Índice de El cristianismo anarquista de León Tolstoi de Pablo EltzbacherCapítulo quintoNotasBiblioteca Virtual Antorcha

VI

Modo práctico de actuación

El cambio que el amor prescribe debe realizarse, según Tolstoi, haciendo que los hombres que hayan llegado a conocer la verdad convenzan al mayor número posible de los otros de la necesidad de semejante cambio, por exigirlo el amor; además, deben negarse a la obediencia, para abolir el derecho, el Estado y la propiedad y para dar origen al nuevo orden de cosas.

Es necesario, en primer término, que los hombres que hayan llegado a conocer la verdad convenzan al mayor número posible de los otros de que el amor requiere el cambio dicho.

Para que, en lugar de la organización social que repugna a nuestras ideas, se introduzca otra que concuerde con ellas, es ante todo preciso que la presente opinión pública, que es una opinión tradicional, superviviente, sea reemplazada por otra opinión pública nueva y viva (262).

No toda clase de hechos sirven para efectuar las transformaciones de mayor importancia y trascendencia en la vida de la humanidad; no sirven para ello, ni el equipar ejércitos formados por millones de hombres, ni el construir caminos y máquinas, ni el erigir establecimientos, ni las revoluciones, las barricadas y las explosiones, ni el descubrir la dirección de los globos; lo único que al efecto sirve son los cambios en la opinión pública (263). La liberación no es posible, sino mediante un cambio en nuestra concepción de la vida (264); todo depende de la fuerza con que cada particular individuo tenga conciencia de la verdad cristiana (265); conoced la verdad, y la verdad os hará libres (266). La liberación tendrá que venir forzosamente cuando el cristiano reconozca la ley del amor, que su maestro le ha predicado, como absolutamente suficiente para regular todas las relaciones humanas, y se percate de la inutilidad o inconveniencia que supone todo poder (267).

En manos de aquellos hombres que conocen la verdad, está el poder de verificar semejante transformación en la opinión pública (268). Una opinión pública no necesita para nacer y extenderse cientos y miles de años, pues tiene la propiedad de obrar contagiosamente y de apoderarse con rapidez de un gran número de hombres (269). Así como basta con un golpe para convertir en cristal, en un momento, un liquido saturado de sal, así también quizá sea ya hoy suficiente el más pequeño esfuerzo para que la verdad, descubierta a cientos, miles y hasta millones de hombres, consolide una opinión pública acomodada a las ideas y conocimientos adquiridos, y para de esta suerte hacer que todo el orden actual de vida se transforme en otro distinto. En nuestras manos está realizar este esfuerzo (270).

El mejor medio para producir la indispensable transformación en la opinión pública, consiste en que los hombres que han llegado a conocer la verdad den fe de ella con hechos.

El cristiano conoce la verdad, solamente para dar fe de la misma ante aquellos que no la conocen (271); por medio de hechos (272). La verdad se les comunica a los hombres por medios de hechos de verdad. Los hechos de verdad iluminan la conciencia de todo hombre y destruyen de este modo la fuerza del engaño (273). Por eso, lo que debes hacer es propiamente lo siguiente. si eres terrateniente, debes entregar desde luego tus inmuebles a los pobres; si eres capitalista, debes dar tu dinero o tu fábrica, a los trabajadores; si eres príncipe, ministro, autoridad, juez o general, debes renunciar inmediatamente a tu puesto; y si eres soldado, debes negarte a la obediencia, sin temor a peligro alguno (274). Pero quizá carezcas de la fortaleza necesaria para hacerlo así, ya que tienes relaciones, parientes, subalternos y superiores: las tentaciones son poderosas y te faltan las fuerzas (275).

Pero hay otro medio, aun cuando no tan eficaz como éste, para producir la necesaria transformación de la opinión pública; y este medio puedes aplicarlo en todo momento (276). Consiste en que los hombres que han llegado a conocer la verdad la manifiesten claramente (277).

Si los hombres, aunque fueran sólo algunos, quisieran hacer esto, inmediatamente dejaría de existir por sí misma la opinión pública anticuada, y surgiría una nueva y viva opinión pública, acomodada a los tiempos presentes (278). Ni millares de millares de rublos, ni millones de soldados, ni las instituciones, las guerras y las revoluciones, pueden tanto como la sencilla manifestación hecha por un hombre libre, diciendo que tiene tal cosa por justa o injusta. Cuando un hombre libre expresa honradamente lo que piensa y lo que siente, en medio de miles de otros hombres que de palabra y de obra siguen la conducta contraria, puede creerse que permanecerá aislado, que no tendrá quien le siga. Pero, por lo regular, las cosas acontecen de otra manera; todos, o la mayor parte de los hombres, han pensado y sentido de largo tiempo atrás, en silencio, lo mismo que él; y además, sucede que lo que hoy se considera meramente como la opinión de un solo individuo, mañana llegara a ser quizá la opinión de la mayoría (279). Con sólo que nos propusiéramos dejar de engañar y de aparentar que no vemos la verdad; con sólo que nos propusiéramos dar fe de la verdad que nos llama y confesarla con valentía, veríamos aparecer inmediatamente cientos, miles y millones de hombres que están en igual situación que nosotros, que ven la verdad lo mismo que nosotros, que como nosotros tienen miedo de quedarse solos si la reconocen y confiesan, y que, como nosotros, no esperan más que haya otros que la confiesen (280).

Para producir el cambio de que se trata y hacer que ocupe una situación nueva el puesto que ocupan ahora el derecho, el Estado y la propiedad, es además preciso que los hombres que han llegado a conocer la verdad acomoden su vida a sus ideas, y sobre todo, que se nieguen a obedecer al Estado.

Los hombres mismos son los que han de efectuar el cambio. No deben esperar mucho a que venga alguien a ayudarles, sea Cristo en las nubes al sonido de la trompeta, sea una ley histórica o una ley de diferenciación o integración de las fuerzas. Nadie nos ayudara, si no nos ayudamos nosotros mIsmos (281).

Me han referido una historia que hubo de acontecerle a un comisario atrevido. Llegó a una aldea, donde, por consecuencia de un motín de campesinos, eran necesarios soldados. Conforme al pensamiento de Nicolás I, lo que él pretendía era que la simple presencia de su persona pusiese fin a la sublevación. Hizo, al efecto, que algunos jefes se proveyeran de varas, reunió a todos los campesinos en una panadería y se encerró con ellos. A una voz dada por él consiguió atemorizar de tal manera a los campesinos, que le dieron oído, y por orden suya, comenzaron a golpearse unos a otros. Seguían golpeándose mutuamente, hasta que se tropezó con el campesino bobo, que no le obedecía, y que excitaba a gritos a sus compafieros para que no se pegaran entre sí. Entonces terminó la pelea, y el funcionario tuvo que escapar. Los hombres de nuestro tiempo deben seguir el consejo del campesino bobo (282).

Pero los hombres no deben efectuar el cambio por medio de la violencia. Los enemigos revolucionarios combaten al gobierno exteriormente; el cristianismo no lucha, lo que hace es conmover todas las bases internas de aquél (283).

Hay algunos que afirman que la supresión del poder, o cuando menos su aminoración, puede llevarse a cabo haciendo que los oprimidos sacudan violentamente el yugo del gobierno opresor; y muchos ponen en práctica tal doctrina. Pero lo que hacen es engañarse a sí mismos y engañar a otros, porque con su conducta no consiguen otra cosa sino aumentar el despotismo de los gobiernos, los cuales aprovechan tales conatos de liberación como favorables pretextos para fortalecer sus resortes y aumentar la opresión (284).

Y si se consiguiera alguna vez derrocar un gobierno, aún cuando fuese aprovechando circunstancias favorables, como por ejemplo, en 1870 en Francia, los partidos que por la fuerza hubiesen obtenido la victoria no tendrían más remedio, para conservar el timón e implantar el sistema que ellos defienden, que hacer uso de todos los medios coactivos existentes, y hasta inventar otros nuevos. Serían esclavizados otros individuos y se les forzaria a hacer otras cosas; pero no sólo continuarian subsistiendo la violencia y la esclavitud actuales, sino que éstas adquirirían formas más crueles, por cuanto la lucha habría exasperado los odios, fortalecido los medios de esclavitud existentes e inventado otros nuevos. Esto ha acontecido después de todas las revoluciones, alzamientos y conspiraciones, y después de todo cambio violento de gobierno. Las luchas no hacen otra cosa que poner en manos de los poseedores de la fuerza nuevos y más severos resortes para esclavizar a los demás (285).

Los hombres deben efectuar el cambio, acomodando sus vidas a sus ideas y conocimientos. El cristiano se libra de todo poder humano, reconociendo como criterio único de su vida y de la vida de los demás la divina ley del amor, ley que se halla depositada en el alma del hombre y de la cual nos habla Cristo (286).

Esta ley enseña que se debe devolver bien por mal (287); que se debe dar al prójimo todo lo superfluo; sin quitarle nada de lo que necesite (288), y, sobre todo, no adquirir dinero y desprenderse de lo que se tenga (289); no comprar ni arrendar (290), y satisfacer uno mismo sus propias necesidades, sin aborrecer ninguna clase de trabajo (291); pero lo que ante todo enseña es que se niegue obediencia a las pretensiones anticristianas del poder del Estado (292).

En Rusia, vemos que se niega muchas veces en la actualidad la obediencia a estas pretensiones. Hay individuos que se niegan al pago de los impuestos, que se niegan a prestar juramento así en general como ante los tribunales, a ejercer de policías, a desempeñar funciones de jurados y al servicio militar (293). Frente a las negativas de los cristianos, se encuentran los gobiernos en una situación embarazosa (294). Pueden castigar, ahorcar, encerrar de por vida y atormentar a todo el que pretenda rebelarse por la fuerza; pueden corromper a la mitad de los hombres y repartir dinero; pueden poner a su servicio a millones de individuos armados, dispuestos a reducir a la nada a todos sus enemigos. Pero ¿qué pueden hacer contra aquellos que no perturban ni se sublevan, contra aquellos que se limitan, cada uno de por sí, a no querer obrar en oposición a la ley de Cristo, y que, por lo mismo, se niegan a hacer las cosas de mayor necesidad para los gobiernos? (295) De cualquier modo que el Estado obre con respecto a tales individuos, no hara más que aniquilarse a si mismo, inevltablemente (296), y a la vez, como consecuencia, contribuir a la destrucción del derecho y de la propiedad y al establecimiento del nuevo orden de la vida. Pues, si no persigue a gentes como los duchubors, los stundistas y otros, las ventajas que éstos tienen con su género de vida cristiana y pacífica, determinarán a otros individuos a seguir su ejemplo, cosa que harán, no solamente los cristianos por convicción, sino también aquellos otros ciudadanos que, bajo la capa del cristianismo, quieran sustraerse al cumplimiento de sus obligaciones para con el Estado. Y si, por el contrario, se muestra cruel con hombres, a los cuales no se puede acusar de otra cosa sino de esforzarse por vivir moralmente, lo que con esto conseguirá es ganarse mayor número de enemigos, hasta que llegue sin remedio un momento en que no se encuentre nadie dispuesto a perturbar al Estado haciendo uso de medios violentos (297).

El individuo debe comenzar a introducir el orden de la vida acomodado a sus ideas y conocimientos. No necesita esperar que hagan lo mismo que él todos o la mayor parte de los hombres.

El individuo no debe creer que no se adelantará nada con que él exclusivamente sea quien atempere su conducta a las enseñanzas de Cristo (298). Los hombres, en su situación presente, se asemejan a las abejas que han abandonado su colmena y que se apiñan alrededor de una rama. La situación de las abejas es transitoria y tiene que cambiar. Han de volar y buscarse una habitación nueva. Toda abeja sabe que es así y desea poner fin al estado de malestar en que ella y las demás se encuentran; pero una sola no puede hacerlo; es preciso que las otras cooperen. Sin embargo, no todas pueden levantarse al mismo tiempo, pues hay unas que están pendientes de otras e impiden a éstas desasirse de la rama, por lo que todas siguen agarradas. Puede creerse que no hay salida alguna para las abejas que así se hallan (299); y de hecho así sería, si cada una de ellas no fuera un ser vivo independiente. Mas no se necesita sino que una abeja se alce y extienda su vuelo para que la siga la segunda, la tercera, la décima. la centésima, y todas; con lo que la anterior masa inmóvil, pendiente de la rama, se convierte en un enjambre que vuela libremente. Tampoco se necesita que haya más que un hombre que conciba la vida conforme lo enseña el cristianismo, y que luego le sigan un segundo, un tercero, un centésimo, para que se rompa el círculo mágico, del cual parece que no hay posibilidad de escapar (300).

El individuo no se debe dejar amedrentar por el temor al padecimiento. De ordinario, se dice: si yo solo sigo la doctrina de Cristo, en medio de un mundo que no la sigue; si renuncio a mis bienes; si presento sin resistencia las mejillas; y si me niego a prestar juramento y al servicio militar, se me tomará lo último que me quede, y si no me muero de hambre, se me apaleará hasta darme muerte, y si no se me apalea hasta matarme, se me encarcelará o se me fusilará; y así habré sacrificado en vano toda la felicidad de mi vida, y hasta mi vida misma (301). Puede ser que las cosas acontezcan así. Si he de seguir la doctrina de Cristo, no tengo por qué preguntar por los disgustos que esto puede traerme, ni si moriré más pronto que no siguiéndola. Sólo puede preguntar estas cosas el que no ve cuán falta de sentido y cuán miserable es su vida en cuanto individuo, y se imagina que no morirá. Pero yo se bien que una vida en que se busca la propia felicidad es la mayor estulticia, y que una vida semejante, desprovista de finalidad, no puede menos que venir seguida de una muerte también sin finalidad. Y por eso no temo nada. Moriré como todos, como mueren aún aquellos que no siguen la doctrina de Crísto; sólo que mi vida y mi muerte tendrán un sentido para mi y para los demás. Mi vida y mi muerte contribuirán a la salvación y a la vida de los otros, que es precisamente lo que Crísto nos ha enseñado (302).

Tan pronto como un cierto número de individuos acomoden su vida a sus ideas y conocimientos, la multitud les seguirá. El tránsito de los hombres desde un sistema de vida a otro no se verifica de un modo continuo, como va pasando la arena en un reloj de arena, grano a grano, desde el primero hasta el último; sino más bien al modo como se llena un vaso que se ha caído en el agua. Al principio, ésta penetra a lo largo de un solo lado y con igualdad; pero después, el vaso, por su propia gravedad, se va al fondo, y entonces recibe de una vez toda el agua que puede contener (303). Así, el impulso dado por un individuo provocará un movimiento que, adquiriendo de vez en vez mayor rapidez y mayor extensión, avanzará como un alud, y de una vez arrastrará consigo a las masas, dando origen al nuevo sistema de vida (304). Entonces ya habrá llegado el tiempo en que todos los hombres estén llenos de Dios, en que eviten las guerras, en que conviertan sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; es decir, hablando en nuestra lengua, el tiempo en que las cárceles y las fortalezas queden vacías, y en que no se usen ya la horca, los fusiles ni los cañones. Lo que ahora nos parece un sueño, encontrará su realización plena en una nueva forma de vida (305).

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