Índice de Esbozos de una moral sin sanción ni obligación de Jean-Marie GuyauPresentación de Chantal López y Omar CortésCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Prefacio del autor.

Un pensador ingenioso, ha dicho que el objeto de la educación consistía en dar al hombre el prejuicio del bien (1). Esta frase pone en relieve el fundamento de la moral vulgar. Para el filósofo, al contrario, no debe haber en la conducta un solo elemento que la inteligencia no trate de comprender, una obligación que no se explique, un deber que no tenga sus razones.

Nos proponemos, pues, investigar lo que sería y hasta dónde podría llegar una moral en la que no figurase prejuicio alguno, en la que todo fuese razonado y apreciado en su verdadero valor, ya sea respecto a certidumbres, o a opiniones e hipótesis simplemente probables. Si la mayoría de los filósofos, hasta los de las escuelas utilitaria, evolucionista y positivista, no han tenido pleno éxito en su tarea, es porque han querido presentar su moral racional poco menos que adecuada a la moral ordinaria, como teniendo la misma extensión, y siendo casi tan imperativa en sus preceptos. Esto no es posible. Cuando la ciencia derribó los dogmas de las diversas religiones, no pretendió reemplazarlos por completo, ni proporcionar inmediatamente un objeto preciso, un alimento definido para la necesidad religiosa; su situación respecto a la moral, es la misma que ante la religión. Nada indica que una moral puramente científica, es decir, fundada únicamente en lo que se sabe, deba coincidir con la moral ordinaria, compuesta en gran parte por cosas que se sienten o que se prejuzgan. Para hacer coincidir esas dos morales, los Bentham y sus continuadores, han violentado los hechos muy a menudo; se han equivocado. Se puede comprender muy bien, por otra parte, que la esfera de la demostración intelectual no iguala en extensión a la esfera de la acción moral y que hay casos en que una regla racional determinada puede llegar a faltar. Hasta ahora en los casos de esa naturaleza, la costumbre y el instinto han conducido al hombre; todavía se los puede seguir en lo sucesivo, pero con tal de saber bien lo que se hace, y que al seguirlos no se crea obedecer a alguna obligación mística, sino a los más generosos impulsos de la naturaleza humana, al mismo tiempo que a las más justas necesidades de la vida social.

No se altera la verdad de una ciencia, de la ciencia moral por ejemplo, demostrando que su objeto es limitado. Por el contrario, limitar una ciencia es, a menudo, darle un grado mayor de certidumbre: la química no es más que una alquimia restringida a los hechos comprobados. Del mismo modo creemos que la moral verdaderamente científica, no debe pretender abarcarlo todo, y que, lejos de querer aumentar la extensión de su dominio, debe trabajar para limitarlo. Es preciso que consienta en decirse francamente: En este caso, yo nada puedo prescribiros imperativamente en nombre del deber; entonces, no más obligación ni sanción; consultad vuestros más profundos instintos, vuestras más vivaces simpatías, vuestras más normales y humanas repugnancias; construid de inmediato hipótesis metafísicas sobre el fondo de las cosas, sobre el destino de los seres y el vuestro; estáis abandonados, a partir de este momento preciso a vuestro self-government. Esta es la libertad en moral, que no consiste en la ausencia de toda regla, sino en la abstención de la regla siempre que ésta no pueda ser justificada con el suficiente rigor. Entonces, comienza en la moral la parte de la especulación filosófica, que la ciencia positiva no puede suprimir ni suplir enteramente. Cuando se asciende una montaña, llega cierto momento en que se está envuelto en las nubes que ocultan la cúspide, en que se está perdido en la obscuridad. Así ocurre también en las alturas del pensamiento: una parte de la moral, la que se confunde con la metafísica, puede estar, para siempre, oculta entre las nubes; pero es preciso que tenga por lo menos una base sólida y que se sepa con precisión el punto en que el hombre debe resignarse a penetrar en la nube.

Entre los recientes trabajos sobre la moral, los tres que, con diversos títulos, nos han parecido más importantes son: en Inglaterra los Data of Ethics, de Herbert Spencer; en Alemania, la Fenomenología de la conciencia moral, de E. de Hartmann y en Francia, la Crítica de los sistemas de moral contemporáneos, de Alfredo Fouillée. Dos cuestiones sobresalientes hemos hallado al leer estas obras de inspiración tan diferente: por una parte, que la moral naturalista y positivista no proporciona principios invariables con respecto a la obligación ni a la sanción y, por otra parte, que si la moral idealista puede proporcionarlos es a título puramente hipotético. En otros términos, lo que pertenece al orden de los hechos no es, en absoluto, universal y lo que es universal es una hipótesis especulativa. De ello resulta que el imperativo absoluto, desaparece de ambas partes. Aceptamos por nuestra propia cuenta esta desaparición, y, en lugar de lamentar la variabilidad moral que por tal motivo se produce, la consideramos, por el contrario, como la característica de la moral futura; ésta, en gran cantidad de puntos, no será solamente autónoma, sino anónima. Contrariamente a las especulaciones de Hartmann sobre la locura del querer vivir, y sobre el nirvana impuesto por la razón como deber lógico, admitimos con Spencer que la conducta tiene por móvil a la vida más intensa, más larga y más variada. Por otra parte, reconocemos con el autor de la Crítica de los sistemas de moral contemporáneos, que la escuela inglesa y la escuela positivista, que admiten un incognoscible, se han equivocado al proscribir por esta razón toda hipótesis individual; pero no creemos que lo incognoscible pueda proporcionarnos un principio prácticamente limitativo y restrictivo de la conducta, principio de jusiicia que sería como un intermediario entre el imperativo categórico de Kant y la libre hipótesis metafísica. Los únicos equivalentes o substitutos admisibles del deber, para emplear el mismo lenguaje que el autor de La libertad y el determinismo, nos parecen ser:

1) La conciencia de nuestro poder interior, a la que el deber, como veremos, se reduce prácticamente.

2) La influencia mecánica ejercida por las ideas sobre las accIones.

3) La fusión creciente de las sensibilidades y el carácter cada vez más social de nuestros placeres o dolores.

4) El amor al riesgo en la acción cuya importancia, hasta ahora ignorada, pondremos en evidencia.

5) El amor a las hipótesis metafísicas que es una especie de riesgo del pensamiento.

La unión de estos diversos móviles, constituye para nosotros, todo lo que una moral reducida exclusivamente a los hechos y a las hipótesis que los completan, podría poner en lugar del antiguo imperativo categórico. En cuanto a la sanción moral propiamente dicha, distinta de las sanciones sociales, se verá que la suprimimos pura y simplemente, porque, como expiación, es, en el fondo, inmoral. Nuestro libro, pues, puede ser considerado como un ensayo para determinar el alcance, la extensión y también los límites de una moral exclusivamente científica. Su valor, por consiguiente, puede subsistir con independencia de las opiniones que se tengan sobre el fondo absoluto y metafísico de la moralidad.




Notas

(1) Vinet.


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