Índice de Manifiesto al servicio del personalismo de Emmanuel MounierAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

2. ¿QUE HACER?

A esta conversión total del hombre en su acción, a esta voluntad de reconstrucción total de la civilización, es a la que llamamos revolucionaria. Una revolución como la que proponemos no puede rechazar la violencia a costa de la justicia: la violencia ha venido de más arriba, su destino es tanto más amenazador en la medida en que el desorden se prolonga. Pero la agitación y la algarada tan sólo pueden hacerla inoperante o desviarla. Tiende mucho más allá que a la conquista del poder o a la subversión social: es la reconstrucción en profundidad de toda una época de la civilización. Sus consecuencias políticas o económicas son sus incidentes necesarios, pero no son más que incidentes. Su radio de acción es amplio y lejano su alcance, lo que no le impide el ser actual y ofensiva.

Esta revolución puede desde ahora prepararse en cuatro direcciones:


l. EL COMPROMISO PERSONAL

La revolución comienza a instalarse en cada persona mediante una inquietud. Ese hombre no vive ya en seguridad en un mundo simplista; cesa de confundir sus pensamientos perezosos con el sentido común. Duda de sí, de sus reflejos; su irritación a veces traduce su malestar. Ha comenzado a tomar conciencia.

Modificando la fórmula habitual, diré que la revolución personal comienza por una toma de mala conciencia revolucionaria. Es menos la toma de conciencia de un desorden exterior, científicamente establecido, que la toma de conciencia por el sujeto de su propia participación (hasta entonces inconsciente) en el desorden, incluso en sus actitudes espontáneas, en su comportamiento cotidiano.

Entonces viene la negativa, y tras las negativas, no un sistema de soluciones, sino el descubrimiento de un centro de convergencia de las claridades parciales que despiertan una meditación proseguida, de las voluntades parciales que nacen de una voluntad nueva; una conversión continua de toda la persona solidaria, actos, palabras, gestos y principios en la unidad siempre más rica de un único compromiso. Tal acción está orientada al testimonio y no al poder o al éxito individual.


2. LAS RUPTURAS

Si bien los mecanismos del mundo moderno están viciados por el principio mismo de su civilización, no tenemos sobre ellos ningún poder mientras reciban de la existencia global de esa civilización una fuente permanente de perversión. Una acción de reforma o de elevación moral está desarmada ante las fatalidades masivas del desorden establecido. Es, pues, ilusorio querer influir sobre los mecanismos carcomidos de este mundo mediante otros mecanismos, igualmente carcomidos, que les están íntimamente sometidos, como los partidos parlamentarios en sus modos actuales. En este sentido, una ruptura con los mecanismos del desorden es una condición previa de la claridad y de la eficacia de nuestra acción. Deberemos buscar sus modalidades en cada puesto del desorden.

Pero esta ruptura debe ser radical, y no exclusivamente ostentatoria o superficial: desconfiemos de los signos externos, que con tanta presteza restablecen la buena conciencia turbada por un instante; debe ser una ruptura con los mecanismos, y nunca con las personas, que no se reducen ni a los mecanismos que las engloban, ni incluso a las palabras que pronuncian; no debe a ningún precio suponer rigorismo fariseo alguno no codificación rigurosa: la vida de la persona es gratuidad y libertad profundas en el compromiso mismo.


3. A FAVOR DE UNA TÉCNICA DE LOS MEDIOS ESPIRITUALES

Una revolución a favor de la persona no puede emplear más que unos medios proporcionados a la persona. Esta es una ley fundamental de método que tenemos que defender contra todos los que creen poder alcanzar una finalidad sin extraviarse, mediante medios contrarios al espíritu de esa finalidad. Estos medios, como todo método, deben ser objeto de definición y de técnica. La técnica de acción propia del personalismo deberá ser ensayada en dos planos:

Una técnica de medios espirituales individuales. Es, propiamente dicha, una ascesis de la acción. basada en las exigencias primarias de la persona. La acción personalista supone:

- el sentido de la meditación y de la perspectiva necesarias para librar a la acción de la agitación;

- el sentido del desposeimiento, que es una ascesis del individuo: ídolos y dejes del lenguaje, pseudosinceridades, comportamientos fingidos, adhesiones superficiales, ilusiones del entusiasmo, resistencias del instinto, persistencia de los hábitos, sedimento de los reflejos adquiridos.

Esta perspectiva y este desposeimiento podrían fácilmente derivar en la búsqueda altiva de una pureza estéril, que llegaría con presteza a una negativa ante cualquier compromiso. Contra esta tentación, es preciso recordar que no se realiza la salvación en la soledad cuando hay hombres que están tan encerrados en la miseria que no pueden salir de ella sin mancharse las manos de alguna forma. La purificación de los medios es una coordenada de la acción, que entra en composición con el máximo de caridad (o don de sí mismo) y la ciencia directa de las necesidades comprometidas en cada lucha particular. Ahora bien, estas necesidades son, con mucha frecuencia, de origen y de alcance colectivos. No es, pues, únicamente una purificación individual, una técnica de acción individual, es una técnica personalista de los medios colectivos la que tenemos que poner en marcha. Está apenas bosquejada, pero ya vemos claramente los principios que han de guiarla.

a) No se domina a una sociedad mala con unos medios de igual naturaleza que los suyos. A la violencia sistemática no opondremos la violencia sistemática, ni al dinero el dinero, ni a las masas despersonalizadas unas masas igualmente impersonales. No es, pues, mediante medios suntuosos, mediante capitales poderosos, mediante partidos amorfos que reclutan adherentes en masa igual que todos los demás millones de adherentes de todas las agrupaciones del mundo, como agrupará el personalismo sus fuerzas. Tampoco con la fuerza solamente de la idea general, separada del compromiso que le aportan unos hombres vivos. Es mediante la difusión personal y progresiva de todo su testimonio en torno a voluntades convencidas e irresistibles. Sustituiremos el bloque de adhesiones por la cadena de compromisos, y la propaganda masiva y superficial por el injerto celular.

b) La táctica central de toda revolución personalista no será, pues, reunir fuerzas incoherentes para atacar de frente el poder coherente de la civilización burguesa y capitalista. Consiste en colocar en todos los órganos vitales, hoy bajo la esclerosis de la civilización decadente, los gérmenes y el fermento de una civilización nueva.

Estos gérmenes serán unas comunidades orgánicas, formadas en torno a una institución personalista embrionaria, o de un acto cualquiera de inspiración personalista, o simplemente del estudio y difusión de las posiciones personalistas. De esta forma, algunos hombres se unen para formar una empresa liberada de las leyes capitalistas, para crear una sociedad de crédito personal, para tomar conciencia de las exigencias de sus posiciones en su actividad profesional, para organizar una casa de cultura, para sostener con sus contribuciones personales una revista o un periódico que mantendrá su testimonio.

Esta fecundación orgánica de una civilización nueva mediante células discontinuas no puede, como el monacato en la alta Edad Media, dar sus frutos más que en un largo período de la historia. Así, pues, será deplorable que estas células, por una especie de rigorismo sistemático, se desgajen de las fuerzas vivas que han sobrevivido más o menos intactas a través del desorden establecido. En los medios más permeables a las posiciones aquí expresadas, el personalismo deberá ejercer una acción de penetración progresiva, de rectificación interior, que prepara madureces y reagrupamientos futuros. Esto es lo que queremos señalar al decir que todo movimiento personalista debe realizar su acción, no exclusivamente mediante unos gérmenes con la riqueza de toda su savia, sino en una segunda zona, a modo de levadura que hace fermentar una masa aún maleable. Pensamos, por ejemplo, en los apoyos que el personalismo puede encontrar y desarrollar en el sindicalismo, en el cooperativismo, etc. Sería un grave peligro confundir el rigor del compromiso personal con la rigidez de una ortodoxia cerrada, el constituir en torno a la acción a favor de la persona un muro de conformismo y de puritanismo; sería desconocer los valores de la libertad y de esa gratuidad superior que permanecen como indisociables de la acción personal.

c) Un mundo de personas excluye la violencia considerada como un medio de coerción exterior. Pero unas necesidades cristalizadas por el desorden anterior ejercen una violencia contra las personas. Nuestra acción debe agotar todos los medios susceptibles de reducidas por las vías normales. Si se comprueba, a fin de cuentas (estando las formas de reemplazo lo suficientemente maduras para pretender la herencia del desorden agonizante), que solamente la violencia, como es probable, llevara adelante la decisión última, ninguna razón vdlida pretenderá entonces excluirla. Pero no debe llegar más que como necesidad última; prematuramente empleada, o sistemáticamente alentada, no haría más que deformar a los hombres y comprometer el resultado final.

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