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IX

Del reparto

Llegarnos al más importante problema de la Armonía: al del reparto equitativo y graduado en razón de las tres facultades industriales: capital, trabajo, talento. El vínculo socialista quedará roto desde el primer año si fracasa en este punto, y si cada uno de los socios, hombre, mujer o niño, no queda persuadido de que fue retribuído de una manera equitativa en las tres clases de dividendos realizados con arreglo a sus funciones.

El orden civilizado no sabe repartir equitativamente sino sobre el capital, en razón del aportado; es un problema aritmético y no genial; el nudo gordiano del mecanismo socialista es el arte de remunerar a cada uno por su trabajo y su talento. Tal es el obstáculo que ha asustado a los siglos y ha impedido las investigaciones.

Para eludir la resolución del problema del reparto, la secta de Owen pone en juego la comunidad de bienes, el abandono a la masa de todo provecho, fuera del interés de las acciones. Es confesar que no se atreven a afrontar el problema de la Asociación.

Por los impulsos ávidos se va a conducir a todos los armónicos a esta justicia equitativa.

He aquí el triunfo de la concupiscencia tan difamada por los moralistas; Dios no nos habría dado esa pasión si no hubiese previsto lo útil de su empleo para el equilibrio general. Ya he probado que la guía, también proscrita por los filósofos, se convierte en vía de sabiduría y concierto industrial en las series apasionadas. Va a verse que la concupiscencia produce el mismo efecto; que se convierte en vía de justicia distributiva, y que, creando nuestras pasiones, Dios hizo bien lo que hizo.

Si cada uno de los Armónicos se entregase como los civilizados a una sola profesión; si no fuese más que albañil o carpintero o jardinero, cada cual llegaría a la Asamblea del reparto con el ánimo de hacer primar su profesión y hacer adjudicar el lote principal, a los albañiles si era albañil, a los carpinteros si era carpintero, etc. Así, opinaría todo civilizado, pero en la Armonía, donde cada uno, hombre o mujer, es asociado de una cuarentena de series, nadie se interesa porque prevalezca una sobre otras; cada cual por su propio interés está obligado a especular en modo inverso al de los civilizados y votar en todo sentido por la equidad. Demostraremos el hecho bajo sus aspectos de interés y de gloria.

Alcides es miembro de 36 series, que distribuye en tres órdenes: A, B, y C. En las doce del orden A es antiguo socio, obteniendo los primeros puestos en categoría y en beneficio; en las del orden C es nuevo y no puede esperar más que pequeños dividendos; y en las del orden B ocupa un término medio de antigüedad y pretensiones. Son tres clases de intereses opuestos, que estimulan a Alcides en tres distintos sentidos, forzándole por interés y por amor propio a optar por la estricta justicia.

1° Cuanto mayor sea el número de series frecuentadas, más interesado está el individuo a no sacrificarlas y a sostener los intereses de 40 compañías que quiere, contra las pretensiones de cada una de ellas.

2° Cuanto más cortas y variadas sean las sesiones, más facilidad tiene el individuo para alistarse en un gran número de series, cuya influencia no estaría equilibrada si una de ellas, por largas y frecuentes reuniones, absorbiese el tiempo y la solicitud de sus miembros y los apasionase exclusivamente.

Este mecanismo, por el hecho del reparto, tiene las siguientes propiedades inestimables:

Absorber la avidez individual por los intereses colectivos de la serie, y absorber las pretensiones colectivas de cada serie por los intereses individuales de cada sectario en una multitud de otras series.

Cada serie, como es asociada y no arrendataria de la Falange, percibe un dividendo, no sobre el producto de su propio trabajo, sino sobre el de todas las demás series, y su retribución está en relación a la categoría que ocupa, según el cuadro dividido en tres clases: necesidad, utilidad y agrado.

Por ejemplo, tal serie que cultiva gramíneas no percibe ni la mitad, ni el tercio, ni la cuarta parte del grano cosechado; estos granos entran en la masa de la existencia para vender o consumir, y si la serie que las produjo es reconocida como de alta importancia en industria, es retribuída con un lote de primer orden en su clase.

La serie productora de cereales es evidentemente de primer orden o de necesidad. Pero en la clase de necesidad se pueden distinguir unos cinco órdenes, y es probable que la del cultivo de los granos sea todo lo más de tercer orden; no digo de primero; porque el trabajo de labor y conservación del grano no es, en modo alguno, repugnante, y debe ser clasificado después de los repugnantes, que están a la cabeza de las cinco órdenes de necesidad.

El trabajo de las Pequeñas Hordas es el primero de todos. Viene luego el de las carnicerías, en el cual aquéllas intervienen por lo que respecta a la parte inmunda o de las tripas, etc.

La función del carnicero es muy apreciada en la Armonía, donde existe mucho afecto por los animales, y se consideran muy obligados para con los que tienen el coraje de matarlos, evitándoles todo sufrimiento y hasta la idea de la muerte.

Otras funciones poco consideradas entre nosotros, como las de enfermeros o médicos, gozan en la Armonía de la más alta consideración (1). Sucede lo mismo con la serie de las nodrizas; siendo repugnantes sus trabajos deben ser considerados antes que los de labranza y formar con el de las Pequeñas Hordas la sección de primer orden en la clase de necesidad.

En definitiva, la clasificación de las series se regula según las conveniencias de las series y no según los productos. Propongamos más claramente el principio: se estima su prioridad de lugar en razón compuesta de las siguientes bases:

1° En razón directa de su concurso para robustecer el vínculo de unión, el juego del mecanismo social.

2° En razón mixta de los obstáculos repugnantes.

3° En razón inversa de la dosis de atracción que puede procurar cada industria.

1° Título directo: concurso para la unión: El objeto es sostener la asociación, de la que se obtiene tanto lucro y felicidad; la serie más preciosa es, pues, la que, productiva o improductiva, contribuye más eficazmente a estrechar los vínculos socialistas. Tal es la serie de las Pequeñas Hordas, sin la cual se disolvería todo el mecanismo de alta armonía y la unión amistosa sería imposible. Es, pues, la primera en título directo o concurso para la unión, como respecto a los dos otros títulos de base.

2° Título mixto: obstáculos repugnantes, como el trabajo de los mineros o de los enfermeros o niñeras. El obstáculo puramente industrial es con frecuencia motivo de diversión; los atletas lo convierten en juego; pero no se puede convertir en juego una repugnancia que fatiga los sentidos, como el descenso a una mina o la limpieza de una cloaca. Se le puede soportar por amor propio, como lo hacen las Pequeñas Hordas, sin que produzca menor lesión sensual, mientras que la fatiga de un hombre que se encarama a perales y cerezos puede convertirse en placer real. De ahí que el orden socialista no estime como mérito sino las fatigas repugnantes.

3° Título inverso: dosis de atracción. Cuanto más atracción ejerce un trabajo. menos premio pecuniario obtiene; de ahí que la ópera y los vergeles deban ser series de tercera clase o de agrado. La de los vergeles es incluida en esa fila por ser de título inverso y no concurrir más a la unión que los otros trabajos agricolas. Pero la serie de ópera concurre especialmente a la unión, por su propiedad de educar al niño en todas las armonías materiales, y es preciosa con doble título, directo e inverso, por lo cual tiene puesto de primera fila en la categoria de necesidad.

Combinando bien las tres reglas anteriores es como se llega a clasificar exacta y equitativamente las categorías de cada serie, en lo que respecta al dividendo pecuniario, cuya distribución es ya sólo un trabajo aritmético simple.

Por otra parte, una pequeña inexactitud en la evaluación no perjudicaría a nadie, puesto que es sabido que si se obtiene más en una serie y menos en otra, se equilibra el resultado y al fin no existe lesión real.

Añadamos que si se lesionase involuntariamente una serie, cosa que podría acaecer sin intención y a causa de un error general, se advertiria muy pronto por la disminución atractiva, produciéndose la deserción y el tedio y habría necesidad de reforzar la atracción, sea modificando el surtido de caracteres o clase apasionada, ya asignándole una indemnización provisional de los fondos de reserva, bien elevándola en grado para el reparto del año siguiente. De este modo, los errores que se pudiesen cometer serían reparados tan pronto como fueran conocidos. La falta de experiencia y las lagunas de atracción, causarían al principio buen número de errores; pero en menos de tres años se llegará a conocimientos experimentales y exactos sobre todos los detalles del equilibrio, y el trabajo del reparto no será desde esa fecha más que una rutina familiar.

A esas numerosas ventajas se añade un bien, desconocido en el estado actual y al que no podrían nunca llegar nuestros famosos amigos del comercio y de la circulación; es el de reducir todos los inmuebles a efectos muebles, circulantes, realizables a voluntad.

Cada Falange reembolsa, cuando se le exige, las acciones al precio del último inventario, con agio por la parte del año transcurrida; así, un hombre que posea cien millones puede realizar de un momento a otro su fortuna, sin lesión de un óbolo, ni derechos de transmisión, ni gastos de venta. Recibe, además, la parte de intereses o dividendos corriente del año, como lo recibiría por un documento a la orden cuyo interés se negocia día por día.

Las acciones constituyen un valor mucho más real que el dominio y numerario actuales; porque el numerario en la civilización puede ser robado y no produce nada por sí mismo si no se le coloca. Una acción territorial en la Armonía produce mucho sin colocación ni riesgo; no puede perderse ni por robo, ni por extravío, ni por incendio; pues la propiedad está inscripta en los libros de registro de ambos cuerpos laterales del edificio y en el del Congreso vecino. Las transmisiones no son válidas sino con la adhesión del propietario debidamente registrada y no corren riesgo alguno de sustracción, extravío, incendio, ni aun de terremoto, porque un temblor de tierra no destruiría los tres registros colocados en distintos lugares, ni la transcripción que se hace en el Registro del Congreso Provincial.

El capital resulta, pues, mueble en este nuevo orden, aunque colocado a fuerte interés sobre propiedades territoriales que ningún riesgo por revoluciones o fraudes pueden correr pudiéndose realizar al instante sin gasto alguno. Por esto, los papeles de propietario y capitalista son sinónimos en la Armonía.

Sobre este punto fracasan por completo los economistas civilizados. Para procurarse hoy un capital mueble, se corren riesgos tan numerosos que los ingleses colocan su dinero en cualquier Banco y sin interés alguno, por la sola ventaja del reembolso exigible a voluntad. Se puede todavía conservar un capital mueble colocado en el Comercio o en la Banca, pero tomando diariamente informes sobre la solvencia de los deudores; de otro modo, y por poco que se retrase la petición de esos informes, se habrá comprometido el dinero en una quiebra o falencia de esas que sorprenden a los más cautos.

Una Falange no puede en caso alguno hacer bancarrota: fugarse con su territorio, su palacio, sus talleres y sus rebaños. La comarca es asegurador solidario contra los estragos de los elementos, que serán domeñados después de cinco o seis años de Armonía, por la restauración climatérica. Los incendios serán también reducidos al mínimo por las excelentes disposiciones de este nuevo orden doméstico.

Un menor no arriesgará jamás el perder su capital ni ser lesionado en el manejo y cuentas del mismo. La regla es la misma para él que para todos los accionistas; si ha recibido en herencia acciones de varias falanges, estarán inscriptas en los registros de dichas falanges y ganará el mismo interés que las demás de igual clase, no pudiendo serle arrebatadas hasta que en su mayor edad disponga como le acomode de ellas.

Una Falange puede perder en una rama de su explotación, lo mismo que una fábrica nueva; pero antes de proceder a la obra notifica a los accionistas toda empresa atrevida, sea manufacturera, minera o cualquier tentativa que salga del círculo de las operaciones habituales y conocidas. El accionista es libre de realizar sus acciones o de desligarse de toda empresa que no le merezca confianza. Puede, aun conservando sus acciones, limitarse a los riesgos ordinarios, y en ese caso ganaría pleno dividendo, aunque la Falange ganase menos por el fracaso de una novedad.

Pero una Falange en masa, dirigida por su areópago de expertos, sus patriarcas, sus cantones vecinales y otras gentes experimentadas, no está sujeta a la imprudencia, como un particular; y por poco aventurada que sea una tentativa industrial, como la explotación de una mina, se tiene cuidado de dividir el riesgo entre un buen número de falanges, consultar el punto, asegurarse, etc. En cuanto a los riesgos de estafa o fraude, no pueden existir en la Armonía.

He dicho que todo accionista tiene derecho a optar entre el interés fijo y el dividendo eventual a fin de año, según los beneficios sociales. El interés fijo ha sido estimado en 8 y un tercio por ciento; y el dividendo eventual o social debe producir más. Así pueden satisfacerse los aventurados y los prudentes.

El espíritu de propiedad es el más fuerte aguijón que conocen los civilizados; se puede, sin exageración, estimar en un doble del trabajo servil o asalariado el producto del propietario. Cada día hay pruebas de ese hecho: obreros remisos y pesados como plomos, trabajando a jornal, se vuelven fenómenos de diligencia cuando trabajan a destajo.

Se debería, pues, como primer problema de Economía Política, estudiar el modo de transformar en propietarios, cointeresados o asociados a todos los jornaleros.

El pobre en la Armonía, aunque sólo posea una parte de una acción, es propietario del Cantón entero en participación; puede decir nuestras tierras, nuestro palacio, nuestro ganado, nuestros bosques, nuestras minas, nuestras fábricas. Todo es su propiedad, por cuanto está interesado en todo el conjunto de muebles y territorio.

Si en el estado actual se deteriora una selva, cien campesinos lo verán con indiferencia. La selva es una propiedad simple; pertenece al señor; se regocijan con lo que puede perjudicarle y contribuyen a ello furtivamente. Si el torrente arrastra tierras, como las tres cuartas partes de los vecinos no tienen las suyas cerca, se rien. Con frecuencia gozan viendo asolar la heredad de un rico vecino por el impetu de las aguas; es que se trata de una propiedad simple, desprovista de todo vínculo con la masa de los habitantes y a quienes ella no inspira el menor interés.

En la Armonía, donde los intereses están combinados y cada uno asociado, aunque sea por la parte de beneficio asignada al trabajo, cada cual desea constantemente la prosperidad del Cantón entero, y todos sienten de veras los desastres que afecten a la menor porción del territorio.

Así, por interés personal, la benevolencia es general entre los socialistas, por lo mismo que no son asalariados, sino cointeresados y sabiendo que toda lesión del producto, aunque sólo fuere de doce óbolos, quitará cinco óbolos a los que, privados de fortuna y de acciones, no tienen otro dividendo que el industrial. Se ha dicho ya que hay tres clases de dividendo:

5 doceavos el trabajo; 4 doceavos el capital; 3 doceavos el talento.

Seria motivo de envidia para la clase popular ese dividendo otorgado al capital si tuviera pocos medios de participar de él.


Notas

(1) En la civilización el médico gana proporcionalmente a los enfermos que visita. Le conviene, pues, que las enfermedades sean numerosas y largas, sobre todo en la clase rica. En la Armonía los médicos son retribuídos por un dividendo del producto general de la Falange, que será tanto mayor cuantos menos enfermos y muertos haya habido en el año. De este modo el interés de los médicos armónicos es el mismo que el de los aseguradores de la vida. Están interesados en prevenir y no en tratar la dolencia, y por lo tanto velarán porque no se produzca el mal.

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