Índice de Las fuerzas morales de José IngenierosCapítulo IIICapítulo VBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo 4

Simpatía, justicia, solidaridad

I. De la simpatía.

2O. Simpatizar es comprender. La simpatía es un secreto ritmo que pone en comunión los sentimientos, sin causa perceptible, anticipándose a toda reflexión sobre la conveniencia de la intimidad. Es confianza de ser comprendido; es deseo de serlo. Simpatizar con alguien, implica entregársele en alguna medida, sin temor a la deslealtad o la traición.

En todos los que trabajan, piensan o cantan, existe un fondo común de inclinaciones que pueden fácilmente vibrar al unísono; y en todos hay, a la vez, diferencias personales inarmonizables. La capacidad de simpatía predomina en los que saben comprender las tendencias homogéneas, y las cultivan en sí mismos, y las aman en los demás, gozando en su humano regocijo, sufriendo de su humano dolor. Los incomprensivos, que viven escudriñando lo inconciliable de los caracteres, para mellar las propias aristas contra las ajenas, no pueden sentir simpatía ni despertarla; están condenados a sembrar la discordia y a sufrir de ella.

Todo lo que es humano puede provocar una resonancia moral; pero no todo merece la misma simpatía, ni ésta nace igual ante motivos diferentes. La más fácil es la simpatía física; la más firme es la que arraiga en la comunidad de ideales. Debe ser espontánea y sin límites para que sea duradera; poner reservas a su natural expansión, es matarla. No conoce barreras: la lengua y las costumbres pueden apresurarla, si son idénticas; pero no logran obstruirla por mucho que difieran. La afinidad de anhelos, de creencias, de esperanzas, acerca los caracteres y los hace simpatizar, trasponiendo la distancia y el tiempo. Por eso se consideran hermanos todos los que sienten una misma ansiedad eudemónica, auscultando con idéntico fervor optimista el porvenir de la humanidad.

Saber encender la simpatía es un don natural, inexplicable y raro; saberla sentir, es un elemento decisivo de la felicidad. Los hombres que están inclinados a simpatizar con los demás son los mejores instrumentos de la armonía social.

21. La simpatía es bondad en acción. Obra bien todo el que puede simpatizar, porque esta aptitud abuena al hombre, apartándole del mal que conspira contra él mismo y contra los demás. La simpatía es generosa fuente de dicha y nos impulsa a sentirnos elevados por todo lo que eleva moralmente a nuestros semejantes.

La intolerancia y el odio nacen de la incapacidad de simpatía; no se tolera al que no se comprende, no se ama al que no sabe comprender. La pérdida de este sentimiento es el martirio de los pesimistas y los fracasados; sufren por la felicidad que envidian y a veces disfrazan de escepticismo su amargura, como los malos críticos que murmuran de cien autores, pero no consiguen igualar a uno.

La incapacidad de simpatía mata la confianza en sí mismo y siembra la discordia en los demás. Los suspicaces son antisociales, porque su acíbar envenena a todos; donde entran, desatan los lazos más firmes del amor. En su desgracia llevan la fuente del propio sufrir. Tiemblan de todo ruido y en toda sombra sospechan una celada. A nada se atreven, suponiendo que los demás están contagiados de su propio mal. Cuando necesitan de cómplices, acaban por entregarse a los más viles, haciéndose manejar por seres sin conciencia y sin responsabilidad. Los que han vivido envenenados suelen morir envenenados.

La falta de comprensión y de confianza equivale al mal: es simple maldad en acción. Son escorias sociales los que viven de la hipocresía o esparcen la calumnia, los que fingen o mienten, los que ocultan una partícula de la verdad que saben para obtener una prebenda o un beneficio, los que alientan la indignidad ajena o no se avergüenzan de la propia.

En la incapacidad de simpatía se incuban todas las degeneraciones del carácter. El engaño, la duplicidad, la artería, la traición, el crimen, son inconcebibles en un corazón capaz de simpatizar.

22. La comprensión es premisa de la justicia. Juzgar a los hombres sin comprender sus móviles, sus sentimientos o sus ideales, constituye una falta de moralidad. Saber comprender a los mejores, es privilegio de pocos que pueden elevarse hasta su nivel, adiamantando la simpatía inicial en admiración firmísima.

Se asciende por grados las etapas de la comprensión. En su aspecto más simple la simpatía es una tendencia instintiva que engendra la ternura, como si un reflejo de los sentimientos ajenos estremeciera nuestro corazón y lo obligara a latir por ellos poniendo al unísono la vida sentimental, entera.

Más honda comprensión existe en la solidaridad, que es simpatía consciente y pertinaz; la resonancia afectiva se eleva a unidad de creencias o de ideas, de actividad o de esperanzas. En la ternura la simpatía es íntima y encapullada; en la solidaridad es reflexiva y militante. Por eso la primera suele ser individual y preside a la comunión en el sufrimiento, mientras la segunda tiende a hacerse colectiva y es necesaria para la comunión en el esfuerzo.

El más alto ritmo de la simpatía es la admiración, Súmanse en ella los sentimientos y los conceptos superiores de la personalidad, los que convergen a la elaboración de los ideales humanos. Al admirar reconocemos que lo admirado se acerca a nuestro ideal; por eso el hombre sincero admira las obras ajenas en razón directa del goce que sentiría si las hubiera creado. Ningún sentimiento revela mayor espíritu de justicia; ninguno tiene más alto valor educativo.

La simpatía se convierte en instrumento de perfección cuando impulsa a tomar por modelos sus objetos y enseña a ser justo en la valorización de los méritos humanos. Aprendan los jóvenes a comprender y admirar, porque la admiración de lo superior estimula el deseo de igualarlo. Y es superior todo lo que aumenta el saber, la virtud y la dignidad entre los hombres; lo que tiende a armonizar los sentimientos de la humanidad; lo que puede encender la simpatía necesaria para servir grandes ideales.

II. De la justicia.

23. La justicia es el equilibrio entre la moral y el derecho. Tiene un valor superior al de la ley. Lo justo es siempre moral; las leyes pueden ser injustas. Acatar la ley es un acto de disciplina, pero a veces implica una inmoralidad; respetar la justicia es un deber del hombre digno, aunque para ello tenga que elevarse sobre las imperfecciones de la ley.

La perfectibilidad social se traduce en aumento de justicia en las relaciones entre los hombres. Esa creencia ha embellecido las inquietudes que en todo tiempo agitaron a los núcleos más morales de la humanidad, y es de augurar que cada generación las renueve con creciente fervor en el porvenir. El mayor obstáculo al progreso de los pueblos es la fosilización de las leyes; si la realidad social varía, es necesario que ellas experimenten variaciones correlativas. La justicia no es inmanente ni absoluta; está en devenir incesante, en función de la moralidad social.

Todos los ideales melioristas tienen la justicia por común denominador y todos anhelan desterrar de la sociedad algún desequilibrio. La justicia tiende a orientar la estimación hacia la virtud, el bienestar hacia el trabajo, la honra hacia el mérito; y es, por eso, la cúspide imaginaria de la moralidad, que sólo puede admirar esos fecundos valores sociales. Cuando por ello se mida a los hombres, habrá justicia en los pueblos; y no es varón justo el que no contribuye al advenimiento de esos valores en la medida de sus fuerzas.

24. Los intereses creados obstruyen la justicia. Todo privilegio injusto implica una inmoral subversión de los valores sociales. En las sociedades carcomidas por la injusticia los hombres pierden el sentimiento del deber y se apartan de la virtud. El parasitismo deja de inspirar repulsión a quienes lo usufructúan y encenaga a las víctimas en la domesticación. Los hombres viven esclavos de fantasmas vanos y la honra mayor recae en los sujetos de menores méritos. La justicia enmudece y se abisma.

Cuando en la conciencia social no vibra un fuerte anhelo de justicia nadie templa su personalidad, ni esmalta su carácter. Donde más medran los que más se arrastran, las piernas no se usan para marchar erguidos. Acostumbrándose a ver separado el rango del mérito, los hombres renuncian a éste por conseguir aquél: prefieren una buena prebenda a una recta conducta, si aquélla sirve para inflar el rango y ésta apenas para acrecentar el mérito. Los hombres niéganse a trabajar y a estudiar al ver que la sociedad cubre de privilegios a los holgazanes y a los ignorantes. Y es por falta de justicia que los Estados se convierten en confabulaciones de favoritos y de charlatanes, dispuestos a lucrar de la patria, pero incapaces de honrarla con obras dignas.

Loados sean los jóvenes que izan bandera de justicia para aumentar en el mundo el equilibrio entre el bienestar y el trabajo. Sin ellos las sociedades se estancarían en la quietud que paraliza y mata; la cristalina corriente del progreso que jamás se detiene, tornaríase mansa estabilidad de pantano que asfixia. Loados los que conciben más justicia, los que por ella trabajan, los que por ella luchan, los que por ella mueren. Son plasmadores del porvenir, encarnan ideales que tienden a realizarse en la humanidad.

25. El hombre justo rehuye complicidad en el mal. Niega homenaje a los falsos valores que ponen sus raíces en la improbidad colectiva. Los desprecia en los demás y se avergonzaría de usufructuarIos. Todo privilegio inmerecido le parece una inmoralidad.

El hombre justo se inclina respetuoso ante los valores reales; los admira en los otros y aspira a poseerlos él mismo. Ama a todos los virtuosos, a todos los que trabajan, a todos los que elevan su personalidad en el estudio, a todos los que aumentan con su esfuerzo el bienestar de sus semejantes.

El hombre justo necesita una inquebrantable firmeza. Los débiles pueden ser caritativos, pero no saben ser justos. La caridad es el reverso de la justicia. El acto caritativo, el favor, es una complicidad en el mal. Detrás de toda caridad existe una injusticia.

El hombre justo quiere que desaparezcan, por innecesarios, el favor y la caridad. La justicia no consiste en ocultar las lacras, sino en suprimirlas. Los remedios inútiles sólo sirven para complicar las enfermedades.

El hombre justo no puede escuchar a los que predican la caridad para seguir aprovechando la injusticia. Pero su respuesta debe estar en su conducta, juzgando sus propios actos como si fueran ajenos, midiéndolos con la misma vara, severamente, inflexiblemente. La complacencia con las propias debilidades constituye la más inmoral de las injusticias. El hombre justo es capaz de rehusar un favor a su familia y a sus amigos, sabiendo que la debilidad de su corazón encubriría una injusticia. El hombre justo es, por fuerza, estoico; debe serIo siempre y con todos, sabe decir ¡no! a sus allegados y a sí mismo, cuando le asalta una tentación injusta. La madre de Pausanias llevó la primera piedra para que lapidaran a su hijo indigno ...

III. De la solidaridad.

26. La solidaridad es armonía que emerge de la justicia. Es simpatía actuante y da fuerza a los que persiguen un mismo objetivo. Hay solidaridad en una comunión de hombres cuando la dicha del mejor enorgullece a todos y la miseria del más triste llena a todos de vergüenza. Sin esta fuerza que acomuna las voluntades y los corazones, imposible es realizar grandes ensueños colectivos; la cohesión de un pueblo depende exclusivamente del unísono con que se ritmen las esperanzas, los intereses y los ideales de todos.

Donde falta justicia no puede haber solidaridad; sembrando la una se cosecha la otra. Gobernar un pueblo no es igualar a sus componentes, ni sacrificar alguna parte en beneficio de otras: es propender hacia un equilibrio que favorece la unidad funcional, desenvolviendo la solidaridad entre las partes, que son heterogéneas sin ser antagónicas. La heterogeneidad es natural, por la diferencia de aptitudes y de tendencias humanas; y es provechosa, porque engendra las desigualdades necesarias para las múltiples funciones de la vida social. Siendo naturales, las desigualdades no pueden suprimirse; ni convendría suprimirlas aunque se pudiese. La solidaridad consiste en equilibrarlas, creando la igualdad ante el derecho, para que todas las desigualdades puedan desenvolverse íntegramente en beneficio de la sociedad.

Cuando se obstruye a un solo hombre el camino de todas las posibilidades, hay injusticia en la nación. Todo privilegio en favor de una casta, partido, sexo, fracción o grupo, cohesionado en oposición a los demás, es un residuo de barbarie violatoria de la justicia. Las naciones están civilizadas en cuanto oponen la solidaridad total a los privilegios particulares.

La solidaridad se desarrolla paralelamente a la justicia. En las sociedades bárbaras, la lucha por la vida depende del desequilibrio entre las partes; éstas se van equilibrando en las sociedades civilizadas y aparere la asociación en la lucha por el bienestar común. La Justicia obra eliminando los privilegios no sustentados en el mérito, que se mide por la utilidad social de las funciones desempeñadas.

27. El desequilibrio social engendra la violencia. Cuando alguna parte de un todo se hipertrofia a expensas de las otras, la unidad funcional se altera y el juego de las recíprocas interacciones tórnase desatinado y funesto. Toda violencia es un efecto de causas; sólo puede suprimirse reparando el desequilibrio que la engendra. Oponer la violencia a la violencia puede ser un mal necesario, pero es transitoriamente una agravación del mal; sólo es un bien si de ella surge un nuevo estado de equilibrio fundado en mayor justicia.

Hay, sin duda, naciones pobres y épocas de pobreza que nadie puede prevenir ni evitar. La miseria de una sola clase, en cambio, nace del desequilibrio interno en la economía de las naciones: es una desproporción entre las funciones ejercitadas y las recompensas recibidas. El hambre de algunos es injusta cuando otros ostentan opulencia; pero lo es más si, como es frecuente, ella recae en los que trabajan para mantener en la ociosidad a los que no la sufren. La miseria, más grave para la mente que para el cuerpo, disuelve en los hombres los sentimientos sociales y entibia los vínculos de la solidaridad.

La fe en la justicia de los demás es necesaria para no vivir como entre enemigos; el egoísmo, la avidez, la avaricia, la usurpación, el robo, nacen de la falta de confianza y provocan la violencia, que es un efecto de la injusticia, aunque a su vez sea injusta. Es natural en las sociedades bárbaras, pero incompatible con un estado ideal de civilización. Los intereses heterogéneos se coordinan favoreciendo el advenimiento de instituciones que aumentan la confianza en la lealtad de todos.

El odio y la hostilidad entre las partes son reflejos de viejas carcomas que perturban el equilibrio de la sociedad y rompen la armonía de sus funciones. Esos funestos sentimientos sólo podrán extinguirse poniendo la Justicia como fundamento de la ética social, la Verdad como base de la cultura colectiva y el Trabajo como primera condición del mérito. El privilegio, la superstición y la ociosidad son los enemigos de la paz social.

28. La solidaridad crece en razón directa de la justicia. Quien dice que ella es una quimera irrealizable, conspira contra el porvenir. Antes fue solidario el hombre en su familia; después lo fue en su tribu; más tarde en su provincia política, en su comunión religiosa, en su grupo étnico. Hoy la solidaridad puede extenderse a todos los componentes de cada nación, cuya unidad espiritual debe fincar en la convergencia moral de cuantos piensan y trabajan bajo un mismo cielo. Y mirando más lejos: ¿por qué la solidaridad no estrechará algún día en un solo haz fraternal a todos los pueblos?

Ensueño ... como tantas realidades actuales que en otro tiempo se dijeron ensueños. No neguemos a los corazones optimistas el hermoso privilegio de augurar el advenimiento de la paz y el amor entre los hombres; puede que en su ilusión haya una posibilidad, entre mil, de que llegue a realizarse. ¿Por qué cortaríamos esas únicas alas, que le impiden caer, a la más bella esperanza de la humanidad?

Difundamos, entretanto, una nueva educación moral que desenvuelva sentimientos propicios. La solidaridad convertirá en derechos todo lo que la caridad otorga como favores, y mucho más que ella no puede otorgar; pero también impondrá a todos la aceptación de los deberes indispensables para que desaparezca el odio entre los hombres, preparando el advenimiento de nuevos equilibrios sociales, incompatibles con la violencia y la injusticia.

Violencia: reclamar derechos sin aceptar el cumplimiento de los deberes que les son correlativos. Injusticia: imponer deberes sin respetar los derechos correspondientes. Por eso la solidaridad puede considerarse definida en la más sencilla fórmula de moral social: Ningún deber sin derechos; ningún derecho sin deberes.

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