Parte cincuenta y seis de El anticristo de Federico Nietzsche. Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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LVI

Finalmente, es importante el fin por el cual se miente. Mi objeción contra los medios empleados por el cristianismo es ésta: que en él faltan los fines santos. Sólo fines malos: envenenamiento, calumnias, negación de la vida, desprecio del cuerpo, envilecimiento y corrupción del hombre mediante el concepto de pecado; por consiguiente, también sus medios son malos.

Yo leo con sentimiento opuesto el Código de Manú, obra incomparablemente más intelectual y superior: sería un pecado contra el Espíritu el nombrarle juntamente con la Biblia. Pronto se comprende por qué: porque tiene detrás de sí una verdadera filosofía; la tiene en sí, y no solamente un judaísmo maloliente, mezcla de rabinismo y de superstición: da a morder algo, hasta al psicólogo más estragado. No olvidemos lo principal, la diferencia fundamental de toda especie de Biblia; con el Código de Manú, las clases nobles, los filósofos y los guerreros conservan su poder sobre las masas: por todas partes valores nobles, un sentido de perfección, una afirmación de la vida, un sentimiento triunfal de satisfacción de sí mismo y de la vida; el sol luce en ese libro iluminándole. Todas las cosas sobre las cuales el cristiano desahoga su inagotable vulgaridad, por ejemplo, la concepción, la mujer, el matrimonio, son tratadas aquí seriamente, con respeto, con amor y confianza. ¿Cómo poner en manos de las mujeres y de los niños un libro que contiene aquellas abyectas palabras: Para evitar la prostitución, que cada uno tenga una mujer propia y cada mujer, un hombre ... es mejor casarse que abrasarse? Y ¿se puede ser cristiano siendo así que con el concepto de la inmaculada concepción el nacimiento del hombre es cristianizado, esto es, maculado? ...

Yo no conozco libro alguno en que se diga a la mujer tantas cosas buenas y tiernas como en el Código de Manú; aquellos viejos santones tratan a la mujer con una gracia y delicadeza que acaso no ha sido superada nunca. La boca de una mujer - se lee allí -, el seno de una joven, la oración de un niño, el humo del sacrificio, son siempre puros. Y en otro lugar: No hay nada mas puro que la luz del sol, la sombra de una vaca, el aire, el agua, el fuego y la respiración de una joven. Un último pasaje, que es quizá también una santa mentira: Todas las aberturas del cuerpo por encima del ombligo son puras, las de debajo son impuras. Sólo en la virgen es puro todo el cuerpo.

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