos. Puesto que el individuo no tenía un tercer hijo, se demostraba claramente que sufría una angustia continua de que otro hijo suyo se encontrara en peligro a consecuencia de la negligencia y del descuido de su esposa. Soñó esto, además, poco tiempo después del rapto del niño de Lindbergh, exteriorizando una vez más el mismo problema exógeno de shock conforme a su estilo de vida y opinión: ruptura de relaciones con una persona de la que nunca recibió muestras de ternura y como realización parcial de dicho propósito el de no engendrar más hijos, todo ello a base de exagerar desde luego la negligencia de su esposa. La orientación señalada por este sueño es, pues, idéntica a la del primero: un miedo exagerado ante el acto del parto.

El enfermo vino a verme a causa de impotencia. Las demás huellas me condujeron a su infancia, en la que había aprendido a responder a las humiliaciones, tras largos y desesperados intentos de conciliación, rechazando completamente a la persona que conceptuaba fría; en la que encontraba insoportables los nuevos partos de su madre. La parte esencial de su estilo de vida era manifiesta, la selección de determinadas imágenes, el engaño de sí mismo mediante símiles que rebasaron considerablemente la razón práctica, confiriendo al estilo de vida un aumento de energías, luego, la retirada resultante del continuo estado de shock, ante el problema sólo a medias solucionado y no elaborado conforme al sentido común, clara señal de la blandura de carácter de este hombre. Las correlaciones entre todos estos fenómenos son suficientemente comprensibles y no necesitan más explicación. Si se me pidieran algunas palabras acerca del tema que describe Freud bajo el nombre de simbolismo de los sueños, podría manifestar lo siguiente, fundándome en mi experiencia personal: desde siempre ha existido la propensión a establecer, bromeando, comparaciones sobre hechos de la vida cotidiana con sucesos y cosas de orden sexual. Es cierto que nunca se ha dejado de hacerlo en las tertulias de cafés y tabernas, y obscenamente en ocasiones. Esta inclinación se debe, sin duda, en gran parte, no sólo a la tendencia a humiliar, a la afición a hacer y decir chistes y al prurito de llamar la atención, sino también a dar rienda suelta a un acento emocional ligado al símbolo. No se necesita demasiado ingenio para comprender los símbolos más usuales tanto del folklore como de las canciones callejeras. Es más importante saber que en el sueño siempre se presentan con una finalidad determinada, que será preciso descubrir mediante el análisis. El mérito indiscutible de Freud consiste en haber llamado la atención sobre ello. Pero explicar mediante un simbolismo sexual todo cuanto uno no comprende, y llegar luego a la conclusión de que todo proviene de la libido sexual, son afirmaciones que no resisten a una seria y concienzuda crítica. Tampoco podemos aceptar como pruebas contundentes los llamados experimentos demostrativos del Psicoanálisis efectuados con personas sometidas a hipnosis, a las que se da la orden sugestiva de que sueñen escenas sexuales que luego deben relatar, comprobándose que también ellas recurren a los símbolos sexuales freudianos. El hecho de que hayan substituido las crudas expresiones sexuales por símbolos corrientes, no testimonia más que un sentimiento natural de pudor. Hay que añadir, además, que para un discípulo de Freud constituirá una gran dificultad encontrar quien se preste a tales experimentos sin que sepa que está frente a un psicoanalista ávido de interpretaciones sexualistas. Es preciso, además, tener en cuenta que el simbolismo freudiano llegó a enriquecer sobremanera el vocabulario popular y a destruir radicalmente la imparcialidad en el análisis de hechos por lo demás inofensivos. En aquellos enfermos nuestros que antes habían pasado por manos de algún psicoanalista, pudimos observar que hacen en sus sueños un uso muy extenso del simbolismo de Freud. Mi refutación de sus interpretaciones resultaría aún más potente si, como Freud, pudiera creer en la telepatía y admitiera, como todos sus insulsos precursores lo hicieron, que la transmisión de pensamientos se efectúa con la misma facilidad que una conferencia por radio. Mas como no participo de dicha creencia, tengo que renunciar a ese argumento.
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