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VII

De la domesticidad.

Nada más opuesto a la concordia que el estado actual de esa clase doméstica y asalariada. Al reducir esta multitud pobre a un estado muy vecino con la esclavitud, la civilización impone también cadenas a los que parecen mandar. Así los grandes no osan divertirse abiertamente en los años en que el pueblo padece miseria. El rico está sujeto a las servidumbres individuales como a las colectivas. Tal hombre opulento no es con frecuencia sino el esclavo de sus criados; mientras que el criado mismo goza en la armonía de completa independencia, aunque sea en ella el rico servido con un apresuramiento y devoción de que los civilizados no pueden tener idea. Expliquemos este acuerdo.

Miembro alguno de la armonía compuesta ejerce la domesticidad individual; y sin embargo el más pobre de los hombres tiene constantemente una cincuentena de pajes a sus órdenes. Este estado de cosas, cuya enunciación hace pensar en lo imposible, como todos los del mecanismo de las series, va a ser fácilmente comprendido.

En una Falange el servicio doméstico está ejercido, como todas las demás funciones, por series que dedican un grupo a cada variedad de los trabajos. Dichas series en los momentos de servicio llevan los nombres de pajes. Si damos este título a los que sirven a los Reyes, con más razón se lo daremos a los que sirven a la Falange, porque servir a la Falange colectivamente es servir a Dios. Así se considerará en la Armonía. Si se rebajase, como hoy se hace, esta rama primordial de la industria, el equilibrio apasionado sería imposible.

A este ennoblecimiento ideal del servicio se une el ennoblecimiento real por la supresión de la dependencia individual que envilece al hombre en cuanto lo subordina a los caprichos de otros.

Las cábalas industriales de los jardines, vergeles, ópera, talleres, etc., crean a cada uno multitud de amigos y amigas y seguramente se hallará en los grupos de pajes masculinos y femeninos, algunos que cuidarán de su servicio por afección. Los pobres gozan de esta ventaja como los ricos; y el hombre sin fortuna ve multitud de servidores afectuosos ofrecérsele lo mismo que al príncipe; porque no es nunca el individuo servido quien paga a los servidores. Un paje, varón o mujer, sería despedido ignominiosamente de la serie si se supiera que había recibido en secreto la menor gratificación de aquellos a quienes sirvió. Es la Falange la que retribuye al cuerpo de pajes con un dividendo sobre los dos lotes de trabajo y talento, al mismo tiempo que se reparte, según el uso, entre las otras series o grupos, en proporción al capital, aptitudes y labor aportados.

La independencia individual está, pues, plenamente asegurada, ya que cada paje hállase afectado al servicio de la Falange y no del individuo, quien, por tal razón, es servido afectuosamente; placer que los ricos civilizados no pueden hoy procurarse ni a peso de oro, pues si pagan mucho a un criado para atraérselo, corren el riesgo de que la ambición lo haga insaciable, ingrato y hasta pérfido. No se conoce ese riesgo en la Armonía, donde cada cual está seguro del afecto de los diversos pajes que, por preferencia, adopten ese servicio, con libertad de dejarlo cuando les plazca y sin ningún compromiso pecuniario en él.

No hay, pues, nada de mercenario y servil en la domesticidad del estado armónico; y un grupo de camaristas es, como todos los demás grupos, una sociedad libre y honorable, que percibe de la masa de productos de la Falange, una remuneración en relación con la importancia de sus trabajos.

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