Parte sesenta y uno de El anticristo de Federico Nietzsche. Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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LXI

Aquí es preciso volver a evocar un recuerdo que es aún cien veces más penoso para los alemanes. Los alemanes han robado a la Europa la última gran cosecha, la última cosecha que ha producido Europa, la del Renacimiento. ¿Se comprende fácilmente, se quiere comprender que fue el Renacimiento? Fue la transmutación de los valores cristianos, fue una tentativa, hecha por todos los medios, con todos los instintos, con todo el genio, para conducir a la victoria los valores contrarios, los valores nobles ... Hasta ahora no ha habido mas que esta única gran guerra, hasta ahora no ha habido definición de problemas más decisiva que la obrada por el Renacimiento -nuestros problemas son los mismos- ni tampoco ha habido una forma de ataque más sistemática, más derecha, más severamente dirigida contra todo el frente y contra el centro. Atacar en el punto decisivo, en la sede del cristianismo, poner en el trono papal los valores nobles, o sea introducirlos en los instintos, en las más profundas necesidades y deseos inferiores de los que tenían allí el poder. Yo veo ante mí una posibilidad de fascinación y de encanto de aquellos, completamente supraterrestre: me parece que esta posibilidad resplandece en todos los estremecimientos con una belleza refinada, que en ella obra un arte, tan divino, tan diabólicamente divino, que en vano se encontraría a través de milenios una segunda posibilidad semejante: veo un espectáculo tan rico de sentido, y, al mismo tiempo, tan maravillosamente paradójico, que todas las divinidades del Olimpo habrían prorrumpido en una mortal carcajada: ¡César Borgia Papa! ¿Se me entiende? Pues bien: Ésta habría sido la victoria que hoy yo solo deseo ... ; ¡con ésta el cristianismo quedaba abolido! ...

¿Qué sucedió en cambio? Un fraile alemán, Lutero, llegó a Roma.

Este fraile, que tenía en el cuerpo todos los instintos vengativos de un sacerdote fracasado, surgió en Roma contra el Renacimiento ... En lugar de comprender con profundo reconocimiento el prodigio acaecido, la derrota del cristianismo en su sede, su odio supo sacar de aquel espectáculo su propio sustento. El hombre religioso no piensa nunca mas que en sí mismo.

Lutero vio la corrupción del papado, siendo así que se podía tocar con la mano precisamente lo contrario: la antigua corrupción, el peccatum originale, el cristianismo no se sentaba ya en la silla Papal. Por el contrario, se sentaba la vida, el triunfo de la vida. El gran sí a todas las cosas bellas, altas, audaces ... Y Lutero restableció la Iglesia: la atacó ... El Renacimiento: un hecho sin sentido, un gran en vano. ¡Ah, estos alemanes, cuanto nos han costado ya! Hacer todas las cosas vanas: tal fue siempre la obra de los alemanes. La Reforma, Leibniz, Kant y la llamada filosofía alemana; las guerras de liberación: el imperio; cada vez un en vano para alguna cosa que iba a realizarse, para alguna cosa irreparable. Estos alemanes son mis enemigos, yo lo confieso; en ellos desprecio yo toda especie de impureza de ideas y de valores, de vileza frente a todo sincero sí y no. Desde hace casi mil años han confundido y embrollado todo lo que han tocado con sus dedos; tienen en la conciencia, hechas a medias, hechas por tres octavas partes, todas las cosas de que la Europa padece; tienen también sobre su conciencia la más impura especie de cristianismo que existe, la más insana, la más irrefutable, el Protestantismo ... Si no nos desembarazamos del cristianismo, los alemanes tienen la culpa.

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