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CAPÍTULO XIII

De la vida como experiencia

Diferentes conceptos de la vida

Se puede considerar la vida como una función fastidiosa que es preciso realizar con la voluntad de terminarla lo más pronto posible, como una escala honorífica, un pretexto de gloria cualquiera o también como una carrera, para llegar a una situación liberal, comercial, industrial, política o administrativa. Cada uno tiene reservado su papel en el gran escenario social. Hay ambiciosos que desean brillar y dominar y otros más modestos que sólo aspiran a ser honrados y laboriosos, comenzando dócilmente el aprendizaje o los estudios preparatorios de su ulterior profesión, pasando más tarde por el cuartel como buenos soldados, por la dependencia productiva o parasitaria como fieles y buenos trabajadores, por el matrimonio legal y lo más ventajoso posible como esposos modelo y excelentes padres de familia. Para estos mediocres o insignificantes, el placer mayor consiste en pasar sus días festivos en excursión campestre y familiar y así esperan el fin de sus días monótonos sin hacer mal ni bien alguno.

Una concepción anarquista individualista consiste en considerar la vida como una serie de experiencias variables, siempre en provecho propio. Es, por tanto, la vida, un campo de estudios y una lección de cosas. No se puede tener conciencia de la vida en general, sin haber antes adquirido un conocimiento de sí mismo, o de las condiciones que pueden aquilatarla. La intensidad de apreciación estriba, pues, en la capacidad individual para gozarla equilibradamente, sin temor alguno de las consecuencias, que no pueden ser peligrosas cuando proceden de satisfacciones o placeres normales.

El anarquista será siempre dueño de sí mismo, abandonando en seguida las experiencias que le sean desagradables y persiguiendo, en cambio, las que le parezcan más dignas de tenacidad y perseverancia en relación con la satisfacción que le proporcionen. Sabe que no siempre le espera el éxito y por haberse defraudado una vez sus deseos bajo el influjo de ciertas circunstancias, no por eso desistirá de renovar la experiencia en modificadas o nuevas condiciones.


Condiciones, fases, valor de la experiencia

La experiencia es puramente individual, no se impone, y sus resultados difieren según el carácter de quien la intenta. El individualista no la aceptará en colectividad, sino provisionalmente y porque así pueda obtener ciertas ventajas intelectuales, afectivas, sensuales o económicas. Pero no por eso se separará de la asociación, por capricho o por la más pequeña dificultad que pueda presentarse.

El placer, el interés de la experiencia, consiste esencialmente en las peripecias ocurridas para lograrlo.

El abrigo al borde del camino, la cabaña en el bosque, la casita que domina la colina, son los resultados del esfuerzo, simbolizan el descanso, el término de la lección aprendida. Todo ideal conseguido, todo propósito llevado al fin, amenaza fosilizarse y precisamente el desarrollo individual, el ejercicio de las iniciativas, la valoración de las energías, la eficacia de las reacciones, reclaman que las experiencias se modifiquen, se renueven, se contradigan a veces, resultando también que algunas contienen ya el germen de otras ulteriores.

Vive bien todo lo que haya acumulado un tesoro de experiencias diversas, cuya propiedad es verdaderamente personal e inviolable y sirve para aprender a conocer el corazón humano y el fondo de todas las acciones, a la par que destruye el velo de Isis y aclara los misterios de la vida. Ampliando sus conocimientos, el anarquista se hace bueno en el sentido más esclarecido, o sea en el de considerar a cada uno según la inteligencia que posea para concebir o interpretar la vida.

Cuanto más extensa es la experiencia colectiva, menor es el juicio personal. Por eso el anarquista individualista busca el mayor número de experiencias propias, para elevar la importancia de su razonamiento, extender la irradiación de su sensibilidad y desembarazarse de los conceptos mezquinos tan comunes en los seres cuya vida es muy limitada o poco accidentada.

El que ha vivido bien, que ha desarrollado el maximum de sus capacidades de percepción o de iniciativa, que ha conocido las mayores emociones sensitivas, de acuerdo con su fuerza de resistencia o energía de apreciación, muere bien igualmente. Su agonía ignora los remordimientos y las lamentaciones. No necesita auxilios espirituales y deja la existencia tranquilamente, dichoso de pensar que por su ejemplo o su propaganda ha podido contribuir a que otros continúen el camino fecundo de las infinitas experiencias.

La vida como experiencia se realiza constantemente fuera de la ley, de la moral y de las costumbres, convenciones todas calculadas para asegurar la paz interior en la estúpida indiferencia a los que nada arriesgan por miedo o por interés.

La vida amplia, sin restricciones ni prejuicios voluntarios, lacera los reglamentos, pisotea los convencionalismos, desciende de la torre de marfil, abandona el hecho adquirido y sale de la cosa juzgada para lanzarse a la ventura y vagabundear en el campo abierto de lo imprevisto.

La experiencia perseguida de tal modo, es el espanto de la moral corriente, el terror de todas las respetuosidades, ante la idea de ser soliviantadas en sus torpes costumbres.

La vida experimental no se inquieta por la derrota ni por la victoria. Triunfos, contrariedades, obstáculos, caidas, todo le sirve de lección. Únicamente le emociona el sentimiento de que los esfuerzos realizados puedan ser inútiles o sin provecho.

En consecuencia, los verdaderos educadores son los que enseñan a mirar la vida de frente, con su incalculable riqueza de situaciones diversas, no para destruir la sensibilidad y anular el sentimiento, sino para despertar mayores deseos y energías realizadoras individualmente, desechando el temor a las sorpresas o dificultades que, en realidad, deben servir de acicate para avanzar más, sin impedir la libertad de pensar y de obrar de cada uno. La vida individual no puede reducirse a una pauta, como si fuera un papel musical que limita las vibraciones y la amplitud de los acordes. Pero para lograr el mayor y más útil resultado en la conquista de la experiencia, es preciso, siempre que valga la pena, comentarla, explicarla, analizarla y comunicarla a otro, para que a su vez aprenda, por las peripecias ocurridas en ella, a vivir más intensamente y a adquirir verdadera decisión.

La experiencia que aprovecha únicamente al que la intenta, no llega a su fin completo; es como un descubrimiento cuya fórmula quedase encerrada en la memoria del sabio que lo hubiese hecho. El esfuerzo nunca es tan poderoso exterior e interiormente, ni produce tanto placer intelectual, como cuando es dado en calidad de alimento y bebida a los que tienen hambre y sed de conocimientos.

Poco debe importar la actitud de los indiferentes: la propaganda se hace, considerándola como germen fecundo que emana del individuo esclarecido, como foco de luz que irradia al conjunto social e ilumina a las masas, para obtener únicamente de ellas una distinción o selección individual.

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