Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

NUEVA CULTURA

Bueno, muy bueno es leer, porque la lectura nos pone en comunicación con el pensamiento universal; pero bueno, muy bueno es pensar, re-pensar diríamos, lo que se lee, y, sobre todo, pensar, sin leer, en las más bellas formas de vida con que cada uno sueña.

Aceptar lo leído, sea de quien fuere, como artículo de fe, es tanto como caer en la creencia y hacerse idólatra de aquel a quien se lee. Ese acto de sumisión nos prohibe pensar, porque nos prohibe ser, y de hombres razonadores nos tornamos esclavos, de soles nos convertimos en muertas lunas.

No hay cerebro que esté igualmente conformado que otro; no puede haber, por consiguiente, idea que pueda ser aceptada totalmente. A veces discrepamos en un siemple matiz de aquel a quien nos dimos por maestro; a veces también, nuestro razonamiento y el suyo llegan a opuestas soluciones. Por eso es bueno pensar, poner en ejercicio mente y razón, porque pensar equivaldrá, en el acto de valorar los pensamientos ajenos, tanto como a pensar lo que otros nos dijeron, a palpar y ver si es oro de ley todo lo que nos dieron.

Si pensamos, veremos que los libros que leemos -aunque éstos sean los de nuestros maestros-, no encierran en sus páginas toda la sabiduría, es decir, toda la verdad, puesto que algo de lo que sabemos o está en nosotros en germen de pensamiento vivo, no ha sido todavía expresado. Fuera de nuestro pensamiento, al margen o paralela a nuestra verdad corre veloz otra verdad. Y cuando desaparezcamos y pasen los siglos, todavía más allá del último destello de luz -del cerebro del hombre actual en aquella época, habrá luz que espera la gracia del descubrimiento humano. Cuando la encuentre, el nuevo pensamiento expresado será nueva verdad. ¡Y de nuestro humilde destello a aquella luz espléndida habrán transcurrido milenios!

Esta sencilla verdad, a la cual hemos llegado cabalgando en nuestro humildísimo razonamiento, nos enseña que por muy importante y nutricia que la lectura de los maestros nos pueda ser, la principal enseñanza que de ella podemos extraer es la de servirnos de acicate, de estímulo, esforzándonos nosotros en ser más alegres y alados que los que nos estimularon a la risa o al vuelo, porque si somos más alegres y tenemos más fuertes alas para remontarnos en el pensamiento, crearemos más luz para iluminar nuestra vida haciéndola más clara. Pero cuando nuestra vida, por nuestro propio esfuerzo, sea luminosa, nuestra luz no sólo nos servirá a nosotros para nuestro vivir, sino que alumbrará el sendero por donde andan los que nos acompañan, alumbrándoles el camino como antes nos lo alumbró a nosotros la luz que crearon los que nos precedieron. Y ése es el progreso.

Nadie debe sentirse orgulloso de ser luz (y habrán comprendido mis lectores que luz es para mí, y en este caso, pensamiento y sentimiento de cordialidad); pero sí hemos de sentirnos todos alegres de ser cordiales, porque es por nuestra cordialidad por la que nos podemos aproximar a los hombres, fundiéndonos con ellos en un noble afán de ensalzamiento y creando el ambiente, adecuado, el clima propicio para que en él nazcan y crezcan nuestros amores.

Podemos extraer otra consecuencia de nuestro razonamiento: si de nuestros maestros, cuyas enseñanzas recibimos con verdadero agrado, tomamos, como de más valor para llevar a feliz término nuestras experiencias, el impulso, el estímulo que ellos nos transmitieron, no abrazándonos como a evangelio a sus enseñanzas, sino esforzándonos en poner la cabeza más en la luz que ellos la pusieron y en hacer más flexible, ágil y noble nuestro sentimiento de cordialidad, comprenderemos que no hemos de ser rígidos en nuestras enseñanzas, ni inflexibles con aquellos que, irreflexivos o amorosos, se atrevieron a tomarnos a nosotros como maestros, diciéndoles humildemente que nosotros damos lo que tenemos, nuestra luz de bondad, siendo, como ellos, unos eternos aprendices en la vida, por lo cual nos esforzamos en que cada día nuestra existencia sea más armoniosa y bella, para conseguir lo cual comprobamos nuestro rumbo, como el nauta, a todas horas. Más allá de la belleza por nosotros soñada, les decimos a los que se declararon nuestros discípulos, hay infinitud de belleza, deseando que no sólo nos sobrepasen en crearla, sino en vivir bellamente, pues únicamente en esa noble rivalidad y en esa humilde modestia consideramos posible la realización de la armonía humana.

A estas dos actitudes nobilísimas: a la de no aceptar que nos sea impuesto un pensamiento y a la de no permitir que un pensamiento nuestro pese sobre ningún cerebro, oprimiéndolo, es a lo que yo llamo anarquismo, ya que anarquía no es para mí sólo una negación, sino una doble actividad de la conciencia: por la primera, consciente el individuo de lo que es y significa en el concierto del mundo humano, defiende su personalidad contra toda exterior imposición; por la segunda, y aquí radica toda la gran belleza de su ética, defiende y ampara y estimula y realza la personalidad ajena, no queriendo imponérsele. Esta actitud de valoración del prójimo conduce al anarquista, a mi hermano el hombre anarquista, a una positiva y efectiva actitud fraterna; a una noble, humilde, generosa, bella, cordial y armoniosa acción fraternal, pues no se conforma con no querer ejercer influencia (dominio) sobre su hermano hombre, sino que no apaga su voz, gozando, en cambio, cuando el verbo fraterno canta, ni opaca su pensamiento, sintiendo una gran alegría cuando el cerebro del hermano irradia potente luz.

Yo tuve siempre la convicción, y la conservo con celo a medida que voy atesorando más experiencias, que la honradez servía para algo, porque hice, para mi uso y conducta, una especie de sinonimia entre honradez y bondad. Fue bueno para mí ayer y lo es hoy no despojar de nada a mi hermano el hombre, y fue para mí honrado no imponerle mis juicios ni creencias. A fuerza de hermanarlos en mi mente, bueno y honrado resultaron familia mía, familia conmigo, llegando a considerar que mi persona flaquearía sin esas cualidades. Así, no pude sentirme nunca honrado, honrado ante mí, con la gran alegría de tener conciencia del prestigio que me prestaba mi propia honra, sino cuando fui bueno, cuando hice algo que no iba en desmedro de la personalidad de mi hermano, sino en su auxilio, aunque él lo ignorase, y mejor si lo ignoraba.

Prestigio he escrito, y me parece que deberíamos tener muy en cuenta esta palabra que indica aprecio, acción afectiva y de respeto hacia quien supo, en bondad, conservar su honra. Sí, sí, deberíamos prestigiamos ante nuestra conciencia y adquirir prestigio al ser nobles ante los que ven transcurrir nuestras vidas, pues si nos ven dignos y honrados, con esa serena honradez que llena de fulgores las existencias nobles, nuestro personal prestigio aureolará nuestras ideas, y para las gentes que nos vean vivir con tanta gallardía como limpieza, anarquista dejará de ser equivalente a feroz y pasará a serlo de generoso y noble, de exquisito y excelso.

Indudablemente hay quien tiene legañas en los ojos y ve el mundo cubierto de cenizas, como si todo lo hubiera tapado, volviéndolo infecundo, la lava de un terrible volcán; los hay también que llevan estrellas en sus manos y risas en sus labios, viéndolo todo de color de rosa. Yo vivo entre estos últimos, prefiriendo repartir sonrisas, porque no me son simpáticas las terribles maldiciones de mis vecinos. Es que -axiomática es esta verdad- el que tiene enfermo el corazón ve, feo y horrible cuanto le rodea, mientras que el que tiene sana esa preciosa víscera afectiva ve todo cuanto de bello existe en el mundo y sueña bellísimos sueños sobre la armonía que podrá ser creada. Y aquí, aquí es donde hacen falta los misioneros del bien. Sí, sí, no nos asuste la palabra: misioneros del bien, misioneros de la bondad, excelsos y humildes misioneros de la bondad hecha obra para hacerla sentir y gustar a los que por tener enfermo el corazón, ven horrible cuanto les circunda; exquisitos misioneros de la bondad para hacer que, al vernos vivir, gusten la belleza de un bello y libre y gozoso vivir suyo, llevando nuestra misión hasta los que por atrofia de los sentimientos afectivos ven feo y odioso cuanto les rodea. Porque. .. no sé si me equivoco y posiblemente me equivoque: el hombre no es es tan bueno como yo pienso y deseo; pero también es fácil que se equivoquen los que afirman que es irremisiblemente malo. Ahora bien, si yo me equivoco y conmigo, por candor o ingenuidad, se equivocan los que sueñan bellos sueños fraternales, no causaremos al mundo graves males, ya que no declaramos feroces guerras ni llevamos a cabo crueles matanzas; pero si se equivocan los violentos, ¡cuántos e irreparables males cometerán! Y los cometen, no lo pongamos en duda, porque su palabra acre, áspera, dura y quemante no hermana, sino que separa; no acaricia, muerde; no cura, mata. En cambio creo, sí, lo creo firmemente, que el mundo iría cambiando si nosotros -nosotros, los anarquistas, los que deben predicar el bien viviéndolo y la belleza forjándola con sus propias vidas- cambiáramos la palabra amarga por la dulce, la espada por la pluma, el rencor por el amor; si fuésemos, en suma, maestros del bien decir, pero, sobre todo, ejemplos vivientes del bien obrar, entonces nuestras palabras serían de luz y nuestros actos, por lo bellos, estimularían a la concordia, porque no hay posibilidad de crear una nueva forma de vida, un nuevo estilo de vivir, hermoso y fraternal, si no creamos en nosotros una nueva cultura, la que nadie cultivó nunca: la cultura. anárquica, que no puede ser otra que la bella y humana cultura del amor.

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