Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Primera época

La división del trabajo

La idea fundamental, la categoría dominante de la economía política, es el valor.

El valor llega a su positiva determinación por una serie de oscilaciones entre la oferta y la demanda.

El valor, por consecuencia, se presenta sucesivamente bajo tres aspectos: valor útil, valor en cambio, y valor sintético o social, que es el valor verdadero. El primer término engendra contradictoriamente el segundo; y los dos juntos, absorbiéndose por medio de una penetración recíproca, producen el tercero; de tal suerte que la contradicción o el antagonismo de las ideas parece como el punto de partida de toda la ciencia económica, de la cual se puede decir, parodiando el dicho de Tertuliano sobre el Evangelio, credo quia absurdum. Hay en la economía de las sociedades verdad latente, desde el momento en que hay contradicción aparente, credo quia contrarium.

Desde el punto de vista de la economía política, el progreso de la sociedad consiste, por lo tanto, en resolver incesantemente el problema de la constitución de los valores, o sea de la proporcionalidad y solidaridad de los productos.

Al paso, empero, que en la naturaleza la síntesis de los términos contrarios es contemporánea de su oposición, en la sociedad los elementos antitéticos parecen presentarse a largos intervalos, sin resolverse, sino después de una larga y tumultuosa agitación. Así, no hay ejemplo, ni hay siquiera idea de un valle sin colina, de una izquierda sin derecha, de un polo Norte sin un polo Sur, de un bastón con un solo extremo, o de dos extremos sin un punto medio, etc. El cuerpo humano, con su dicotomía tan perfectamente antitética, queda íntegramente formado desde el momento mismo de su concepción: repugna que se vaya componiendo y arreglando pieza por pieza, como el vestido que más tarde ha de imitarle y cubrirle (1).

En la sociedad como en el espíritu, por lo contrario, dista tanto la idea de llegar de un solo golpe a su plenitud, que por decirlo así separa una especie de abismo las dos posiciones antinómicas; y aun después de reconocidas éstas, no se ve cuál será su síntesis. Es necesario que los conceptos primitivos sean, por decirlo así, fecundizados por ruidosas controversias y apasionadas luchas: batallas sangrientas serán los preliminares de la paz. En este momento, fatigada Europa de guerras y polémicas, espera un principio conciliador; y por el vago sentimiento de esa situación ha preguntado la Academia de Ciencias morales y políticas cuáles son los hechos generales que regulan las relaciones de los beneficios con los salarios y determinan sus oscilaciones, en otros términos, cuáles son los episodios más salientes y las fases más notables de la guerra del capital y del trabajo.

Si demuestro, pues, que la economía política, con todas sus hipótesis contradictorias y sus conclusiones ambiguas, no es más que una organización del privilegio y de la miseria, dejaré probado que contiene implícitamente la promesa de una organización del trabajo y de la igualdad, puesto que, como se ha dicho, toda contradicción sistemática anuncia una composición: habré hecho más, habré sentado las bases de esa composición misma. Luego, exponer el sistema de las contradicciones económicas, es echar los cimientos de la asociación universal; decir cómo han salido de la sociedad los productos de la obra colectiva, es explicar cómo será posible que vuelvan a entrar en ella; dar a conocer la génesis de los problemas relativos a la producción y a la distribución de las riquezas, es preparar su solución. Todas estas proposiciones son idénticas, de igual evidencia.


Notas

(1) Un filólogo agudo, Paul Ackermann, ha hecho ver, con el ejemplo del francés, que cada palabra de una lengua tiene su contraria, o, como dice el autor, su antónimo, pudiendo ser dispuesto el vocabulario entero por parejas y formar un vasto sistema dualista. (Ver Dictionnaire des Antonymes, por Paul Ackermann, París, Brockhaus y Avenarius, 1842).

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