Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

IV

La comunidad toma su fin por su principio

La primera cosa que debe hacer toda comunidad, como toda religión, es ahogar el espíritu de controversia, con el cual no hay institución segura y definitiva. Aconsejo, pues, al señor Cabet, que cuando reciba de manos del pueblo las riendas del Estado, cuando todos los partidos se hayan fusionado bajo su paternal dictadura, cambie por completo el sistema de educación universitaria; ese sistema abominable que enseña a los jóvenes a dudar, a discutir y a argumentar sin piedad ni misericordia.

Se pregunta por qué razón el señor Cabet, explicando el principio social a los comunistas de Nantes, no dijo, por ejemplo: Mi principio es la atracción; mi teoría la atracción; o bien: Mi sistema es el amor, etcétera; en una palabra, por qué eligió la fraternidad.

A fin de que el señor Cabet no se figure que quiero sorprenderle y se apresure a llamarse sincretista, replicando: Mi sistema son todas esas cosas a la vez, el amor, la atracción, el instinto, la fraternidad, etc., quiero probar que la definición del Populaire de noviembre de 1844, procedía de una concepción verdaderamente trascendente, que contenía, no sólo la ciencia comunista, sino toda la ciencia socialista, y que con mucha razón dijo el señor Cabet: Mi principio, mi sistema, mi ciencia, es la fraternidad.

Si como usted sabe, mi querido Villegardelle, desde los tiempos fabulosos la comunidad fué progresivamente desapareciendo de las instituCiones humanas, este hecho prueba que el comunismo, ya se le estudie en Platón, en Moro, en la Basiliada o en la Icaria, es una forma que no se puede establecer y conservar por sí misma, y que necesita algo parecido a un principio que la haga vivir. Este ingrediente, este fermento vivificador, según el señor Cabet, es la fraternidad; pero ... ¿cómo engendró la fraternidad el comunismo? Aquí es donde aparece la ciencia profunda del socialismo.

Si pregunto a los diversos reformadores sobre los medios que se proponen usar para la realización de sus utopías, todos me responden en una síntesis unánime: Para regenerar la sociedad y organizar el trabajo, es preciso entregar a los hombres que poseen la ciencia de esta organización, la fortuna y la autoridad públicas. En este dogma esencial, todo el mundo está de acuerdo, y no hay necesidad de opiniones. Los interminables llamamientos de las sectas socialistas a las bolsas de sus parroquianos, parten de esta idea. Mas, para que los reformadores, convertidos en amos de los negocios, usen del poder con eficacia, conviene dar a este poder una gran fuerza de iniciativa: sistema del señor Blanc. ¿Y bajo qué condición adquiere el poder su mayor fuerza? Bajo la de constituirse democráticamente, o en República: sistema de Platón, de Rousseau, del National (1), etc. La reforma política es el preliminar obligado de la reforma social. ¿Y por qué elegir la democracia, y no la monarquía constitucional o un senado de aristócratas? Porque los hombres son solidarios, y conviene hacerlos política y periódicamente iguales: sistema de los Solidarios Unidos, instituídos, si no me equivoco, por el señor Cherbuliez (2). ¿Por qué los hombres son solidarios? Porque viven bajo el imperio de una ley común que encadena todos sus movimientos, la atracción: sistema de Fourier. ¿Qué atracción es esta que sólo conocemos desde ayer? Es el amor, la caridad que conocemos hace ya tanto tiempo: sistema del señor Michelet. ¿Por qué los hombres se aman y se aborrecen, se atraen y se repelen unos a otros como los polos de un imán? Porque todos son hermanos: sistema del señor Cabet.

La fraternidad: tal es, pues, el hecho primordial, y el gran fenómeno natural y cósmico, fisiológico y patológico, político y económico, al cual se refiere el comunismo, como el efecto a la causa. La analogía de las palabras; tal es el método, la teoría y la dialéctica del socialismo. Usted debe decir; mi querido Villegardelle, si las doce pasiones cardinales y la serie de grupos contrastados añaden algo a esto. Acaso se le pueda encontrar a esta serie de palabras vacías de sentido, un número mayor de términos intermedios; pero es seguro que conduce siempre a la fraternidad, que se nos manifiesta en la diferencia de las razas humanas como principio y fundamento de la unidad del género: ¡La fraternidad o la muerte! He ahí lo que Robespierre habría explicado a Francia si los propietarios de la Convención le hubiesen dejado obrar: he ahí lo que el señor Cabet, heredero de este gran hombre, leyó en caracteres de fuego en el libro de los destinos. Dígase lo que se quiera, entre los utopistas antiguos y modernos, ninguno penetró más profundamente los secretos de la ciencia.

¿Cómo, pues, con este conocimiento maravilloso de las causas primeras, segundas y finales; cómo, con esta habilidad sin igual para encadenar frases, el socialismo sólo supo inquietar al mundo sin conseguir hacer a los hombres mejores ni peores? Si la economía política quedó juzgada por sus obras, el socialismo corre gran peligro de verse apreciado hoy por su impotencia. Importa, pues, que nos demos cuenta de la esterilidad de la utopía, como nos la hemos dado de las anomalías de la rutina.

Para todo el que ha reflexionado sobre el progreso de la sociabilidad humana, la fraternidad efectiva, esa fraternidad del corazón y de la razón, única que merece los cuidados del legislador y la atención del moralista, y cuya expresión carnal es la fraternidad de raza; esa fraternidad, repito, no es, como creen los socialistas, el principio de los perfeccionamientos de la sociedad ni la regla de sus evoluciones, sino su fin y su fruto. La cuestión no está, pues, en saber de qué modo, siendo hermanos de espíritu y de corazón, viviremos sin hacernos la guerra y sin deformarnos los unos a los otros, sino en saber cómo, siendo hermanos por la naturaleza, llegaremos a serlo también por los sentimientos; de qué modo nuestros intereses, en vez de dividirnos, nos unirán. He ahí lo que el simple buen sentido revela a todos los hombres a quienes la utopía no hizo miopes; pues, como lo hemos demostrado con el cuadro de las contradicciones económicas, si el desarrollo de las instituciones civilizadoras produce como resultado inevitable el desorden de las pasiones; si inflama en el hombre el apetito concupiscible y el irascible, y convierte en bestias feroces a los ángeles de Dios, sucederá que las pobres criaturas, destinadas al placer y al amor, se entregarán a los más furiosos combates, se harán horribles heridas, y no será fácil establecer las bases de un tratado de paz entre ellas. ¿Cómo se distribuirá el trabajo? ¿Cuál es la ley del cambio? ¿Cuál la sanción de la justicia? ¿En dónde empieza la posesión exclusiva? ¿En dónde acaba? ¿Hasta dónde se extiende la comunidad? ¿En qué proporción este elemento forma parte del organismo colectivo, bajo qué forma y según qué ley? En una palabra: ¿de qué modo nos haremos todos hermanos? Tal es la cuestión previa y el objeto final del comunismo.

Así, pues, la fraternidad, la solidaridad, el amor, la igualdad, etcétera. sólo pueden resultar de una conciliación de los intereses, es decir, de una organización del trabajo y de una teoría del cambio. La fraternidad es el objeto, no el principio de la comunidad, como de todas las formas de asociación y de gobierno: y Platón, Cabet y todos los que, siguiendo a estas dos lumbreras del socialismo, en vez de enseñarnos las leyes de la producción y del cambio, nos exigen poder y dinero y comienzan en la utopía por la fraternidad, la solidaridad y el amor; todos ésos, digo, toman el efecto por la causa, la conclusión por el principio, y empiezan, como dice el proverbio, su casa por el desván. Si la fraternidad lo es todo, ¿quién impide a los socialistas que se asocien? ¿Acaso necesitan un permiso del ministro o una ley de las cámaras? Un espectáculo tan conmovedor alegraría al mundo, y sólo comprometería la utopía: ¿será esta abnegación superior al valor comunista?

He ahí lo que, sin darse cuenta de ello, sentían en el fondo del corazón los ciudadanos que se atrevieron a interpelar al señor Cabet; pero no puede negarse tampoco que el maestro supo contestarles con una gran superioridad de táctica, mi principio es la fraternidad, pues sin esta vuelta, no había comunismo posible. El señor Cabet estaba seguro de que, después de este golpe decisivo, no se le preguntaría cuál era el principio de la fraternidad, porque esto sería lanzarse en una serie de interminables cuestiones que era preciso cortar.


Notas

(1) Periódico fundado por Armand Carrel, Thiers y Mignet en 1830 en París para la lucha contra los Borbones.

(2) Economista suizo y profesor en Zurich, 1797-1869.

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