Presentación de Omar CortésApéndice. Para servir de complemento al primer capítuloBiblioteca Virtual Antorcha

ARTHUR SCHOPENHAUER

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ENSAYO SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO
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APÉNDICE
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ANÁLISIS DE LA DOCTRINA DE KANT SOBRE EL CARÁCTER INTELIGIBLE Y EL CARÁCTER EMPÍRICO

Tanto Hobbes, como Spinoza y Hume, y Holbach, en su sistema de la naturaleza, y por último Priestley. quien trató la cuestión de un modo exacto y preciso, todos ellos lograron demostrar de la forma más precisa la necesidad de las voliciones determinadas por los motivos; y por lo mismo, tales demostraciones deben considerarse, a su vez, como las verdades más sólidas y mejor establecidas.

Y sólo a partir de una profunda ignorancia e incultura podría postularse la libertad de las acciones individuales, es decir, de un liberum arbitrium indifferentiae. Admitiendo el propio Kant los argumentos irrebatibles de sus antecesores, consideró la rigurosa necesidad de las voliciones como cosa admitida y sabida anticipadamente, y respecto de la cual no cabía duda alguna, y eso mismo lo demuestran todos aquellos pasajes en los cuales se refiere a la libertad desde el punto de vista teórico.

Por otro lado, es cierto que todos nuestros actos van acompañados de la conciencia de nuestro poder sobre nosotros mismos, de nuestra causalidad personal, como también de su originalidad.

Gracias a este sentimiento íntimo, declaramos a nuestros actos como nuestra propia obra; y cada cual, con segura e infalible certeza, se cree el verdadero autor de sus actos y, también, moralmente responsable de ellos. Pero siendo que la idea de responsabilidad incluye la posibilidad de haber actuado de otro modo, por lo mismo, la idea de la libertad está íntimamente vinculada a la idea de responsabilidad.

Para resolver esta contradicción aparente, Kant introduce la diferenciación entre fenómeno y cosa en sí, que es el carácter dominante de todo su pensamiento y constituye su principal contribución. Y es así como se ha encontrado la clave por tanto tiempo buscada. El individuo, a partir de su carácter innato e invariable, y rigurosamente determinado en todas sus manifestaciones por la ley de la causalidad, y que aparece en los seres inteligentes con la forma de motivación, es sólo un fenómeno.

En cambio, la cosa en sí, que le sirve de base, de sustrato, está situada por fuera del tiempo y del espacio, y se encuentra exceptuada de la sucesión y de la diversidad. Su esencia en sí está dada por su carácter inteligible, igualmente presente en todos los actos del individuo, y grabado en ellos como un sello. Éste determina su carácter empírico, el cual, en tanto fenómeno, se muestra en el tiempo por medio de una sucesión de actos; y por lo mismo, en todas las manifestaciones provocadas por los motivos muestra la fijeza e invariabilidad de una ley natural.

Esta teoría también proporcionaba una explicación racional y genuinamente filosófica de aquella invariabilidad, de aquella constancia inflexible que distingue al carácter empírico de todo hombre, y que ha sido constatada por todos los pensadores serios de todas las épocas; mientras que el resto de los pensadores suponía que el hombre podía ser modificado por el recurso de la prédica moral. De este modo, se ponía en concordancia la filosofía con la experiencia y no había que asombrarse ante la sabiduría popular que desde hacía mucho tiempo había expresado esta verdad, tal como lo atestiguan dos refranes españoles: Lo que entra con los escarpines sale con la mortaja; Lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama. Esta doctrina de Kant sobre la coexistencia de la libertad y la necesidad me parece la teoría más profunda producida por el ingenio humano.

Esta doctrina, junto con la Estética trascendental, son las dos perlas de la gloria kantiana que brillarán por siempre con luz eterna.

Podemos formarnos una idea más clara de esta doctrina de Kant y de la esencia de la libertad, vinculándolas a una verdad general cuya expresión más acabada, a mi juicio, se halla plasmada en aquella sentencia escolástica: operati sequitur esse; es decir, que cada ser en el mundo obra conforme a su esencia, en la cual se encuentran ya contenidas en potencia todas sus manifestaciones activas, pero que no se transforman en acto sino cuando el influjo de las causas exteriores así lo determinan, y esas mismas manifestaciones muestran la esencia de la que proceden dichos actos.

Esta esencia es el carácter empírico, y su razón última, inaccesible a la experiencia, es lo que se llama el carácter inteligible, es decir, la esencia en sí de aquel objeto. El hombre, por cierto, no constituye una excepción, y muestra un carácter invariable que es individual y singular en cada caso.

Así, todas las acciones de ese individuo, determinadas en sus condiciones externas por los motivos, guardan siempre una conformidad moral con aquel carácter individual e invariable, porque cada cual obra conforme a lo que es. De ahí, que un hombre sólo pueda efectuar una sola acción: operari sequitur esse. Así, la libertad no es atributo propio del carácter empírico, sino del carácter inteligible. El operari (obrar) de un hombre dado se determina por los motivos e, internamente, por su carácter; y todo cuanto hace, lo hace necesariamente.

Sin embargo, en el ser reside su libertad. Y muy bien podría haber sido distinto de lo que es; y a lo que es en el presente corresponde el elogio o la censura, porque todas sus acciones proceden naturalmente de la esencia, del mismo modo que un corolario de un principio.

La teoría de Kant, finalmente, nos libera de aquel error por el cual se colocaba la necesidad en el ser (esse) y la libertad en el obrar (operari), y nos demuestra que la verdad es precisamente lo contrario. Y que un hombre sea de un modo y no de otro queda suficientemente probado por sus acciones, y de ello se siente responsable. En el esse reside precisamente el aguijón de la conciencia, dado que ésta no es sino el conocimiento cada vez más íntimo del yo revelado por nuestra manera de obrar. De ahí que la conciencia nos acuse ante nuestra naturaleza moral por nuestras acciones. El operari pertenece por entero al dominio de la necesidad, y no aprendemos a conocernos más que empíricamente como al resto de los hombres, y no disponemos de ningún conocimiento a priori de nuestro carácter. Es más, ocurre que solemos tener una muy alta opinión de nosotros mismos; y ante nuestro tribunal interior, aquella máxima: quisque proesumitur bonus, donec probetur contrarium (todos son buenos hasta que se pruebe lo contrario) resulta ser tan válida como en los tribunales.

Quien es capaz de conocer una idea hasta su esencia y comprender todos sus aspectos convendrá conmigo que la doctrina de Kant sobre la diferencia entre el carácter empírico e inteligible es una idea que ya había sido postulada de algún modo por Platón.

Sin embargo, ha sido Kant quien la condujo a la claridad abstracta definitiva y la elevó a la dignidad filosófica. Puesto que no habiendo conocido Platón el tiempo en términos de una categoría, no podía exponer esta doctrina sino con una forma mítica, y vinculándola a la noción de metempsicosis (Metempsicosis: doctrina de la transmigración de las almas). Sin embargo, podría descubrirse la íntima relación que existe entre ambas doctrinas si se examina detenidamente la atenta lectura que ha hecho Porfirio del mito platónico, porque su claridad nos persuade inmediatamente de la concordancia con la teoría abstracta de Kant.

La obra de Porfirio, en la que comenta el mito platónico, mencionado en la segunda parte del Libro X de La República, lamentablemente no ha llegado hasta nuestros días, pero Estobeo ha logrado conservarlo completo en el segundo libro de sus Eclogae. Traduciré el corto párrafo n.°39, por medio del cual se podrá advertir que aquel mito de Platón puede muy bien ser considerado como una forma alegórica y anticipada de la gran teoría desarrollada por Kant con el título Doctrina del carácter inteligible y del carácter empírico y que, por lo tanto, el espíritu humano había alcanzado aquella verdad hacía millones de años y, tal vez, con anterioridad a Platón; entonces, según la opinión de Porfirio, el autor de La República habría recibido aquella idea de los egipcios.

Por otra parte, se encuentra contenida, asimismo, en la doctrina de la metempsicosis del Brahamanismo, la cual, muy probablemente, era el origen de la sabiduría de los sacerdotes egipcios. He aquí aquel fragmento de Porfirio:

El pensamiento de Platón en su conjunto me parece ser el siguiente: las almas antes de entrar en los cuerpos y someterse a un género de vida determinado poseen una total libertad para elegir tal o cual existencia, que inmediatamente deberían llevar al cuerpo particular que convenga a cada uno, de modo que pueden elegir la vida de un león lo mismo que la de un hombre. Pero tan pronto eligen un género de existencia, aquella libertad se extingue. Después, una vez que han descendido a los cuerpos y que las almas libres se han convertido en almas de animales, alcanzan el grado de libertad que le conviene a cada animal. Y esa libertad puede ser ya muy inteligente y muy amplia, como la del hombre: o bien más restringida y estrecha, como en la mayor parte de los animales. Depende directamente de la naturaleza de cada animal, y aunque se mueva por sí misma, la rigen los instintos que resultan de aquella naturaleza.
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