Parte diecisiete de El anticristo de Federico Nietzsche. Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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XVII

Donde en cualquier forma declina la voluntad de poderío, se da siempre a la vez una regresión fisiológica, una decadencia. La divinidad de la decadencia, mutilada de sus virtudes y de sus instintos viriles, es ahora necesariamente el Dios de los degenerados fisiológicamente, de los débiles. Estos no se llaman a sí mismos los débiles: se llaman los buenos ... Se comprende sin necesidad de explicaciones en qué momento de la historia se hace justamente posible la ficción dualística de un Dios bueno y de un Dios malo. Con el mismo instinto con que los sometidos rebajan su Dios al grado de bien en si, cancelan las cualidades buenas del Dios de los vencedores; se vengan de su amo, haciendo del Dios de éstos un diablo. El Dios bueno es así también el diablo: ambos son partes de la decadencia.

¿Cómo es posible haberse rendido tanto a la simpleza de los teólogos cristianos, que se haya llegado a decretar con ellos que la evolución del concepto de Dios, del Dios de Israel, del Dios de un pueblo al Dios cristiano, al compendio de todos los bienes, es un progreso? Pero el mismo Renan lo decretó así. ¡Como si Renan tuviera el derecho de ser simple! Sin embargo, lo contrario salta a los ojos. Si la suposición de la vida ascendente, si todo lo que es fuerte, valeroso, soberano, fiero, es eliminado del concepto de Dios; si, paulatinamente, Dios se rebaja hasta llegar a ser el símbolo de un báculo para los fatigados, un áncora de salvación para todos los náufragos; si llega a ser el Dios de los pobres, el Dios de los pecadores, el Dios de los enfermos por excelencia, y el predicado de salvador, redentor queda, por decirlo así, como el predicado divino en general, ¿de qué nos habla semejante transformación, semejante reducción de la divinidad? En efecto: con esto el reino de Dios ha llegado a ser más grande. En otro tiempo, Dios sólo tenía su pueblo, su pueblo elegido. Después se marchó al extranjero, lo mismo que su pueblo, en peregrinación, y desde entonces ha residido ya fijamente en parte alguna: desde que se encontró dondequiera en su casa él, el gran cosmopolita, desde que no tuvo de su parte el gran número y la mitad de la tierra. Pero el Dios del gran número, el demócrata entre los dioses, no por esto se hizo un fiero Dios pagano; siguió siendo hebreo, siguió siendo el Dios de todos los rincones y lugares oscuros, de todos los barrios insalubres del mundo entero ... Luego como antes, su reino mundial es un reino del mundo subterráneo, un hospital, un reino de ghetto ... Y él mismo es tan pálido, tan débil, tan decadente ... Hasta los más pálidos entre los pálidos se hicieron dueños de él; los señores metafísicos, los albinos de la idea. Estos tejieron lentamente en torno a él su telaraña, hasta que él, hipnotizado por sus movimientos, se convirtió a su vez en una araña, en un metafísica. Y entonces tejió el mundo, sacándolo de si mismo -sub specie Spinozae-; entonces se transfiguró en un ser cada vez más sutil y pálido, se convirtió en ideal, se hizo espíritu puro, llegó a ser lo absoluto, la cosa en si ... Decadencia de un Dios: Dios se hizo cosa en si ...

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