Índice de Requisitorias, defensas y alegatos en el proceso de José de León Toral y Concepción Acevedo de la LlataRequisitoria del Lic. Ezequiel Padilla, agente del Ministerio PúblicoBiblioteca Virtual Antorcha

Segundo alegato del C. Lic. Demetrio Sodi, defensor del reo José de León Toral

Señores jurados:

Señor Jurados:

Acabamos de oir y con nosotros la Nación entera, las palabras elegantísimas de un gran orador. Son sus palabras cálidas y ardientes. Paréceme, señores, que tenemos delante de nuestra vista al gran tribuno francés de la época más sacudida de la Convención, la palabra de Mirabeau, la palabra que sacudía las multitudes y que pedía la reivindicación de todos los derechos, la que clamaba por todas las injusticias seculares, la que impetraba ardientemente la libertad en todas sus manifestaciones, como bandada de pájaros que salen del alma para derramarse sobre la superficie de la tierra; la palabra de aquel gran orador que tuvo hasta la dulce poesía de morir pidiendo exhalar el último suspiro al son de la música.

Esa ha sido para mí la ardiente peroración del representante del Ministerio Público. Me ha conmovido profundamente, me ha impresionado de la manera más honda, y cuando el eximio orador se levantó de las regiones de la tierra y quiere subir en donde lucen las estrellas que están más altas de todas las tempestades, y allí en esas regiones cerúleas quiere buscar la inspiración más santa y más honda, aquella inspiración que es caricia para las almas, ternura para los corazones y el bálsamo para todas las heridas, tiene que recurrir a la gran fuente, al tesoro inagotable, al surtidor que jamás termina, aquél surtidor a donde irán a saciar la sed de sus infortunios las almas atribuladas, las que tienen hondos dolores, las que tienen dentro de su ser las angustias más profundas. Y no podía menos que recurrir a esa fuente que se llama el Evangelio de Jesucristo, y tiene razón el orador, qué enseñanza más alta, qué elocuencia más sencilla, más profunda que la del humilde Nazareno que de los labios de aquel mártir eternamente reverenciado, no podían salir sino palabras de perdón y palabras de amor; era su palabra aquella que calmaba las tempestades como en el Lago de Tiberiades, era su palabra la que produjo el sermón de la montaña, el evangelio en todas sus más altas concepciones.

Han pasado siglos, se han sacudido los pueblos, han cambiado las instituciones, han venido todos los trastornos en las filosofías seculares, para venir a cristalizar últimamente en los grandes representativos del espiritualismo alemán, en Guillermo Henckel y en Brüm el primero agraciado con el premio Nobel. Cree el gran filósofo alemán que todos llevamos dentro de nosotros mismos una virtud inmanente, algo del mismo Dios, algo que nos separa de la colectividad humana y de las miserias que nos rodean y que sin embargo nos glorifica llevándonos a la misma esencia de la divinidad como seres perfectamente desprendidos de un mismo todo y esa filosofía no puede existir en toda su magnitud sino inspirándose en las páginas sublimes del Evangelio. Habla Jesús en los momentos en que los infames sicarios lo entregan y en que los labios asperosos de Judas lo besan y un discípulo, el predilecto, el que más tarde había de recibir la representación de su credo y de sus enseñanzas, es el único de todos los que lo rodean que se atreve a sacar una espada y con ella le corta la oreja a Maleo. Inmediatamente antes de comenzar su calvario y su cruento martirio pronuncia palabras de enseñanza y palabras de amor: guarda Pedro esa espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. Y se derrama la religión cristiana por el mundo y viene la lucha cruenta entre las Instituciones seculares y la moderna doctrina y se forman las catacumbas y se desata la persecución y los mártires todos van al circo máximo de Trajano con los ojos bajos, con las manos enclavadas, con la resignación profunda de su fe a dar sus vidas en holocausto de sus ideas; es la enseñanza de Jesús propagándose al través del tiempo y comenzando a florecer para convertirse en manto que cubra toda la superficie de la tierra, pero esas enseñanzas que forman una institución social, esas enseñanzas que cristalizan en instituciones políticas, comienzan a dar nacimiento a ambiciones y a anhelos indebidos, al deseo de preponderancias y surge entonces lo que siempre surgirá en la humanidad hasta que el hombre comprenda que no debe ver en el hermano, que decía Obis, Lupus versus Lupus, o sea lobo contra lobo, cuando llegue a comprender la humanidad entera que todos somos hermanos, que no hay clases sociales, que no hay separaciones intelectuales, que los cerebros humanos pueden emitir su luz como la escala de Jacob en los diferentes peldaños, subiendo desde los que están más cerca de la tierra, hasta los que se encuentran más altos, en las regiones inexploradas del Infinito y todos ellos, los que sienten todos esos anhelos, los que sienten todas esas aspiraciones, los que están dentro de la misma fe, seguirán por esa misma lucha, por esa misma ascensión, por esos mismos peldaños, hasta realizar el ideal inmenso de la religión predicada por Jesucristo.

Cuando se desatan las pasiones del hombre, cuando de la religión quiere hacerse una protesta para dominar terrenalmente, surge lo que es perfectamente conocido, las luchas seculares entre el Imperio Alemán y la Sede Apostólica. Ya no es la religión de Jesús, dice el orador, y con ella la defensa dice que lo mismo, ya no son las enseñanzas purísimas, ya no son las máximas santas, ya no son las pasiones humanas preponderantes, que recuerdo en este momento. Jamás creí seguir por este camino las palabras de uno de los primeros fundadores de la religión católica. Un Obispo eximio, San Jerónimo, se dirige a los demás Obispos y les decía: Antes los Obispos eran de oro y los báculos de madera; ahora, separándose de las enseñanzas de Jesús, los báculos son de oro y los Obispos son de madera. Como es natural, en la lucha enconada de los pueblos y de la preponderancia por el dominio terrenal, se presenta y dibuja, estallan y se dilatan, se convierten en tormentas espirituales y sociales, todas las ambiciones y comienza entonces la persecución, comienza el odio y se levantan hogueras y comienza a haber nuevos mártires de la Libertad de conciencia y de la libertad de pensar, como se levantaban en el circo máximo de Trajano las velas que quemaban en crucifixión a los primeros predicadores de las enseñanzas de Jesucristo. Y no ha sido de hoy, ha sido de todos tiempos y ha sido de todas las religiones la intransigencia religiosa. Van las hordas musulmanas tremolando el pendón verde del Profeta y todo lo destruyen al filo de sus cimitarras; llegan estos fanáticos de un nuevo credo nacido en el centro del Asia, a uno de los más grandes tesoros que existían en la humanidad, a la Biblioteca de Alejandría y entonces se comete un crimen que nunca lamentará suficientemente la humanidad actual. Allí, en esa Biblioteca de Alejandría se habían podido depositar todos los tesoros más altos de la filosofía griega, toda la literatura más escogida y más hermosa que la que ha llegado a nuestro tiempo. Mutilada, conocemos hoy a Platón y a Aristóteles, conocemos a las diferentes sectas en que el pensamiento griego se fue desenvolviendo, conocemos las enseñanzas de todos estos filósofos a través del tiempo y cuando vino para la Humanidad una nueva regeneración, el siglo XV del pensamiento humano. Pero, cuántos tesoros perdidos, cuántas elocubraciones, enseñanzas para la humanidad hubieran sido, se perdieron en Alejandría. Llegan los fanáticos musulmanes y le prenden fuego y la acaban. Alguien del ejército musulmán quiso defender aquellos tesoros y entonces contestó el jefe de aquella horda: Si lo que allí se encuentra en las bibliotecas se halla en el Corán, para qué dejarlo, y si es contrario al Corán ¿por qué no destruirlo? Y entonces fue destruida y quemada la biblioteca de Alejandría. Pasa el tiempo, vienen las persecuciones nuevas, se levanta la voz de los que querían reformar las instituciones eclesiásticas, y yo he tenido el deseo de contemplar la humilde celda en donde levantaba su voz el incomparable Savonarola, y Savonarola fue quemado en la plaza de la Señoría por cuestiones teológicas. Y se establece la religión protestante y domina Ginebra, un gran cerebro, un gran filósofo, un gran teólogo, alguien tan sutil en sus discusiones que era imposible seguirle, algo tan formidable en sus contradicciones, que nadie podía presentársele delante, era Calvino, el que predicaba la libertad en contra de las instrucciones de la lectura de la Biblia que se presentaba como un gran campeón del protestantismo para defender la libertad religiosa. Y surge una cuestión trascendente en aquella época, baladí dentro de los cánones y dentro de la teología moderna que se refiere al milagro de la Eucaristía y de la Trinidad, pero como Calvino no podía admitir las opiniones y las doctrinas de su contradictor, lo toma, lo sujeta a duro proceso, lo sentencia en una reunión acalorada en donde no se permitió defensa alguna; se levanta una pira también y es incinerado y sus cenizas arrojadas al viento de uno de los más grandes sabios que ha tenido España, de alguien que era gloria de la humanidad, de alguien que debía ser respetado por su ciencia, por su buena fe y su conducta: Miguel Servet, y de igual manera las persecuciones todas no pueden producir sino crímenes monstruosos para la humanidad. Y entonces cuando uno aquí considera todos esos problemas que ha planteado el señor Procurador de Justicia tan hondos, no puede menos que pensar en las trascendencias tan grandes que puede tener la aplicación indebida de los preceptos de Jesucristo y perdonadme, señores, que emita una idea que en estos momentos viene a mi cerebro. Cuando contempla uno la iglesia de uno de los pueblos, así sea el más insignificante de la República, siente en ocasiones que el espíritu se levanta hacia lo infinito, que desea uno acercarse a la suprema verdad, que siente anhelo hondo e intenso de una purificación y algo suave y dulce como una caricia maternal que baja sobre la conciencia, pero cuando al pie de esa humilde iglesia de pueblo se desata la revolución, se agitan las conciencias, se talan los campos, se maculan los hogares, se mantiene el odio y por medio de la sangre se quieren resolver los altos y sublimes principios de la libertad y de la democracia; entonces parece que de lo más alto de la cruz que se encuentra en la iglesia, en la cúspide, en el ábside de esa catedral, parece que baja la misma palabra de Dios, la que pronunciara encontrándose enclavado en el martirio: Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen. Y no saben lo que hacen todos aquellos que quieren resolver los problemas sociales por medio de las restricciones, por medio de la sangre y por medio de la guerra. Cómo puede el señor Procurador imaginar que los católicos sinceros, que los hombres de buena fe, que los que siguen las enseñanzas de Jesucristo, los que quieren que las páginas siempre impolutas dadas a conocer por los cuatro grandes Evangelistas que han ilustrado y civilizado al mundo, cómo puede creer el señor Procurador que la defensa, en este caso, pueda autorizar en alguna forma, pueda creer que nuestros problemas sociales y nuestros problemas religiosos se resuelvan en los campos del Estado de Jalisco o en la Mesa Central de la República? La defensa de León Toral no autoriza esos holocaustos; la defensa de León Toral no predica la guerra; la defensa de León Toral no quiere las intransigencias. Nosotros no deseamos levantarle un pedestal a un asesino, nosotros cómo vamos a creer que la acción ejecutada por León Toral pueda ser justificada por la Iglesia? ¿Cómo vamos a creer que las enseñanzas, si no religiosas, humanas; si no humanas, sociales y si no sociales, elementales aun en los seres primitivos y en las sociedades que comienzan a formarse, puedan autorizar la barbarie de un asesinato y el derramiento de sangre para resolver los problemas sociales? Era imposible que la defensa siquiera hubiese leído una página de la HistoOria, cualquiera que fuese, que la defensa que tuviera dentro de su corazón una palpitación honrada y un sentimiento de Patria, pudiera autorizar semejantes hecatombes.

Dice usted bien, señor Procurador. Afirma usted una verdad incontrovertible. Se han levantado en armas muchos mexicanos; creen que por medio de la sangre y por medio de la guerra pueden conquistar lo que ellos conceptúan su independencia religiosa. Y el Ejército Federal, compuesto de gentes humildes, de soldados leales, de aquellos que van a sacrificar sus vidas en uno de los más altos sacrificios del cumplimiento del deber, caen heridos en los campos de batalla, se confunden las sangres de dos hermanos, las crispaciones últimas de la agonía tal vez lo haga estrechar sus manos, terminando los odios en aquel momento sublime en que desprendiéndose uno de la tierra va a presentarse ante el Juez Supremo para darle cuenta de todos sus actos, de aquellos que caen bajo el dominio público y de aquellos otros que únicamente se conservan en la conciencia y que nos guardamos por pudor individual, pero que son muchas veces más serios y más graves que los que son materia de la crítica pública; en aquel momento angustioso de la muerte, cuando los hermanos que se han encontrado en campo contrario, estrechan sus manos convulsivas y agonizantes, si pudiera uno llegar a los dos cuerpos abrazados como hermanos y hermanos ya cerca de la tumba, encontraríamos las enseñas de los cristeros en unos y debajo de la humilde camisa de manta, la para mí, siendo mexicano, es más respetable, de la Virgen de Guadalupe y sobre los pechos morenos llevan esos soldados federales el escapulario de la Virgen de Guadalupe, virgen santa para todos nosotros, para los cristianos santa mil veces, como es santa para mí por ser cristiano, para el liberal santa también, porque la Virgen de Guadalupe no es la representativa de la Madre de Dios toda pureza, toda bondad, toda ternura para su hijo, la más adorable de todas las madres, es santa para nosotros, porque cuando se hizo la proclamación de la Independencia, el Cura de Dolores colocó en su estandarte a la Virgen morena y recibió el grado de Coronela y después en campaña fue ascendida a Generalísima de los Ejércitos liberales e independientes. Esa es la que llevan los soldados federales y los cristeros debajo de sus camisas de manta.

Pues bien, señores, si esto es una verdad, si nosotros vemos que esas guerras entre nosotros no tienen razón de ser ¿cómo la defensa pudiera llevar un puñado de combustible para incendiar más la República? Cuando Juan Huss fue sacrificado -y sacrificado fue por persecuciones religiosas-, se levantó el túmulo del tormento. Comenzaban a crepitar las maderas y las primeras volutas de humo subían al espacio, cuando se fue acercando una viejecita de muchos años de edad, cargando sobre sus espaldas un haz de paja; quería en su intransigencia aquella mujer avivar el fuego, levantar la llama, calentar más el suplicio, el martirio. Con toda tranquilidad ve llegar a aquella pobre mujer, ignorante hasta lo sumo y pronuncia estas palabras: Oh, sancta simplícitas (¡Oh, santa imbecilidad humana!). Si la defensa en el caso presente quisiera llevar un hacecillo de paja para incendiar a la República, para quemar a nuestros hermanos, para que se acentuaran entre nosotros los odios y los rencores, no Juan Huss, figura representativa en este caso, sino la Patria entera, todos los habitantes de este país y pasando las fronteras, todos los pensadores del mundo dirían como Huss de la defensa: Oh, sancta simplícitas, oh, santa imbecilidad de la defensa. No quiere, por lo tanto, el humilde defensor que os dirige la palabra, ser un elemento de odio, ser un elemento de rencor, ser un elemento de persecución; yo quiero que las conciencias serenas de los señores jurados y todas las conciencias de la Nación que me escuchan en este momento, se compenetran unánimemente de que nuestro futuro y nuestro porvenir consisten en la unión de los mexicanos: no más separación por cuestiones de intereses, ni odios por cuestiones políticas, ni persecuciones por causas de religión; si fuese posible para todos nosotros, y ojalá que pudiera yo contribuir en la más insignificante parte, la más pequeña, un átomo perdido en el infinito para que pudiera hacerse la reunión entre todos los mexicanos, sería el mayor galardón y la corona más alta que pudiera yo ostentar sobre mi frente. Así, pues, debo hacer esta rectificación y quiero que se haga esta rectificación: la defensa no viene a defender en forma alguna las insurrecciones en contra del Gobierno, la defensa no quiere que se ahonden más las divisiones entre los mexicanos, la defensa no quiere por ningún concepto que por motivo de cuestiones religiosas se acentúen más las divisiones entre nosotros, y esto es más importante en los momentos actuales, porque en efecto, después de la muerte del señor general Obregón -todos lo sentimos-, se apoderó de la nación entera un pánico inmenso, no sabíamos al siguiente día si nuevamente brotaría entre nosotros la hidra de la revolución, el temor estaba en los hogares, estaba en las instituciones, estaba en el progreso del país y cuando pudimos nosotros contemplar el ejemplo que diera el señor Presidente de la República, rindiendo su informe a las Cámaras y diciendo que deseaba para México un gobierno institucional o lo que es lo mismo que nos rigieran únicamente las instituciones y con las instituciones que nos rigiera el derecho y con el derecho que tuviéramos siempre por norma la justicia, vino a continuación el nombramiento del señor Presidente Interino de la República, y aquí tenemos un nuevo ejemplo muy digno de admiración: Ha sido electo el señor Presidente Interino de la República y no obstante los merecimientos que tiene y los merecimientos que pueaan tener todos los hombres que sobre sus hombreras tienen las águilas del generalato, ha sido nombrado un civil, ha sido nombrado un abogado, ha sido nombrado un jurisconsulto que procede de la Escuela Libre de Derecho y aquí, separándome un momento de los conceptos generales, y la importancia que tuvo y tiene para el país el nombramiento de Presidente Interino de la República, en la figura de un civil y de un abogado, séame permitido manifestar la complacencia perfectamente individual, alguna vanidad de mi corazón. Viene de la Escuela Libre de Derecho, de esa Escuela de la que yo fui uno de los fundadores. En aquella época yo era profesor de Derecho Constitucional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cuando se presentó una escisión entre un grupo de estudiantes con el Director, que lo era en aquella época el licenciado Cabrera, un grupo de estudiantes solicitó que yo lo acompañara en aquella rebeldía y con ellos fui y se estableció la Escuela Libre de Derecho. Como es sabido y durante ocho años, sin remuneración de ninguna especie tuve la satisfacción de estar en esa Escuela de Derecho. ¡Qué honor para esa Escuela! Qué satisfacción para los fundadores saber que al correr de los tiempos y al pasar de los años, yo, cansado y con la cabeza blanca y con el cuerpo trémulo por la enfermedad y por mis sacudimientos nerviosos, pueda decir: Bendita seas, Escuela Libre de Derecho, que has dado como Presidente Interino de la República al actual licenciado Emilio Portes Gil! (Una voz: ¡es barba!) No es barba, señores. Barba ¿por qué? Espero yo del señor Presidente de la República algún empleo? ¿ Espero alguna canongía? Espero alguna cosa, alguna merced que pueda traducirse en pago de estas palabras que son verdaderamente sinceras de mi parte? De ninguna manera.

Yo tengo que agradecerle a la Revolución una gran cosa. Tengo que agradecerle a la Revolución individualmente, que me emancipara de los empleos, que me hiciese abogado independiente, que me hizo abrir mi bufete de abogado y si yo salí de la Suprema Corte de Justicia después de haber estado veintiocho años en la Administración de Justicia y haber salido sin un solo centavo, lo poco que tiene mi familia para mantenerse, siendo ella muy numerosa, se lo debo exclusivamente al ejercicio libre de mi profesión. De manera que no he sentido haber roto lazos de toda clase con la empleomanía y con la carrera judicial. Ha sido para mi espíritu una liberación y para mi bolsillo el equilibrio económico.

Tenía yo, señor Procurador, que hacer esa manifestación como un tributo de absoluta justicia y deseo insistir sobre el particular, para dejar asentado que la defensa en el presente caso no se hace solidaria del delito de Toral; no porque defienda a León Toral y crea que el delito que se cometió tiene una categoría distinta en la clasificación legal, juzga que el acto ejecutado por León Toral es un acto legítimo.

Citaba usted el Concilio de Constanza y perfectamente bien, y al Concilio de Constanza fueron todos los patriarcas de Oriente, todos los representativos Obispos y Arzobispos del Occidente y esa reunión eclesiástica que reivindicó las enseñanzas más puras de la predicción de Jesucristo, ese Concilio de Constanza tuvo resonancias tan grandes, que al través de los tiempos hizo que se reprodujeran las mismas disposiciones en el Concilio del Trentino. De manera que tenemos dos derechos: el derecho eclesiástico del Concilio de Constanza, tan puro como fueron los primeros Concilios, celebrados después de la muerte de Jesús y que fueron en número de catorce si mal no recuerdo y estos Concilios con el nombre de Concilios Apostólicos, discutieron hondamente planes, discutieron hondamente los problemas teológicos, quisieron depurar las enseñanzas de Jesucristo, hasta que por último en el Concilio de Nicea quedó fijado el supremo símbolo de la fe; todos los demás Concilios, el de Constanza como uno de los representativos de aquella evolución, fue el que estableció el derecho canónico, pero no teológico, de la regla y la conducta que debería observar la iglesia en general. Por esa razón entre los cánones de ese Concilio reproducidos por el Concilio de Trento, es donde se encuentra castigado el tiranicidio como grave delito y considerados como heréticos los que cometen el tiranicidio, de manera que es verdad que en la iglesia católica se han lanzado anatemas a todos aquellos que quieran resolver los problemas por medio de la sangre y del odio; ésta es pues, la enseñanza que nos da la historia, eso es lo que cree la defensa, eso es lo que cree la nación entera en su inmensa mayoría. Nos hace usted, señor, una relación larga perfectamente documentada, perfectamente cierta y perfectamente comprobada de los movimientos habidos al través de nuestra historia desde que dejaron de tener vigor en México las leyes de Indias, las siete partidas y la novísima recopilación; nos hace usted sentir todo el acrecentamiento habido en México de las riquezas del Clero, da usted explicación de todos los trastornos habido en México con motivo de esas cuestiones de carácter económico social; hoy no nos encontramos, entiendo yo, en los actuales momentos, de discutir problemas de ese mismo carácter, entiendo yo, sin tener datos, pero por lo que siento y veo a mi rededor, creo que la iglesia católica en México no tiene bienes (siseos), los que tiene subrepticiamente son muy pocos. (Una voz: Qué mal enterado está usted). Es un dato que yo no tengo; no puedo indicar la cantidad de millones de pesos que pueda tener el Clero católico y es un problema que tiene que resolver la Procuraduría de la República, de manera que es la única a quien le consta esto, y la que tiene entablados sus procedimientos ... (Una voz: A ti, como apoderado). No lo he sido más que una vez. (Voces: ¡Ah!) Sí, señor, una vez fui apoderado de una mujer a la que le habían dejado un pequeño capital, ese capital no pasaba de unos diez mil pesos, como el testador había sido sacerdote, el tío de la señora, se pudo pensar que aquellos bienes pertenecían al Clero y fue confiscada la propiedad de esa pobre mujer, era todo su patrimonio ...

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