Índice de Requisitorias, defensas y alegatos en el proceso de José de León Toral y Concepción Acevedo de la LlataAlegato del Lic. Demetrio Sodi, defensor del reo José de León ToralRequisitoria del C. Lic. Ezequiel Padilla, agente del Ministerio PúblicoBiblioteca Virtual Antorcha

Alegato del C. Lic. Fernando Ortega, defensor de la procesada Concepción Acevedo y De la Llata

Señores Jurados:

Yo os ruego que me oigáis con atención; vengo a sostener una convicción, vengo a cumplir con un sagrado deber; no tengo en la vida más que el cumplimiento del deber, y siempre he puesto todo mi esfuerzo, todo mi amor por saber cumplir con ese deber, que es lo único que tengo que legar a mis hijos. Os ruego que me oigáis; si creéis que estoy en un error, si no me creéis, está bien, pero sólo os ruego que creáis en mi sinceridad. Ya el señor licenciado Medina os dijo que estamos en el último acto del drama apasionante; vais dentro de algunos momentos a resolver sobre la suerte de José de León Toral y de la Madre Concepción Avecedo; ya sabéis que esta tragedia ha apasionado hondamente, que ha despertado todos los sentimientos, que ha hecho estremecerse a la Patria misma en convulsiones de angustia e incertidumbre; todos sabemos que nuestra Patria tiembla, como antes decía, de angustia, pensando en la mañana; el momento es solemne, es verdaderamente solemne para la vida nacional; vais a castigar un crimen. Pero la misión vuestra es todavía más grande; castigad, está bien, el crimen, pero también haced justicia a la que no es responsable, haced justicia a una inocente. (Siseos.) Al resolver, yo os pido que tengáis presente la memoria del héroe sacrificado, la vida misma de ese héroe que fue de sacrificio, y de amor a su patria; la vida del Caudillo que dio a México libertades y fue idealista y soñó en que estuviéramos unidos y hubiera paz y tranquilidad en los espíritus. Yo estimo que el general Obregón, que en vida fue grande, que en vida dio su sangre por nuestras libertades. está velando por la Patria en estos momentos, no ha muerto, porque vive en la memoria de todos y está sobre vosotros velando porque hagáis justicia, porque no castiguéis a una mujer que es inocente. (Siseos.) Esa es mi convicción, señores. Oídme ... (Voces: Nadie te hace caso.) Perfectamente; pero dejad que yo diga lo que siento; que no se me haga caso, está bien; pero creo que cumplo con un deber al decir lo que siento y lo que creo. Todo se ha puesto en contra de la Madre Concepción. Ya mañana sabréis, quizá cuando esta mujer, agobiada por el sufrimiento, pierda la vida, toda la injusticia que ha caído sobre ella; entonces sabréis que María Concepción Acevedo nada ha tenido que ver en el asunto; ha sido víctima del egoísmo de sus propios hermanos; me refiero, no a sus hermanos en familia; a sus hermanos en creencias y en religión. Sabréis que esa buena fe de ella sólo ha servido para que egoísmos que quieren salvarse, egoísmos que temían un daño en su persona, la indicaran como la única que debía merecer el sacrificio. Y esa mujer ha recibido pacientemente todo lo que se le ha dicho; ha aceptado gustosa que en ella caiga todo el peso de la ley, con tal de que los suyos estén al margen; eso lo sabréis mañana, señores Jurados, y todo el pueblo lo sabrá también cuando estén ya calmadas las pasiones. Entonces sabréis que la Madre Concepción ni siquiera dijo a León Toral las palabras que se le atribuyen; y sabréis toda la verdad, y entonces, -esa es mi convicción- el recuerdo de esta mujer nos perseguirá implacable como un remordimiento, porque se comprenderá toda la injusticia y toda la inquina de que ha sido víctima.

Qué fácil es, señores Jurados, ir acumulando palabras sueltas, datos recogidos aquí y datos recogidos allá; datos que, en el fondo, -eso es mi convicción- vienen del propio elemento católico, que se han escudado en esta mujer y a quien su egoísmo ha llevado a acumular responsabilidades contra la Madre Concepción. Ella resignadamente las ha aceptado, las ha recibido y no se ha atrevido a decir: mentira, señores; yo hacía esto, por esto; yo no he sido rebelde; yo no he hecho nada; es el egoísmo el que me tiene aquí y lo recibo.

Esas palabras sueltas, esos datos recogidos, han formado un cúmulo de presunciones no legales, porque más adelante se verá que ante la ley, no hay un solo dato del proceso que pueda llevar a la convicción honrada de que esta mujer sea autora intelectual del homicidio. Son datos recogidos aquí y allá; y estos datos han servido para originar un error gravísimo.

Sería ocioso repetir ante vosotros el sinnúmero de casos, de errores judiciales. Cuántas veces en países extraños y en el nuestro se han visto acumular datos y más datos contra una persona, se ha llegado hasta llevar a un hombre al patíbulo por presunciones que se han ido acumulando; y cuando se ha segado esa vida, se ha descubierto la verdad; cuando ya es irremediable el mal causado ... Os voy a relatar, a la ligera, un caso que es perfectamente cierto: una anciana, en un pueblo de Italia fue asesinada; se hizo la averiguación y no había dato alguno de aquel homicidio. Una persona dijo: Yo oí anoche que el hijo de esta mujer y ella reñían por cuestión de intereses, tenían dificultades porque él quería contraer matrimonio y ella no quería. Bastó ese simple dato, esas simples palabras dichas por esta persona para que todo el mundoO empezara a decir el hijo asesinó a la madre. Después se fueron acumulando más datos: aquel hijo no estaba ese día en la casa, había salido en la mañana a dar un paseoO y cuando regresó traía la ropa manchada. Todos dijeron: He ahí la prueba, esas manchas son de sangre, este hombre ha matado a su madre, es el matricida. Se siguió investigando y se encontró que el cofre donde había dinero, había sido roto Con un instrumento que pertenecía al hijo; el cuchillo con que había sido sacrificada la madre, pertenecía al hijo, la prueba era completa. Decían que el hijo había matado a su madre. Fue juzgado, fue procesado durante mucho tiempo, fue condenado a la pena de muerte y fue ejecutado, y cuando aquel hombre había pagado ya el error judicial con su vida, vino a aclararse plenamente que no tenía ninguna culpabilidad. Así creo yo que en el caso de la señorita Acevedo han sido datos sueltos, palabras recogidas de aquí y de allá; el sacrificio que ella hace, porque cree que defiende a sus gentes, dejando para sí toda la responsabilidad; esa tranquilidad que no rehuye el peligro, que recibe las ofensas sin mover un solo músculoO de su rostro, que todo lo resiste, ha hecho decir, señores Jurados: qué cinismo; es la prueba de su responsabilidad, es responsable, todas las iras, todos los odios están en contra de esta mujer. Se ha dicho que María Concepción Acevedo y de la Llata es una mujer inteligente; sí, señores, es una mujer inteligente; se dice que tenía influencia sobre todo aquel que iba a su casa, puede ser cierto; más bien, os digo: es verdad, es una mujer que ha dedicado su vida a eso, a orar y a inculcarles a todos los que llegan a ella, las ideas suyas, de amor y caridad; su talento la ha hecho tener influencia; esto ya os lo dijeron aquí todos los que han declarado, todos los jóvenes y podrían decíroslo gran número de personas de México que la conocen y que saben de lo que es capaz; pero que no vinieron al proceso, porque hay mucho egoísmo, hay mucho deseo de salvarse, aunque sea a costa de cualquiera persona que sufra el sacrificio. Vamos nosotros a decir que esa influencia espiritual que ellos han afirmado, la influencia que tenía María Concepción Acevedo de decirles en sus disgustos, en sus penalidades: ten paciencia, sufre con resignación; esa influencia, digo, ¿puede considerarse como la que los impulsaba a cometer delitos? Durante las audiencias y vosotros lo escuchásteis, se preguntaba a la señorita Manzano, me parece: ¿La Madre tenía influencia sobre usted? ¿Usted la respetaba? ¿Usted era capaz de oir los consejos de ella? -Sí, señor. ¿Usted, cuando iba a consultar con ella, le consultaba también los hechos malos que pensaba ejecutar? No. Y no se los preguntaba, dijeron todos, porque teníamos la convicción firmísima de que nos evitaría seguir ese camino y nos marcaría el sendero del bien, porque era incapaz de aconsejarnos mal. Y en ese interrogatorio que se hizo, el compañero que interrogaba hizo una aclaración, y tuvo perfecta razón en ella. Usted cree, dijo a la señorita Manzano, quien platicaba que era huérfana desde pequeña y que había vivido sola. ¿Usted veía a la Madre Concepción como algo que encarnaba a sus padres? ¿Consultaba a ella como si fuera su propia madre? Sí, señor; así la vi siempre. Y se comentó entonces: ¿quién tiene sobre nosotros mayor influencia en la vida? ¿A quién debemos en todas nuestras aflicciones y en todas nuestras penalidades ocurrir? A nuestros padres; a la madre es a quien se va a pedir algún consuelo; ¿quién de nosotros, cuando comete un hecho malo, cuando va a cometer hasta un delito o una falta cualquiera, va a decir a su padre o a su madre: ¿voy a hacer esto? ¿Voy a hacer tal o cual cosa; voy a matar a alguien? ¿Me das permiso? ¿Cómo debo matarlo? No, eso no lo hace nadie; se va ante los padres a decirles lo bueno que hacemos. A ellos son a los primeros a quienes se les oculta todo lo reprobable que pudiéramos hacer. Yo os afirmo, porque esa es mi convicción, que la Madre María Concepción Acevedo sólo intervenía para consuelos piadosos; que no le consultaban lo malo que pensaban hacer, porque si hubiesen consultado con ella sus procedimientos, seguramente les habría indicado otro camino muy distinto.

Yo tengo, señores Jurados, la íntima convicción de que al convento de la Madre Concepción fue gente y mucha; mucha, seguramente, a hacer sus prácticas piadosas, a recibir consuelo; pero que entre esa gente que iba de muy buena fe, se colaron cuatro, cinco o diez elementos nocivos a la sociedad, y tengo la convicción de que esos muchachos que allí fueron, lo hicieron sorprendiendo a esta mujer que de buena fe les abría su casa sólo para el bien. (Voces: Pobre Palomita.) Así lo juzgo yo. Decía, señores, que entre esos elementos de buena fe, entraban muchos elementos nocivos; pero si recapacitamos serenamente; si juzgamos sin pasión en el momento solemne porque atravesamos, nos preguntaremos: ¿Tiene la culpa el dueño de una casa que es frecuentada por mucha gente, ya no digamos para prácticas religiosas sino a conciertos y diversiones de cualquiera clase, el dueño de la casa digo, que invita a todas sus amistades y a todos sus conocidos a que vayan a festejar el santo de una persona de su familia, tiene la culpa, señores Jurados, de que aprovechando el momento en que todos están divertidos, en que todos están charlando, y en que nadie se fija en lo que conversan tres o cuatro personas, en que entre éstas se frague un crimen? No puede el dueño de la casa ser considerado responsable del delito que cometan dos o tres individuos, quizás ni de sus invitados, sino de alguien que se metió allí con el objeto premeditado de estar a salvo de sospechas, de estar a salvo de las miradas de la policía, que ignoraba la existencia del convento; y que, aun conociéndola, no podría creer que en el convento se fraguaran delitos. Mi convicción, señores Jurados, es que si allí fueron a concebir delitos, fue aprovechando la impunidad que creían tener, metidos en un centro en que nadie, ni la autoridad, ni ninguno, podía creer que allí se fraguaran delitos. ¿Tiene la culpa Concepción Acevedo de que se haya abusado de su buena fe y de su honradez (siseos) para ir allí a fraguar tal o cual delito? El señor Agente del Ministerio Público, para llegar a la conclusión de que la autora intelectual del homicidio del héroe ... (Una voz: ¡Ah! ¿Del héroe?) Sí, señores, del héroe ... de que la autora intelectual del homicidio del héroe fue María Concepción Acevedo, hace una relación de todo lo que en el proceso se ha averiguado, de todos los hechos delictuosos que precedieron a la muerte del general Obregón. Y dice: fue en el convento de la Madre Concepción donde se resolvió ir a Celaya a matar al general Obregón y al general Calles. Sólo hizo hincapié en las declaraciones rendidas primeramente por estos muchachos, y no se ocupó de la averiguación practicada posteriormente en que claramente se llegó a la convicción de que no había existido tal cosa. Los muchachos que fueron a Celaya no concibieron, ni resolvieron, ni tramaron el viaje a Celaya, en la casa de la Madre Concepción. No hay un solo dato del proceso que lo afirme así. Lo único verdadero es esto: ellos resolvieron, ellos tramaron el delito que pensaban cometer, en la calle o en otro punto de reunión. El día que habían resuelto partir para Celaya, alguien dijo: ¿Dónde podemos vernos? Como todos somos de los que concurrimos al convento de la Madre Concepción, sería bueno que allí nos reuniéramos. Y allí se reunieron, y allí se dice, María Elena Manzano recibió una petaca o un bulto en que iba contenido ese veneno de que habló ella. Todos están conformes, todos están de acuerdo en que no resolvieron en el convento; allí fue el sitio donde fueron a ponerse ya de acuerdo para el viaje, nada más; allí se entregó el bulto donde estaba la lanceta. Eulogio González afirma en su primera declaración que eso había sido en presencia de la Madre Concepción; la Madre Concepción dice:

No he presenciado tal cosa; allí se llevó un bulto y se me dijo: este bulto es para María Elena Manzano; ha de venir a recogerlo. Sin ir a expurgar lo que había dentro de ese bulto, se dejó en un lugar, llegó María Elena Manzano y de allí se recogió el bulto, sin que la Madre Concepción se hubiese dado cuenta de qué cosas había dentro de él. El hecho de que, abusando de la hospitalidad que les daba, hayan dejado allí un bulto que contenía instrumentos con los que se iba a cometer un delito; el hecho de que ella haya admitido que el bulto se dejara allí; el hecho de que, al irlo a recoger, lo haya visto y entregado, ¿es bastante, señores Jurados, para que vosotros digáis: la Madre Concepción fue la que hizo ese veneno, la que lo arregló y la que ordenó a esos muchachos que fueran a cometer el delito?

Se habló después de las bombas, se afirma que en la casa de la Madre Concepción se habían hecho esas bombas. Consta en el proceso, desde la primera declaración, que no fue en la casa de la Madre Concepción donde se hicieron las bombas, sino en la casa ciento treinta y siete de la calle del Chopo, dos casas adelante de la de la Madre Concepción. Se ha aclarado hasta el cansancio que Castro Balda tomó esa casa sorprendiendo a la Madre Concepción diciéndole: esta casa la tomo para la A. C. J. M., un centro de reunión y de diversión de ellos. Todos lo han manifestado así; a la Madre no se le dijo: esta casa es para hacer bombas y fraguar delitos, sino esta casa la tomamos para un centro de reunión de todos nosotros, y ¿ cómo podía imaginar la Madre, que no creía en la maldad de ninguno, que creía que todos vivían como ella (siseos), ¿cómo iba a imaginar que se le sorprendía, que no había tal centro de reunión, sino que era un centro para cometer delitos? Y todavía ella les dijo: yo voy a asear la casa, y fue a asearla; ¿no hay muebles? aquí está este mueble que os puede servir para vuestro centro; pero pocos días después, dos o tres, la Madre Concha se cambió de allí, se desapareció, y todos están de acuerdo que desde el 6 de mayo del presente año, nadie volvió a saber dónde se encontraba Concepción Acevedo y de la Llata; todos se preguntaban dónde estaba y nadie lo sabía. Las bombas, está perfectamente aclarado en el proceso, fueron hechas en la casa número ciento treinta y siete de la calle del Chopo, y hechas posteriormente al seis de mayo, puesto que ellos dicen: las concluímos precisamente el día veintitrés de mayo, día en que las fueron a colocar a la Cámara de Diputados, ¿cómo si ellos dicen: la Madre Concepción no vio ni sabía nada; si ella se había cambiado ya de casa, se viene a tomar esto como un dato para imputarle la autoridad intelectual en un crimen terrible, cuando el mismo proceso os está diciendo que es imposible, que no puede ser, porque ella no estaba ya allí? Así se han ido acumulando todos los datos ... Ahora bien, si se estima que Concepción Acevedo tiene responsabilidad en la cuestión de las bombas, que tiene responsabilidad alguna en la ida a Celaya, bien está que se le siga el proceso, que se siga la averiguación abierta en el Juzgado Segundo de Distrito que está trabajando con imparcialidad, que vaya a ese proceso y responda en él; pero que no se le impute un delito que no ha cometido y que no ha pasado por su imaginación jamás (siseos), que es incapaz de cometer; que no se le haga víctima inocente, porque eso sería contrario a la justificación de los actos, a la justificación de los caminos que trazó el caudillo y que debemos seguir en respeto a su memoria, hacer justicia siquiera por esa memoria que debemos conservar, siquiera por todos los bienes que recibimos de él. Se dice que Concepción Acevedo es autora intelectual, ¿por qué es autora intelectual? Porque en los primeros días de junio José de León Toral que ya no la trataba, él mismo ha dicho: andaba yo buscándola, indagando dónde está la Madre, dónde vive y después de mucho buscar supe dónde estaba le dijo: he sabido, he oído que el aviador Carranza fue muerto por un rayo y he comentado, dijo León Toral ¿por qué Dios no manda un rayo para que se le ponga al general Calles, al general Obregón y al Patriarca Pérez? Y a tal comentario la Madre Concepción, que dice que era una pregunta pueril, que era una tontería, que estaba ocupada en otras cosas, contestó: pues sí. Por quitárselo de encima (siseos.) ¿Cuántas veces, señores Jurados, se nos hace una pregunta tonta en esa forma, y por quitarnos de encima al que la hace, decimos: ? (siseos, campanilla.) Despues, sigue afirmando José de León Toral, conversaba con la Madre: La cuestión religiosa no puede arreglarse. ¿Cree usted, Madre, que pudiera arreglarse esta cuestión si mueren el general Obregón, el general Calles y el Patriarca Pérez? Y dice José de León Toral que ella contestó: Sí, no se arreglará mientras ellos no mueran. Yo os afirmo, y mañana lo sabréis seguramente, que esas palabras no existieron; que la Madre Concepción no las dijo a José de León Toral. Pero vamos a ponernos en el caso de que dijo tales palabras. ¿Puede llegarse a la conclusión de que esas palabras dichas por ella la única manera de solucionarlo sería muriendo ellos, quieren decir: Sí, es necesario que mueran, ve y mátalos, mátalos en esta forma, y estar grabando en su espíritu la firme resolución de irlos a matar? ¿Quiere decir eso que, como se afirma en las conclusiones, la Madre Concepción concibió el delito, que lo preparó, que estuvo estudiando la manera cómo debía ejecutarse mejor, cómo debía ser segura la muerte del caudillo? ¿Quiere decir acaso que el haber dicho: pues sí, tienes razón; la única manera de acabarse la situación es muriendo ellos, que con haber dicho esas palabras ejerció toda su autoridad y ordenó a José de León Toral: ve y mátalos, que lo amenazó y que le hizo promesas con tal de que cumpliera el designio de ella?

No, señores Jurados, ni moral ni jurídicamente está probado uno solo de esos elementos. Vosotros, si queréis fallar en conciencia, debéis declarar que es inocente. (Siseos.) Si aún se duda de toda su inocencia, si aún se cree que tuvo participación en lo de Celaya, si aún se cree que tuvo participación en lo de las bombas, bien está que se le siga un proceso, bien está que continúe en la cárcel; bien está que si en ese proceso se averigua su responsabilidad, se le castigue y se le castigue con toda energía; pero si en el homicidio del general Obregón no tenéis un solo dato, si en el proceso por el homicidio del general Obregón no tenéis un solo elemento de prueba, es un crimen, esa es mi convicción, condenarla por inocente. (Siseos.) En una de las declaraciones rendidas por Eulogio González, este muchacho sordo, que no oye ni lo que se le pregunta, ni sabe lo que dice, llegó a afirmar que en alguna ocasión, él ha dicho que sólo en tres ocasiones fue al convento; el día que lo citaron allí, cuando aún no conocía a la Madre Concepción, para decirle: Vas tú a acompañar a Elena Manzano a Celaya; y después en dos ocasiones más llegó a afirmar, decía antes, que la Madre Concepción salía de las reuniones a consultar con una tercera persona; que de ella recibía órdenes; que después de consultar con ella iba a decir lo que esa tercera persona disponía. Eulogio González, al ampliar su declaración y sin que la Madre Concepción siquiera lo mirara, al oír la lectura de lo que había declarado, dijo: No es verdad, la Madre entraba y salía y hablaba con unos y hablaba con otros, pero ni siquiera escuchaba las conversaciones nuestras. No es verdad que ella consultara con una tercera persona. Pero yo, señores Jurados, voy a ponerme en el caso de que la Madre Concepción consultaba con una tercera persona, esto es falso, pero aun dentro de la falsedad de que ella consultaba con una tercera persona como se afirma aquí ¿cómo se sostiene que ella es autora intelectual? En último resultado lo sería la persona que le ordenaba a ella, y suponiendo que esto fuera verdad, ella era únicamente el conducto de este autor intelectual que se ha querido buscar. Ella sería la que llevaba los recados; pero ¿dónde está, aun en esas condiciones, el hecho de que concibiera, preparara, ordenara o llevara a cabo el homicidio ? Yo creo, y esta es una idea muy personal mía, que en José de León Toral hubo influencia que lo llevó al delito, pero esa influencia no es la de Concepción Acevedo, no puede ser de Concepción Avecedo; quizá los que lo rodean, quizá no sé quién; pero Concepción Acevedo es únicamente la que se ofrendó al sacrificio, la que se quiere sacrificar, por no haberse encontrado alguien que pueda ser verdaderamente autor intelectual, si éste lo hubo. (Siseos.) (Voces: ¿dónde estás corazón?) En todo el proceso únicamente hay como prueba la declaración de José de León Toral; José de León Toral ha afirmado en todos los tonos que es el único responsable y ha declarado una y mil veces que obró solo; que se fue como penetrando de la situación, -yo estimo que es un cerebro enfermo- y os ha hablado aquí del proceso en que fue incubando la idea de matar, y ha afirmado que cuando el ingeniero Segura cometió el atentado, él lo reprobaba, que creía que no era católico ni debido que cometieran ese delito, lo reprobaba y le chocó, y esto pensaba en el mes de noviembre del año pasado. Sigue diciendo él: Posteriormente fui estudiando la conducta seguida por el ingeniero Segura, llegué a convencerme que él debió haber resuelto la cuestión de conciencia, él era hombre bueno y seguramente resolvió esa cuestión, y entonces, dice José de León Toral, llegó un momento en que pensé: hizo bien Segura y ya no criticó el hecho cometido por él, ya fue otra crítica la que le hizo. ¿Por qué si el ingeniero Segura llegó al convencimiento de que era debido hacer lo que hizo, no lo consumó? ¿Por qué después de arrojar las bombas no hizo uso de la pistola y mató? El dice: Probablemente no tuvo tiempo o no le fue posible; pero ya en su cerebro en el mes de enero del corriente año, cuando aún no sabía siquiera que existía la Madre Concepción, José de León Toral tenía la idea fija, la obsesión de matar al general Obregón. Sigue afianzándose en su idea misma, sigue comprendiendo que es el camino que le ha trazado el Destino, que debe continuar, que debe seguir; ya en su cerebro no se aparta la idea un solo momento, ya con todas esas preocupaciones se pone a estudiar cómo y cuándo cometerá el atentado. Y a todo esto la Madre Concepción no aparecía en escena; aún no era conocida por él, aún no sabía que existiera esa mujer, y ya el delito estaba premeditado y resuelto por José de León Toral. El dice que en el mes de marzo fue llevado al convento; que él se había dedicado a toda clase de prácticas piadosas; que de un católico común y corriente se había convertido en un apasionado; que ya toda su vida era de constante oración; que ya sólo pensaba en llevar la misa aquí y allá y en llevar consuelo a este o aquel; que ya no tenía otra idea fija en su cerebro, sino la de hacer propaganda religiosa; que en esa propaganda religiosa había ido a Tenancingo, se había puesto en contacto con hombres que eran rebeldes; sólo pensaba en eso. Y en toda esa gestación de su crimen, la Madre Concepción no aparecía. Una persona, la señorita Rubio, lo afirmaba aquí, que conocía a la Madre, que sabía que a todo el mundo le ayudaba en la medida de sus fuerzas, le dijo, tú que te afanas, tú que vives en constante propaganda religiosa, ve a ver a la madre Concepción; ella te puede facilitar la manera de cumplir la misión que te has trazado. Fue llevado a ella y él dice: en alguna ocasión, la madre Conchita me facilitó un sacerdote, me recomendó con fulano para que hiciera tal o cual cosa, tal práctica y me prestó menesteres para la celebración de las prácticas piadosas. José de León Toral no afirmó jamás que habló a la madre, ni es creíble que fuese, cuando la veían como algo superior a ellos; no es creíble que fuese a decirle : Voy a cometer tal delito, ¿qué piensa usted de él? Y siguió frecuentando distintos centros. El estaba en activa campaña en favor de la religión; él se había puesto al margen de la Ley de Cultos, porque, no obstante que ésta prohibía la celebración de éstos, no obstante que prohibía que se dijera misa y que se anduviera en propaganda como en la que él andaba, él estaba en ella. El oía las prédicas del padre Jiménez; él oía las prédicas de tantos otros, que predicaban el exterminio; pero no oía prédicas de la madre Concepción sobre el particular. ¿Por qué creer que esta mujer, que sólo le servía de consuelo, que sólo lo ayudaba, era la que influenciaba su espíritu, cuando todo el ambiente, y sobre todo, el ambiente en que José de León Toral vivía, era una prédica constante, era una prédica sistematizada, de que debía hacerse y de que debía tornarse, cuando la madre Concepción vivía alejada de esas prédicas? La madre Concepción -y aquí se vino a comprobar- no pertenecía a la Liga de Defensa Religiosa, y no pertenecía, porque reprobaba los procedimientos de ésta; a ella no llegaba todo ese grupo que solamente estaba pensando en llevar parque a los rebeldes, en hacer daño al Gobierno, en procurar un malestar social, con objeto -dicen ellos- de que se modificaran las leyes. La madre Concepción Acevedo -y así lo han dicho aquí todos- no pertenecía ni a la Liga de Defensa Religiosa siquiera, porque cuando a ella llegaban reprobaba su canducta, y sus palabras eran: la cuestión religiosa se arreglará, arando, sí, confiándose en Dios, pero sólo cuando él quiera, porque no seremos los hombres los que modifiquemos las leyes en ese sentido. La madre Concepción aconsejaba a la Liga, resignación y seguir un camino recto; jamás aconsejó a la Liga Religiosa todas esas actividades que seguía, y por esa razón la Liga Religiosa se apartó de la madre Concepción.

José de León Toral ha afirmado que obró solo; no hay uno sola prueba en contrario, ni algo que nos venga a llevar a la convicción de que no obró así. El certificado, el dictamen de las peritos médico-legistas que reconocieron a José de León Toral, que estuvieron durante varios días examinándolo para llegar a dilucidar si José de León Toral es un enfermo mental o si es un hambre sano y tuvo el conocimiento perfecto de los actos que ejecutaba, dice ese dictamen, y yo rogaría a los señores Jurados que la leyeran, que José de León Toral es un hombre sano mentalmente y lo considera perfectamente equilibrado. Lo considera entre los Esquisoides. Dentro del razonamiento que los médicos hacen para llegar a la conclusión de que José de León Toral no está enfermo, convienen en que tiene una vida completamente independiente, que obra con perfecta hermetismo, que sus actos no los cuenta a ninguno; y después de analizar en esa forma llegan a la conclusión y canvencimiento de que obró solo y ese dato les sirve para llegar a la conclusión de que Toral no es un enfermo.

Luego entonces, señores jurados, tenemos la única prueba, la confesión de León Toral, que afirma que obró solo, y la prueba pericial, que es también plena que dice que, de acuerdo con el estudia que hicieron los peritos llegaron al convencimiento de que había en León Toral un perfecto hermetismo, que con nadie se comunicaba, que estaba alejado de todo el mundo y que obró solo. Señores jurados: no quiera ya cansar vuestra atención (Voces: ¡ya, ya!). Es mi obligación y estoy dentro de mi deber. Creo, señores Jurados, que al estar aquí, al decir mi convicción íntima, cumplo con mi deber. Yo reconozco que vosotros sois hombres conscientes y por eso he querido hablaros y quiero que sepáis que lo que diga es perfectamente sincero; si no me queréis creer, no me creáis, pero yo os digo que mañana llegaréis a la convicción que yo tengo. Que mañana os convenceréis de que si condenáis a esta mujer, cometéis una injusticia. (Voces: no, no). Y yo espero de vosotros que hagáis honor al pueblo que representáis, al pueblo siempre justiciero, al pueblo que quiere el castigo del que falta a la ley, pero que quiere también que se haga justicia y no que se condene a un inocente. Yo he dicho a esta mujer, porque sé que el momento es solemne, porque ante el ambiente sé o casi tengo la convicción de que la condenaréis, que se resigne, que siga el camino que se ha trazado, que ya no pida por ella, ni espere nada, y que sólo pida la paz y el bienestar de esta patria que tanto amamos. Yo tengo fe en que la memoria del heroe que está velando en estos momentos, que el hombre que sirvió a su patria, está sobre vuestro espíritu y os indicará el camino recto, y que llevándoos por el sendero del honor y de la conciencia, os dirá:

Si tenéis la convicción de su inocencia, absolved a esta mujer, porque sería infame condenarla. (Siseos).

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