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CAPÍTULO X

El anarquista individualista como refractario

El anarquista y la ciencia

Hemos visto sucesivamente al anarquista en desacuerdo con la sociedad actual y sin afinidad alguna con sus reformadores, en inevitable reacción constante contra el medio, desechando enérgicamente una solidaridad ficticia que le impide amar la vida libremente, por su propia experiencia. Es un refractario a todos los grados de enseñanza que dispensa el Estado y se niega a posternarse, lo mismo ante la divinidad que ante la ciencia, porque sabe que las deducciones de ésta se conforman a la constitución del cerebro y, como las demás ramas de la actividad, ha de servir a la liberación humana y no a la sumisión. Siendo ateo, el anarquista no puede sumarse a los fieles de la religión científica y siente horror de las fórmulas que pretenden resolver problemas frecuentemente mal planteados. No es adversario de concepto filosófico alguno, siempre que admita la crítica y repose en una aspiración, satisfacción o razonamiento individual. Busca siempre la mayor facilidad de desarrollo integral; no se encierra en ideas fijas y todos los conceptos que acepta son a título provisional o transitorio, hasta que adquiere por la experiencia otros más elevados y justos.

Es materialista en concepto puramente individual, porque la materia es apreciada según la percepción de los sentidos de cada uno. Pero por materialista que sea, el anarquista no renuncia ni a los goces interiores de la vida del sentimiento, ni a las gratas expansiones intelectuales de la especulación filosófica, literaria, práctica o artística, sin cortapisas exclusivistas o limitaciones dogmáticas de cualquier especie, dejando a cada uno que siga sus propias aspiraciones, sin criticarlas porque no concuerden con las que él persigue; pues desde luego no busca la uniformidad, sino que, comprendiendo la diversidad, respeta al que, por ejemplo, encuentra su mayor satisfacción ideal en las matemáticas o en la geometría, aunque él prefiera a ese rigorismo científico la libre expansión de la fantasía artística.

De cualquier modo que se consideren los hechos de la humanidad, el anarquista no puede conducirse mas que como refractario.


El anarquista y el amor

Si se trata de las relaciones sexuales o afectivas, no hay nada más absurdo que los prejuicios en que reposan y las consecuencias que producen. Es una infamia general que se tolere una moral femenina distinta a la masculina. En esta cuestión la mujer está doblemente sometida a la esclavitud y a la ignorancia y sufre además la anormalidad de la castidad o pureza sexual forzosa.

Al amor esclavo, único que conoce la sociedad actual, debe oponerse el amor libre; a la dependencia sexual de la mujer, considerada generalmente como carne de placer, la libertad sexual o sea la la facultad para ambos sexos de disponer a su antojo de los deseos y aspiraciones de su temperamento sensual o sentimental.


Amor libre y libertad sexual

El anarquista sabe distinguir entre libertad sexual o amor libre y promiscuidad o desarreglo, pues mientras aquél reposa siempre en una elección consciente o razonada, aunque no excluye ni la impulsión sentimental ni el deseo emocional, en el sensualismo puro, la promiscuidad denota un desequilibrio, casi siempre en favor del elemento masculino y si puede convenir a algunos temperamentos sería irracional extenderla a todos. La mujer que por deber anarquista se creyese en la obligación de entregarse a cualquier camarada sin atender a sus inclinaciones, sería un verdadero contrasentido de la misma idea.

El amor libre comprende muchas variedades que se adaptan a los diversos temperamentos amorosos: constantes, volubles, tiernos, apasionados, sentimentales, voluptuosos, etc., y reviste las formas de monogamia, poliandria, poligamia y pluralidad simultanea; no tiene en cuenta los grados de parentesco y admite sin reparo la unión sexual entre muy próximos consanguineos; lo que importa es la mutua satisfacción y como la voluptuosidad y la ternura son aspectos del goce de vivir deben perseguirse individualmente. Mientras uno busca su placer en la variedad de las experiencias amorosas, otro lo encontrará siempre en la unidad, lo cual no será obstáculo para que el amor exista y se armonice.

Las necesidades sexuales son más imperiosas en ciertos periodos de la vida, como la unión sentimental es también en otros más apremiante que la pura satisfacción material. La observación y aplicación de todos estos matices es lo que constituye el amor libre. Como todas las faces de la vida anarquista, esta no admite reglas establecidas. A cada uno corresponde deducir las conclusiones de su propia experiencia que más convengan también a su emancipación.


El anarquista y la familia

Respecto a la familia, el anarquista se halla en profundo desacuerdo con las ideas dominantes, las cuales basan aquella sobre bienes con gran frecuencia puramente circunstanciales y que conceden al padre una autoridad tiránica, como la de dirigir la educación del niño, inclinándole a una carrera dada, falseando las más de las veces su porvenir intelectual y moral. Casi todos los padres tienden a hacer de sus hijos, considerados como otra forma de propiedad, no seres capaces de pensar por sí mismos y reaccionar contra las influencias hereditarias, no focos de iniciativa, sino fotografías y reproducciones reflejando las ideas y los gestos progenitores. Basta que un niño no sienta afinidad familiar y que a los veinte años haga gala de ideas contrarias a las aprendidas en el hogar para que sea tachado de mal sujeto y acusado de baldón de los suyos.

El anarquista sabe que, producto de la fecundación del huevo por el espermatozoide, toda criatura, por una aplicación algo obscura de los fenómenos del atavismo, reproduce los rasgos del carácter de sus ascendientes, a veces muy lejanos, que los resume o los mezcla a los de sus padres o parientes más inmediatos y que no es sorprendente que algunas de estas características hagan irrupción en el medio familiar y obliguen al inadaptado o mala cabeza a buscar un nuevo terreno más favorable a su desarrollo.

Creerse en el derecho de dirigir la vida ulterior de un vástago, porque durante algún tiempo se le ha asegurado la subsistencia, es para el anarquista tan tiránico como la pretención de algunos patronos que, por el hecho de proporcionar el trabajo, quisieran imponer a sus asalariados la obligación de asistir a misa.

La verdadera familia es la que se une por afinidad de ideas, caracteres y temperamentos y aunque tal pueda suceder también por la única base del lazo genital, lo cierto es que toda presunción autoritaria perjudica al buen acuerdo entre sus miembros. Dicho esto, se comprenderá que el anarquista es adversario únicamente del concepto estrecho que hoy se aplica a la familia.


Concepto de refractarismo

No hablaremos aquí de las gestiones que los dirigentes aplican a los negocios públicos y de los intereses capitalistas que fundamentan la idea de patria; únicamente haremos constar que la idea internacionalista no excluye las preferencias anarquistas por uno u otro lugar de la Tierra.

El anarquista es refractario a las ideas generales o, mejor dicho, a la opinión pública. No puede hacer como todo el mundo, sino que ha de tener un criterio elevado y ha de saberlo aplicar en todos sus actos. Tan ilógico es el beodo que se revuelca en el arroyo gritando ¡viva la anarquía!, como el burgués crápula despreciable, que bajo pretexto del amor libre deja embarazada a su sirvienta. Ideas tan puras no sirven para excusar pasiones brutales o inclinaciones degeneradoras en contra de la más elemental justicia.

No pretendemos tampoco que el anarquista deba estrellarse contra las barreras que la sociedad opone a la expansión vital. Si consiente en hacer indispensables concesiones a la fuerza dominadora es siempre con premeditación de resarcirse, para no arriesgar o sacrificar necia e inútilmente su vida, pues las considera exclusivamente como armas de defensa personal en la lucha social.

Es cierto que el anarquista puede realizar ciertas formalidades legales o administrativas a fin de conseguir alguna ventaja que de otro modo le hubiera sido imposible alcanzar, pero para que no haya inconsecuencia es preciso que mantenga su espíritu rebelde, que no se incline a la poltroneria y que sepa aprovechar esas circunstancias ordinarias sagazmente, transformándolas y acabando por inutilizarlas. El individualista es sólo responsable ante su conciencia, no da cuentas a nadie y le basta para estar satisfecho saber que sus esfuerzos son sinceros y constantes y están de acuerdo con sus convicciones.

Desde luego esta independencia moral no debe prestarse a equívocos y tiene sus límites naturales. Un anarquista no es diputado, ni magistrado, ni policia, ni millonario, y si posee algún dinero, la imperiosa necesidad de reproducirse le llevará a gastarlo en beneficio de las ideas que ama. Vive sencillamente y no es esclavo de lo superfluo, aunque su simplicidad no este reñida con un bienestar intenso, sano y gozoso, que nada tiene que ver con la vida burguesa de groceros apetitos.

En resumen, por obligado que esté a vivir en una sociedad constitución le repugna, el anarquista será en su fuero interno un irreductible adversario, un inadaptado, un refractario a toda dominación.


Sindicado y no sindicalista

Un anarquista puede formar parte de un sindicato, donde mediante el pago regular de una cuota encontrará facilidades para colocarse u ocasión de obtener aumento de salario o disminución de horas de trabajo, como también puede pertenecer a una sociedad de seguros mutuos. Esto no significa que considere de gran valor estos paliativos o males menores, sino que los acepta en su calidad de trabajador, a causa de las luchas económicas entre explotadores y explotados, pero por el hecho de ser sindicado no dejará de ser anarquista, sino que, por el contrario, afirmará más sus ideas entre los mismos que toman el sindicalismo como fin y no como un medio adecuado de defensa profesional.


La resistencia pasiva

Nuestro criterio sobre la violencia es que esta niega todo método educativo y no soluciona los conflictos que dividen a los hombres y a las colectividades. Puesto que implica superioridad brutal y empleo de autoridad de la fuerza física es anti-anarquista. Hemos preconizado siempre la resistencia pasiva o la abstención de la violencia ofensiva, no admitiendo la defensiva más que como último recurso de protección individual o como garantía de mayor grado de libertad. Pero entiéndase bien que es solamente una táctica susceptible de modificaciones, según los casos, y no pretendemos hacer un principio, una especie de dogma como los discípulos de Tolstoi con su no resistencia al mal por la violencia.

Es evidente la diferencia entre el empleo de los argumentos contundentes contra quien nos ataca que contra quien nos deja tranquilos.

Benjamín R. Tucker explica con un ejemplo típico el empleo de la violencia

Suponed -dice- que un individuo me ataque y quiera dominarme. Trataré de defenderme y de disuadirle de su intención; pero si continúa redoblando sus golpes y yo tengo prisa para tomar el tren que ha de conducirme al lado de mi hijo que agoniza, procuraré sujetarle. Si no se conforma y se vuelve contra mí, distrayéndome un tiempo precioso, cuestión de vida o muerte, entonces, sin reparar, me libraré de él como pueda.

He aquí todavía un resumen de la opinión de Stephen T. Byington, de la que no participamos en absoluto:

Como muchos otros individuos, los anarquistas desearían llegar a una era de completa harmonía; pero saben que este es un ideal lejano, inactual. Saben también que unos se sirven de la violencia y a otros corresponde determinar si ha de replicárseles del mismo modo. Por ejemplo: si un bruto se esfuerza en lanzarme a un estanque, lo que es un acto esencialmente gubernamental, aunque cometido fuera de esa institución, según se entiende generalmente, y yo resisto contrarrestando su proyecto, ¿puede mi defensa compararse a su agresión?

Emplear la amenaza o la fuerza contra pacíficos es un crímen gubernamental; pero servirse de ella para atajar los desmanes de un brutal despotismo es una acción laudable. Por eso los anarquistas justifican las violentas represalias contra la expoliación y el fraude enseñoreados en la sociedad autoritaria; pero en ningún caso disculparán el ensañamiento contra seres inofensivos. Es principio elemental de libertad individual domeñar en lo posible los atentados del poder tiránico de los gobiernos y ningún anarquista reprochará los medios más extremos para conseguirlo.

En consecuencia, la violencia se puede emplear por pura necesidad, para lograr una utilidad cierta. Sólo bajo este criterio es admisible, y si fuera posible conseguir bajo un regimen de propiedad individual un máximun de libertad de pensamiento y acción pacífica, los ataques rabiosos de una pequeña minoría contra tal régimen serían bestiales, inútiles y absolutamente reprobables.


Algunos gestos de rebeldía

Sustraerse al servicio militar y a toda clase de contribuciones; practicar las uniones libres a título de protesta contra la moral corriente; abstenerse de toda acción, de toda labor, de toda función implicando mantenimiento o consolidación del regimen intelectual, ético y económico impuesto; cambiar, además, los productos de primera necesidad entre anarquistas individualistas posesores de los útiles necesarios a la producción, fuera de todo intermediario explotador o capitalista. he aquí los actos de rebeldía inherentes y de esencial convivencia a nuestra actividad.

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