Septima parte de El anticristo de Federico Nietzsche. Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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VII

La religión de la compasión se llama cristianismo. La compasión está en contradicción con las emociones tónicas que elevan la energía del sentimiento vital, produce un efecto depresivo. Con la compasión crece y se multiplica la pérdida de fuerzas que en sí el sufrimiento aporta ya a la vida. Hasta el sufrimiento se hace contagioso por la compasión: en ciertas circunstancias, con la compasión se puede llegar a una pérdida complexiva de vida y de energía vital, que está en una relación absurda con la importancia de la causa (el caso de la muerte del Nazareno). Éste es el primer punto de vista; pero hay otro más importante. Suponiendo que se considera la compasión por el valor de las reacciones que suele provocar, su carácter peligroso para la vida aparece a una luz bastante más clara. La compasión dificulta en gran medida la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Conserva lo que está pronto a perecer; combate a favor de los desheredados y de los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad de fracasados de todo linaje, da a la vida misma una aspecto hosco y enigmático. Se osó llamar virtud a la compasión (mientras que en toda moral noble es considerada como debilidad); se ha ido más allá; se ha hecho de ella la virtud, el terreno y el origen de todas las virtudes; pero esto fue ciertamente hecho (cosa que se debe tener siempre en cuenta) desde el punto de vista de una filosofía que era nihilista, que llevaba escrita en su escudo la negación de la vida. Schopenhauer estaba con ella en su derecho; con la compasión, la vida es negada y se hace más digna de ser negada; la compasión es la práctica del nihilismo. Digámoslo otra vez: este instinto depresivo y contagioso dificulta aquellos instintos que tienden a la conservación y al aumento de valor de la vida: tanto en calidad de multiplicador de la miseria, cuanto en calidad de conservador de todos los miserables es un instrumento capital para el incremento de la decadencia; la compasión nos encariña con la nada ... No se dice la nada; en lugar de la nada se dice el más allá, o Dios, o la verdadera vida, o el Nirvana, la redención, la beatitud ... Esta inocente retórica, que proviene del reinado de la idiosincrasia moral-religiosa, aparece de pronto bastante menos inocente si se comprende qué tendencia se encubre aquí bajo el manto de frases sublimes: la tendencia hostil a la vida. Schopenhauer era hostil a la vida: por esto hizo de la compasión una virtud ... Aristóteles vio en la compasión, como es sabido, un estado de ánimo morboso y peligroso, que fuera bueno tratar de cuando en cuando con un purgante; consideró la tragedia como una catarsis. En realidad, partiendo del instinto de la vida, se debería crear un medio para asestar un golpe a una acumulación morbosa y peligrosa de compasión, como era representada por el caso de Schopenhauer (y también por toda nuestra decadencia literaria y artística de San Petersburgo a París, de Tolstoy a Wagner) para hacerla estallar ... Nada más malsano en nuestra malsana modernidad que la compasión cristiana. Ser aquí médico, ser aquí implacable, poner aquí el cuchillo, esto nos compete a nosotros, esto es nuestro modo de amar a los hombres; de este modo somos filósofos nosotros los hiperbóreos.

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