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EL GRAN CREADOR

Para probar la inexistencia de Dios se necesitarían tantos volúmenes, por lo menos, como se han escrito para probar su existencia; pero después de que la humanidad se llevase escribiendo dos o tres mil años sobre tal negación, Dios existiría en el cerebro de cualquier supercivilizado o de cualquier supersalvaje, que así, aunque al contrario, ha ocurrido con la afirmación de su existencia.

No tiene, pues, importancia alguna negar o afirmar la existencia de Dios; es más importante desconocerlo o afirmarlo en absoluto; es decir, que Dios no constituya problema para el hombre porque haya traspuesto el clima de Dios y hasta el del ateo, o que Dios sea su problema fundamental. El que lo desconoce, es porque no lo necesita para su cotidiano vivir; el que lo necesita, es porque, careciendo de luz interior propia, no puede bastarse a sí mismo, teniendo pendiente su vida de fuerzas extrañas. (Noto, a poco de escudriñar en la vida, que el que mucho se esfuerza en probar su inexistencia, cree en él, porque si niega a un determinado Dios, se forja para su uso una deidad cualquiera: un símbolo, un partido, una organización). Si con los conocimientos que el hombre actual posee, fuera posible que se desvinculase (desvincular no es, en este caso, olvidarse) de todo lo aprendido y estudiando nuevamente la vida, nos regalase una nueva teoría del vivir armonioso, posiblemene ése haría más bien a la humanidad que todos los que se entretienen en negar a los dioses y en romper las viejas filosofías, pues mientras los cerebros trabajan con negaciones, no afirman, y en tanto que las manos se dedican a romper, no crean.

Investigar, con Platón, el Ser, o con Spinoza las Leyes del espíritu, sigo creyéndolo tarea vana para los hombres actuales, pues no en balde hemos llegado al año presente (1968) de la era cristiana; pero aferrarse a los sistemas creados por Hegel o por Marx lo considero tan insensato como sujetar la vida al ritmo que quiso y quiere imprimirle la Iglesia.

Mientras Platón, negando lo físico, se remonta, para unos, desciende, según mi opinión, a lo abstracto, porque pierde contacto con los hombres de su tierra y de su época, volviéndose extraño a ellos, tal y como ellos, a su vez, se le hacen extraños a él. O más claro, mientras busca y cree encontrar a Dios (abstracción) pierde de vista al hombre (única realidad). Así Marx: construye un tinglado (sistema) en su imaginación; inconscientemente deifica lo creado; al deificarlo, lo considera Verdad Suprema, y al percatarse de que ha hallado la Verdad (revelación), desconoce al hombre como ser pensante, queriente y determinante de sus actos, y quiere soldarlo, como entidad comiente (devoradora de cosas) a las leyes económicas por él descubiertas. Fijándonos en el tan importante problema del vivir humano, tan abstracto es Platón como Marx, y tanto desconoce al hombre real el uno como el otro.

Hasta ahora, transformado en cosa abstracta, se ha hablado del hombre moral, político, comunista o católico, y hasta de la unidad humana como substancia química (materia) o como hijo de Dios (espíritu), sin querer fijarse que el hombre es más que todo eso, porque es creador de la ciencia, del comunismo, de los dioses y de sí mismo, por lo que vale tanto como él y más que sus criaturas (ciencia y dioses). Como ser pensante, se escapa de las Ciencias Naturales, que él creó, no pudiendo ser estudiado sólo como perteneciente al reino animal; como ser que siente, se sale de las Matemáticas, por él inventadas, no pudiendo ser considerado como un guarismo, ya que el hombre, aun siendo uno es cosmos.

La Ciencia del Hombre no ha sido todavía expresada. Y no ha sido expresada todavía porque debe empezar por el conócete a ti mismo, primer principio del conocer.

No sé si atreverme a decir que la anarquía (negación suprema de dios, del Estado y de la ciencia como regidores de la criatura humana) es la que estudia al hombre como ser complejo y único en el cosmos, por lo cual la anatomía, la biología y la moral no deben ser consideradas más que como exploraciones del hombre para llegar a su propio conocimiento, es decir, no al hombre como ser genérico, sino al hombre como unidad única (psicología) que no admite comparación, ya que, sabido es, una unidad hombre no es nunca igual a otra unidad hombre. En este caso, las matemáticas, a las que se consideraban como las verdaderas ciencias exactas, fracasan, ya que la igualdad no existe en la naturaleza, no existiendo, por consiguiente, lo homogéneo. La ciencia del vivir armonioso, todavía increada, pero que ya intuye el anarquista, tiene que tomar claros derroteros y arrancar del hombre, punto de arranque diferente y hasta contrario a los seguidos hasta ahora.

Si nos detenemos un poco a meditar, veremos que esas ciencias y esas filosofías y esas morales, todas desconocedoras del hombre, ya que lo consideran bien como materia, bien como espíritu, ora como animal o como racional, se desenvuelven en un mundo de abstracciones, haciendo del ser real, del hombre, un ente metafísico, ya lo miren con los ojos de Platón, bien con los lentes de Kant, de Hegel o de Marx. Todos cuatro, cada uno a su manera, viven en el mundo de las ideas, porque todos cuatro consideran que el hombre vive hundido en ese mundo. Ninguno de ellos planteó el problema del ser humano como tal ser humano, y mientras Platón y los platónicos viven en el mundo de las ideas vivas, Kant y los kantianos viven en el del conocimiento (in abstracto), Hegel y los hegelianos quedáronse parados en el momento del pensar racional, y Marx se estancó en un materialismo histórico, que no es materia ni tampoco historia.

El anarquista, tirando el lastre de todo lo pasado, tiene que traspasar esas barreras y crear su tiempo, el tiempo del hombre. Imaginémonos por un momento que el hombre no existe, y nos imaginaremos acto seguido la nada humana, en la que no puede haber ni ideas vivas, ni conocimiento, ni pensar racional, ni materialismo histórico. Axiomático es que sin el hombre no hay ni humanidad ni humanismo, ni ciencia, ni arte, ni ética ni estética. Todo cuanto el hombre creó para su mal, para su encadenamiento, debe recrearlo el hombre nuevo para su bien, para su libertad.

No podremos conocer al hombre sino creando el tiempo del hombre, el clima del hombre y la ciencia del hombre, porque en ese tiempo, en ese clima y en esa ciencia, el hombre, y únicamente él, será actor, espectador y espectáculo, es decir, todo. Si el hombre llena todo, podremos estudiarlo, podremos estudiarnos, adquiriendo no el conocimiento de las ideas vivas, sí el conocimiento del hombre actuante. Entonces, todo girará en torno del hombre, y la ciencia será su criatura, no su dueña; el arte, su creación, no su amo, y el conocer, el natural ejercicio y esparcimiento de su mente clara.

El Gran Negador, que hasta ayer fue el anarquista, debe transformarse en el Gran Creador, arrancando al hombre de todas las viejas filosofías que lo tienen encadenado.

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