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CAPÍTULO XVIII

El anarquista individualista y las propagandas especiales

Peligro de las propagandas especiales

No quisiéramos terminar este libro sin examinar la posición del anarquista con relación a las diversas propagandas especiales que, en las diferentes faces del movimiento ideológico, han retenido la atención de varios camaradas, a veces numerosos, y que han sido el objeto de caracterizadas tendencias. El defecto de estas especialidades es que, como si fueran potentes ramas, amenazan absorver toda la savia del tronco, en gracia a los problemas cuya solución no es de ningún modo urgente, pues al quitar una gran parte de la iniciativa y de la actividad agresiva al anarquismo, éste languidece y pierde su razón de ser.


La cuestión feminista

Consideremos el feminismo: Que un anarquista constate la inferioridad a que el hombre en general ha relegado a su compañera, la mujer; que se de cuenta de lo doloroso que es hallar la explicación de ciertos prejuicios atávicos inherentes a la sociedad ... no por eso ha de pretender hacer un pedestal al sexo femenino y dotarle de cualidades que bajo cualquier aspecto le hagan superior al masculino. ¿Acaso la mujer se hace más interesante reclamando su emancipación política, el derecho al sufragio o a la elegibilidad?

El anarquista no establece diferencias de sexo sino que se interesa únicamente en los seres libres. Su propaganda crítica apunta igualmente al hombre y a la mujer y socava los cimientos de la autoridad y de la explotación de que ambos son víctimas a la vez. Los dos sexos se complementan, sin desigualdades depresivas para ninguno, y es una locura excitarles entre sí. Parece que el hombre, más robusto, más sólido, menos delicado, ve la vida bajo un aspecto más general y la mujer, más sensible, la aprecia de un modo más particular, poseyendo el secreto de esa tenaz abnegación, de esa ternura perseverante que suele ser su característica y no la del hombre. No hay en esto nada que indique inferioridad en uno u otro sexo; por otra parte, los fenómenos de herencia que hacen que un hombre reproduzca los rasgos psicológicos de un antepasado femenino o viceversa, frecuentemente evidencían escepciones. El anarquista, pues, debe ejercer la propaganda para ambos sexos sin distinción, preconizando la vida libre, la multiplicidad y variedad de las experiencias de la existencia. Y esto es lo que hacemos en estas páginas.


La unión anarquista

En la sociedad actual, cuando dos anarquistas se unen por un periodo que preveen durable, por lo general, son independientes económicamente entre sí y esta es la tendencia anarquista-individualista. También puede suceder que el mejor dotado y adaptado, hombre o mujer, asegure la vida material de ambos. Sí, de un modo general, cada uno conserva su completa autonomía, compatible con la armonía de la convivencia (pues sin la intimidad y la confianza no es posible ni aún la unión anarquista), suele producirse con frecuencia que el más activo y el de mejores iniciativas decide también la orientación moral o intelectual que debe guiarles. En el dominio afectivo o sexual, cada uno puede gozar de una libertad absoluta, bien practicando la unidad o la pluralidad y conformándose con su propia experiencia. Lo importante es que no haya coacción ni disminución individual, es decir, que obren según las circunstancias, según que tales o cuales actos concurran a su desarrollo personal y a su mutua felicidad. Se podría asimilar la unión anarquista a una tentativa de asociación anarquista-individualista, la más restringida, basada en la más estrecha cordialidad, con la belleza particular que el amor le presta.


El Neomalthusianismo

Otra propaganda especial, cuyo infatigable apóstol Paul Robin, ha conquistado innegables simpatías anarquistas, es el neomalthusianismo, que sin duda establece un problema social de los más interesantes. Sin embargo, nos parece que el anarquista individualista no debe interesarse mucho en el punto esencial de tal doctrina, o sea en la ley científica que quisiera que las subsistencias disminuyesen en relación matemática con el aumento de la natalidad y que a menos de una restricción razonada en ésta, la población del globo pudiera perecer de inanición. Aunque somos partidarios de la limitación voluntaria de la procreación, la perspectiva de los continuadores de Malthus, no nos parece de actualidad.

Además, ¿qué válidas estadísticas pueden hacerse de una producción no basada sobre las necesidades del consumo, sino reguladas por la avidez especulativa?

Los neomalthusianos tienen también la errónea pretensión de poseer una panacea en su doctrina, y nosotros decimos que el empleo de los medios anticonceptivos no hace mejor o peor al que los practica. Las clases acomodadas saben bastante de ésto y sin embargo de su seno salen los acaparadores y los privilegiados en todas las escalas. Aunque la fecundidad quedase reducida al más estricto mínimum, los humanos no serían más felices en realidad. Habría igualmente unos rencorosos, mezquinos y ambiciosos y otros, los menos generosos, buenos, de elevadas aspiraciones.

El buen sentido basta para saber que a menos cargas, más libertad, y a menos responsabilidades, más independencia. En un medio de explotación y autoridad como el presente, nosotros, los anarquistas individualistas de ambos sexos, buscamos vivir nuestra vida, pero sin renunciar a las delicias del amor sexual ni a las exigencias de nuestra naturaleza sentimental. Para la mujer, la procreación no es una función indispensable a la vida. Como seres racionales, seleccionamos entre nuestras necesidades, aspiraciones y funciones las que nos hacen menos esclavos de las condiciones económicas y prejuicios del medio ambiente. Puesto que los procedimientos preventivos permiten a las compañeras ser madres a voluntad, podemos afirmar que esto constituye una resistencia más contra la opresión y el determinismo de las circunstancias exteriores.

Es inadmisible, en efecto, que de un coito pasajero pueda resultar para la mujer anarquista una maternidad no deseada y para su compañero la responsabilidad paterna. Es conveniente, por tanto, que el avisado advierta al ignorante, en gracia a la más elemental lealtad, que puede evitar mayores males para ambos.


La tendencia naturista

El naturismo anarquista es otra panacea especial de la propaganda. En su acepción racional, tal como lo han entendido Tolstoi, Carpenter, Crosby y otros, es digno de simpatías por su tendencia general a contrarrestar la vida artificial y la fiebre desordenada de los contemporáneos, pero los naturistas exagerados quisieran desterrar todos los progresos científicos y hacernos retroceder a a lo que ellos denominan la edad de oro, o sea a los tiempos de los viajes a caballo, de los oficios a mano y de los barcos de vela.

Ciertamente, sería injusto negar lo nocivo y feo de las ciudades industriales y el tufo desagradable de su atmósfera cargada. Nada tan detestable como las altas chimineas de las fábricas inundando de humo un bello paisaje; nada menos estético que esos inmensos edificios de seis pisos cuyas fachadas perfilan a lo largo de las arterias ciudadanas su desesperante monotonía. Pero, aún reconociendo estos vulgares errores, no debe llegarse a desear la desaparición de las adquisiciones científicas y de los medios rápidos de fabricación, para volver al pasado.

Sin duda, el anarquista preferirá el expreso a la diligencia, las máquinas tejedoras al simple telar antiguo y, en fin, todo lo que significa menor trabajo y mayor bienestar. Cuanto mayor sea su desarrollo intelectual, más intensa será su vida, más sentirá la necesidad de reducir al mínimum el tiempo exigido para la fabricación de las utilidades más indispensables al funcionamiento puramente físico de su cuerpo. Los naturistas objetan vivamente que en la sociedad futura no se encontrará quien se preste a desempeñar trabajos sucios, repugnantes o dificultosos, tales como el de pocero, minero o fogonero, porque entonces cada uno eligirá voluntariamente sin imposición alguna.

He aquí nuestra réplica: Que la sociedad futura es puramente hipotética y que si esperando su realización no se aprovecha el progreso adquirido, equivale tal actitud para el anarquista a una marcada inferioridad que le haría imposible su vida de reacción contra el medio social. En la sociedad presente, única interesante verdaderamente, el anarquista, por el contrario, ejercitará en el mayor grado los medios científicos destinados a procurarle mayor fuerza y economía de tiempo.

En conclusión, la tendencia naturista se puede aceptar como reacción saludable contra la perniciosa especulación social, pero nunca como una representación fidedigna del anarquismo.


La lengua universal

Eximinemos la propaganda en favor de las lenguas auxiliares o idioma universal y en particular del Esperanto. No cabe duda que el Esperanto corregido, modificado, simplificado y aun transformado en el mundo cuenta con algunos miles de adherentes, pero la reflexión nos lleva a preguntar si en el estado actual de la sociedad tiene alguna utilidad para la actividad anarquista. Presumimos que la lengua internacional auxiliar, se formará, naturalmente, por la función del vocabulario internacional ya practicado y que cuenta unos diez mil términos científicos, filosóficos, sociológicos, nombres propios, etc., con la lengua hablada por el mayor número en un momento dado. En lugar de un lenguaje artificial, sujeto a inevitables competencias, a pasajeros entusiasmos, ¿no sería más lógica la elección de un idioma vivo, tal como el inglés, hablado por todo el mundo comercial, comprendido en todos los puertos marítimos, mezclado, si se quiere, al francés del mundo literario y artístico, bajo reserva de una revisión ortográfica, de una simplificación de pronunciación, de un aligeramiento de ciertas locuciones arcaicas o idiotismos particulares?

En todo caso, el tiempo consagrado al conocimiento de una lengua artificial, ¿no sería mejor emplearlo en la adquisición y en la práctica del inglés, del alemán, del japonés, del ruso, o simplemente del danés o del malayo o de otra lengua cualquiera? Además, el anarquista se queda perplejo ante esos camaradas que a fuerza de relacionarse con los burgueses esperantistas, acaban efectivamente por olvidar que cualquiera que sostenga directa o indirectamente el sistema actual de autoridad y explotación es el enemigo.


Higiene y alimentación

Los anarquistas se han preocupado también de las cuestiones de higiene y alimentación.

La propaganda anarquista individualista se dirige a los anarquistas y a los que no lo son. A los primeros les incita a tener conciencia de que son antiautoritarios individuales notablemente diferenciados de los comunistas, de los creyentes, de los societaristas o de los ilusos, a discutir entre sí los diferentes problemas que plantea en la vida de cada uno la aplicación del punto de vista anarquista y a examinar, en fin, libremente, los diferentes aspectos de su filosofía en conjunto y en detalle. A los segundos les hace teórica y prácticamente la crítica del hombre y de las instituciones regidas por una franca o encubierta tiranía.

Al lado de esta labor existe la gran actividad del pensamiento humano, de la que no podemos desinteresarnos, pues en ella se comprenden las ciencias naturales y todas las manifestaciones de la literatura, del arte y de la belleza en general. Pero téngase bien presente que nada tiene en nosotros valor de dogma, sino que todo queda a disposición del libre examen y de la crítica individual.

No negamos la utilidad del régimen alimenticio en la terapéutica. Conocemos la utilidad del saber respirar, y no olvidamos la cultura física. Somos partidarios de una vida sencilla contra lo superfluo y los hábitos esclavizadores, pero a condición de que sea el mismo individuo quien determine sus necesidades y sus costumbres; de una alimentación mixta, pero moderada en la carne; del aire y del agua en abundancia; esto es lo que nos parece ser la base natural de toda higiene individual normal.

Un anarquista individualista no puede ser intemperante, porque el serlo equivale a esclavitud pasional. No es alcoholico ni vicioso; no hace excesos de mesa, ni intelectuales, pero sobre la cuestión del vegetarianismo, de la hidroterapia o del alcohol, considerado como alimento, no se priva de escuchar las partes contrarias como en cualquier otro tema de controversia. Esta concepción demuestra los primeros rudimentos de la educación ácrata.

Por nuestra parte, no podemos excomulgar ni moralizar estúpidamente al camarada que consume algunos decilitros de bebidas alcohólicas, sobre todo si desconoce su buena procedencia, o al que fuma algunos cigarrillos de vez en cuando. Buscamos, ante todo, al anarquista, al hombre de libertad, al que sabe practicar una reprocidad consentida antes que cualquiera otra especialidad de las apuntadas.

El anarquismo no es tampoco una colección de teoremas geométricos o una sabiduría de recetas culinarias o un entusiasmo de los baños y duchas. Es una actitud de negación práctica, un concepto de constante rebeldía, un método individual de vida y actividad, una regla de conducta, pero no una filosofía mezquina, árida, dogmática. Después de todo, hay un gran contingente humano, del cual unos han pasado por las grandes escuelas y otros, fervientes de los deportes, fieles hidrópatas, intransigentes vegetarianos, bebedores de agua filtrada, higienistas insoportables, que creen que todo esta bien en el mejor de los mundos. A pesar de su buena salud y de respirar con sistema, jamás tuvieron un movimiento de rebeldía contra la autoridad efectiva y hasta aceptan muy bien ser sus agentes ejecutivos; algunos son moralistas tan insípidos como peligrosos y a veces son también delatores. Estamos hartos de saber, en fin, que hay multimillonarios que se visten con tejidos ultrahigiénicos, que calzan sandalias, que son abstemios de tabaco y alcohol y que llevan la cabeza al aire para evitar la calvicie, todo lo cual no les impide hacer buenas jugadas de bolsa y ejercer la explotación del hombre por el hombre.

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