Índice de Cartas sobre la educación estética del hombreVigésima cartaVigésimosegunda cartaBiblioteca Virtual Antorcha

VIGÉSIMOPRIMERA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 Como ya dije al principio de la carta anterior, hay un doble estado de determinabilidad y un doble estado de determinación. Ahora puedo aclarar esta afirmación.

2 El ánimo es determinable sólo en la medida en que no está determinado en absoluto, pero también es determinable mientras no sea objeto de ninguna determinación exclusiva, es decir, mientras no esté limitado por su determinación. En el primer caso, se trata de una pura y simple carencia de determinación (el ánimo no tiene límites porque no tiene realidad); en el segundo caso, de determinabilidad estética (no tiene límites, porque unifica toda realidad).

3 El ánimo está determinado en la medida en que está sólo limitado; pero también está determinado en tanto se limita a sí mismo en virtud de una capacidad propia y absoluta. Se encuentra en el primer caso cuando siente, y en el segundo, cuando piensa. Así pues, lo que es el pensamiento con respecto a la determinación, lo es la constitución estética con respecto a la determinabilidad; el pensamiento es limitación por una infinita fuerza interior, la constitución estética es negación por una infinita plenitud interior. Así como sensibilidad y pensamiento tienen sólo en común el hecho de que, en ambos, el ánimo está determinado, de que el ser humano es, o bien exclusivamente individuo, o persona, y dado que, en cualquier otro caso, se alejan infinitamente la una del otro, del mismo modo la determinabilidad estética coincide con la pura y simple carencia de determinaciones sólo en aquel punto en que ambas excluyen toda existencia determinada, mientras que en todos los demás casos son como la nada y el todo, y por consiguiente, infinitamente diferentes. Así pues, si presentamos anteriormente la última, la indeterminación por defecto, como una infinitud vacía, habremos de considerar la libertad estética de determinaciones, que es su contraposición real, como una infinitud plena, representación que concuerda perfectamente con los resultados de nuestras anteriores investigaciones.

4 En el estado estético el hombre no es, pues, nada, si nos atenemos a un único resultado, y no a la totalidad de sus facultades, y si consideramos que carece de toda determinación particular. Por eso ha de darse toda la razón a aquéllos que consideran que la belleza y el estado de ánimo en que ésta nos sumerge son completamente indiferentes e inútiles con respecto al conocimiento y al modo de ser y pensar. Tienen toda la razón, pues la belleza no ofrece el más mínimo resultado ni para el entendimiento ni para la voluntad; no realiza ningún fin, ni intelectual ni moral, no es capaz de hallar ninguna verdad, no nos ayuda a cumplir ningún deber y es, en una palabra, tan incapaz para fundamentar el carácter como para instruir a la inteligencia. Mediante la cultura estética, el valor personal de un ser humano, o su dignidad, en tanto que ésta sólo depende de él mismo, queda aún completamente indeterminada. Lo único que consigue la cultura estética es que el hombre, por naturaleza, pueda hacer de sí mismo lo que quiera, devolviéndole así por completo la libertad de ser lo que ha de ser.

5 Pero, con ello, se ha conseguido también algo infinito. Puesto que, tan pronto recordemos que precisamente esa libertad le fue arrebatada en el estado sensible por la coacción unilateral de la naturaleza, y en el pensamiento por la legislación exclusiva de la razón, tenemos que considerar entonces a la facultad que se le devuelve al hombre en la disposición estética como el don supremo, como el don de la humanidad. Ciertamente, el hombre posee ya, en potencia, esa humanidad, previamente a cada estado determinado que pueda alcanzar, pero, de hecho, la pierde en cada estado determinado y, para pasar al estado contrario, su humanidad ha de serle devuelta una y otra vez por medio de la existencia estética (1).

6 Así pues, no es sólo una licencia poética, sino también una aserción filosófica correcta, denominar a la belleza nuestra segunda creadora. Pues aunque la belleza sólo hace posible la humanidad, y deja después a cargo de nuestra voluntad libre hasta qué punto queremos realizar esa humanidad, actúa entonces del mismo modo que nuestra creadora original, la naturaleza, que no nos otorgó otra cosa que la disposición hacia la humanidad, pero dejando la aplicación de la misma en manos de nuestra propia voluntad.

**NOTA**

(1).- Aunque la rapidez con la cual, ciertos caracteres pasan de las sensaciones a los pensamientos y a las decisiones apenas nos permite apreciar la disposición estética, por la que han de pasar necesariamente, esos espíritus no pueden soportar, sin embargo, por mucho tiempo el estado de indeterminación, y exigen impacientes un resultado que no encuentran en la ilimitación del estado estético. Por el contrario, el estado estético ocupa una superficie mucho mayor en aquellos otros caracteres que se complacen más en el sentimiento de la totalidad de las facultades, que en la acción particular de una de ellas. Tanto temen los primeros al vacío, como apenas pueden soportar los últimos la limitación. Me parece casi ocioso recordar aquí que los primeros han nacido para el detalle y para los asuntos subalternos, y los últimos, en el caso de que sean capaces de dar realidad a esa disposición estética, están destinados a abarcar la totalidad y a desempeñar un gran papel.

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